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No volver atrás by Juan Pablo
Siempre quise raparme pero mi problema es que me da miedo el cambio tan brusco. Decidí que era hora de intentarlo por lo que me motivé a salir y llegar a una peluquería antigua por calle San Luis en Rosario. Caminando hasta el lugar dudaba en llegar, sabía que acercándome a la puerta seguiría de largo por el miedo. Una cuadra antes me puse firme en la decisión de no volver atrás. Me dejaría llevar por la inercia de lo planeado. Llegué a la puerta y lo vi al peluquero desde afuera. El me miró al parar en la puerta y no me quedó otra opción que entrar. Con un "buen día campeón" me saludó y como no había nadie más en el lugar me dijo que me sentara en el sillón, uno antiguo de color rojo con los posabrazos blacos. Me senté y él se dedicó a colocarme la capa negra. Me vi frente al espejo en esa situación y me convencí de no volver atrás aunque sentía el impulso de levantarme e irme con algún pretexto.
"¿Cómo lo cortamos?", me preguntó. A lo que yo respondí "rapado con máquina" con una seguridad nunca antes vista. Me preguntó a qué se debía el cambio y le respondí que era para probar como quedaba ya que nunca antes lo había hecho. El peluquero me dijo: "bueno, ya que lo vas a hacer, hagamosla bien y te paso la doble cero si te parece". Respiré hondo mirándolo a través del espejo y dije que si a su propuesta.
Agarró la máquina, una cortadora de pelo a batería. La acercó a mi frente y la encendió. El ruido me paralizó a lo que él pregunto: -¿Listo?
Demostrando mi hombría respondí al instante: -Si dale, rapame de una. Sin demorar ni un segundo pasó la máquina desde la frente a la coronilla descubriendo el cuero cabelludo. Me había quedado una franja en el medio de la cabeza. Pensé en que iba a decir en mi casa, a mis amigos. Ya no había opción que seguir con lo planificado. En pocas pasadas más mi cabeza quedó desnuda dejando ver la piel super blanca. El peluquero parecía disfrutar de la tarea. La pasaba una y otra vez haciendo presión para agarrar hasta el último pelo. Era una sensación extraña, ya no había pelo en mi cabeza. Pasé mi mano y sintió algo excitante. "Ahí tenés, bien rapado como lo pediste", dijo el peluquero. No me gustó como me quedó pero me prometí que una vez al año lo iba a hacer al menos una vez al año, solo para vivir esa sensación de inseguridad y de ser fuerte al imponerme a mis miedos. Y aunque me arrepiento al llegar a mi casa y verme frente al espejo, ya es la cuarta vez que lo hago. Me hace sentir muy masculino, llegar y decirle al peluquero "cortame como siempre" y que me rape a cero sin preguntar nada más. Ahora no vuelvo atrás, pelado al ras.