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Ultima rapada by Cholito


Me llamo Gabriel y tengo 18 . Esta historia corresponde a mis 15 años cuando recibí mi último corte de pelo extremo. Mi padre, ya ofuscado de verme con el pelo crecido, me había dado el dinero y las indicaciones para ir a su peluquería habitual que no era la que yo frecuentaba desde hacía un par de años. El corte debía ser corto, bien corto. Cuando uno es niño o adolescente, generalmente, odia los cortes de pelo y entonces los viajes a la peluquería están cargados de angustias y miedos. Los peluqueros, sobre todo los viejos de sobrada experiencia, detectan esta angustia ni bien uno ingresa a su local. Las actitudes sumisas, el mantenerse callado e incluso el modo de sentarse en la silla de espera aguardando su turno, son momentos en los que el peluquero ¨ estudia¨ a su cliente. Existen peluqueros, todos lo sabemos porque en algún momento los hemos padecido, que están dotados de una gran dosis de sadismo y disfrutan por demás de esa angustia y sabencómo hacer para que la misma vaya en aumento provocando el sufrimiento de quien espera por su corte. Recuerdo esta historia como si hubiera sido hace pocos días porque me marcó durante al gún tiempo y nunca me sentí tan mal durante un corte de pelo. Entré con los nervios de siempre y me ubiqué a esperar mi turno. El peluquero, un viejo de más de 60 años, estaba trabajando sobre la cabeza de un niño al que le estaba dando un rapado atroz. Yo fingía estar leyendo una revista pero tenía la vista clavada en el sillón. Le movía la cabeza con movimientos algo bruscos mientras le hacía correr la máquina eléctrica por toda la cabeza. El que está esperando acrecienta su temor porque se ve reflejado en aquel que está ocupando la silla en ese momento, y eso es percibido por el verdugo ( léase peluquero).
Cuando fue mi turno puso en práctica todo su arsenal de actitudes sádicas para demostrar quién era en ese instante el que tenía todo el poder.
Me llamó a ocupar el sillón con el clásico: - Vamos pibe, sentate y quedate quietito, eh?. Ante esta situación, uno se dirige al sillón como si se encaminara al cadalso, mientras el peluquero lo espera sonriente con la inmensa sábana blanca con la que lo va a cubrir, estirada en el aire como si fuera un torero con su capote. Una vez sentado presa del pánico, queda tapado por la tela y sólo está expuesta su cabeza a punto de ser esquilada.
Para sumar angustia, el peluquero me dejó solo unos minutos capeado frente al espejo de frente al mueble donde se podían ver todas las herramientas en un orden casi perfecto: tijeras , peines , brocha de afeitar , navajas, y por supuesto tres o cuatro máquinas antiguas de cortar el pelo. Cuando retornó se puso a seleccionar aquellas con las que iba a dar comienzo a la esquila. Yo ya quería estar afuera de la tienda, como fuera pero lo antes posible. Empezó a peinar mi pelo haciéndome notar que estaba bastante crecido. Me preguntó, casi como afirmando sus propias palabras: - Bueno, a ver...lo dejamos cortito, no?, yo sólo asentí sin dar demasiadas indicaciones. Volvió al mueble y tomó unas tijeras para encaminarsea mi espalda y empezar a cortar lentamente todo el pelo de mi parte trasera. Grandes mechones caían al piso y sobre mis hombros los que empujaba con el peine sobre mi regazo. Me cortó todo el pelo de la nuca con gran parsimonia, como disfrutando de ese momento. El pelo que cubría mis orejas fue eliminado en un segundo con un par de tijeretazos, haciendo un gran arco detrás de ellas. Arriba fue cortando todo el pelo y una lluvia capilar caía sobre mis ojos y luego pasaban a cubrir el paño que me cubría. Para mi desgracia, en ese momento entró otro viejo que se notaba era cliente de la casa, saludó y ni bien se sentó en una silla de espera, comenzó a darle charla al peluquero lo que le daba pie para hacer todo despaciosamente. Los cortes se espaciaban para dar lugar a la charla. Cuando terminó con las tijeras volvió al mueble y tomó una de las máquinas cortapelo y la hizo trabajar en el aire, abriendo y cerrando su puno delante de mi vista. Se me hizo un nudo en el estómago. Fue con la máquina a mi nuca y me bajó con firmeza la cabeza. Ahora sólo podía ver la tela blanca cargada de mechones cortados. Ya esperaba el contacto del acero contra mi cuero cabelludo, pero no se produjo. El peluquero charlaba , sujetándome la cabeza hacia adelante. Mis nervios estaban de punta. Cuando me estaba acostumbrando a esa posiciónsentí la presión de la máquina en la base de la nuca y el traqueteo hacia arriba hasta llegar a la coronilla. La charla continuaba mientras me iba pelando la nuca. Por momentos separaba la máquina de mi cabeza sin soltarmela, y seguía su monólogo. Volvía luego a la nuca y seguía con la tortura. Perdí la cuenta de las veces que bajaba y subía con la cortapelos. Ya imaginaba mi nuca pelada al ras. Cada tanto me pasaba la palma de su mano a contrapelo por la nuca y me provocaba gran excitación , aunque por dentro lo maldecía. Me empujó con fueza la cabeza hacia un costado y otro para pelarme las patillas y detrás de las orejas. Ahora podía ver las franjas blancas hasta las sienes por donde había pasado la máquina. Me dejó bien pelado. Yo me veía ridículo frente al espejo con mi cabeza rapada. Me imaginaba al espectador de ese momento disfrutando de mi corte en primer plano. Le veía , a través del espejo, como una sonrisa maliciosa. Otra vez con las tijeras me rebajó aún más el pelo de la cima de la cabeza dejándolo más corto. Me pasó un cepillo de mango de madera y cubierto de talco, por toda mi cabeza. Desabrochó la tela, la sacudió en el aire y la volvió a anudar. De un cajoncito del mueble sacó otra máquina más pequeña y, ajustándole el tornillo superior, volvió a la nuca y siguió rapándome. Me rapó a su voluntad.Ya casi no caía pelo. Me rapó bien las sienes. Me puso, casi como una ironía, el espejito de mano para que viera el trabajo en mi espalda y me preguntó, con una sonrisa burlona, si quería más corto. Lleno de verguenza, le dije que así estaba bien. Pero aún faltaba el afeitado. Me untó la base de la nuca, las patillas y detrás de las orejas con jabón y, afilando una navaja con el cuero que colgaba del apoyabrazos del sillón, me rasuró toda la zona. Sentía el raspado de la navaja. Con una toalla me sacó el excedente de jabón y me dió una última pasada con la máquina más pequeña. Cuando me pude pasar la yema de los dedos por la nuca, juro que no lo podía creer...estaba rapado al ras.Mientras me sacaba la sábana me dijo:- Listo varón, un cortecito a la moda.... y me sugirió otra visita antes del mes diciéndome que si lo dejaba crecer mucho otra vez, me iba a tener que dar otra pelada igual. Me fui con ganas de llorar acariciando mi cabeza super rapada. Fue mi último corte extremo. Ahora lo llevo corto pero no tanto. Esa visita no la voy a olvidar nunca. No sé si la peluquería seguirá estando. Era en Lanús, provincia de Bs As. Ahora vivo medio alejado de allí



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