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Espías de Barbería 1 by Barbero Militar


Capítulo 4: Los espías estivales (verano de 1974)

Al oír que los gemelos tenían que pelarse en la barbería de Clemente, la más desfasada de la ciudad, me dio un vuelco el corazón. Sentí una gran curiosidad por ver el resultado. El local se encontraba ubicado en un angosto callejón, conocido como Pasadizo de los Novicios. Desde la calle de los Capuchinos se podía contemplar su fachada pintada de gris claro. En un lateral colgaba un cartel metálico, esmaltado en blanco y con las letras en negro, en el que se podía leer el siguiente rótulo: "Barbería Clemente. Salón de Caballeros”. En la parte superior de la puerta, un cristal opaco filtraba la luz e impedía ver lo que ocurría en el interior. En época invernal aquella barbería era una fortaleza inexpugnable para las indiscretas miradas de los viandantes. Sin embargo durante el verano, cuando el calor apretaba, Clemente solía mantener la puerta abierta para ventilar el negocio. El cliente se veía obligado a sacrificar su intimidad para poder disfrutar de una temperatura más fresca.

Durante las vacaciones estivales mi amigo Gastaminza y yo jugábamos a los espías. Descubrimos una discreta esquina, con un excelente campo de visión, desde donde controlábamos todo lo que sucedía en aquel misterioso lugar. Nos escandalizábamos viendo como el viejo barbero esquilaba a los soldados de reemplazo, con un celo y rigor mucho mayores de lo que exigían las ordenanzas militares. En otra ocasión oímos el llanto de un niño, al que aquel sádico despojó por completo de sus inocentes rizos. La mayoría de las veces, los que se sentaban en el que apodábamos como "el sillón de tortura” eran hombres mayores, de pelo blanco, que solicitaban un pelado "al cepillo parisién”. También nos quedamos atónitos al contemplar la destreza con que rasuró la coronilla de un cura rollizo y ensotanado. Pero quizás lo que más nos impactó fue el pelado al rape que le metió a un caballero rubio. Cuando abandonó el local su cabeza redonda, iluminada por el sol, se nos antojó una bola de oro.

Algunas veces, los brutales rapados que metía este peluquero de la vieja escuela nos provocaban una risa nerviosa, peligrosamente contagiosa, imposible de contener. En cierta ocasión nuestras carcajadas alertaron al viejo Clemente. Inesperadamente abandonó al cliente en el sillón y salió detrás de nosotros. Tuvimos que correr, como alma que lleva el diablo, para no ser apresados por él. Por suerte no pudo ver nuestras caras. Tal vez hubiese dado la queja a nuestros padres para que dejáramos de meter las narices en su trabajo. De haber sido así me hubiera caído un buen rapapolvo y tal vez un castigo. Si algo molestaba a mi padre era que otro adulto me llamara la atención por un comportamiento inadecuado.

Al día siguiente del percance con el barbero, extremamos las precauciones para no ser de nuevo descubiertos por éste; continuamos fisgando con mayor discreción y sigilo. Empezamos a utilizar un lenguaje encriptado para referirnos a nuestras actividades de espionaje. Nos imaginábamos que éramos dos agentes de una asociación secreta llamada NORAJO (No Rapes a los Jóvenes). Se nos había encargado la misión de levantar acta de todo lo que acontecía en aquel siniestro lugar. Llevábamos con nosotros una libreta, en cuya tapa delantera habíamos escrito el término inglés "Top Secret”. En ella apuntábamos todos los detalles: hora en que era "ejecutada” la "víctima”, edad del cliente, descripción del tipo de corte que le metían etc…

El barbero Clemente se mostraba inclemente con sus clientes; era un torturador nato, un sádico y lo peor de todo, un antiguo. Los jóvenes tenían derecho a usar el cabello tan largo como quisieran. Tanto Jesús como yo éramos dos chicos imaginativos, capaces de inventarnos mundos paralelos a la realidad. En nuestro pequeño universo los únicos protagonistas éramos nosotros dos.

Una tarde de finales de julio vimos acercarse a la barbería a un chaval de nuestra edad; se trataba de un conocido de Gastaminza. Se apellidaba Marcos y su padre era propietario de una zapatería. Los demás chicos del barrio se escandalizaban de las esquiladas que lucía el hijo del zapatero. Por este motivo había sido apodado como el Borreguito Marcos. En aquellos años un rapado militar te marcaba y humillaba hasta extremos insospechados.

Jesús se acercó a Marcos y le saludó con simpatía. El Borreguito le dijo que tenía que irse a cortar el pelo; quería hacerlo pronto para poder ver el partido de fútbol que televisaban a las siete de la tarde. Gastaminza no pudo vencer su curiosidad y le preguntó por el tipo de corte de pelo que se iba a hacer. Marcos le respondió que su padre ya lo tenía hablado con Clemente. En verano lo esquilaban muchísimo. A la semana siguiente se iba de vacaciones a un campamento de la OJE y allí no simpatizaban con los melenudos. A mi amigo se le ocurrió un plan. Nosotros dos podríamos asistir a aquel memorable rapado en primera fila, cómodamente sentados, sin correr ningún riesgo. Esto es lo que propuso Jesús al hijo del zapatero:

-¿Te gustaría ver el partido a todo color?. Nos acabamos de comprar una tele de 24 pulgadas. Si quieres vamos a mi casa; a estas horas mis padres no están. Puedes telefonear a tu padre desde el salón para pedirle permiso; no creo que se enfade. Ya sabes que mi padre es cliente de vuestra zapatería.

Al Borreguito le sedujo la propuesta. Le dijimos que nos encontrábamos cansados y que no nos apetecía aguardarle de pie. Le propusimos esperarle sentados dentro de la barbería. Nos metimos los tres en aquel misterioso local. Marcos saludó a Clemente y le dijo que éramos amigos suyos. Le pidió permiso para que le esperásemos dentro. El barbero no tenía clientes en aquel momento y nos dio la autorización.




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