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Una nueva humillación by Barbero Militar


Capítulo 17: UNA NUEVA HUMILLACIÓN (viernes, 25 de octubre, 1974)

Mi padre comenzó a tomar confianza con Clemente. Le explicó que era precisamente don Andrés del Castillo quien le había recomendado su barbería. Le hizo saber que él era un hombre viudo y muy ocupado; por ese motivo me había permitido acudir a una peluquería cercana a casa, regentada por Horacio. En cuanto el barbero oyó este nombre, descargó toda su ira contra aquel competidor:

-No me hable de ese buen señor, por favor. No es un oficial de barbería, es simplemente un peluquero de señoras camuflado. No tiene ni idea de afeitar ni de hacer una disminución del cuello en condiciones. Sin embargo, sus tarifas son las más elevadas de toda la ciudad; cobrar se le da muy bien. Es un desprestigio para el gremio.

Mi padre le explicó que me había permitido ir a ese local porque se encontraba cerca de nuestra casa. No le gustaba que yo anduviese solo por la calle a horas intempestivas. Clemente, que estaba a la que saltaba, puntualizó:

-Este mozo y su amigo no se pierden en esta ciudad; puede usted estar tranquilo. Estoy seguro de que podría venir a mi establecimiento con los ojos cerrados. Me alegro mucho de que la primera vez le haya acompañado usted. Así hemos podido intercambiar opiniones. Bueno, bueno… ¿cómo le cortamos el pelo a este pequeño espía?

Mi padre le explicó que estaba preocupado por una noticia que había leído en el Diario Regional; la epidemia de piojos se estaba propagando como la pólvora. Para él sería una vergüenza que expulsasen a su hijo del colegio por padecer pediculosis. No se atrevería a llevarme a ninguna barbería si era portador de miseria; con este término se referían antiguamente a los parásitos capilares. El barbero comenzó a revisarme la cabeza. Me la movía como si yo fuera un muñeco; notaba sus dedos deslizándose por mi cuero cabelludo; me separaba las orejas para escrutarme mejor. Al final, como si fuera una autoridad en la materia, sentenció:

-Este muchacho, al día de hoy, no tiene piojos. Yo por desgracia los conocí cuando hice la mili. Me rasuraba la cabeza cada dos días para evitar que me arrestaran por tener miseria. Si a su hijo le cortamos el pelo corto, corto, corto, corto de verdad, sin andarnos con memeces, le aseguro que no pillará piojos. Usted confíe en mí. Si me autoriza le pelo a riguroso cepillo militar.

Mi padre le preguntó a Clemente:

-¿Cómo de corto le va a poner el pelo a mi hijo?. Déjele al menos un dedo en la zona del flequillo para disimular. Si le rapa toda la cabeza por igual, va a parecer que se ha escapado de un reformatorio.

El barbero se explicaba como un libro abierto:

-En esta zona del flequillo le voy a dejar menos de medio centímetro de pelo; le voy a dar la forma de un cepillo muy corto, muy corto. En la parte superior le dejaré entre dos y tres milímetros aproximadamente. Hasta la coronilla y las sienes le voy a meter la maquinilla del dos ceros. Le aviso que se le va a clarear toda la cabeza; sólo de esta manera podrá usted comprobar si el chico ha sido infectado de miseria. Las patillas se las voy a poner muy cortas y con forma cuadrada, bien perfiladas. El cuello se lo apuraré con la maquinilla del cuatro ceros. Usted confíe en mí.

Clemente había sacado sus propias conclusiones:
- Creo que este chaval y su amigo, sin saberlo, estaban buscando que los pelara así. Por este motivo se pasaban las horas muertas espiándome. Lo que pasa es que les da vergüenza que se rían de ellos los otros chicos; les preocupa mucho el qué dirán. ¡Ojalá les afeiten la cabeza a todos los muchachos que llevan el pelo largo!; así se terminaría con el problema de los piojos para siempre.

Yo no podía creer lo que estaba oyendo. Me iban a dejar más rapado que aquel recluta americano de la película bélica que tanto me impactó. Por culpa o gracias al Diario Regional iba a hacer realidad uno de mis deseos más ocultos. El lunes tendría que enfrentarme a las burlas, o cuanto menos al asombro de mis compañeros. Sin embargo decidí olvidarme de las consecuencias y disfrutar del momento. Mi padre me miraba de forma compasiva. Su idea inicial era que me cortara el pelo muy corto pero sin raparlo de manera extrema. Sin embargo, el ambiente que se respiraba en aquella vieja barbería le había hecho cambiar de opinión. Con suavidad agarró mi abundante flequillo y exclamó:

-Proceda como usted lo considere oportuno. Le dejo a mi hijo Fran en sus manos…

El barbero sonreía con malicia y me miraba con un aire de superioridad. Abrió uno de los armarios y sacó una capa blanca, perfectamente plegada. Mi padre le pidió que tuviera cuidado para no llenarme de pelillos:

-Por favor, dóblele el cuello del polo. A mi hijo le hacía ilusión ponerse la ropa nueva para venir aquí. Intente no manchársela.

Clemente lo tranquilizó, convenciéndole de que no corría ningún riesgo:

-No se preocupe por nada. Le voy meter hacia adentro el cuello del niqui para que no se le ensucie. Al final le daré un buen cepillado para eliminar los pelillos incrustados en la ropa. Aunque se me está ocurriendo una idea mejor. Voy a cerrar la peluquería, no voy a coger a nadie más; vamos a estar los tres a solas. Cuando hice la mili, a todos los reclutas nos dejaban en paños menores. El pelado al doble cero se hacía siempre en calzoncillos. Si a usted no le parece mal…

Mi padre se sorprendió con la propuesta que había hecho el barbero. Estuvo dubitativo. Pero no se cerró en banda:

-¿Usted cree que es necesario?. Tal vez el muchacho se enfríe. Desde luego ha sido una idea descabellada venir a cortarse el pelo con la ropa que tiene reservada para los domingos. Por mucho que la sacuda siempre van a quedar pelillos…

Al barbero se le iluminó el rostro. Iba a dar otra vuelta de tuerca en su máquina de tortura; la copa de sus maldades aún no estaba colmada; si me obligaban a quedarme en ropa interior la humillación sería completa:

-A mí me parece que un chaval de esta edad no tiene que tener tantos remilgos. Yo he rapado a muchos hombres en calzoncillos, durante el tiempo que estuve en la barbería de tropa. Era ingresar en el cuartel y quedarte en paños menores. Por lo del frío no se preocupe; voy a poner la estufa catalítica a la máxima temperatura. La acercaremos al sillón. Además de los piojos de la cabeza hay otros todavía peores: los del cuerpo. Comprobaremos si este muchacho tiene pelambrera. De ser así convendría rasurarle. Parece que está ya muy desarrollado.




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