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Prisión de Alta Seguridad. Ingreso by BARBERO MILITAR
2-EL INGRESO EN PRISIÃ"N
El juicio fue rápido. Apenas estuvo dos dÃas en los calabozos del Centro de Inmigración. Guardó el más absoluto silencio y recogimiento; se mostraba cabizbajo y extremadamente humilde cuando se dirigÃan a él los guardianes de presidio. Les pidió perdón por las molestias ocasionadas. También lo hizo delante del juez que dictaminó su condena: cinco años un dÃa de cárcel en el Presidio Correccional de San Marcial.
Recuerda que fue esposado e introducido en un furgón, cuyas ventanillas estaban protegidas por unas rejas metálicas. Un policÃa alto, vestido con un uniforme azul oscuro y con gorra de plato, lo estuvo custodiando todo el rato. Ni una sola palabra salió de su boca. Se sentÃa observado por él. Era un caballero rubio, de ojos azules y mentón saliente. Se encomendó a todos los santos habidos y por haber con el fin de que su estancia en prisión fuera lo menos traumatizante posible. En las pelÃculas americanas sobre presidios se presentaba un panorama dantesco: lucha de bandas criminales, violaciones y navajazos a la salida de las duchas… Santiago intentaba no pensar en nada de esto. También sintió temor el dÃa en que se incorporó a filas y fue conducido al campamento, junto al resto de reclutas, en un autobús militar.
No cruzó ninguna mirada con los otros detenidos. El secreto de su seguridad personal consistÃa en pasar desapercibido, en ser invisible para los demás. Contempló desde la ventanilla la mole del edificio carcelario. La vieja prisión habÃa sido levantada a finales del siglo XIX en un estilo historicista; toda ella era de ladrillo. El gran portón metálico se abrió y el conductor tuvo que entregar la documentación en la cabina de control de la entrada. Uno de los prisioneros quiso hacerse el gracioso y exclamó:
-¡Bienvenidos al centro de vacaciones San Marcial! Los empleados de este lugar estamos a su entera disposición…
Hubo risas nerviosas y comentarios sarcásticos al respecto pero Santiago preferÃa no escuchar, querÃa aislarse de todo aquello.
Bajó del furgón acompañado por el guarda de seguridad. Observó que en su camisa portaba una placa metálica con su apellido: Hanley.
Todos los presos permanecÃan esposados y en posición de firmes mientras esperaban en la puerta de la Oficina de Filiación. Pasaron a la estancia de uno en uno. Cuando le toco el turno a Santiago, fue enviado a la mesa del agente Sepúlveda, ya que éste era el único funcionario de prisiones que hablaba español.
Entre otras cosas, se le preguntó sobre sus creencias religiosas. Se declaró católico, apostólico, romano y practicante. Sepúlveda hizo un comentario al respecto:
-¡Un católico practicante!; le caerás bien al alcaide. Ahora siéntate en ese banco para que te saquemos unas fotos. Luego, te tomaremos las huellas dactilares; asà te tendremos bien fichado.
Después, en compañÃa del resto de detenidos, fue llevado a una sala grande, en donde tuvo que desnudarse por completo. Algunos de los detenidos eran hombres mayores que se cubrÃan con las manos sus partes pudendas. Aquella situación le pareció humillante en extremo. Los tatuajes que lucÃan algunos presos, en las partes más insospechadas, le resultaban amenazadores; le recordaban a los animales marcados. El brazo de uno de ellos imitaba a la perfección el cuerpo de una serpiente pitón. Todo aquello era un despropósito; Santiago sabÃa que él no era merecedor de compartir espacio fÃsico con aquellos despojos humanos.
La primera ducha se tomaba muy caliente; el guardián les explicó que tenÃan que eliminar toda la roña que trajeran del exterior. Al menos las baldosas grises de la pared estaban limpias, no como las que aparecÃan en las pelÃculas carcelarias, siempre llenas de mugre. A la salida, un funcionario, que portaba un depósito en forma de tanque, le aplicó un desinfectante muy fuerte por todo el cuerpo.
En el almacén de ropa recibió el uniforme: unos calzoncillos blancos de algodón, con bragueta, sin pata, conocidos en Estados unidos como briefs; una camiseta de algodón, blanca y de manga corta, estilo marinero; unos calcetines grises finos de canalé, que le llegaban hasta la rodilla; una camisa de manga larga en color gris y pantalones a juego. También le proporcionaron el cinturón y unos zapatos negros de cordones, que le parecieron bastante toscos.
En esta prisión las celdas eran individuales; por motivos de seguridad se evitaba, en la medida de lo posible, que los presos permaneciesen juntos. TendÃan a agruparse en bandas; las habÃa para todos los gustos: de chicanos, de afroamericanos, de hombres blancos…. Con frecuencia, las cárceles americanas se convertÃan en una olla a presión y de repente estallaba un motÃn, produciéndose incidentes extremadamente violentos, enfrentándose un clan contra otro.
La celda de Santiago tenÃa un camastro, sujetado por unas cadenas. Encima, perfectamente plegadas, estaba el juego de sábanas blancas y la manta gris. HabÃa recibido la orden de hacerse la cama; luego un policÃa pasarÃa revista. En frente, pegada a la pared, se encontraba una mesa de reducidas dimensiones, con papel y lápiz para poder escribir. Tanto el inodoro como el lavabo habÃan sido fabricados con un metal cromado. Colocó todos sus útiles de aseo sobre la encimera del lavabo. Encima de éste habÃa un espejo minúsculo. Santiago, al ver su imagen reflejada en el cristal, tuvo la sensación de haber envejecido en pocos dÃas: sus ojos carecÃan de brillo, estaban tristes; su piel tenÃa un color cetrino… En definitiva, su estado anÃmico, próximo a la depresión, la angustia que le atormentaba interiormente, se exteriorizaban en su rostro.
El agente Hanley abrió la puerta de su celda y se introdujo en ella para revisarla. Le dio las instrucciones pertinentes sobre como debÃa cumplir con el reglamento carcelario:
-A partir de ahora nos dirigiremos a Santiago Morales como el recluso número 26.789. Por cuestiones prácticas, aquà no se utilizan los nombres y apellidos. Apréndete tu número de una vez: 26.789.
-El tratamiento que debes dar a tus superiores es de "señor". Como tu idioma es el español te dirigirás a mà siempre de usted. No hablarás hasta que yo te lo autorice, ¿entendido?
-Quiero las sábanas de la cama y la manta perfectamente estiradas. El embozo de la sábana superior debe sobresalir unos 50 centÃmetros.
-Los útiles de aseo del recluso 26.789 deberán estar siempre sobre la superficie del lavabo, perfectamente ordenados.
-Tendrás que afeitarte a diario. Pasaré revista con un algodón para ver si quedan restos de barba.
-Obligatoria la ducha diaria, con jabón. Todos los dÃas serás conducido al recinto de duchas para que te asees debidamente.
-La ropa interior (calzoncillos, camiseta y calcetines) y la camisa se te lavarán cada tres dÃas. Debajo de la mesa encontrarás una bolsa blanca con tu número. Cada una de tus prendas lleva impreso tu código personal.
-Cada dos semanas se te lavará el pantalón.
-Los zapatos deben estar relucientes. Para ello se te proporciona betún y una bayeta.
-El cabello deberá llevarse bien peinado. Cada veinte dÃas, acudirás a la barberÃa para que te corten el pelo. Se te aconseja que lo lleves al rape, por cuestiones higiénicas obvias; asà evitarás castigos innecesarios. Hace unos años se rapaba al cero a todos los reclusos, sin excepción. Sin embargo, el Comité de Derechos Humanos Americano protestó por ello. De todas las maneras, si quieres evitarte problemas, te aconsejo que lo lleves muy corto.
-Todos los dÃas, saldrás al patio y durante media hora caminarás por él; de esta forma te encontrarás más activo y en mejor forma fÃsica. Encontrarás otros presos en este recinto, pero no podrás dirigirles la palabra, ni ellos a ti. En esta prisión, se evita a toda costa que los internos se relacionen entre sÃ. El compadreo entre los reclusos fomenta el tráfico de drogas, la creación de bandas, incluso los motines…
-Las comidas (desayuno, comida y cena) las harás encima de la mesa de tu celda. Cuando termines, la cuchara, el tenedor y el cuchillo deberán estar a la vista, encima de la bandeja.
Y ahora me vas a acompañar al despacho del alcaide. Se llama don Augusto del Páramo, es de origen costarricense. Podrás dirigirte a él en castellano. Recuerda que nunca debes tomar la iniciativa, hablarás sólo cuando él te lo ordene; ¿has entendido?
Santiago, contestó afirmativamente. De manera espontánea adoptó la posición de firme.