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La barbería de Clemente 19 by BARBERO MILITAR


Capítulo 19: El desenlace (sábado, 26 de octubre, 1974)

A la mañana siguiente mi padre y yo acudimos a la mercería del Castillo; creo recordar que tenía que llevarle a don Andrés algún tipo de documentación bancaria. Los gemelos se encontraban detrás del mostrador. Guardaban la compostura, permanecían de pie, dispuestos a cumplir con presteza cualquier orden que recibiesen. Observé que desde el sábado pasado les había crecido el cabello aproximadamente medio centímetro. Al haber trascurrido una semana desde su última visita a la barbería, sus cortes de pelo habían perdido el rigor. Me sentí como si fuera un recluta recién esquilado frente a dos soldados veteranos.

El mercero aprovechó la ocasión para ofrecernos un producto que acababa de recibir. Era un auténtico experto alabando las bondades de sus mercancías:

-Don Francisco, la semana pasada nos han enviado un artículo nuevo, una prenda verdaderamente revolucionaria. No me ha resultado fácil conseguirla, porque la mayor parte de la producción la destinan a los grandes almacenes. Se trata del slip Woom. Son unos calzoncillos que se adaptan de maravilla al cuerpo, como si fueran una segunda piel… Manolito y Santi, traedme las cajas de los slip Woom de color blanco y marino, en las tallas pequeña y grande… Permítame que se los muestre.

Mi padre no supo negarse a los requerimientos de uno de sus mejores clientes del banco. Estos calzoncillos se vendían en unas cajas rectangulares de plástico rígido transparente. En el interior de las mismas se incluía la fotografía de la zona pélvica de un caballero. De esta manera el cliente podía comprobar lo bien que sentaba esta prenda interior masculina. Don Andrés nos enseñó uno de los slip, en color blanco:

-Don Francisco, ante usted tiene unos calzoncillos diferentes, que sin duda van a revolucionar el mercado de la ropa interior masculina. Son los ideales para usar cuando se practica deporte. Carecen de bragueta y se adaptan al cuerpo sin oprimirlo. Se pueden utilizar como bañadores; hay que ser todo un experto para saber que se trata de un slip. El tejido, al ser tan fino, se seca con gran rapidez; a los bañadores tradicionales les cuesta mucho más, porque los fabrican con una tela más gruesa. Los he traído en blanco, color que se asocia con la higiene, y en marino, que son más sufridos. A simple vista parecen pequeños; sin embargo, en cuanto se prueban se estirarán todo lo que sea necesario, su elasticidad es perfecta…

Papá sucumbió ante la verborrea de aquel vendedor nato; compró ocho slip Woom: dos blancos y dos azules para cada uno de nosotros. De nuevo serví de conejillo de indias; el mercero quería saber cuál era la talla adecuada. Tuve que dirigirme al probador y ponerme aquellos calzoncillos. Según me los iba subiendo notaba que se estiraban. La licra con que habían sido fabricados se adaptó perfectamente a mis contornos pélvicos. Don Andrés me pidió que me quitara la camiseta y me quedé tan sólo con los calcetines altos de Ejecutivo y los slip Woom. Mi padre dio su aprobación; la talla pequeña me quedaba perfecta. Los gemelos me observaban desde el rellano de la puerta del probador; sonreían maliciosamente. De nuevo volvía a ser yo el humillado. El mercero se percató de que sus hijos intentaban abochornarme y tomó cartas en el asunto:

-Manolito y Santi, quiero que a partir de este momento seáis amigos de este muchacho, como lo somos su padre y yo. Si a don Francisco le parece bien, me gustaría que los tres chavales salieran juntos los fines de semana. Quiero saber con que tipo de chicos se relacionan mis hijos; hay que apartarlos de las malas compañías. El otro día, en el parque del Duque, vi a unos gamberros que no tendrían más allá de catorce años. Estaban fumando y cada paso soltaban tacos, para hacerse los hombrecitos. Insultaban a las chicas jóvenes que pasaban, les decían todo tipo de groserías. De buena gana hubiera llamado a los guardias para que se los llevaran detenidos…

También don Andrés se refirió a mi corte de pelo:

-Veo, don Francisco, que por fin ha llevado a su hijo a donde Clemente. El corte de pelo que le ha metido es impecable, lo que nosotros llamábamos un pelado de higiene y desinfección. Otra vez aparece en el Diario Regional una noticia sobre la pediculosis; la infección se extiende como una mancha de aceite. La mejor manera de detenerla es pelar a los chicos con rigor y de manera habitual. Da gusto ver así a este chaval… Manolito y Santi, tomad buena nota de ello.

Don Andrés acarició a contrapelo mis milimétricos cabellos y me guiñó un ojo. Le explicó a mi padre que quería para sus hijos un rapado igual al mío. Al verme a mí tan peladito, le entraron repentinamente ganas de que sus hijos visitasen la barbería aquella misma mañana de sábado. Cómo el mercero tenía que atender el negocio no podía acompañarlos. Le comentó a mi padre que le gustaría estar allí presente para dar las instrucciones precisas. Tenía miedo de que sus hijos frenaran al barbero a la hora de "meterles la maquinilla bien metida".

Manolo y Santi aparentaban ser unos muchachos obedientes y sumisos, ¡por la cuenta que les tenía! Sin embargo, a su padre le daba la sensación de que tenían más picardía y malicia de lo que parecía a simple vista. Papá tenía libre aquella mañana de sábado y se ofreció a acompañarlos a la peluquería; yo serviría de modelo para que los esquilaran de la misma forma. Don Andrés se lo agradeció y aceptó su propuesta. Nos obsequió con dos cajas de calcetines Ejecutivo, una para mi padre y otra para mí.

Papá, los gemelos y yo acudimos con rapidez al callejón de los Novicios; el sábado por la mañana la barbería de Clemente solía estar atestada de clientes. Al entrar en el local me llevé una gran sorpresa; la mayoría de los que esperaban para ser atendidos eran jóvenes escolares. Algunos estaban acompañados por sus padres. El barbero inclemente no paraba de usar sus maquinillas; trabajaba a gran velocidad porque la labor le apremiaba. Allí estaban sentados mi amigo Gastaminza y su padre. Modesto, el barbero al que solía acudir mi amigo Jesús, había cerrado el local por motivos de salud; estaba aquejado de un cólico nefrítico. Se sorprendió del brutal rapado que me habían metido. Recuerdo sus palabras mientras me acariciaba la cabeza:

-Te han dejado casi calvo, Fran. La cocorota te raspa que es una gloria; da gusto tocártela. A mí me lo van a poner exactamente igual que a ti. Mi padre me ha acompañado para controlar todo el proceso.

El señor Gastaminza se dirigió a su hijo:

- Tu amigo predica con el ejemplo. Se me caería la cara de vergüenza si te expulsan del colegio por tener miseria. Ya sabes lo que te espera. Fíjate que a todos los chavales el barbero los rapa de la misma manera. ¡Se acabó para siempre la tontería del pelo largo!.

A Jesús, Clemente le cortó el pelo de una manera más rápida; no se entretuvo tanto con él como lo había hecho conmigo la tarde anterior. Sin embargo, técnicamente hablando, el resultado fue perfecto. Cuando el barbero inclemente cogía carrerilla no había quien le detuviera. A los gemelos los rapó del mismo modo. Los aprendices de hippies habíamos perdido definitivamente la guerra aquella mañana.
El padre de Jesús, al enterarse de que su hijo había sido un espía de barbería, le abroncó en público. El pelado brutal debía servirle de penitencia por su mala educación.

El lunes por la mañana muchos de mis compañeros acudieron a clase con el pelo cortado. Jesús y yo éramos los más esquilados de todos. Los otros chicos se empujaban unos a otros; querían acariciar nuestras cabezas mondas y lirondas. En nuestro curso no se dio ningún caso de pediculosis. Los piojos no podían anidar en nuestros rapados cráneos porque se morirían de frío.




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