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Primera by Abaddon88


Diciembre de 2002. Volví a casa del instituto y engullí con rapidez unos sosos espaguetis con tomate sin siquiera haberme quitado el abrigo y la bufanda. Deseaba volver a salir a la calle a jugar con la nieve, aunque sabía que debía hacer los deberes y estudiar para el examen de historia de esa semana.
Lo peor de tener 14 años es que te crees que ya eres un adulto, cuando en realidad sigues siendo un crío. A pesar de que la biología ya empezaba a hacer de las suyas, aun debía obedecer con cosas que a mí me parecían ridículas, como la ropa que debía ponerme, la hora de irme a la cama o el corte de pelo que debía llevar. Era un coñazo.
Recuerdo haber estado jugando con la nieve cerca de una hora, pero lo malo de tener 14 años es que, aunque todavía seas un crío, las cosas de críos empiezan a aburrirte después de un rato. Sin embargo, no me apetecía volver a casa, así que decidí subir por el camino hasta el estanque. Apenas era una charca que se secaba en verano, pero en esa época del año el paisaje parecía el de una postal.
Me tumbé sobre una roca que había en la orilla y me quedé mirando el agua, intentando seguir con la mirada a los bichitos que vivían en ella. ¡Vaya, sí que me había crecido el pelo! Apenas habían pasado 6 semanas desde que me llevaron a rastras a la peluquería, pero el flequillo ya me llegaba casi a la altura de los ojos. Sabía lo que eso significaba: tarde o temprano mis padres volverían a amenazarme con llevarme a la peluquería. Lo odiaba profundamente.
Cada vez que íbamos a la peluquería tenía que soportar que eligieran por mí el mismo corte de pelo: corto a los lados y atrás, al #3 de la máquina; y un poco más largo por arriba, como unos 2 dedos, para dejarlo de punta. Yo, no sé por qué, por aquella época deseaba dejarme crecer el pelo largo, estilo surfero. Creía que, si ya era lo suficientemente mayor como para tener que afeitarme la cara, entonces estaba en mi derecho de elegir el corte de pelo que quería. Pero no, siempre perdía la discusión. "Esas greñas no van a entrar en mi casa", como decía enfadado mi padre cuando insistía. En fin… al menos tenía un par de semanas hasta hacerme a la idea de lo que me tocaba. Quizá si me portaba bien, esta vez pudiese convencerles…
Decidí levantarme del suelo y volver a casa. Mientras caminaba, comenzó a nevar copiosamente, así que me dispuse a trotar con cuidado por el camino antes de coger demasiado frío por culpa de la nevada.
Cuando llegué a la puerta y abrí, vi las luces apagadas y la casa vacía. Me sorprendí porque a esas horas mis padres deberían de estar en casa, y más con la nevada que estaba cayendo. Me acerqué a la cocina, y vi una nota de mi madre. "Hemos ido de compras. Volvemos en un par de horas". "Ah, vale…", pensé despreocupado.
Me quité el abrigo y la bufanda, y decidí sentarme a hacer los deberes. Era algo bastante aburrido, pero no me quedaba otra. Y más si quería que estuviesen contentos para convencerles de llevar el pelo como a mí me diese la gana.
Estaba a punto de terminar los ejercicios de matemáticas, cuando de repente oí el ruido de la puerta principal. Mis padres estaban cargando con las bolsas de la compra hasta la cocina, discutiendo por tonterías mientras tanto (como siempre hacían en estos casos). Antes de que me salpicase la mierda, decidí levantarme e ir a ayudarles a cargar las bolsas del coche.
Una vez terminamos de cargar con todas las bolsas, me escabullí con sigilo hacia mi habitación, para evitar que mi madre se quejase de que no podía ordenarlo todo estando yo en medio. Me dispuse a terminar mis deberes, y a continuación saqué el grueso libro de historia. "Esto es mortal", pensé.
Mi padre entonces me llamó a voces. Era una costumbre suya, no sólo conmigo, sino con todo el mundo. Sin embargo, no quería tentar a la suerte en el caso de que me llamase porque había hecho algo malo y estuviese furioso. Me levanté con desgana y me acerqué con toda la rapidez que mi evidente desinterés me permitía.
"Mira lo que he comprado, hijo", me dijo enseñándome una caja extraña.
"Vale, ¿y?", respondí con absolutamente nada de curiosidad.
"Es una máquina de cortar el pelo. La hemos visto en la tienda rebajada", dijo emocionado.
"Muy bien por ti. ¿Y?" insistí con aburrimiento.
Sabía que había sido un poco insolente en mi respuesta, así que aproveché que mi padre estaba emocionado abriendo el paquete para escabullirme de nuevo antes de que finalmente le provocase un enfado. En vez de ir a mi habitación, me acerqué a la puerta de la cocina a espiar un poco a mi madre, que estaba balbuceando mientras guardaba las verduras en el frigorífico. No pasaron ni un par de minutos cuando volví a oír a mi padre llamándome a voces, y esta vez temí que estuviese enfadado de verdad por cómo le había respondido minutos atrás.
Me acerqué algo asustado hacia el salón, pero me sentí aliviado cuando vi que mi padre aún estaba sonriente mientras sacaba la máquina de su funda.
"¿Ocurre algo?, pregunté desconcertado.
"Que digo yo, que deberíamos de probar a ver qué tal funciona la máquina. ¿No te parece?", respondió mi padre.
"Vale, muy bien. ¿Y?", dije sin entender qué tenía que ver eso conmigo.
"Venga, siéntate en la silla", me dijo mientras me señalaba la silla que había a su lado.
"Un momento, ¿qué? ¿Estás loco?" respondí desconcertado, casi llevándome las manos a la cabeza.
"Tenemos que probar que funciona", insistió mi padre mientras se disponía a enchufar la máquina.
"No, ¡ni de coña! ¡Pruébala contigo entonces, ya te vale!", le dije aterrado, mientras salía corriendo al baño y me encerraba con el pestillo.
Mi padre me siguió hasta la puerta del baño, llamándome a la puerta para exigirme que saliese. Al principio lo hizo de forma amable, pero conforme pasaba el tiempo se enfadaba cada vez más y más, y yo empezaba a temer porque echase la puerta abajo. Mi madre se acercó al oír el ruido y preguntó qué pasaba, y mi padre le explicó la situación. Ella le dijo "¡Deja al niño en paz, hombre!", y yo pensé que al fin me había librado. Respiré aliviado.
Sin embargo, parecía que mi padre no quería darse por vencido, y siguió aporreando la puerta cuando vio que mi madre se alejaba. Como buen hombre de ideas fijas, cuando algo se le metía en la cabeza no había manera humana de quitárselo. Supe que la situación había llegado a un momento crítico cuando entre gritos me dijo "¡O sales ahora mismo, o te quedas un mes sin maquinitas!". Y yo, que acababa de comprarme para esas navidades el último Final Fantasy que había salido, no quería pasar esas vacaciones sin poder jugarlo, así que finalmente tuve que ceder y salir de allí.
Al abrir la puerta vi a mi padre con la cara roja de ira, señalándome la silla del salón donde minutos antes me había ordenado que me sentase. Con resignación, me acerqué a la silla y me senté, intentando mantener la mente en blanco.
Mi padre me puso una toalla sobre los hombros, y se dispuso a pasar la máquina con el peine del #2 por el lateral izquierdo de mi cabeza. Hacía un ruido escandaloso, ensordecedor. Vi como una gran cantidad de cabello castaño caía sobre la toalla y sobre el suelo, y en ese momento se me llenaron los ojos de lágrimas.
Poco a poco, mi padre se dispuso a cortar al #2 todo el pelo de los lados y la parte de atrás de mi cabeza. La situación me resultaba horrible, pero he de reconocer que la sensación era extrañamente agradable. No era igual que cuando me pasaban la máquina en la peluquería, ahí sabía que había un profesional al cargo y de alguna manera conseguía abstraerme. Sin embargo, en aquel momento sentía una incertidumbre total que me mantenía alerta, sintiendo cada pasada de la máquina por mi nuca.
Mi padre se puso delante de mí y examinó el corte, con un gesto confuso en su rostro. En ese momento entró mi madre, que tuvo dificultades para contener una carcajada.
"¿Pero qué estás haciendo?", preguntó mi madre en tono burlón.
"Pues… no sé. Intento dejárselo como en la peluquería, pero no sé cómo hacer la parte de arriba", respondió mi padre.
"Se lo has cortado muy mal, eso no tiene solución", le dijo mi madre.
"¿Quéeeee?", salté de pronto, entre aterrado y furioso.
"Lo siento hijo, es lo que hay", me explicó mi padre con una sonrisa.
Antes de poder decir nada, mi padre agarró la máquina de nuevo y comenzó a raparme la parte de arriba al #2. Esta vez el pelo que caía era mucho más largo. Un mechón se deslizó entre mis dedos, pero no era capaz de creer que aquello estuviese pasando realmente. Quería dejarme crecer el pelo, y sin embargo ahora estaba rapado como un militar. Era una pesadilla…
Cuando oí cómo mi padre apagaba la máquina, me levanté sin decir nada y me quité la toalla sobre mis hombros, dejando caer un montón de pelo sobre el suelo, el pelo que poco tiempo atrás lucía sobre mi cabeza.
No había ningún espejo delante mientras mi padre me rapaba la cabeza, así que aún tenía que enfrentarme a la imagen que me devolvería ahora el espejo. Me acerqué aterrado al baño, y lentamente acerqué mi mano al interruptor de la luz. No podía creer lo que veía, todo mi pelo había desaparecido y podía ver la forma de mi cabeza. Sentís que cuando me viesen en el instituto iba a ser el hazmerreír de todos. Sentí ganas de vomitar…
"Venga hijo, si no está tan mal…", dijo mi padre desde el otro lado de la puerta del baño.
"¡Te odio!", le grité lleno de ira.

Esa fue la primera vez que me rapé la cabeza, pero no la última. Con el tiempo, le cogí el gusto a ese look e incluso acabé añorándolo, y de hecho mi obsesión por las rapadas fue incrementando y evolucionando.




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