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Domingo, el verdugo. by marquitos


Cuando uno es niño comete infinidad de travesuras, aunque algunas sean subidas de tono y , tal vez, merezcan algun castigo. Yo era bastante inquieto y molesto, debo reconocerlo. Siempre recibia recriminaciones de mis viejos pero jamás me pusieron la mano encima aunque mi viejo sabía , perfectamente, cual era el castigo que más me dolia. Cuando el hecho pasaba a mayores me agarraba de un brazo y me llevaba a lo de Domingo.
Domingo era el peluquero del barrio. Un tano de mas de 60 años que tenía la peluqueria en la otra cuadra de mi casa. Era bastante verdugo , sobre todo con los pibes que caian en sus garras. Habia sido el peluquero de mi viejo desde siempre y por lo tanto el mío tambien. Los cortes habituales eran drásticos, es decir bien cortitos a maquina, pero los cortes de castigo eran brutales. Salia de alli con la cabeza totalmente al ras, sólo un poco de pelo arriba que ni siquiera servía para peinar.
Mi viejo me llevaba casi arrastrando toda esa cuadra, y cuando llegabamos a la peluquería me metía adentro a puro llanto. Tanto Domingo como los clientes ocasionales se reían de mi berrinche, aunque yo sabía que al peluquero no le gustaban esos comportamientos y la venganza era terrible.
Me sentaba en una silla de espera con mi viejo al lado como centinela. Los parroquianos iban desfilando por el sillón del verdugo que no le daba descanso a esas viejas maquinas manuales que disponía en la encimera del mueble espejado que estaba frente al sillon de tortura. Los cortes se matizaban con charlas de politica y futbol mientras yo esperaba mi turno llorando a moco tendido ante las risas de los viejos del barrio. Alguno me decía que si seguia llorando, Domingo me iba a pelar hasta el hueso. Era el hazmerreir de todos.
Cuando era mi turno, el peluquero ponía en el centro del local, frente al espejo esa silla alta de madera para niños, lo que ya era humillante. Mi viejo me alzaba y me hacía quedar quieto mientras Domingo me envolvia con la sabana blanca que abrochaba por detras con un alfiler de gancho. Normalmente del corte ni se hablaba , tenia que ser cortito , pero cuando se trataba de un castigo llegaban las indicaciones para el peluquero: ¨Domingo, hoy bien rapadito a ver si el mocoso aprende a portarse bien¨. Las risas eran generales y los que esperaban tenian el espectaculo garantizado.
Recuerdo que me empezaba alisando el pelo con un peine blanco que llevaba siempre en el bolsillito superior de su delantal blanco. Acto seguido, seleccionaba una cortapelos del mueble y la hacia funcionar como probando el buen funcionamiento, delante de mis ojos. Se dirigia detras mio y , empujando con fuerza mi cabeza hacia adelante , me la bajaba hasta que mi nuca quedaba casi en horizontal. Apoyandola en la base de la nuca la empezaba a subir lentamente metiendole presion contra mi cuero, llevandola hasta la coronilla. Repetia los mismos movimientos en varias franjas cubriendo toda la nuca hasta dejarla bien rapada. Despues, inclinando mi cabeza hacia ambos lados me despojaba de las patillas hasta casi las sienes. Detras de las orejas hacia grandes arcos pelandome hasta la cima de mi cabeza. La tela quedaba cubierta de grandes mechones de pelo rasurados. Con un cepillo de madera me limpiaba toda la cabeza librandola de los residuos de pelos. Mi imagen en el espejo era de terror. Me dejaba bien tusado.
Con una tijera , que parecia enorme, me cortaba todo el pelo de arriba hasta dejarlo reducido a un centimetro.
Segun el grado del castigo, a veces desde la silla de espera , mi viejo le pedía la cero al peluquero. Yo ni sabía de que se trataba pero veia que Domingo sacaba otra maquinita de un cajon del mueble y me volvia a pelar sobre lo que ya estaba pelado. Mi pelo quedaba reducido a nada.
Cuando terminaba su obra me cepillaba y me ponia talco por toda la nuca. Con una brocha y un poco de agua jabonosa me mojaba todo el contorno de la nuca, las patillas y detras de las orejas. Afilaba una navaja en un cuero que colgaba del apoyabrazos del sillon y me afeitaba toda la zona.
Cuando estaba terminando, mi viejo se arrimaba al sillon y me pasaba la palma de la mano a contrapelo por la nuca para verificar si era suficiente.
Domingo me sacaba la tela y yo me tiraba de la silla acariciandome la cabeza al ras.
El viaje de vuelta a casa otra vez era llorando y la angustia me duraba unos dias. Así y todo uno nunca dejaba de hacer travesuras sabiendo cual sería el castigo posterior. Hubo muchos cortes así , incluso algunos de ellos fueron ya siendo mas grande , 12 o 13 años, lo que resultaba mucho mas humillante.




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