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En las inclementes manos de Clemente by Barbero Militar
Capítulo 9: en las inclementes manos de clemente (viernes, 25 de octubre, 1974)
De repente dejó de hablar de su pasado militar y volvió al presente:
-Fran, lo que te quiero decir es que no debes angustiarte. Lo peor que te puede pasar es que te metan un pelado al rape, todo a maquinilla. Estoy seguro de que te quedaría muy bien, parecerías hasta más macho. Tú y yo somos afortunados al tener la cabeza bien redondita, de forma esférica. Además tampoco te veo cicatrices en el cuero cabelludo. Tus orejas son pequeñas y bien formadas; a los chavales que tienen soplillos y a los de cráneo apepinado, estilo zeppelín, estos cortes de pelo les sientan peor que una patada en el culo.
Mientras me decía estas cosas me agarraba el pelo de atrás, dándome pequeños tirones. De vez en cuando me guiñaba un ojo, en señal de complicidad.
Le pregunté cómo debía pedirle a Clemente que me cortara el pelo:
-Hombre, hijo, dile que te lo corte bastante corto, sobre todo de atrás; el cuello y las patillas bien apurados, eh. De arriba que te lo deje un poco más largo, para que tengas algo que peinar. Se trata de dar imagen de limpieza y aseo.
Le insinué que fuéramos juntos a la peluquería. La mayoría de los barberos no solían tener en cuenta la opinión de los chicos de mi edad:
-Papá, muchas veces le he dicho a Horacio que me corte el pelo bien cortito, siguiendo tus instrucciones. El peluquero me responde que es mejor ser prudente; que si me lo corta más de la cuenta la cosa ya no tiene remedio, que no se pueden hacer añadidos. Cuando termina de pelarme me da apuro decirle que lo quiero más corto. Siempre hay muchos clientes esperando. Luego, cuando llego a casa, tú te enfadas conmigo, porque dices que me lo han dejado igual que antes. Piensas que te he desobedecido.
Mi padre volvió a despotricar de aquel peluquero:
-Fran, hijo mío, te he dicho mil veces que ese Horacio no es más que un farsante. No tiene ni idea de lo que es un buen corte de pelo; sólo hace arreglitos, que son pan para hoy y hambre para mañana. No sabe lo que es una disminución de cuello bien subida, ni perfilar las patillas. Tengo entendido que no afeita, porque considera que el rasurado es algo muy personal e íntimo; seguro que si coge una navaja barbera le tiembla hasta el pulso.
Mi padre continuó analizando la situación:
-Como estoy tan ocupado no puedo dedicarte todo el tiempo que me gustaría. Tú siempre has preferido esa peluquería tan moderna a las barberías de toda la vida. Como esta cerca de casa y no me gusta que andes solo cuando anochece, he accedido a tus deseos. Pero hasta aquí hemos llegado. A partir de ahora quiero que te corten el pelo de verdad. Vas a ir con mucha más frecuencia a la barbería. Espero que la noticia que acabas de leer en el periódico te haga reflexionar.
Por unos instantes los dos guardamos silencio. Mi padre no paraba de darle vueltas al tema, intentaba buscar una solución:
-Hoy tengo reunión en la Cámara de Comercio y no sé si podré acompañarte. Calla, calla… ahora me acuerdo que la han pasado a la semana que viene. Así que no hay ningún problema; esta tarde, sin falta, te paso a recoger a la salida del colegio. Si tardo un poco me esperas en la puerta; ¿has comprendido? Nunca sé con exactitud a qué hora podré escaparme del banco. No es necesario que lleves dinero al colegio, a lo peor lo pierdes o te lo roban. Ahora vete vistiéndote para ir a clase, no seas perezoso.
Papá, me propinó un cariñoso azote en culo, para que obedeciese sus órdenes con mayor diligencia. Rápidamente fui a mi habitación para cambiar mi ropa de casa por la de la calle. Aquel día prometía ser especial. Decidí mudarme de ropa interior, la que llevaba estaba algo sudada. Estrené un juego de braslip y camiseta en punto calado, de la marca Hedea, y un par de calcetines Ejecutivo grises.
La camisa que había llevado por la mañana al colegio tenía el cuello algo sobado; por este motivo decidí sustituirla por un polo blanco de espuma, que se ceñía a mi cuerpo y dejaba transparentar la camiseta de tirantes calada. También me cambié de pantalones; saqué del armario unos en gris oscuro con la raya muy marcada. En cuanto al jersey se refiere, escogí uno azul marino, de hechura clásica y con el cuello de pico. Finalmente me calcé unos zapatos negros mocasines y me presenté ante mi padre. Éste se asombró al verme así vestido y opinó sobre el tema:
-Fran, veo que te has puesto de tiros largos; ¿celebráis algo en el colegio?
Yo le respondí de la siguiente manera:
-Papá, como tenemos que ir a la peluquería los dos juntos no quiero que te avergüences de mí. Por eso me he vestido con la mejor ropa que tengo.
Mi padre aceptó mis explicaciones:
-Me parece bien que te preocupes por tu apariencia; eso es señal de que te respetas a ti mismo. Hoy da gusto verte. Lo malo es que en la barbería te van a llenar de pelillos el polo blanco. Le diré a ese Clemente que te ajuste bien la capa para que no te manches. Vente conmigo al cuarto de baño para que te eche una buena cantidad de colonia. Además quiero que te peines esos remolinos. A partir de esta tarde ya no tendrás que usar el peine y no perderemos el tiempo con acicalamientos innecesarios.
Mi padre y yo desprendíamos ese aroma amaderado de la colonia Agua Brava. También nos aplicamos una buena dosis de loción capilar Flöid . Me peinó con raya a un lado y me dejó el pelo aplastado, como si quisiera disimular la largura del mismo.
Como bien dice el refrán "quien ríe el último, ríe mejor”. Al final yo iba a ser una víctima más del despiadado barbero Clemente. Lo que había comenzado como un juego se había convertido en una sentencia de muerte para mi pelo. En aquel momento me vinieron a la memoria una serie de imágenes fugaces, como si fueran ráfagas de luz imposibles de atrapar. Recordé los brutales pelados que el viejo oficial de peluquería había metido a varios soldados, a decenas de señores mayores, a aquel caballero rubio cuya cabeza brillaba como el oro. No me podía olvidar de la humillante esquilada del Borreguito Marcos. La imagen de los gemelos con las cabezas idénticas, casi transparentes, la tenía muy presente.