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Situación sanitaria de emergencia by Barbero Militar


Capítulo 7: Situación sanitaria de emergencia (viernes, 25 de octubre, 1974)

Después de comer, mi padre y yo nos dirigimos al salón, donde teníamos instalado el televisor. Como era su costumbre, se acomodó en el sillón orejero de piel marrón, reservado exclusivamente para el cabeza de familia. A papá le gustaba escuchar las noticias de las tres de la tarde, "el parte” como llamaba al Telediario. Yo me senté cerca de él; aproveché el tiempo libre de que disponía para ojear un cómic de Tintín.

Era de los pocos momentos del día en que nos encontrábamos los dos a solas, mano a mano. De vez en cuando, con mucho disimulo, nos observábamos el uno al otro; sonreíamos sin decirnos nada; nos comunicábamos con la mirada. Para relajarse aún más estiró las piernas, apoyándolas en un reposapiés de piel marrón. Se recogió los pantalones por encima de la pantorrilla, enseñando completamente los calcetines Ejecutivo.

De repente, por sorpresa, aprovechando que en la televisión emitían la publicidad, mi padre me agarró suavemente del brazo y me dijo:

-Jovencito, tú y yo tenemos que hablar.

Mientras me daba aquel toque de atención, se puso una pierna encima de otra y comenzó a acariciarse la pantorrilla. Exhibía por completo sus calcetines grises de la marca Ejecutivo. Cuando me sermoneaba, para que fuera más aplicado y estudioso en el colegio, tenía la costumbre de masajearse la pierna. Tal vez con aquel gesto deseaba captar mi interés, reforzar su autoridad sirviéndose del lenguaje corporal. Sin embargo, esta vez su preocupación por mí era de otra índole. Iba a recibir un ultimátum. Con su voz grave y severa, sin alterarse lo más mínimo ni perder la compostura, me miró fijamente a los ojos y me dijo:

-Esta tarde, sin falta, te cortas el pelo. Es el último aviso que te doy; si me desobedeces atente a las consecuencias. Ya sabes que yo por las malas soy capaz de cualquier cosa. La pena es que, hasta que no cumplas catorce años, no puedes acceder a la barbería del Casino Mercantil. Para mí sería mucho más cómodo que los dos nos cortásemos el pelo en el mismo sitio. Julián es un oficial de barbería de primera división. Además aprovecho la visita al "Salón de Caballeros” para que me haga un rasurado perfecto, con masaje facial y todo. El limpiabotas, Manolo, me pule los zapatos como nadie.

Mi padre había buscado una alternativa:

-Vete a donde Clemente, esa barbería que está en el callejón de los Novicios, la que hace esquina con la calle de los Capuchinos. ¿Sabes dónde te digo?...

Asentí con la cabeza. Mi amigo Jesús Gastaminza y yo conocíamos de sobra aquel lugar. El verano pasado nos habíamos dedicado a fisgar, desde un rincón escondido, todo lo que ocurría en el interior de aquel rancio establecimiento. Mi padre ignoraba por completo mi afición al espionaje; desconocía muchas facetas de mi personalidad. Continuó exponiendo las razones por las que había decidido enviarme allí:

-Es una barbería económica, de las de toda la vida. Me recuerda a la del difunto Amador, a la que te llevaba de pequeño. Desde que aquel señor cerró el negocio, no te han vuelto a hacer un corte de pelo en condiciones. Me la ha recomendado don Andrés del Castillo, hombre cabal donde los haya; es el propietario del comercio donde te compré la ropa interior y los calcetines el otro día. Tiene dos hijos gemelos, más o menos de tu edad. Por lo que me han contado deben ser muy estudiosos, los primeros de la clase. Si la memoria no me falla, los vimos en la tienda, echando una mano a don Andrés. Tanto los chavales como su padre son clientes de Clemente de toda la vida. Los tres llevan unos cortes de pelo impecables, a cepillo parisién. Te voy a dar cien pesetas; le dejas al barbero un duro de propina.

Mi padre había tomado una decisión en firme. No se iba a dejar tomar el pelo por ningún peluquero modernito:

-A la peluquería de ese tal Horacio no vas a volver nunca más. Tiene unos precios abusivos y sales prácticamente igual que como has entrado; te pega cuatro tijeretazos y a la calle. Un corte de pelo debe notarse y durarte al menos veinte días. En cuanto me descuido, sin haberle dicho yo nada, te lava la cabeza con un champú contra la seborrea, la caspa y no sé cuantas cosas más. Tampoco me pide permiso para aplicarte esa ampolla vitamínica, el crece-pelo mágico que no sirve para nada. Sólo le interesa sacarle los cuartos al cliente; ¡tiene más cuento que Calleja!

Mi padre me tenía reservada una sorpresa para el final:

-Por cierto, he leído en el Diario Regional un artículo que te puede interesar. Al parecer en algunos colegios de esta zona han encontrado a chicos con piojos. Las autoridades sanitarias van a cortar por lo sano; los van a rapar a todos al cero, sin piedad. Léelo aquí; verás que no me lo invento. Como pilles miseria en el colegio te dejan la cabeza como un espejo, sin un solo pelo. Así que ya sabes, te lo digo por tu bien, antes de que sea demasiado tarde: ¡que te metan un buen corte de pelo, hijo mío!

Yo me puse nerviosísimo al oír aquello. Cogí el periódico y leí, con gran atención, la noticia que hacía referencia a este tema. En algunas ciudades próximas a la nuestra, las llamadas Unidades de Desinfección habían entrado en acción. Sanitarios del ejército acudían a los centros escolares masculinos para proceder a rapar al cero de todos los chicos. Con las niñas, por motivos obvios, tenían más consideración y se servían de otros métodos; con ellas utilizaban lociones especiales para acabar con la plaga. El Diario Regional incluía en sus páginas una entrevistaba a don Aurelio Casas, máxima autoridad sanitaria de la provincia. Según el doctor Casas, el foco de infección se había originado en algunas escuelas públicas e institutos de secundaria masculinos:

-Las niñas, por costumbre y coquetería, son más mucho más proclives a lavarse la cabeza con champús y a mantener la higiene íntima. Por el contrario, los muchachos son menos dados al aseo capilar, mostrando una mayor dejadez en su cuidado personal. En muchos colegios masculinos no existe el hábito de acudir a la ducha después de practicar actividades deportivas. El exceso de sudoración y la grasa, que se acumula en el cuero cabelludo y en zonas pilosas, han sido factores desencadenantes de la infección. La moda del cabello largo entre la población masculina y la falta de cuidados higiénicos han provocado esta nueva plaga.

El entrevistador preguntó a don Aurelio cuál era en su opinión la solución a este problema sanitario:

-A finales de los años cuarenta conseguimos erradicar esta infección, acabamos con el conocido popularmente como piojo verde. Ahora contamos con métodos más eficientes para combatir con éxito la pediculosis. Aconsejamos a los estudiantes que extremen las medidas higiénicas. Rogamos a los directores de los distintos centros educativos que, en caso de que sea necesario, faciliten el trabajo de las autoridades sanitarias. La Brigada de Sanidad del Ejército es el organismo encargado de llevar a cabo los controles pertinentes y la posterior desparasitación del alumnado.

El reportero metió el dedo en la llaga al referirse a los cortes de pelo obligatorios impuestos a la población escolar masculina. Don Aurelio respondió a esta cuestión de una manera directa:

- Debemos desterrar la idea de que cortar el pelo al cero a un niño o adolescente varón suponga para éste un castigo traumático, algo vergonzoso. La salud pública y la asepsia deben anteponerse a la moda y a los caprichos de la juventud. Los pedagogos deberán hacerles entender que el pelo crece y los parásitos ponen en grave riesgo su bienestar. Convendría que todos los escolares varones, sin excepción, se cortaran el pelo "a cepillo”, al menos una vez al mes. De esta forma el aseo capilar sería más llevadero para ellos. En los cuarteles militares de esta región militar no se ha detectado ningún caso de pediculosis. Esto es debido a que, obedeciendo a las ordenanzas militares, los reclutas y soldados usan el cabello muy corto.

Según iba leyendo aquellas líneas comencé a sudar, el pulso me temblaba y el corazón me palpitaba con fuerza. Mi padre percibió mi preocupación por el tema e intentó quitarle hierro al asunto:

-Fran, hijo mío, no te lleves mal rato por esta nimiedad. Me da a la nariz que al final todos los chavales vais a acabar con un corte de pelo militar. Se ve que las autoridades sanitarias han comenzado una cruzada contra el pelo largo. No hay mal que por bien no venga; lo de los piojos es la excusa perfecta para acabar, de una vez y para siempre, con el movimiento hippie. Yo respaldo esta medida. Qué me digan dónde hay que firmar para despiojar a todos esos guarros, a esa cuadrilla de vagos y maleantes. Las melenas son muy bonitas en las mujeres. Nosotros los hombres, con el pelo bien cortito y el rostro bien apurado, proyectamos una imagen de masculinidad e higiene.

Me atreví a enmendarle la plana a mi progenitor:

-Papá, hasta finales del siglo XIX los hombres usaban también el pelo largo. El hermano Rafael, en clase de historia, nos explico que a un visigodo la mejor manera de humillarle era raparle el cabello y las barbas. Este tipo de castigo se llamaba "decalvatio”. La dignidad de los reyes y grandes señores residía en la largura del pelo.

Mi padre contraatacó, echando por tierra mis argumentos:

-Recuerda, Fran, que por culpa de los visigodos los musulmanes invadieron la península Ibérica. Tardamos ocho siglos en echarlos. Los romanos, que llevaban el pelo bien cortito, crearon un gran imperio y sometieron a otros pueblos cuyos guerreros usaban melenas.




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