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El Cuento del Tio by Java
esta historia no es mia, la encontre en wayback machine
El Cuento del Tio
By Gaucho
Hoy volví a mirar la película "Mississipi en llamas", no recuerdo cual es el nombre original. Seguro que la viste. Dejando de lado el costado racista de los personajes y su machismo exacerbado; en realidad me moriría de gusto por ser uno de los amigos que se reúnen en torno a la peluquería. Sí, yo idealizo ese espacio de reunión masculina que fue la peluquería.
Mi abuelo es un hombre que se crió en el campo, en un pueblo de la Prov. de Bs.As, y todavía hoy cuenta que la peluquería era el lugar de reunión de los hombres del pueblo durante el día sábado . La mayoría se hacía afeitar o cortar el pelo. Leían revistas, tomaban. Charlaban de sus historias, de mujeres y todos alrededor del sillón de peluquero. Por cierto, cortarse el pelo muy corto, era lo se esperaba de cualquier hombre. Yo hablo de las costumbres de un pueblo, un poco perdido en la tierra y hace tanto tiempo que podríamos decir que también está escondido en el tiempo. Yo sé qué nombre tiene este pueblo, pero pongámosle alguno cualquiera, con características pampeanas y camperas.
Hay una vieja historia de mi familia que es maravillosa y que puede describir la atmósfera que se vivía en este lugar hasta no hace mucho tiempo. Te la cuento a grandes rasgos para no volverme pesado con los detalles.
Mi tío "Cacho", que tiene hoy casi 90 años tiene tres hijos. Es en realidad un tío abuelo, pero en el campo los lazos de familia (aún hoy) funcionan de otra manera. Una vez, mirando la caja de fotografías de la tía Lena (su mujer) observé con detenimiento una imagen muy vieja, de una especie de niña marinerito, de ojos oscuros y largos bucles pero idéntica a Héctor, el hijo mediano de mi tío Cacho. Era una especie de niña de cuatro o cinco años tan idéntica a mi primo segundo, que me llenó de estupor. Al preguntar sobre eso se rieron todos, se pasaron la fotografía entre ellos y hasta el mismísimo Héctor se río de sí mismo al verse. Efectivamente era él, de niño. Así me contaron una vieja costumbre que no sé bien, si atribuir a ellos como matrimonio o al mismo pueblo. A los niños no se les cortaba el pelo hasta cierta edad (5 o 6 años); pero a partir de este término, y a pesar de los sentidos ruegos de las madres (o sólo de mi tía que lo había repetido en tres oportunidades) los chicos eran llevados por los padres , y por primera vez, al sillón del peluquero del pueblo. Allá les daban una rapada padre. Los chicos volvían con cortes cortísimos y durante días lo lamentaban o guardaban restos de guedejas que les habían dejado conservar. No se tenía clemencia en esa circunstancia.
Después de eso, los chicos empezaban el viaje regular a la peluquería y al mundo de los hombres. Se ocupaban menos de las tareas domésticas y más, de lo referido al campo. De manera tal que el viaje a la peluquería aniquilaba la consideración asexuada de los chicos y su casi exclusivo trato con la madre, para quedar integrados rápidamente al mundo de los hombres.
Bueno, nada de esto se conserva en el campo hoy, pero lo que me contaron de ese pueblo me llena de excitación y deseo. En torno a la peluquería y el bar, giraba el mundo de los hombres, y cada vez que había un acontecimiento importante: casamiento, primer encuentro con una chica, nacimiento de un pariente o su deceso, primero se pasaba por las tijeras o máquina del peluquero.
Me da mucha añoranza ese mundo del que me habla mi abuelo, o el tío Cacho, cuando voy a verlo y (que al parecer) hasta ayer, estaba ahí nomás.
Este es el pequeño y sólido mundo de la crianza del tío Cacho, algo simple y que sólo parecía astillarse un poco cuando algo lo obligaba a vérselas con los avances del mundo moderno.
2
Así fue por ejemplo. Corrían los años setenta, pueden verme bajar del colectivo que me guió de mi gran ciudad a ese pequeño pueblo: Tamangueyú que no tiene estación terminal de ómnibus. El transporte colectivo se detiene en la estafeta postal y desde adentro te miran con cara de novedad todos los rostros que salieron a ver qué había de nuevo en el pueblo. Son pocos habitantes, todos se conocen. Así vieron bajar a este joven de diecisiete años con pantalones Oxford (en la Argentina los llamábamos "pata de elefante") remera de plush (naranja y marrón) y una vistosa melena ´70. Todo ese conjunto hacía un espectáculo imperdible para la siesta del pueblo. Tanto fue así que inmediatamente salieron dos parroquianos a preguntar de quién era pariente. Al bajarse del colectivo mi abuelo, antiguo habitante del pueblo, todos lo saludaron como si hiciera apenas unas horas que no lo veían.
A la hora enfilamos para el campo del tío Cacho. Había que caminar cerca de una hora. Tomar la avenida, que luego se hacía un camino vecinal de tierra entre sembrados de girasol y hermosos campos verdes. ¡Toda una gloria!. Eran mis vacaciones de verano y parecía empezar muy bien. Mi abuelo me acompañaría el primer día y luego volvería a Mar del Plata ( que en todo sentido, era una gran ciudad moderna). Transcurridos los tres meses de vacaciones, yo retornaría a mi casa y a los estudios.
Cacho nos divisó a lo lejos y con una jauría ladrando alrededor salió a encontrarnos por una galería de eucaliptus añosos y verdes. Cacho siempre es muy afectuoso, generoso y taimado. Parece reconcentrar en su mirada las características de la picardía del campo y siempre habla con dobles sentidos alusivos llenos de gracia. El sujeto es tan generoso que a sólo llegar, le pide a los muchachos (mis primos segundos) que maten animales para comer. Siempre está dispuesto a todo.
Desde el principio le pareció extraña la indumentaria y el aspecto mío. Y no dejó de hablar de un austronauta del espacio que lo había visitado hace unos días. Esto, sin más era una broma por los colchones de pelo que me cubrían la frente y las orejas como si fueran un casco. De los pantalones, aseguraba que había que tirarlos porque se habían ensanchado abajo. Seguro que te los cortaron mal o la que te los cortó estaba borracha. Todo esto lo afirmaba con un tono que sugería que era muy ignorante e inocente de las modas de la ciudad.
A ser ladino, creo que me enseño él.
A la tarde siguiente empecé a ayudarlos (muy suavemente) en alguna tarea del campo y mi abuelo emprendió su retorno. El calor era muy fuerte y comencé a usar una bombachas de campo viejas que eran de Héctor. Por su parte, su hermano Carlos, me regaló una camisas para usar en los trabajos. Cacho feliz. Pero le preocupaba el pelo largo. Le preocupaba porque representaba un elemento que golpeaba en su mundo y varias veces me propuso que cuando fuera al pueblo me acompañaría (si así yo lo quería) a cortarme el pelo a lo del "Ruso". Siempre me negué. El campo me encantaba, pero los fines de semana íbamos a un pueblo cercano a hacernos ver por las chicas y yo (así lo creía) era el galán mayor entre todos los chicos de pelo corto y ropa tradicional. La verdad es que mi relación con las mujeres hasta el momento se sustentaba en noviazgos más o menos breves pero todavía era virgen; cosa que lamentaba y que charlaba con mis primos (quienes me llevan unos de diez años)y me cargaban cariñosamente llamándome "Manuela". Sin embargo, con mi estilo, en esos bailes de pueblo, yo me sentía el tipo más ganador de todos y sabía que todas las chicas bailarían conmigo y querrían un poco más. De mi melena, ni hablar. Era una garantía de lo moderno y de mi superioridad. Esta situación la manteníamos en complicidad y Carlos ( con su sabiduría) y para remover mi congoja, había desarrollado una muletilla cargándome . "vamos al campo y nos hacemos una paja"; el sentido de esta frase era, no nos hagamos problema es decir, si tanto te preocupan las mujeres y no las conseguís, igual uno vive y se arregla. Esta era la actitud que Carlos sostenía con la vida. Pero había más.
Cacho, no decía nada y hasta se acostumbró a mi negativa respecto de lo del pelo. Por otra parte, la tia Lena, dos por tres lo regañaba
-dejá de molestar al chico, ¿querés?.
-Yo no lo molesto, él es grande y sabe lo que hace. Yo sólo lo quise convencer. Nadie lo está obligando.
Por contraste a las fiestas de los fines de semana, todos los demás días, las diversiones del campo son distintas. Por las noches y bajo una lámpara de inyección a kerossene, que iluminaba como la mejor electricidad, (me refiero a lo que se hacía antes de que llegara la televisión) se contaban historias viejas o chismes nuevos o se intentaban los juegos de azar, especialmente : el truco.
Este es un juego maravilloso que también es típico de un temperamento argentino. La habilidad del juego no consiste en tener buenas barajas sino en hacer creer a los demás que se tienen. Este juego es un arte de la estafa y nuevamente, de la picardía. Cómodamente, jugábamos de a cuatro o de a dos, con unos naipes de esquinas rotas y grasientas. Mi tío me ganaba una y otra vez. Yo me daba cuenta que mentía, pero cuando le retrucaba, las barajas valiosas le aparecían maravillosamente; por el contrario cuando yo poseía alguna combinación muy valiosa, algún comentario fanfarrón de él me hacía creer que él las tenía mejores. Al final todo resultaba un engaño y el pícaro vencía.
Este es un juego, que como el "tute cabrero", enoja a los contrincantes que se dan con pasión al desquite. Uno se mete en el juego y la adrenalina salta y sólo quiere vencer al que tenga enfrente. La característica del juego resulta más excitante por cuanto va acompañada de todo tipo de burlas, sornas y gastadas sobre el perdedor ; lo que hace que cuando uno juega el segundo juego, ya está caliente como un horno.
Las burlas del tío al pueblerino, que muy pocas veces le ganaba al truco, iban parejas a las que Mario le hacía a Héctor. Una noche de barajas termina cuando no se da más de cansancio físico; pero aunque el cuerpo no responda, es tanta la mala sangre o el disfrute que uno hace, que le resulta difícil dormirse rápidamente.
Cuando ya el horno estaba caliente y "no estaba para bollos", Héctor le hace una jugada magistral a Mario. Le canta la falta envido. Es una jugada de ahogado en la que no importa por cuanto se vaya ganando; si uno acepta este jugada, el partido se decide de este resultado, anulando prácticamente lo anterior. Mario, enojado le gritó a su hermano -"vos no tenés nada ", yo te voy a dar el sí, pero te apuesto $500.
- Bueno.
- Entonces quiero. -concluyó Mario
Se bajaron las cartas. Héctor mentía y Mario estaba exultante y con quinientos pesos.
Lo mismo nos ocurrió a mí y mi tío
_ Falta envido – vociferó en el aire.
-No tenés nada- le dije como al pasar- y luego buscó apurarme con gritos más fuertes que me asustaron - Falta envido, carajo.
- Vos no tenés nada- le dije - te apuesto lo que quieras.
- Bueno, apostá.
- Bueno, la apuesta está hecha. ¡Quiero!, -le grité desafiante.
FINAL 1
Y tenía la falta envido. Así ganó. Se rió de mí y me dijo, para aprender, mañana te voy a cortar el pelo. Es una buena prenda, para que no seas desconfiado..
- ¡Eh!, dijo Mario, por favor, ¿cómo va a hacer eso?.
-Una apuesta es una apuesta –lo interrumpió Héctor – y tiene dada su palabra.
-Mañana nos cortamos el pelo todos y listo- dijo Carlos que bebía un café, echado en una silla de paja y veía la roña del juego , adormilado y sin atribuir importancia al hecho
.-"Mañana vamos al campo y nos hacemos una paja." Sentenció, provocando la risa de todos, pero sólo me inquietó más.
Antes de irnos a dormir, todos convinieron en cortarse al pelo al día siguiente, sin hacer aspavientos. El Mario me comentó al pasar - No te preocupés, que te va a gustar. Los primeros día te puede molestar, paro después crece.
3
El día siguiente pasaba.
Sol. Galería de la casa de campo. Todos los hombres bajo el alero, al lado de la pieza de Cacho. Unas sillas, unos mates y sobre una silla de mimbre, unas tijeras, una toalla y unos trapos de cocina que había traído y acomodado el tío para empezar esta reunión masculina. El olor de las plantas después de la siesta. Prepararon el mate.
Primeramente, mi primo Mario le recortó el pelo a Héctor. Como tiene una cabeza de cabello crespo supuse que sería muy fácil cortarle el pelo porque, hiciera lo que se hiciera, finalmente, con una o dos semanas, todo se arregla. El rulo tapa todo. Después, Cacho le cortó el pelo a Mario.
Finalmente estaba yo en la lista. Cacho empezó como si supiera. La verdad es que sabía. Quiero suponer que probablemente lo confundieras las dimensiones desacostumbradas del largo. Digamos , una cabeza con pelo corto debe ser muy fácil de mantener porque el pelo contiene la forma de un corte; pero muy difícil debe resultar practicarle un corte a alguien cuyo pelo es tan crecido que no tiene formas de patillas o de arco sobre las orejas, etc.
Una cosa debe ser, hacer un recorte de pelo y otra muy distinta, un corte. Lo cierto es que al cabo de unos diez minutos se dio cuenta que se le había deformado el corte, y que eso no tenía formas ni maneras y prácticamente ... no había arreglo.
Mario señaló con risas - Le vas a tener que hacer el corte "Chichilo".
Yo con miedo me preocupaba por saber lo que era el corte "Chichilo". Carlos previendo la escena, solidario y práctico dijo- si, y a mí también me lo hacés.
Según me dijeron después, "Chichilo" era una oveja que habían criado el año anterior.
-Te voy a tener que tusar, no va a haber más remedio.
Carlos mirándome la cara de terror me dijo - no te preocupés que después me lo hace a mí.
Fue al galpón y vino con una tijeras de tusar ovejas para comenzar a transquilarme, ahora sí con mucho arte y oficio.
Las tijeras, básicamente eran dos cuchillones afilados hasta mostrar el filo brillante y rallado del acero unidos por un tiento de cuero que marcaba la máxima separación de las cuchillas. Por lo demás estaba renegrida por el uso. La traía en la mano y la hizo abrir y cerrar con mucha velocidad, haciendo un crujido agudo que me llegó hasta el alma. Parecía una centella en manos de este Fígaro de animales.
Me pidió que me quedara muy quieto, porque los tijerones estaban muy filosos y podían cortarme la cabeza. Me puso frente a él como si fuera una oveja y después me agachó la cabeza lista para el sacrificio.
"- Ponele maneador- Le dijo en broma Mario y todos nos reímos de la idea del maneador de vacas que podría evitar que hiciera algún movimiento.
Cacho me rodeó la cabeza muy fuertemente con el brazo y el antebrazo, eligiendo una zona central para empezar a cortar. Evidentemente estaba repitiendo alguna técnica que utilizaría para las ovejas, porque con leves movimientos de codo y antebrazo, me iba cogiendo muy fuerte y a la vez me obligaba a girar la cabeza dejando otra nueva zona al descubierto para el avance de las cuchillas. La cabeza estaba aprisionada y así era casi imposible que la tijera me cortara o hiriera el cuero cabelludo.
– Igual que un ternerito, me repitió varias veces, pero con los huevos grandes. -y se reía.
Comencé a ver los primeros trallazos de pelo que caían abultados a mis pies, claro, tenía la cabeza gacha.
-Una emoción fuerte. ¿No?. Vas a tener que tomarte un trago de ginebra después.
Sólo el sonido de las tijeras rasgando el aire y el ruido a tela rota del pelo pellizcado por las cuchillas.
- Cuando te vea Mamálena, ¡te mata Cacho!.
- Vos callate, que el chico está bien, y esto le crece. "¿Nocierto? Mhijo" Así buscaba con sorna mi complicidad. Mario le decía a Cacho que seguro que toda esta operación, la había premeditado.
– Te la matás callando, vos Cacho. Pero siempre te salís con la tuya..
Yo me quería morir. Dónde habían quedado mis montañas de pelo; ahora lo veía volar en la brisa del viento y bajo el sol .
En un momento, me dejó la cabeza libre. Por un segundo la enderecé, pero volvió a ponérmela en posición sumisa de carnero y comenzó a levantarla a medida que iba dejando las zonas casi blancas. El pelo cortado me entraba por la camisa y me picaba en la espalda.
-Bueno, ya está bien parejo. – Concluyó – Que pase el siguiente, (señalando a Carlos, que tranquilo se sentó en espera de una transquilada ejemplar).
Cuando me sacó del cuello los trapos de cocina y la toalla, todos se rieron y yo salí corriendo a verme en un espejo que cuelga de la pared de la pieza, en la casa de campo.
Me había pelado, todo parejo. Me habían dejado transquilado como a una oveja y podía verme todo la forma de la cabeza blanca emergiendo ridícula y desproporcionada entre las alas del cuello de una camisa. El ridículo era mayor, por cuanto yo estaba muy tostado y la cabeza estaba blanca, gris y pálida. Me tocaba la piel y la cabeza y las sensaciones no me obedecían. Parecía que estuviera tocando la cabeza de otra persona. Esas zonas nunca me habían dado sensaciones y ahora... Esto le debería estar pasando a otro. Me había recontra pelado.
Me quise meter en un agujero y no salir nunca más, y en la galería seguían las risas. Comencé a putear a viva voz a Cacho y me puse uno de los gorros con visera que usábamos para trabajar en el campo.
Salí a la galería y lo insulté con enojo y rabia casi hasta empezar a lagrimear de bronca. Me había pelado y todavía se reía.
Cacho no se inmutaba, pero con algunas palabras me empezaba a tranquilizar.
De pronto ví que lo mismo que me había hecho a mí, se lo estaba haciendo a Carlos, y éste despreocupado, dejaba hacer, mientras me hacía una sonrisa. Eso me asombró y de alguna manera extraña aminoró la tragedia de lo que me había hecho. Cacho, nuevamente, trató de tranquilizarme diciendo que no tenía importancia, que el pelo crecía. Y Carlos desde abajo de los brazos de su padre decía casi sin respiración
- Tranquilo, que no pasa nada.
En ese momento y riéndose, Héctor acotaba que él también se iba a cortar el pelo así, para conformarme.
Yo me empecé a reír, y ahora puteaba a Cacho pero con cierta alegría. Cosa que es muy común en Argentina
-¡Sos un hijo de puta!, ¿cómo me hiciste esto?.
-El pelo no es nada, crece, se cae, no te da más, ni menos pinta. Lo importante sos vos, me dijo.- Vos que sos un hombre.
Carlos había quedado pelado y tan como si nada se colocó la gorra en la cabeza, me apartó caminando y me dijo-" vamos al campo a hacernos una paja.".
Final 2
Y él, tenía la falta envido. Así ganó. Se rió de mí y me dijo, para aprender, mañana te vas a rapar en la peluquería del Ruso.
-¡Eh!, dijo Mario, por favor, como va a hacer eso.
-Una apuesta es una apuesta-dijo Héctor – y tiene dada su palabra.
Yo estaba tan enojado y ahora humillado también. No solamente me había ganado todo el tiempo sino que ahora me hacía cortar el pelo. ¡Mi Dios!.
-Bueno, bueno, mañana te despierto y te hago sacar esos auriculares que te cuelgan de las orejas. Todos comprenderán lo grande que eran los auriculares en los ´70. Esta comparación siempre me extraño, y nunca pude entender como un paisano, para burlarse de mí, hacía gala de conocimiento de algo que en esa época era tecnología de punta. Más enojo tuve.
La noche la dormí mal o no la dormí. Toda la noche pensé en lo ridículo que me vería con casi todo el pelo cortado. Más ridículo me vería en las fiestas del pueblo, con los pantalones Oxford, mi camiseta de plush y esas orejas que tengo, ocupándome como pantallas, toda la cara. El ridículo y la vejación. No, no podía dormir. Creo que hasta me dio fiebre y toda la noche tuve conciencia de las sábanas, mientras daba vueltas y vueltas y el tiempo pasaba rápido.
Me despertó el tío Cacho, me levantó para desayunar y para recordarme que ya iba a sacar el coche para ir al pueblo. Me bebí, casi tragué, un tazón de café con leche lleno de malhumor y miedo. Después hice alguna tarea del campo, no me acuerdo cuál. Quizás no me acuerde porque tenía la cabeza puesta en otro lado.
A las nueve de un día de solazo increíble, se metió en el cobertizo, arrancó su auto, me subí y enfiló para el pueblo.
La peluquería del ruso es semejante a la de cualquier pueblo. Una gran ventana a través de la que se veían dos sillones de cuero y metal con una palanca de costado para dejar en el aire y sin poder moverse a la víctima. Banquetas de cuerina verde, un perchero, un gran espejo muy grande y antiguo y por supuesto un mueble lleno de maquinitas manuales para cortar el pelo, navajas, peines, cremas y jabones. Allí, en el cajón del centro se ocultaba la maldita.. y sobresalía del cajón colgando por una cable blanco que se enchufaba en alguna parte. Podía adivinar que estaba oculta allí, Olía el peligro a través del solo cable. Fue lo primero que identifiqué (mis ojos la adivinaron) a pesar de estar guardada en la gaveta. Era tanta mi tensión que ya quería estar rapado. Aquí, un perchero y un profundo olor a cigarrillo negro y a colonia barata y muy fuerte. Sentado en la silla de barbero, estaba el ruso leyendo notablemente el periódico. Cuando abrimos la puerta, se incorporó y sonrió.
- Cachito, trajiste a tu sobrino. Por lo que me habían comentado, yo lo estaba esperando. Muy bien.
-Todo tuyo. -dijo Cacho - No sé, dijo que ahora le habían agarrado unas ganas locas de que lo pelaran. Vos sabés que yo quise calmarlo. Pero no, parece que el campo le dio ganas de ponerse lindo.
Yo hervía de bronca, pero me reía como si no me importaran las bromas.
- Subí, que no te vamos a dejar ni un pelo en la cabeza, ...ni un pelo de zonzo en la cabeza, digo.
Una vez arriba, con la capa blanca, subió el sillón hidráulico y ya despegado del suelo, estuve incapacitado para moverme sólo. El ruso, a su merced, me giraba para un lado u otro y yo, solamente podía dejar hacer. El peluquero tenía más empeño y oficio que arte y estilo.
Con tijera me cortó casi todo el pelo y después sacando del cajón la máquinita. La vi encenderse con su ruido increíble y moverse en el aire mientras el peluquero tomaba la posición justa de muñeca. En un segundo me rapó la patilla y continuó en una línea hasta la coronilla. Con un dedo me separó la oreja del cráneo y en nada me la pasó dejando una felpa gris pelada. Todo el cabello era levantado en los dientes mecánicos y tirado al azar en el piso o en la capa. Me pasó rápidamente la máquina por los costados y atrás hasta dejarme casi en blanco. Adelante dejó uno o dos dedos de pelo, para que me inventara un jopo de flequillo. Que bien visto era tan miserablemente corto y parado que hubiera sido mejor que lo rapara de una buena vez. Me había masacrado, aniquilado. En diez o quince minutos, me había hecho el corte que llevaban todos los chicos del pueblo y estaba, ni más ni menos que igualado a todos ellos. Yo veía que la cara me había quedado ridículamente vieja, parecía salido de una revista deportiva de principio de siglo. Sólo faltaba que me pusiera brillantina en el pelo y me habría transformado en un anuncio de dentífrico para adolescentes de los años cuarenta.
La capa llena de pelo rojizo, y el piso, contrastaban con esa cara que me miraba desde el espejo, rapada y masculina contra voluntad, por el efecto de una mala apuesta. Esa cara de tortuga asomando de una caparazón blanca, con una par de orejas de Topo GiGio que debía aguantar, con un cuello que nunca me había enterado que existía. Si fuera una tortuga , la cosa no estaría tan mal; me escondería en el caparazón y no saldría hasta quien sabe cuando, pero acá había que salir de la peluquería y enfrentar un mundo que me miraría bajo el ridículo.
Con una maquinita manual, me cortó toda la pelusa de la nuca, con lo que luego, mi nuca tomó un aspecto ridículamente prolijo y recuadrado. Cuando me lo mostró en el espejo, pensé que eso era algo insoportable....y yo lo tendría que llevar.
Después de haberme mostrado mi corte de disgusto, me limpió con un cepillo, la pelusa del cuello y sacó la capa. Cuando esa cabeza se unió a mi cuerpo ( que ahora aparecía descubierto, fue el acabose; porque mientras esa cabeza estuvo quieta y suspendida en ese cielo de tela blanca, yo no tenía real conciencia que era plenamente mía y que la llevaría por la vida. Pero ahora, esa cabeza ajena, unida a mi cuerpo real (el mismo con los músculos afirmados por el trabajo físico, con las manos nudosas y el pecho ancho) era una broma horrible de la que quería escapar. Para terminar, me pasó un algodón con esa colonia fuertísima por el cuello. "Señor aparta de mí ese caliz". Pero ya todo estaba consumado.
Bajé del sillón, el tío pagó y salimos para el bar, me invitó a tomar algo. De parados acodados en la barra pidió dos bebidas Gancia con limón. Me miré de reojo en un espejo del boliche. No quería verme. ¡Mierda que me habían pelado! Tenía la cabeza rapada y prolija. Horror. Y además, no era mi imaginación, todos me miraban con asombro y alguno se reía sin maldad, pero sí, con malicia. Aguanté hasta donde pude. El tío me dijo:
-Che, el Héctor me dijo que todavía no debutaste. Eso me llenó de vergüenza sobre la vergüenza
-Ché, no te preocupés, que si querés, ahora te llevo a debutar.
Inevitablemente me olvidé del corte de pelo y la sangre nuevamente me hirvió de placer y de miedo.
Este Cacho es un tipo fantástico pensé. Es un pozo de sorpresas
Después de pagar, salimos del boliche.
Final 3
Y él, no tenía la falta envido. Así gané. Nos reímos mucho, después de todo había sido una velada muy productiva.
El viernes siguiente mis primos me llevaron a la tienda del pueblo para comprarme un par de pantalones y una camisa "decentes". El sábado iríamos a una fiesta donde se celebran los 15 años de la hija del compadre de mi tío Cacho. Seguramente tirarían la casa por la ventana. Todos con sus mejores atuendos aunque un poco más apretados a la cintura por el paso de los años y con ese pálido color amarillento que va tomando la ropa que se usa solamente un par de veces al año.
La fiesta no sonaba muy prometedora, me imaginaba que íbamos a estar rodeados de puros chavales y niñitas quinceañeras pero esa misma noche cambié de idea. Conocí a Rocío, una guapa muchacha de 19 años. Aunque era un poco mayor, se fijó en mi inmediatamente. Salimos con mis primos y varios amigos a la fuente de soda, que no pasaba de ser una oscura tiendita donde vendían vino y cerveza a los muchachos del pueblo y ponían una música estridente que a duras penas dejaba conversar.
Éramos más de 10 personas esa noche. Rocío estuvo lanzándome esas miraditas coquetonas toda la noche y ya entrada la madrugada hasta me empezó a acariciar los ondulados mechones que cubrían mi nuca. Yo estaba radiante, un poco borracho a decir verdad, pero me sentía el rey de la noche.
Aunque ni siquiera nos tomamos de la mano esa noche, yo estaba seguro que el día de la fiesta, a la que por supuesto estaban invitadas Rocío y sus amigas, tendría oportunidad de desquitarme.
La resaca con que me levanté de la cama fue bastante desagradable, pero nada comparado con el humor de Carlos. En lugar de saludarme cariñosamente como hacía todos los días, me lanzó una mirada fulminante. Que raro estaba eso, pensé. Durante el almuerzo, recibí varios comentarios sarcásticos sobre mi indumentaria aire de chico de ciudad por parte de mi primo. Algo raro estaba pasando.
Durante la sobremesa, Mario me llevó a un lado para hablar.
- Ahora si la embarraste a fondo, me dijo.
- Y yo que hice? Le pregunté.
- Carlos lleva más de dos años tratando de conquistar a Rocío y en una noche le dañas el caminado
- Ah, de razón que anda como un toro.
- Esta mañana llamó Maritza, la mejor amiga de Rocío, a contarle a Carlos lo emocionada que estaba su amiguita con el primo citadino. Dice que eres un muchacho moderno y no un pueblerino como todos nosotros. Lo que más le gustó fue "ese lindo pelo largo" que tenés.
- Vaya, si yo hubiera sabido, ni la miro. Pero bueno, no hay que armarse tanto lío, simplemente la ignoro y ya.
- No te creas. Cuando a esa muchacha se le mete algo en la cabeza...
- Pero y entonces, que hago?
- No se, el caso es que si quieres arreglar las cosas con Carlos, buscáte una forma de que esa nena no te mire más.
Que lío en que me metí sin darme cuenta. La fiesta era esa noche y Carlos no quiso ni hablarme el resto de la tarde.
Como a las 6:00 Mario entró en mi cuarto como una tromba.
- Tengo la solución. Lo que tenemos que hacer es lograr que ya no le gustés a Rocío, correcto?
- Si, contesté.
- Pues bueno, si lo que la derritió fueron tus "lindos cabellos"...
- Estás LOCO!!. Si logré resistir la presión de los tíos y el resto de la familia durante todo este tiempo, no voy ahora a cortarme el pelo por una chavala que me metió en problemas!!
- No es por ella que lo hacés. Es por Carlos y creo que su amistad vale más que un par de mechones de pelo que ni te lucen bien.
- No Mario. No me voy a cortar el pelo. Llevo meses dejándomelo crecer.
- Tu verás, es tu decisión.
Y se fue. Mi corazón empezó a retumbar. Me miré en el espejo y me pase la mano por la cabeza. Realmente me gustaba lo que veía. Un poco enmarañado, es verdad, pero me lucía bastante bien. Por algo se había enloquecido la muchacha.
Pero y Carlos...No tenía la menor intención de robarle a su chica. Y la verdad es que no había competencia, yo soy alto, delgado y guapo, mientras que él está un poco rechoncho. Pero mi pelo...
Claro que una pequeña despuntadita podría ser. Finalmente no se notaría mucho y si con eso me deshago de la muchacha y me reconcilio con Carlos...
Mario!!, grité.
- Que pasa?. Creo que tenés razón. Un pequeño corte de pelo no le hace mal a nadie.
- Perfecto, caminá y te llevo a donde el Ruso.
- Eso sí que no. Que no hay una peluquería decente en este pueblo?
- Esa es una peluquería decente. Allá nos cortamos el pelo desde chicos. O será que es muy poco para vos?
Cuando vi que Mario también se estaba enojando, decidí aceptar si poner más problemas. Salimos en la camioneta, ya entrando la noche rumbo al pueblo. Nadie se dio cuenta que salimos.
- Bueno, entonces por fin vas a verte como un hombre
- Siempre me veo como un hombre. Además no te ilusionés demasiado que solo me voy a mandar cortar un poquitín.
No volvimos a musitar palabra hasta que entramos al pueblo. Mario estacionó el coche en una esquina y con cara muy seria me dijo
- Mirá, ya que vas a hacer esto, hacelo bien. Lo que le gusta a la muchacha es tu corte de ciudad. Si te haces un corte más local, logramos el propósito.
- Mario, no quiero que me tusen
- No te van a tusar, simplemente te recortan el pelo como un hombre
- Y dale con lo de hombre
- Bueno, que decís, me dejás encargarme de la situación?
- Si me prometés no hacer barbaridades.
- Tranquilo que yo se lo que hago.
Con un nudo en el estomago, finalmente llegamos. Que estoy haciendo, me preguntaba una y otra vez. La peluquería del ruso es semejante a la de cualquier pueblo. Una gran ventana a través de la que se veían dos sillones de cuero rojo y metal con una palanca de costado para dejar en el aire y sin poder moverse a la víctima. Banquetas de cuerina roja, un perchero, un gran espejo muy grande y antiguo y por supuesto un mueble lleno de maquinitas manuales y eléctricas para cortar el pelo, navajas, peines, cremas y jabones.
La peluquería estaba vacía. Ya era tarde y se veía claro que yo iba a ser el último cliente. El ruso saludó con gran entusiasmo a Mario y le dijo que se sentara. Yo no me vengo a peluquear hoy. Hoy le traigo un nuevo cliente, mi primo. Pues si que le hace falta un cortecito, replicó.
Con un ademán me invitó a sentarme. Apretó fuertemente una capa blanca, con pelos mal sacudidos de antiguas victimas alrededor de mi cuello. Ahora si estaba nervioso. Y como va a ser? Me preguntó. Pues... vera.... solamente....
Mi primo quiere sentir lo que es una verdadera peluqueada. Dijo Mario al ver que no solamente balbuceaba. Muy bien, dijo el ruso. En ese momento, para mi sorpresa, volteó la silla en sentido contrario y en lugar de ver mi imagen en el espejo, tenia frente a mi la sonriente cara de Mario que estaba sentado en una banqueta frente a mi. Así podrán conversar mientras yo trabajo, dijo el peluquero.
Yo ya estaba completamente arrepentido de estar ahí. Aliviado sentí que me caía agua en la cabeza. Todo menos esas maquinitas con que tusan a los soldados pensé. Si va a usar tijeras, el daño no puede ser tan grande.
Me mojó y peinó toda la cabeza. Vaya si tenia el pelo largo. Al estar mojado se estira en toda su longitud. Un breve chasquido de las tijeras y el frio del metal sobre mi nuca. Ya no hay vuelta atrás pensé. Sentía como el ruso levantaba mi largo pelo con su peine para luego cortarlo justo por encima de los dientes. Cortaba y cortaba en un tiempo que me pareció infinito. Por que se demoraba tanto. Paso sus implacables tijeras por la parte de atrás de mi cabeza y luego a los lados. Mario simplemente miraba y sonreía.
No sabía que tanto me estaban cortando hasta que un mechón de más de 10 centímetros (nunca pensé que tuviera el pelo de ese tamaño) cayó sobre mi regazo. No me está quedando muy corto verdad? Pregunte con un hilo de voz que apenas me salía.
No te preocupés primo, estás quedando muy bien. Dijo Mario. Luego remojó la parte superior y corto, corto y cortó. Larguísimos mechones de pelo caían sobre la capa. Arriba déjemelo larguito, dije. Tranquilo, fue la única respuesta que escuche del ruso.
Quitó los pelos de mi cara y cuello con un cepillo de madera blanco y empezó a desabrochar la capa. No podía esperar a ver el daño realizado. Esperaba que no fuera mucho. Me sacudió la ropa con el cepillo y me volvió a poner la capa.
Que está pasando?, pensé. Ya terminamos? Pregunté. Apenas comenzando, dijo el ruso. Bueno, ya salimos de esa melena, ahora si definamos que tan corto lo vamos a dejar. Dijo el peluquero mirando a Mario.
Con una toalla me secó rápidamente la cabeza y mi corazón dio un brinco al oír la maquinita encenderse. Con máquina no, dije. Tranquilo, respondió nuevamente el ruso. Con su mano izquierda empujó mi cabeza fuertemente hacia delante hasta que mi barbilla tocó mi pecho. Mi corazón estaba a 1000 latidos por hora. De pronto sentí un frío cosquilleo subiendo por mi nuca, hasta la mitad de la cabeza.
Sin soltarme la cabeza, hizo una seña para que Mario se acercara. Ahora ambos estaban detrás mio. Así está bien? Preguntó el ruso. Ummm. Yo creo que todavía está muy largo, dijo Mario. Antes de que yo pudiera replicar, volví a sentir la maquina sobre mi cabeza. Pero esta vez subió la maquinilla hasta la coronilla y en menos de dos minutos me la había pasado por toda la parte de atrás. Cuando liberó mi cabeza, de reojo ví como acercaba la maquina hacia mis patillas.
Las patillas NO!! Alcancé a decir mientras la maquina subía. Tranquilo, dijo nuevamente. Dobló mi oreja y pasó su maquinilla por encima, hasta la parte de arriba. Estos malditos, pensé. Carajo, no se para que me dejé meter en esta vaina.
Después de pasarmela por el otro lado, la maquina se apagó finalmente. Mario seguía detrás mio. Lo dejamos así, o le pelamos la nuca? Preguntó nuevamente el ruso. Lo más importante es dejarle la nuca bien pelada. No queremos que Rocío tenga tentaciones cierto? Dijo Mario guiñándome el ojo.
La maquinilla volvió a la vida y yo me sentí morir. La pasaba y pasaba sobre mi nuca. Me dí cuenta que tenía la costumbre de amarrarme el pelo de la nuca y acariciármelo formando una mini-cola de caballo. Y ahora? Como se sentiría.
La maquina volvió a pasar sobre mis patillas y por encima de mis orejas. Cómo le dejamos las patillas. Largas, dije yo. Cortitas, dijo Mario. Un filo eléctrico y frío se posó sobre lo que eran mis patillas, delineándolas en una recta casi donde empiezan mis orejas. Ese mismo filo dibujó un arco sobre mi oreja izquierda. ¿puede destaparle un poco más las orejas? Dijo Mario. Mario, no te pasés, le dije yo furioso. Tranquilo primo que estás quedando muy guapo.
Era claro que el ruso sabía quien era el jefe. Sentí como nuevamente el arco sobre mis orejas era dibujado pero esta vez no la dobló, sino que simplemente lo hizo pasando por encima de mi oreja. Repitió la operación al otro lado.
Ya estaba cansado de luchar. Me di cuenta lo tenso que tenía todo mi cuerpo y decidí relajarme. No había nada que hacer. Nada de lo que dijera o hiciera cambiaría lo que estaba pasando.
En un pocillo blanco, preparó un poco de crema de afeitar. Lo que me faltaba, pensé. Con una brocha me unto lo que antes eran mis patillas, sobre las orejas y toda la nuca. Afiló una barbera con un cinturón de cuero que colgaba de la silla y sin decir palabra empezó a rasurarme. Creo que lo que más me dolió en ese momento fueron mis patillas. Sentí como la cuchilla bajaba desde la parte superior de la oreja hasta mi mejilla. El arco sobre la oreja le costo un poco de trabajo, supongo que porque tuvo que afeitar una buena parte y finalmente, nuevamente con mi barbilla sobre el pecho, me rasuraron la nuca. Toda.
Si te encontrara en la calle te reconocería, decía Mario mientras el ruso daba una segunda pasada al pelo que me quedaba en la parte superior, dejándolo mucho más corto. Me peinó con gelatina y quitó los pelitos que tenia por todas partes.
Querías una verdadera peluqueada no mi amigo? Creo que no te decepcionaras. Dijo el Ruso. Listo para verte? Me preguntó Mario. NO!! No quiero ver nada. Vámonos. Anda no seas gallina. No, te dije que no y con lagrimas en los ojos me pare y salí corriendo. Ya estaba muy grandecito para llorar y había hecho suficiente escándalo.
Mario pagó y salió corriendo detrás mio. Calmate, me dijo. Si quedaste muy bien. Sentado en el coche pasaba mis manos por la cabeza. Trataba de amarrarme algo de pelo con la mano pero todo estaba tan corto que no podía. Mi cabeza se sentía como los cepillos que usaba mi abuela para la ropa. Vamos ya!!. Dije.
Durante el camino, Mario trató de levantarme el ánimo diciéndome que había quedado bien, que el pelo crecía, que no era sino pelo, que había demostrado lo buen primo que era....
No me di cuenta cuanto tiempo había pasado. Cuando llegamos, todos estaban listos, en la sala, esperando para ir a la fiesta.
Donde carajos se metieron, gritó El tío Cacho antes de quedarse mudo al verme entrar. Nadie dijo nada. Todos me miraban. Mario finalmente les contó que yo quería estar presentable para la fiesta y que el me había llevado a la peluquería.
Bueno muchachos, corran a cambiarse que se nos hace tarde, dijo Cacho. Cuando subía la escalera hacia mi cuarto oí que me decía. Estoy muy orgulloso de vos, ahora si parecés un hombre.
Entre a mi cuarto y cerré la puerta. Corrí al espejo y por fin me miré. No podía creer lo que veía. No tenía prácticamente pelo. Todo mi cuero cabelludo se veía a través de lo poco que me habían dejado. Como estaba bronceado, en lugar de mis largas patillas se veía una marca blanca, al igual que sobre mis orejas. Empuje mi oreja hacia la cabeza. No tocaba el pelo. Parecía que hubieran construido el Arco del Triunfo sobre mis orejas. Arriba no estaba tan mal comparado con lo demás. Fui al tocador y saque un espejo de mano. Con mucho trabajo lo acomodé y pude ver a que se refería Mario con que me pelaran la nuca. Me habían tusado completamente casi hasta la mitad de la cabeza, me veía como un imbecil.
Cuanto tiempo se iba a demorar en crecer nuevamente. Maldije para mis adentros y duré 20 minutos mirándome. A medida que me veía, sentí que la cosa no era tan grave. Mis ojos resaltaban mejor con el pelo corto. Me golpearon en la puerta, vamos muchacho que se nos hace tarde, decía mi tía.
Voy o no voy? Si no voy creerán que esto me afectó mucho. Lo mejor es salir como si nada. Me vestí rápidamente con la ropa de pueblerino que me habían comprado y salimos.
En el camino, todos alababan mi nuevo corte. Supongo que Mario les contó mi reacción y querían animarme.
Cuando llegamos a la fiesta, me sentía como desnudo. Entramos y la primera persona a la que veo es a Rocío. Me mira, al principio sin reconocerme y luego abriendo su boca tan grande como la tenía. Que te paso? Me pregunta. Nada, estaba muy mechudo y decidí ir a la peluquería, contesté. Se acercó y empezó a pasar su mano por mi cabeza. Me quería morir. Pero por que te cortaste tanto? Preguntó. Es que me gusta cortito, es más masculino, respondí torpemente y me alejé.
Esa noche Carlos recuperó las atenciones de Rocío y yo recuperé un amigo. El tío Cacho, buscando animarme me dijo: te acuerdas la noche que jugamos a la baraja? Si hubieras perdido, te hubiera ido peor, así que mas vale que estés agradecido por la melena que tenés.
Fin