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De la mano de mi suegro by JorgeRey


Año 81. Recién me había casado y me fui a vivir del otro lado del mundo. De Avellaneda a Ciudadela, todo un tour. Mi suegro, que ya no está, tenía una casita que no ocupaba y allí fuimos a vivir hasta que encontraramos algo más cerca del centro, porque los dos trabajabamos en la Capital. 25 años viviendo en la zona sur , y de pronto..todo nuevo y a empezar. En ese momento no tenía auto así que era toda una odisea, pero como dicen las viejas...lejos pero enamorados, jaja.
Estábamos a dos cuadras de la casa de mis suegros, así que los fines de semana nos juntábamos siempre, a veces venían mis viejos también. Recuerdo un sábado al mediodía que estábamos almorzando y se me ocurrió comentar que ya era tiempo de mi corte de pelo. Nunca lo usé demasiado largo, pero estaba crecido. Jorge, mi peluquero de la Av. Mitre, siempre me lo cortaba corto pero con tijera y lo mantenía prolijo.
Bueno, cuando hice ese comentario en la mesa mi suegro me dice que si quería , él me presentaba a su peluquero. Primero no supe que decirle pero luego, como se había ofrecido amablemente y mi señora quedó en acompañarme, le dije que sí. Después de la sobremesa mi suegro me preguntó si ya podíamos ir. Acepté y mi señora atrás. En eso mi suegro le dice vos quedate que es cosa de hombres. Allá fuimos los dos caminando bajo un sol que hervía el asfalto. Caminamos tres cuadras y llegamos a la puerta. Ahí fue cuando quise salir corriendo. Era una peluquería vieja pero bien cuidada. En el ventanal, cubierto por una cortina blanca se leía: PELUQUERIA CARMELO- Caballeros y niños. No se podía ver el interior, solo se dibujaban algunas sombras. Medio que me quedé duro, y mi suegro me dice, dale entramos? Él abrió la puerta y nos recibió el típico aroma de las peluquerías tradicionales, una mezcla de agua de colonia y desinfectante. Saludamos y mi suegro le dice al peluquero ,que estaba atendiendo a otro cliente, : Carmelo, acá te traigo a mi yerno, el marido de Paulita, así que atendémelo bien , eh? Todos los presentes se rieron. Yo me moría de verguenza. Parecía como que mi viejo me llevara de chico a cortarme el pelo. Me acomodé en una silla de espera al lado de mi suegro, que de inmediato empezó a charlar con el peluquero. Recuerdo que yo miraba todo a mi alrededor. Hacía años no entraba a una peluquería antigua. El piso ajedrezado, el viejo sillón de peluquero, una mesita con revistas y el mueble de fórmica con un gran espejo que en ese momento reflejaba al cliente y al peluquero trabajando sobre su cabeza con una máquinita del año de Ñaupa. Parecía que el corte estaba próximo a terminar. En 10 minutos se desocupó el sillón. El cliente pagó y el peluquero , sacudiendo la tela blanca me invitó a subir. Hacia él fui casi arrastrando los pies. Ya no tenía salida. Me senté y al instante estaba envuelto en la sábana. Me la ajustó por detrás y mientras iba hacia el mueble me preguntó como lo iba a cortar. Yo le dije que lo quería corto pero con tijera, cosa que el peluquero aprobó, pero mi suegro desde la silla que ocupaba me dijo:- cortátelo más cortito que hace mucho calor y a Paula le va a gustar más. Lo miré a través del espejo y no supe que decir. Se hizo un silencio y el peluquero volvió a preguntarme que hacíamos. No sé por qué le dije que estaba bien , que me lo cortara más cortito. En ese momento dió vuelta el sillón y dijo ¨ así pueden conversar¨. Me invadió el terror de no poder ver los movimientos del peluquero. Mi suegro me miraba y sonreía. Sentí como una mano me bajaba la cabeza y la máquina apoyada en la base de la nuca. Cuando intenté reaccionar la maquinita cobró vida y empezó a subir por mi nuca lentamente. Ya no había vuelta atrás. Me agarré fuerte de los apoyabrazos mientras notaba la presión del acero contra mi cuero cabelludo. Pasó la máquina por toda la nuca y luego , doblando mis orejas, me peló detrás de ellas. Sólo atiné a preguntar si no estaba quedando muy corto. Nadie contestó. El peluquero seguía pelándome la parte trasera hasta que por fin dejó la maquinita sobre el mueble y con una tijera me empezó a cortar el pelo de arriba. La tela blanca estaba ya cubierta de pelos. Me cepilló la cabeza y la desabrochó para librarla de todo el pelo cortado. La volvió a anudar y con otra maquinita me perfiló el corte. Me peló los laterales hasta más arriba de las orejas y dejó de cortar . Mi suegro, sonriendo, me decía que había quedado bárbaro. Yo me sentía como indefenso. Giró el sillón de frente al espejo y ahí pude ver la obra maestra del terror. Estaba pelado al máximo. Veía mi cara desencajada en el espejo mientras el peluquero afilaba una navaja en un cuero y me emprolijó todos los bordes. Me llenó la nuca de talco con una polvera y me cepilló como si mi cabeza fuera un trofeo de guerra. Cuando me puso el espejito en la nuca casi me desmayo. Creo que nunca tuve la cabeza tan rapada. Me sacó la tela , bajé del sillón acariciándome la nuca que estaba al ras. Pagué....sí, encima pagué y salimos de la peluquería. En el viaje, comentando con mi suegro , le dije que nunca hubiera pedido un corte así. Cuan llegamos a la casa mi mujer casi se muere. Me preguntó que había pasado y yo con toda la bronca le dije que le preguntara a su viejo. Con los días me fui acostumbrando. De todos modos seguí yendo a lo de Carmelo pero sólo, y me siguió cortando pero con tijera. Cada tanto, sobre todo en el verano, volvía a un corte extremo hasta que el pobre Carmelo murió y tuve que buscar otro peluquero.



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