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La barbería de Clemente 15 by BARBERO MILITAR


Capítulo 15: El espía descubierto (viernes, 25 de octubre, 1974)

Clemente dio por terminado el corte de pelo a cepillo de su amigo Alfredo. Este señor mayor le pidió al peluquero que "le regara la cebolla". El barbero tomó un pulverizador metálico y le aplicó una generosa dosis de loción capilar Flöid. Todo el local se impregnó de aquella fragancia quinada, de aroma inconfundible. Además le obsequió con un meticuloso cepillado de ropa. Alfredo se cuadró ante su amigo y le dijo con sorna:

-A las órdenes de usía. Con este corte de pelo podré pasar la revista militar sin temor a ser arrestado. Conmigo no se van a cebar los piojos.

El limpiabotas, que ya había terminado de atender a mi padre, y el señor mayor abandonaron el local a la vez. Yo era el siguiente, había llegado mi turno.

Clemente decidió realizar una pausa en su trabajo; aprovechó para barrer el suelo de la peluquería. Mientras movía la escoba, silbaba algo parecido a una marcha militar. Con la ayuda del recogedor de madera, eliminó todos el cabello que se había acumulado en el piso.

El corazón comenzó a latirme a gran velocidad, un sudor frío bañaba mi frente. También experimenté un ligero temblor corporal. Se acercaba mi hora; la suerte estaba echada. Ya no iba a ser un simple espectador de la representación; me iba a convertir en el protagonista de la tragedia.

De repente el barbero se giró, me miró a los ojos y con mucha parsimonia me dijo:

-¡Muchacho, tú eres el siguiente!; aproxímate y toma asiento. Veo que has crecido lo suficiente; no va a ser necesario que saque la banqueta en que siento a los pequeñajos. Me parece que nosotros ya nos conocemos; no es la primera vez que te veo por aquí.

Mi padre se sorprendió ante aquella afirmación. Me miró y levantó las cejas. Me pidió explicaciones sobre el tema:

-¿Cuándo te has cortado el pelo aquí?.

Yo, con la voz temblorosa, respondí a su pregunta de una manera torpe:

-Una vez, Gastaminza y yo, nos encontramos con un amigo suyo que se iba a cortar el pelo. Nos pidió que le esperáramos dentro. Pedimos permiso…

Clemente intervino de nuevo en la conversación:

-Eso es verdad. El hijo de Marcos, el de la zapatería de la calle Capuchinos, vino a cortarse el pelo. Me pidió autorización para que sus amigos lo esperasen dentro y yo no puse ninguna objeción. Los chavales se portaron correctamente. Sólo miraban; estaban más atentos que en misa, viendo como yo trabajaba. Sin embargo, no siempre habéis sido unos chicos buenos; a tu padre le tengo que dar una queja sobre ti y ese amiguito tuyo …

Mi padre se puso nervioso, se levantó del asiento y le pidió al barbero que se explicase. Éste estaba al tanto de nuestras actividades de espionaje:

-El tema no tiene mayor importancia, no es nada grave. Su hijo y el otro chaval, todas las tardes del verano pasado, han estado apostados en una esquina cercana. Yo, al principio pensé que estaban esperando a alguien pero…

En aquel momento deseé que me tragara la tierra. El peluquero se iba a ir de la lengua y mi padre se iba a enfadar conmigo:

-Lo que le quiero decir es que se han pasado todas las vacaciones espiándome; se ve que les gusta la profesión, a lo mejor el día de mañana se convierten en colegas míos. Yo me hacía el tonto, fingía no enterarme de nada. Son cosa de chicos, que no tienen mayor importancia. Un día se pasaron de la raya; empezaron a reírse a carcajada limpia. Tuve que salir detrás de ellos para espantarlos. Yo, a su edad, también era bastante curioso. Había un barbero, un tal Cosme, que tenía el local en zona de los antiguos cuarteles; se murió hace muchísimos años. Me gustaba ver como afeitaba y cortaba el pelo. Un día me pidió que le echara una mano. Tendría yo unos diez años. Le pasaba la escoba y le ordenaba la herramienta…

Mi padre no daba crédito a lo que estaba escuchando; no sabía nada de todo aquello:

-Ya puede usted perdonar. Si llego a saber que mi hijo se comporta de esta manera, no le hubiera dejado salir de casa en todo el verano. Le he dicho, por activa y por pasiva, que jamás falte al respeto a las personas mayores. Ahora mismo, delante de mí, se va a disculpar con usted. Yo no tolero las gamberradas.

Le pedí perdón a Clemente. Le aseguré que nos estábamos riendo de un chiste que me había contado Gastaminza. Intenté convencerle de que nuestras carcajadas no tenían nada que ver con su trabajo. Sin embargo aquel hombre era un zorro viejo, difícil de engañar:

-Pues cuéntanos ese chiste tan divertido, para que tu padre y yo nos riamos a gusto. Si no eráis culpables, no entiendo porque corríais tanto; el que no tiene nada que esconder no tiene porque darse a la fuga.

Los reproches del peluquero inclemente aún no habían terminado:

- Por cierto, el sábado pasado habéis vuelto a la las andadas. Estuvieron por aquí dos hermanos gemelos, los hijos del dueño de la mercería del Castillo. Un cliente me comentó que teníais la oreja pegada a la puerta. Cuando los chavales se marcharon, vi perfectamente como los seguíais. Estos mozos, a los que les pelo a cepillo cada quince días, son unos muchachos muy dóciles pero muy tímidos. Seguro que no les hizo ninguna gracia que los persiguierais.

Mi padre me taladraba con su mirada, de la misma forma que lo hizo antes de propinarme aquella humillante azotaina. El barbero se crecía por momentos. Demostró que estaba al tanto de todo lo sucedido. Me agarró suavemente del brazo y me dijo:

-A mí ningún chaval de tu edad me toma el pelo; soy yo el que te lo voy a cortar ahora mismo. Siéntate…

Obedecí sin rechistar. Noté que la rejilla del asiento me rascaba las posaderas; todavía conservaba el calor corporal del cliente anterior. Vi en el espejo reflejado el semblante de mi padre, serio y preocupado. El ambiente se había crispado por culpa de las acusaciones del barbero. Entendí que no estaba el horno para bollos. Debía someterme en todo.




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