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Sucedió en los años cuarenta by Barbero Militar
Esta historia real me la contó en la ciudad de Ceuta un señor malagueño que fue soldado de reemplazo en los años cuarenta. Yo me encontraba en una barbería tradicional, esperando para ser afeitado, y aquel hombre mayor, de gafas oscuras y simpático acento andaluz, entabló conversación conmigo. Como para casi todos los caballeros de su generación, el servicio militar supuso todo un acontecimiento en su vida. Recordaba con nostalgia aquel tiempo pasado y en su memoria tenía grabada una anécdota que sucedió en un momento en que España luchaba por salir de la miseria de la posguerra.
Según me comentó, debido a las deficientes condiciones higiénicas existentes en los cuarteles de Andalucía, aparecieron numerosos casos de militares infectados de piojos. El piojo verde transmitía enfermedades tan graves como el tifus, mortal en un tiempo en que en España la penicilina era un artículo de lujo. Un alto mando del ejército de la zona tomó medidas drásticas. Todos los militares de baja graduación, es decir los cabos, soldados y reclutas, serían rapados al dos ceros. Se pretendía evitar así la propagación de la infección. Pero los piojos también anidaban en otras zonas corporales cubiertas de vello, como el pubis, las axilas y región anal. Se debería por tanto proceder a una desinfección total si se quería cortar con el problema de raíz.
La Operación Desinfección Militar (ODM) se llevaría a cabo en dos fases. La fase A consistía en rapar al doble cero a todos los jóvenes. Se compraron y trajeron de otros acuartelamientos cientos de maquinillas manuales del número 00. En el pueblo de Mendaro (provincia de Guipúzcoa) existía una fábrica llamada Gurelan que se dedicaba a la fabricación de este tipo de herramientas; en ella se trabajaba a destajo para producir las tan preciadas maquinillas.
La fase B era aún más compleja. Se trataba de despojar del vello y desinfectar a miles de muchachos. Así fue narrado todo el proceso por aquel caballero andaluz:
-Por la noche, como si fuera Judas, nos levantó de la cama el sargento de semana. Se apellidaba Arrieta y nos daban ganas de mandarlo a hacer puñetas. Tuvimos que formar a gran velocidad, vistiéndonos apresuradamente, aún a riesgo de atarnos mal un botón o dejarnos parte de la camisa por fuera del pantalón. Estas pequeñas faltas te podían costar un arresto de quince días o un rapado al doble cero. Sin embargo el segundo de los castigos dejó de ser efectivo durante muchos meses. Absolutamente todos los soldados y marineros íbamos a lucir cabezas esféricas como balones y brillantes como bombillas. Todavía no sabíamos nada de lo que nos iba a ocurrir pero el sargento Arrieta nos lo dejó bien claro.
-Ahora mismo, en perfecta formación, vamos a ir a la Unidad de Higiene. Allí se os revisará por si alguno de vosotros tiene piojos. Al que le pille con una liendre le meto una somanta de hostias que se va acordar de mí para el resto de su puta vida.
-Atravesamos el patio principal del cuartel y nos condujeron a un barracón que había sido habilitado para tal fin. Anteriormente se encontraba en unas condiciones penosas, semiderruido. Una unidad de constructores lo habilitó con gran rapidez. Olía a desinfectante, pero era un aroma agradable; creo recordar que se llamaba Ozonopino. Lo esparcieron con unos pulverizadores metálicos que tenían una barra larga, y se nos antojaban jeringas gigantescas. El alicatado de las paredes había sido restaurado, sustituyéndose las baldosas que faltaban.
-Muchos reclutas se pasaron horas limpiando con productos químicos y ahora los azulejos parecían de nácar. El suelo, formado por pequeñas piezas de mosaico, también brillaba como un espejo.
-Nos esperaban al menos seis sanitarios, con sus batas blancas, impolutas y sus cabezas rasuradas. Por debajo vestían el uniforme de faena. Arrieta dio las órdenes a grito pelado, como aquel que está perdido en el desierto y se esfuerza por ser escuchado:
-Ahora mismo os vais a desnudar, quedaros en pelota picada. Quiero veros el culo, la polla y los huevos. A vosotros si no se os habla así de claro no entendéis. Sois más cortos que la pata de una braga. En pelotas he dicho. Arrrrrrrrrrrrrrrrrr.
- Sabíamos de sobra como se las gastaba el Arrieta y todos nos afanamos en cumplir sus órdenes a la mayor velocidad posible. Las prendas con muchos botones, como la guerrera, eran las que mayores problemas presentaban. La camisa me la quité del cuerpo, apenas me solté un par de botones. Nos costaba mantener el equilibrio a la hora de desprendernos de las pesadas botas.
-En apenas un par de minutos todos los allí presentes nos encontrábamos en cueros. En la mayoría de los rostros quedaba reflejada la vergüenza que sentíamos y el miedo que nos atenazaba. Allí no había lugar para la intimidad, ni para el pudor. Nuestra situación era similar a los de los presos de los campos de concentración recién llegados a los que se les despojaba de todos sus enseres. Arrieta provocaba con su mirada incisiva aún más pánico entre la tropa. Nos preguntábamos ¿qué desagradable sorpresa nos tendría reservada? Los días anteriores habían circulado rumores sobre lo de los piojos, la miseria como se le llamaba familiarmente a este tipo de infecciones, pero todos confiábamos en librarnos de un humillante rapado al doble cero. Si te respetaban el pelo, cuando salías de paseo podías dirigirte a las chicas guapas sin que apartasen la vista y te considerasen un estigmatizado. Arrieta volvió a darnos las órdenes pertinentes:
-Ahora quiero tres filas y vamos a atravesar ese portón. Allí os esperan los sanitarios para controlaros uno a uno.
-Nuestra compañía iba a ser revisada por tres de los sanitarios, debidamente rapados al doble cero. Recuerdo que uno de ellos era muy rubio y de lejos parecía mismamente que le hubieran afeitado la cabeza. Los otros dos, al ser más morenos, daba la sensación de que tenían algo más de cabello, de una largura similar a la barba de un día. El proceso de revisión consistía de las siguientes fases:
1- Cuero cabelludo: lugar idóneo para que se adhieran las liendres. El pelo de la cabeza les permitía anidar a los piojos y favorecía la puesta de huevos. Muchos soldados buscaban todo tipo de artimañas para no llevar el pelo demasiado corto. La zona superior de la cabeza solía estar cubierta de abundante cabello. Lucir tupé era un signo de privilegio y ningún mozo renunciaba a ello voluntariamente. Se confirmaron seis casos de infección por piojos capilares en nuestra compañía.
2- Revisión del vello pectoral, vulgarmente conocido como “felpudo”. No se tuvo constancia de que esta zona estuviera afectada por las liendres corporales.
3-Axilas. Tampoco hubo ningún incidente con esta parte del cuerpo
4- Pubis: la zona pilosa que protege los genitales del sudor era un lugar idóneo para que las liendres se adhiriesen. Se dieron varios casos de soldados infectados. También se encontraron otros insectos como las garrapatas. Por este motivo todos los militares fueron manoseados. Se les separaba el vello para intentar localizar algún punto infeccioso.
5- Región anal. Sólo corrían peligro aquellos jóvenes que tuvieran la zona cubierta de vello. A un soldado de origen valenciano le encontraron liendres en dicha zona.
-Al capitán médico correspondía decidir cuales eran las medidas más oportunas para acabar con la plaga de los piojos de aquella compañía en concreto. Don Arturo Bermúdez decidió una desinfección completa con rapado total del vello, del pubis y la región anal. Para que la medida fuera efectiva las ropas de los soldados debían ser desinfectadas en agua hirviendo. A pesar de las penurias económicas se les iba a proporcionar uniformes nuevos a la tropa. Empresarios textiles catalanes participaron en la denominada Operación Uniforme Digno (OUD). Algunos de ellos tenían causas pendientes con la justicia por motivos políticos, al haber apoyado a partidos republicanos o catalanistas. Una manera de saldar sus cuentas con el Nuevo Estado era precisamente regalar al ejército miles de metros de tela, que a gran velocidad se transformaba en nuevos uniformes en talleres habilitados para tal fin. Especial importancia en esta Operación de Higiene tenía la ropa interior. De nada servía lucir un uniforme nuevo si las mudas estaban sucias. Fabricantes catalanes de calzoncillos y camisetas de la época suministraron los interiores necesarios.
-Recuerdo a Arrieta vociferando, pisando fuerte con sus botas. Los infectados por piojos y liendres tuvieron que salir de la fila para formar a parte. El sargento se ensañó con ellos con una gran crueldad. Tuvieron que escuchar de su boca toda una sarta de insultos denigrantes: guarros, cerdos hijos de puta, marranos, maricones temerosos del agua limpia…
- Los estigmatizados fueron los primeros en ser desinfectados. La operación se llevó a cabo con un rigor extremo. Se les introdujo en una sala de duchas, delante del resto de la tropa. Cuando por las cebolletas comenzó a caer el agua casi hirviendo dejaron escapar algún quejido que otro; un denso vapor impedía que nos viésemos unos a otros. Después, con el cuerpo aún mojado, se les aplicó los polvos desinfectantes en una dosis generosa. Tenían un aspecto fantasmagórico; sus cuerpos, blanquecinos y viscosos, parecían haber sido enharinados como si fueran pescados a punto de ser freídos. Permanecieron en posición de firmes un cuarto de hora. Arrieta se paseaba junto a ellos como si fuera una fiera que estuviera al acecho para cobrarse una pieza. Al transcurrir un tiempo prudencial el desinfectante en polvo fue absorbido por la piel y fue requerida de nuevo la presencia de los sanitarios para proceder al rasurado integral de los piojosos.
-En aquel tiempo en España no había maquinillas eléctricas de cortar el pelo y los sanitarios tuvieron que emplear las de mano. Empezaron a rapar aquellos cuerpos. Gracias a los polvos y al agua caliente el vello estaba más reblandecido y se cortaba con mayor facilidad. Se prestaba especial atención al vello púbico, pero también se les rapó el pecho y las nalgas. Ninguno de ellos conservó su felpudo. Por último se les enjabonó el cuerpo y con la navaja barbera se transformó a aquellos jóvenes varones en niños imberbes. El sargento Arrieta, para humillarlos aún más, les hizo permanecer en posición de firme delante del resto de los compañeros. Luego se les proporcionó la ropa interior nueva. En una sala contigua se habían instalado ocho sillones de barbero. En este lugar se procedió a culminar con el castigo. Con la maquinilla del doble cero fueron despojados de sus cabellos. Los barberos trabajaban a toda prisa, moviendo nerviosamente las maquinillas manuales, las denominadas popularmente como demonios plateados. Pero la cosa no quedo ahí. Un corte de pelo al doble cero no era suficiente vejación para aquellos chicos portadores de infecciones. Se les enjabonó la cabeza y con la navaja barbera se procedió a rasurarles el cráneo. El sargento de semana se recreó la vista contemplando aquel correctivo y añadió:
- A vosotros por guarros os vamos a dejar la cabeza como un espejo. Cuando me mire en ella quiero verme la cara. Hasta que no os brille como una bombilla no voy a descansar. Además disfrutaréis de un mes de arresto en el calabozo. Todas las semanas se os volverá a afeitar el coco para que la mugre no se vuelva a apoderar de vosotros. No sois más que una panda de guarros, de cerdos inmundos…
-Recuerdo, como si fuera hoy mismo, el calor extremo de aquel agua casi hirviendo, el aroma del jabón, lo pegajoso de los polvos blancos y sobre todo la sensación tan extraña que se sentía cuando te rapaban el vello corporal. Lo que más me fastidió fue que me cortaran el pelo al dos ceros. Yo era un soldado ejemplar, que hasta aquella fecha sólo había sufrido un brutal pelado: el de la incorporación a filas. Cuando noté la maquinilla recorriendo mi frente sentí en mi cuerpo un escalofrío. Fui despojado de mi tupé ondulado, que tanta personalidad me confería. Me toqué la cabeza y me dio la sensación de estar acariciando papel de lija.
-El vello fue saliendo de nuevo poco a poco. Al principio picaba y producía cierta desazón. Pero lo peor de todo fue que estuvimos más de dos meses con las cabezas rapadas al doble cero, hasta que se consideró extinguida la infección. ¡Y todavía los jóvenes de hoy se quejan de la mili! Los mandaba yo con el sargento Arrieta para que aprendieran lo que es bueno….