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Se desta el pánico by Barbero Militar
Capítulo 10: Se desata El pánico (viernes, 25 de octubre, 1974)
Los viernes por la tarde las clases eran muy llevaderas. Durante la primera hora teníamos pretecnología (manualidades). Entre mi amigo Jesús y yo estuvimos realizando un trabajo de marquetería; pretendíamos construir un plumier de madera para guardar los objetos de escritorio. El hermano Juan Ramón nos permitía hablar pero sin escandalizar demasiado. Le conté a Gastaminza lo que ocurría:
-Gasta, tengo que decirte algo importante. Prométeme que no te vas a reír de mí...
Mi amigo me juró no mofarse por divertido que fuera el tema. Yo, visiblemente nervioso, le expliqué mi problema:
-Verás, mi padre desde hace días me está insinuando que me corte el pelo; me toca la cabeza por sorpresa, me agarra de las patillas, me echa miraditas mientras comemos y me lanza indirectas de todo tipo. Hoy sin embargo no se ha andado con rodeos; me ha ordenado que me esquilen esta misma tarde, sin ningún tipo de excusa.
Jesús me interrumpió:
-Bueno, pues vete donde Horacio. Ya sabes que te pela muy poco; te recortará el flequillo y te entresacará lo de atrás y ya está. Mucho peor es Modesto, al que me manda mi padre; es un hombre mayor y bastante anticuado. Menos mal que como voy solo puedo frenarlo a mi gusto. Le hago creer que me han dicho en casa que nada de maquinilla, que corte poquito.
Yo exageré mi preocupación; fingí una angustia que no sentía para que mi amigo se compareciera de mí:
-Gasta, mi padre, esta mañana en su despacho, ha estado reunido con un cliente muy importante; se trata del dueño de la mercería del Castillo, que a su vez es el padre de los gemelos. Le ha aconsejado que me lleve a la barbería de Clemente. No me explico como ha podido salir este tema a colación; estoy venga darle vueltas al asunto. A lo peor los dos hermanitos se han ido de la lengua; seguro que le han contado a su padre que los espiamos mientras se cortaban el pelo y que luego los seguimos por la calle…
Mi amigo se llevó la mano a la frente y empezó a resoplar. No se podía caer en peores manos:
-Debes hacer algo para que no te eche la zarpa ese esquilador. Dile a tu padre que estaba cerrada la peluquería y que te has ido a otra.
Yo apenado repliqué:
-Jesús, mi padre me va a acompañar. En cuanto salgamos de clase me va a llevar en persona hasta el Pasadizo de los Novicios. Además la cosa se ha puesto muy fea. ¿No te has enterado de lo de los piojos?
A mi compañero de fatigas, al escuchar mis palabras, se le pusieron los ojos como platos y exclamó:
-¡Es verdad!. Mi padre me lo ha dicho antes de marcharme al colegio. La noticia venía en el Diario Regional. Te lo iba a comentar ahora mismo. A chavales de nuestra edad los están rapando al cero peluqueros militares. Los piojos se contagian muchísimo y si te pican te puede entrar el tifus. A mí también me han ordenado que vaya mañana sábado a donde Modesto. Pensaba hacerme el remolón pero con este panorama tan negro mejor será ceder y que que el Señor nos pille confesados.
Después de un recreo de veinte minutos estudiamos ciencias sociales. La última media hora la dedicábamos a una asignatura de las que no puntuaban; se la denominaba formación. Nuestro tutor solía comentarnos alguna noticia de actualidad que nos pudiese interesar a los chicos de nuestra edad. La pediculosis fue el tema elegido aquella tarde. Don Arturo nos informó sobre la infección de piojos que afectaba a varios colegios de nuestro entorno. Nos dijo que si venían los sanitarios militares nos iban a rapar más que a los reclutas:
-Utilizan maquinillas de cortar el pelo y no se andan con contemplaciones. Os la pasan por toda la cabeza y os dejan el pelo al milímetro. Yo os aconsejo mucha higiene y limpieza. Venden champús especiales que repelen a los piojos; también hay lociones con olor a colonia. No sé si estos productos de farmacia serán del todo eficientes. Veo mucho melenudo en esta clase. Si nos visitan los de sanidad van a hacer una escabechina…
Instintivamente todos los chicos nos tocábamos las cabezas. Con los dedos medíamos la largura de nuestro pelo. Mi amigo Jesús sacó una regla de plástico de su pupitre y me mostró lo que él, erróneamente, creía que era un milímetro. Don Arturo, al ver el interés que teníamos por el tema, nos explicó el tema de las medidas:
-Un milímetro es la raya más pequeñita que existe. Lo que está señalando Gastaminza es un centímetro, que son diez veces más de longitud. Si os pasan la maquinilla del cero os dejan un milímetro de pelo, algo casi imperceptible. No os podréis agarrar el cabello ni juntando las uñas. El cuero cabelludo se os transparentará por completo. En vuestras manos está libraros de un rapado traumático.
Casualmente aquella misma tarde iba a visitar la barbería. A los doce años me preocupaba en exceso la opinión de mis compañeros de clase; mi personalidad todavía no estaba formada. No me apetecía aguantar el sarcasmo de los otros si me metían un pelado demasiado riguroso. Sin embargo, nuestro tutor me había proporcionado la coartada perfecta para justificar, delante de los demás, una buena esquilada militar. Aduciría temor a los piojos, a un probable contagio que inexorablemente sólo se solucionaría con un humillante rapado al cero.
Cuando sonó el timbre abandoné a toda prisa el aula, no sin antes haber introducido en la cartera todos los libros y material escolar que iba a necesitar para hacer los deberes de aquel fin de semana. En el zaguán de salida algunos alumnos de mi clase formaron corrillos en los que se comentaba el tema. Jesús y yo avivamos el fuego, sembramos el pánico entre los demás. Si pillabas piojos sólo se podrían eliminar con un rapado al cero, habría que sacrificar todo el cabello.
A mis compañeros les puse sobre aviso de que el lunes acudiría a clase con el pelo "muy pero que muy corto”. Siempre sería mejor un pelado militar a que te dejaran la cabeza sin un solo pelo. No estaba dispuesto a correr riesgos ni a perder un solo día de clase por este tema. A los infectados se les expulsaba del colegio y sólo serían readmitidos cuando su cabeza se asemejase a una bola de billar. Sentirían el oprobio, el rechazo por parte de sus compañeros; nadie querría compartir pupitre con ellos.
Algunos chicos opinaban que se había desatado el pánico de forma injustificada; preferían esperar a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos. Yo, uno de los abanderados de la liga contra la pediculosis, alegaba por el contrario que este tipo de infecciones no desaparecen solas, que se extienden si no se toman las oportunas medidas higiénicas:
-He leído en esta tarde en el Diario Regional que los piojos se adhieren al pelo largo, con el fin de depositar sus huevos en un lugar cálido y poder procrear. Se reproducen a una velocidad increíble. Son parásitos cuya picadura provoca enfermedades como el tifus…
No me conocía a mí mismo. Desterré mi habitual timidez para defender enérgicamente algo de lo que estaba convencido. Las caras de la mayoría de mis compañeros no dejaban lugar a dudas; se había desatado la histeria colectiva. Varios de ellos, inducidos por Jesús y por mí, decidieron acudir a la peluquería ante aquel panorama tan sombrío que se presentaba. Nadie quería acabar con la cabeza como el teniente Kojak, ni ser un proscrito a causa de la pediculosis.