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La barbería de Clemente 6 by BARBERO MILITAR


Capítulo 6: Los gemelos (sábado, 19 de octubre de 1974)

Tras comenzar el curso escolar, Jesús y yo dejamos de jugar a los espías; no disponíamos de tiempo libre suficiente para ejercer nuestras actividades secretas. Sin embargo, aquella tarde de viernes había recibido una valiosa información: conocí de antemano el día, la hora y el lugar exacto en que dos chavales de mi edad iban a ser rapados. Entre las 9 y las 9,30 horas de la mañana, del sábado 19 de octubre, los gemelos acudirían a la barbería de Clemente; así se lo había ordenado su padre.

Todavía llevaban el pelo cortísimo; era evidente que no les iban a hacer precisamente un arreglito. Me preguntaba a mí mismo hasta dónde estaría dispuesto a llegar aquel despiadado barbero; me lo imaginaba utilizando sus maquinillas con ellos de manera inmisericorde. No se detendría hasta que los hermanos estuvieran rapados como dos borregos recién salidos del esquiladero.

Para conocer el desenlace de aquel drama capilar debía merodear por los alrededores a la hora indicada. Era de vital importancia ponerme en contacto con el agente secreto Gastaminza, mi compañero de NORAJO. Entre los dos volveríamos a levantar acta de todo lo que sucedía en aquel rancio establecimiento.

Nada más abandonar la mercería, mi padre y yo regresamos a casa; debía merendar y hacer mis deberes en su despacho, siempre vigilado por él. A mis doce años comenzaba a desarrollar algunas picardías; durante el trayecto a casa, maquiné un plan para que me permitiera salir a la calle al día siguiente, antes de las nueve de la mañana. Los fines de semana no acostumbraba a madrugar; me hacía el remolón para no levantarme. Cuando se me pegaban las sábanas mi padre tocaba diana; imitaba muy bien el sonido del cornetín que oían los soldados en el momento de despertarse. Si continuaba en brazos de Morfeo, al grito de "quinto levanta, tira de la manta", descubría la cama y me obsequiaba con un cariñoso azote en el trasero.

Le pedí permiso a mi padre para telefonear a mi amigo Jesús. El sábado por la mañana debíamos acudir a la biblioteca pública, antes de que abriesen; si llegábamos tarde, nos arriesgábamos a quedarnos sin sitio y sin los libros que más nos interesaban. El profesor de ciencias sociales nos daba la oportunidad de subir nota si presentábamos un trabajo complementario a los exámenes. Necesitábamos recabar información en enciclopedias; los libros de texto no traían suficientes datos sobre el tema. Se trataba de un trabajo de investigación; todavía no habíamos decidido la materia sobre la que iba a versar.

Me serví de un lenguaje en clave para explicarle a Gastaminza cual era la situación:

-Gasta, mañana convendría que fuéramos a la biblioteca para hacer el trabajo voluntario de ciencias sociales. Tenemos que estar allí antes de las nueve de la mañana. Podemos quedar en el edificio de Correos, que nos pilla a mitad de camino. Escucha atentamente lo que te tengo que decir: NORAJO, operación especial. En el lugar infame que tú y yo sabemos, antes de las nueve, dos víctimas del inclemente. La cosa promete y mucho; ya te lo contaré con más detalle. Llevaré la libreta Top Secret… Hasta mañana.

Jesús aceptó mi propuesta sin poner ninguna traba. El padre de Gastaminza le permitía salir a la calle los sábados por la mañana, máxime si se trataba de un tema colegial. Mi padre, por el contrario, me tenía mucho más controlado. Estuvo presente durante la conversación telefónica que mantuve con mi amigo. Cuando colgué el auricular, mostró su sorpresa por el lenguaje tan extraño que había utilizado:

-A los chavales de hoy en día no hay quien os entienda. Utilizáis una jerga ininteligible. ¡Pronto empezamos con los secretitos!

El despertador sonó a las ocho de la mañana, como los días de labor. Me levanté rápidamente y le pedí a mi padre que me calentara el desayuno. Éste continuaba sorprendido por mi diligencia:

-Veo que ese trabajo de ciencias sociales es muy importante para ti. No recuerdo ni un solo sábado en el que no te haya tenido que echar de la cama. ¿Has dejado tu cuarto ordenado?. Voy a pasar revista…

Llevé conmigo mi cuaderno de apuntes de ciencias sociales, para disimular, y la libreta "Top Secret", escondida en un bolsillo de mi cazadora. No tuve paciencia ni para esperar al ascensor; baje los cuatro pisos corriendo, saltando las escaleras de dos en dos. Cuando llegué a la central de correos, Gastaminza ya me estaba esperando. Le mostré nuestra libreta de NORAJO, la conservaba como un tesoro. Debíamos darnos prisa, los gemelos podrían llegar en cualquier momento. Nos imaginamos que éramos dos reclutas obligados a acudir a la barbería militar a paso ligero:

-Un, dos, un, dos…. Aaaaaaaalto. Agentes Fran y Jesús, acudan perdiendo el culo a la barbería del inclemente. Deberán contar al Gran Jefe de NORAJO todo lo que ocurre en ese antro de perdición; tomen buena nota de ello.

Nos reíamos a mandíbula batiente. En aquellos maravillosos años nuestros problemas eran insignificantes si los comparamos con los que tenían los adultos. Veíamos la vida con optimismo; el futuro sólo nos podía deparar cosas buenas. A los pocos minutos llegamos a nuestra esquina favorita, desde la que controlábamos las entradas y salidas del personal.

De repente, a lo lejos, vimos al viejo Clemente. Nos tapamos la cara con el cuaderno de ciencias sociales, para que no nos conociera. Abrió la puerta con mucho estrépito; aquellas maderas tan antiguas chirriaban. Al poco le vimos, escoba en mano, barriendo la acera, vestido con su bata gris. Constantemente mirábamos nuestros relojes, la espera se nos hizo eterna. A las 9 horas y 21 minutos registramos la entrada en el local de Manolo y Santi.

La puerta permanecía cerrada a cal y canto. Nos acercamos sigilosamente para escuchar lo que ocurría en el interior, llegamos a pegar la oreja a la puerta. Entre nosotros nos comunicábamos por gestos, también nos leíamos los labios. Yo me imaginé lo que estaba ocurriendo en aquel lugar y se lo expliqué, en voz muy baja, a Jesús:

-Ahora el Inclemente le está metiendo la maquinilla de mano a uno de los gemelos. ¿No escuchas la musiquilla?: chaca, chaca, chaca, chaca…

Gastaminza también permanecía expectante y en un momento dado me dijo:

-Este rapabarbas acaba de encender la maquinilla eléctrica. Presta atención al zumbido: zzzzzzzz…

Cuando vimos acercarse a la barbería a un señor mayor nos apartamos de la primera línea de batalla; nos dirigimos al fondo de callejón. Aquel hombre, nada más abrir la puerta del local, saludo a los allí presentes con un:

-¡A la paz de Dios!. ¿Me va a tocar esperar mucho?.

Decidimos controlar todo lo que ocurría en el Salón de Caballeros desde nuestra esquina favorita; no podíamos arriesgarnos a que el barbero nos pillase curioseando por aquel lugar. La asidua clientela de Clemente empezó a acudir al establecimiento aquella mañana de sábado; contabilizamos hasta cinco caballeros, todos ellos mayores de cuarenta años y con el pelo aún muy corto. Evidentemente aquel no era un local de moda. Los escasos chavales y jóvenes que se cortaban el pelo donde Clemente, lo hacían obligados por las circunstancias.

A las diez horas y trece minutos se abrió la puerta y los gemelos abandonaron el local. Jesús y yo nos quedamos boquiabiertos. A los dos hermanos aquel sádico los había pelado al rape. De lejos nos pareció que estaban completamente calvos. Al aproximarnos disimuladamente hacia ellos comprobamos que aún conservaban algo de cabello en la parte superior de sus cabezas. En la zona de atrás y en los laterales, la piel les clareaba por completo ya que el pelo tenía una largura milimétrica.

Se dirigieron a la mercería, a toda velocidad, avergonzados y cabizbajos. Tuvimos que apretar el paso para no perderlos de vista. Guardábamos unos metros de distancia para no ser descubiertos por ellos. Un hombre mayor se les quedó mirando y le comentó a su acompañante:

-Estos chavales deben estar en algún reformatorio. Van con todo el coco pelado; a los pobres se les ven las ideas.

Una vez que se metieron en la tienda los perdimos de vista; no les apetecía lucir en público aquellos vergonzantes cortes de pelo. Seguramente se refugiaron en la trastienda y no abandonaron su escondrijo en toda la mañana. Jesús y yo decidimos irnos a la biblioteca. Había que justificar nuestro madrugón del sábado.




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