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La mortificación. Primera parte by Barbero Militar


Acaba de entrar en la clase de primero de BUP don Juan Arsenio Acha del Río, el nuevo preceptor del internado de San Agustín. Mi tutor, el hermano José Ramón, me ha asignado una misión muy importante: deberé tomar nota de las palabras que el preceptor nos va a dirigir a los alumnos de este curso. A posteriori y en la sala de estudio, elaboraré un dosier en el que se recogerán las líneas maestras de su disertación. Las lecciones de taquigrafía que he recibido en el colegio me van a resultar de gran ayuda. Una vez que tenga el visto bueno de don José Ramón, deberé mecanografiar dicho informe.

No hemos empezado con buen pie; don Juan Arsenio nos ha recriminado por carecer de educación y buenos modales:

-He observado que en esta clase no se respeta la autoridad del superior. ¡Os quiero a todos en pie!… A partir de ahora, cada vez que entre un profesor por esa puerta, os levantaréis y os pondréis en posición de firme. Os exijo un silencio sepulcral, no quiero oír ni el vuelo de una mosca. Ya veo que me vais a dar trabajo, pero vengo con ganas. Conmigo no vais a poder, tenedlo muy presente; yo soy aquí el que tiene la sartén por el mango. Ahora quiero a todo el mundo sentado.

Todos los alumnos obedecemos sin rechistar; los gallitos de la clase también han tenido que bajar la cabeza. Ha bastado una mirada del nuevo preceptor para que cesen los murmullos. Permanecemos con la boca cerrada y expectantes. Don Juan Arsenio pregunta por mí:

-¿Quién es el alumno al que le han asignado la tarea de levantar acta de todo lo que aquí suceda?

Como impulsado por un muelle, me he puesto en pie. Me tiemblan las piernas. Espero no cometer ningún error de protocolo; no está precisamente el horno para bollos. El hermano Juan Arsenio puntualiza:

-Ya sabes lo que tienes que hacer. Sí alguna cosa no entiendes, hablaremos más tardes sobre el asunto. No soy ningún ogro ni me como a nadie. Siéntate y toma buena nota de todo.

El preceptor de San Agustín empieza con su charla:

-Muchachos, por si no lo sabíais, nuestro internado masculino asume como propios los ideales del Tradicionalismo Católico. Si alguno de vosotros prefiere una educación más liberal, como la que se imparte en los institutos, tiene la puerta abierta para marchase; aquí no retenemos a nadie contra su voluntad. Será cuestión de que lo habléis con vuestros padres. Lo que no vamos a permitir es que pretendáis subvertir nuestro sagrado ideario; no queremos tener al enemigo dentro de casa. Que os quede muy claro: no vamos a cambiar ninguno de nuestros principios para adaptarnos a los tiempos modernos, no vamos a ceder ni un ápice para intentar agradados; sois vosotros los que estáis obligados a cumplir con las normas de este centro.

-El hermano David ya no forma parte de la plantilla de profesores de San Agustín. Os manda recuerdos y os desea lo mejor. Ha decidido viajar como misionero a nuestra casa central en Ecuador. Seré yo quien le sustituya como preceptor. Mi misión es hacer que las aguas vuelvan a su cauce.

Estoy al tanto de los conatos revolucionarios que se dieron en este colegio, en "mí colegio", la semana pasada. Sé que hicisteis huelga, que salisteis a la calle, vociferantes y codo con codo con los manifestantes. Jamás había ocurrido nada así en San Agustín y os garantizo que no volverá a pasar.
-Vosotros sois menores de edad y por lo tanto no tenéis ni voz ni voto en las cuestiones políticas; carecéis de la formación suficiente para tomar postura por tal o cual bando. Vuestra única obligación es estudiar y formaros para que el día de mañana os convirtáis en hombres de provecho, en ciudadanos ejemplares y, sobre todo, en caballeros cristianos.

-Estoy dispuesto a empezar desde cero; por mi parte, borrón y cuenta nueva. Las algaradas revolucionarias de la semana pasada pronto pasarán a ser una anécdota lamentable, un desgraciado suceso del que es mejor olvidarse porque empaña el buen nombre de nuestro colegio. Sin embargo, las graves faltas de disciplina que habéis cometido, la reiterada desobediencia a vuestros superiores, no van a quedar sin castigo. No puedo ni quiero hacer la vista gorda ante tamaño despropósito. Los culpables deben pagar por su rebeldía.

-Me voy a centrar principalmente en perseguir a los cabecillas, a aquellos que os arrastraron para que participarais en las revueltas. Os habéis dejado embaucar por estos revolucionarios de pacotilla; os falta formación moral y criterio para contrarrestar los cantos de sirena, los argumentos demagógicos que utilizan los secuaces del mal. Conozco sus nombres. Además, han dejado pruebas acusatorias que les delatan abiertamente. Los muros del patio de recreo los han ensuciado con pintadas subversivas. Han utilizado pintura roja y las han escrito con una caligrafía ilegible, con faltas de ortografía garrafales. No falla nunca: los más rebeldes siempre coinciden con los alumnos menos aplicados del curso y, por supuesto, con los más gamberros; me consta que entre los alborotadores hay varios repetidores. Si es necesario, haremos un análisis grafológico para determinar la autoría de dichas pintadas. Sin embargo, les aconsejo que asuman su culpa cuanto antes y se entreguen voluntariamente. Sólo si existe auténtica contrición, verdadero arrepentimiento, podre ser benévolo con ellos.

Estoy dispuesto a practicar el perdón cristiano, a daros una segunda oportunidad. A cambio quiero que en vuestro interior se produzca una auténtica metamorfosis, un proceso de conversión. Nos encontramos el tiempo de Cuaresma, preparándonos para celebrar la Pasión de Nuestro Señor y la Pascua de Resurrección.

El día de autos, algunos de los aquí presentes cometisteis una falta muy grave. Pasasteis junto a una peluquería de caballeros, en la calle Pelayo, y realizasteis un acto de pillaje, incalificable, bochornoso y delictivo. Además de insultar al barbero, que es primo carnal mío, con palabras soeces y ofensivas, destrozasteis un cristal y os llevasteis parte de la herramienta. Si estuviera en vuestro pellejo, me pondría a rezar porque esto no puede caer en el olvido. Aquí tengo la denuncia que ha presentado don Crescencio Acha, es decir mi primo el barbero, en el cuartelillo de la guardia civil; sólo la retirará si se da un verdadero arrepentimiento por parte de los culpables. Pensad, que de continuar el proceso judicial, podríais acabar en un reformatorio, caería sobre vosotros todo el peso de la ley. Dad gracias a Dios de que mi primo es un ferviente católico, dispuesto a perdonar a quienes le han ofendido. Os leo el texto:

Crescencio Acha Valverde, propietario del local de barbería situado en la calle Pelayo nº 2 de nuestra ciudad, declara que en la mañana del 17 de marzo del presente año, hacia las 11,30 horas, fue insultado y agredido por unos jóvenes que habían participado en una manifestación ilegal. Son alumnos del colegio internado de San Agustín; en la huida, con las prisas, se dejaron caer una hoja informativa en la que se hacía alusión a dicho centro educativo.

Para no ser reconocidos, se cubrieron la cara con unos pasamontañas. Uno de estos jóvenes, que medirá aproximadamente 1,70 cm, rompió con saña el vidrio de la puerta de acceso. Además, sustrajeron un par de navajas de la marca Solingen; maquinillas de cortar el pelo, de los números 1, 0 y 00 y dos frascos de cristal: uno de colonia Varón Dandy y otro de loción capilar Flöid…

Los culpables tienen dos alternativas:

A- Realizar una declaración en el cuartel de la guardia civil y esperar a que salga el juicio, arriesgándose a tener que pagar una cuantiosa multa y el ingreso en algún centro correccional de menores.

B- Declararse culpables de tamaña fechoría ante la dirección de este colegio. Pedir perdón con gran humildad y cumplir el castigo que les sea impuesto.

-Y ahora vais a contestar a unas preguntas muy sencillas. Os voy a dar unas hojas con el cuestionario que debéis rellenar.

Nos han repartido las cuartillas y todos procedemos a sincerarnos.

• 1ª ¿Votaste a favor de participar en la manifestación ilegal del pasado 17 de marzo?

• 2ª En caso de que hayas contestado afirmativamente a la anterior pregunta, queremos saber si te movían motivaciones de tipo político o simplemente pretendías librarte de las clases.

• 3ª ¿Cuáles de tus compañeros tomaron la iniciativa y os incitaron a salir a la huelga?

• Nota: esta información es totalmente confidencial. Se trata de una denuncia anónima y los acusados no conocerán, bajo ninguna circunstancia, el nombre del denunciante. Puedes escribir los nombres de los culpables con total tranquilidad, sabiendo que no habrá ningún tipo de represalia por parte de los delincuentes.

• 4ª ¿Participaste en los actos vandálicos cometidos contra la barbería de la calle Pelayo nº 2?

• 5ª ¿Quién o quiénes rompieron el vidrio de la puerta de acceso?

• 6ª ¿Sustrajiste alguna de las herramientas de la peluquería de caballeros?

• 7ª ¿Quiénes de tus compañeros fueron los que perpetraron el hurto?

• 8ª ¿Conoces el paradero de este instrumental? Debes hacerte cargo de la importancia que tiene para el barbero disponer de su herramienta de trabajo; sin ella no puede ganarse la vida.

La tensión se palpa en el ambiente. Nos miramos unos a otros con cierta suspicacia; estamos nerviosos y tememos a las consecuencias. Gracias a Dios, yo voté en contra de participar en la manifestación. De hecho, con dos de mis mejores amigos, Rafa Cepeda y Carlos Martínez, permanecimos al margen de esta algarada. Nos quedamos mirando el escaparate de una tienda dedicada a las miniaturas; las maquetas que se exponen en este local son magníficas. Tengo un testigo que podrá declarar que yo me encontraba allí a la hora aproximada en que sucedieron los hechos delictivos. Matías, el repartidor de pan en el colegio, nos identificó como alumnos de San Agustín. Le extrañó que no permaneciésemos en el recinto colegial a esas horas. Le explicamos que los gallitos de la clase nos habían obligado a salir a la calle como protesta por la situación política.

Hace unos minutos que el preceptor tiene en su poder los cuestionarios; los está revisando concienzudamente. Algunas hojas las ha separado del montón general. Todos permanecemos en completo silencio; tan sólo nos comunicamos con las miradas. No recuerdo haber vivido un momento tan tenso desde que ingresé en el internado.

El hermano Acha, tras quitarse las gafas de aumento, se dirige a la clase:

-Suban a la palestra los siguientes alumnos: Juan Carlos Fernández Matamoros, Arturo Bezanilla de Miguel, Fernando Santamarca Lozano, Benito Arteaga Solanes, José Ángel Valencia Lezama y Federico Pradilla Moreno…

Los que acaban de ser nombrados por el preceptor se levantan con celeridad y suben a la tarima. En su rostro se refleja la angustia que están viviendo. Estoy seguro que, por temor a las consecuencias, si ahora pudiesen echar marcha atrás lo harían; se van a arrepentir de sus actos más pronto que tarde. El hermano Juan Arsenio ha abandonado su asiento y se aproxima a ellos. Les lanza una mirada inquisitorial que hiela la sangre al más pintado. Empieza con los reproches:

-Tengo la completa seguridad de que vosotros sois los gamberros que entrasteis en la barbería, los autores de los actos delictivos. Es mejor que confeséis. Contestad con una simple palabra. ¿Os declaráis inocentes o culpables de los cargos de que se os acusa?

Los seis estudiantes, sin excepción, se han declarado culpables. Don Juan Arsenio quiere saber si hay algún implicado más en esta trama delictiva; promete ser benevolente con quien colabore en el esclarecimiento de los hechos. Fernando Santamarca ha acusado públicamente a dos de sus amigos de participar activamente en los sucesos de la barbería: Alfredo Contrasta Apellániz y Ángel García de las Heras. Empiezan las delaciones en el bando de los rebeldes. La supuesta unidad que existía entre ellos se ha roto; cada uno intentará salvar su pellejo, aun a costa de tener traicionar a sus compañeros.

El preceptor les ha exigido que entreguen las herramientas hurtadas "pero a la voz de ya". En poco más de un cuarto de hora, las maquinillas de cortar el pelo, las navajas y los frascos de colonia y loción de afeitar han sido depositados encima de la mesa del profesor. Los sustractores habían escondido estos instrumentos en el sótano del colegio, junto al antiguo almacén de carbón. Don Juan Arsenio comienza a amonestar a los culpables:

-La falta que habéis cometido es gravísima; en otras circunstancias debería expulsaros de nuestro internado. Sois simplemente escoria, manzanas podridas que ponen en peligro al resto de los compañeros. ¡De rodillas, os quiero de rodillas!…

Siete de los chicos han hincado sus rodillas y permanecen con la cabeza agachada, no se atreven a levantar la mirada. Sin embargo, hay una excepción: José Ángel Valencia ha rechazado adoptar esta postura tan humillante, se resiste a ser sometido. Poco ha durado su afrenta; don Juan Arsenio, que es un hombre robusto y musculoso, le ha obligado a arrodillarse en contra de su voluntad. Le ha agarrado del pelo y, empleando la fuerza bruta, ha conseguido finalmente doblegarlo. Luego ha continuado con los "piropos":

-¡Cobardes!, ¡canallas!, ¡panda de degenerados!… Como no pongamos remedio pronto, como no tomemos medidas contundentes, vosotros os vais a convertir en carne de presidio. La culpa de todo la tiene esta sociedad que tolera todo, que acepta que unos mocosos como vosotros podáis opinar y meteros en política. No tenéis derecho a nada, sólo a obedecer. Os aseguro que yo os voy a enderezar, como me llamo Juan Arsenio…




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