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PELUQUERIA DE BRAGADO by juan75


Cuando llegan estas fechas de fin de año siempre recuerdo, ahora con una mezcla de cariño y tristeza, la époco de mi niñes y adolescencia.
Despues del final de la escuela viajábamos con la familia a Bragado , que era el pueblo de mi abuelo paterno. Como casi todas las familias, las reuniones de Navidad y Año Nuevo se repartían en diferentes casas. Nosotros pasábamos Navidad en Bragado y Año Nuevo en Ramos Mejía donde vivía mi abuela materna ( mi abuelo había fallecido hacia algunos años).
Los viajes a Bragado eran en dos etapas. Primero viajabamos los cuatro ( mis viejos , mi hermano menor y yo) y nosotros ya nos quedabamos alli, mientras mis viejos volvian a Buenos Aires por sus trabajos y luego, ya sobre la fecha de la Nochebuena nos reencontrabamos en lo de los abuelos.
A mi hermano y a mí nos gustaba estar en lo del abuelo Enrique y la abuela Marta, pero había algo que nos ponia un poco nerviosos.
Al finalizar el año escolar nuestros cabellos ya habian crecido lo suficiente como para provocar cierto rechazo del abuelo. El era de 72 años y su cultura en cuanto a los cortes de pelo era de muchos años atrás. Mi padre siempre nos contaba que el abuelo , cuando lo llevaba de niño a la peluquería del pueblo, no tenía piedad con su cabellera y lo hacía pelar a rigurosa maquinita.
Bueno, la tradición parecia seguir pero ahora no con mi padre sino con sus nietos. A la mañana siguiente de llegar , año tras año, el primer viaje al pueblo era al viejo almacén de ramos generales donde podía comprarse de todo ( hoy sería como un supermercado, jajajajaj) y , por supuesto , la visita a la peluquería.
Allá nos llevaba a los dos muertos de miedo a pesar de saber como terminaría la cosa.
La peluquería estaba quedada en el tiempo y el peluquero era un viejo conocido del abuelo. Entrábamos y siempre había personas mayores como clientes. Mi abuelo saludaba al peluquero y a sus vecinos y algún amigo que estaban esperando ser atendidos. Nos sentaba en unas viejas sillas contra la pared y quedabamos a la espera de ser esquilados mientras él se enredaba en las conversaciones del momento. Era una escena repetida cada vez que que concurriamos allí.
Los clientes desfilaban por el sillon del peluquero y, quien más quien menos, recibia un corte clasico de los años 40. El peluquero, a pesar de su edad , era un tipo de contextura grande y parecía estar siempre de mal humor. Recuerdo que nos miraba, a mi hermano y a mi, con cierto grado de soberbia y de malicia, como haciendonos notar que habíamos caido otra vez en sus manos y nos iba a pelar como siempre. Yo tendia 10 años y mi hermano 7. Ni nos mirabamos ni hablabamos entre nosotros...hasta ese punto llegaba el terror que nos invadía.
Cuando el ultimo de los viejos estaba en el sillón , las miradas de Don Pedro ( el peluquero) se hacian más pronunciadas. Las charlas no se interrumpian...politica, futbol y acontecimientos del pueblo eran los temas.
Cuando terminó con el cliente, el peluquero sacudía en el aire la sabana blanca y lo miraba a mi abuelo para ver quien era el primero de los dos en ser atendido. Si era mi hermano, Don Pedro ponía frente al gran espejo la silla alta para niños y si era yo, colocaba un suplemento en el viejo sillón para que diera la altura justa. Casi siempre mi hermano iba primero y yo contemplaba asombrado como era despojado de todo su pelo hasta quedar rapado a la americana. El peluquero disfrutaba de ese momento y mi abuelo seguia paso a paso todo el corte con una sonrisa. Por fin vería a sus nietos con un corte de hombre, como siempre decía.
Cuando era mi turno, Don Pedro , con una seña , me llamaba al sillon de tortura. Me cubría con la tela blanca y me ponía otro paño tambien blanco en la base de la nuca. Ya sabía como iba a ser el corte , pero tenía la costumbre de preguntarle a mi abuelo como me iba a dejar la cabeza. Parecian frases ya armadas para humillarme mas...yo me veia reflejado en el espejo como resignado mientras mi abuelo daba las instrucciones: ¨ Pedro...bien cortito como siempre, que le dure bastante.¨ El peluquero aprobaba con una sonrisa maliciosa entre sus labios.
Empezaba la esquila. Me alisaba todo el pelo que cubria parte de las orejas y por detras superaba el paño blanco que me cubría. Yo siempre de frente al espejo veia como seleccionaba las viejas maquinas de cortar ajustando la mariposa que tenian sobre el muelle. Con una de puas estrechas, que no era la más pequeña, la hacia funcionar en el aire con rapidos movimientos de su mano derecha y se dirigía a mi espalda. Con la mano izquierda sobre la cima de mi cabeza me la empujaba hacia adelante y la sostenía con firmeza. Ahi sentía cuando la apoyaba en la base de la nuca y la hacía subir lentamente hasta mi coronilla. La tela blanca empezaba a cubrirse de mechones de pelo. Pasaba la máquina en varias lineas , una junto a otra , cubriendo toda mi nuca. Me pelaba sin miramientos. Yo sólo podia ver la tela que me cubria y el pelo cortado que quedaba sobre mi regazo. Cada tanto pasaba la mano a contrapelo para verificar el buen corte. Cuando me inclinaba la cabeza a ambos lados me despojaba de las patillas hasta las sienes, haciendo grandes arcos detras de las orejas. Cuando terminaba esta primera etapa del corte y me dejaba la cabeza libre , yo podía verme totalmente pelado. Arriba usaba peine y tijera para dejarlo mas corto y poder peinarlo.
Con un cepillo de cerdas duras y blanca me cepillaba toda la cabeza y me llenaba de talco con una polvera de metal plateado y un pompon blanco.
Me volvia a cepillar y me desabrochaba la tela. La sacudía en el aire y la volvía a nudar junto con el paño .
Iniciaba la segunda parte de su obra con la otra maquinita mas pequeña de dientes mas apretados. Otra vez la cabeza para abajo y otra vez la maquina subiendo por mi nuca. Me daba la impresion que siempre me pelaba mas que a mi hermano.
Presionaba la maquina sobre mi cuero cabelludo y ya casi no caia pelo , solo minusculos recortes de uno o dos milimetros. El pelado que me metia era brutal. Mis ojos se llenaban de agua, pero me bancaba el llanto.
La maquina seguia su trabajo sobre lo que quedaba en las patillas y las sienes. Otro poco mas de tijera arriba , otra entalcada y cepillada y venía la consulta a mi abuelo si estaba de acuerdo con el corte. LLegaba la aprobacion cuando mi abuelo me sobaba la cabeza rapada. Me sacaba la tela y yo casi que saltaba del sillón.
La vuelta a casa era a puro llanto. Pero con los dias iba pasando. Eran cortes que duraban casi hasta terminar febrero, jajajajaj....
Mi abuelo ya no está pero siempre nos acordamos de estas anecdotas en la peluqueria de Bragado



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