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2 anécdotas by ilhcts


Estas historias, también reales, son unas de las tantas que la vida de peluquero me ha regalado.
Mi mayor materia pendiente entre las cosas que hubiera querido hacer en mi vida, es ser el verdugo en una institución militar el día de la incorporación. A los 14 años ya cortaba el cabello, así que seguramente si hubiese hecho el servicio militar, hubiese cumplido mi sueño. Fui exceptuado y no tuve la oportunidad.
Lo mas cercano que tuve a la experiencia de meter la maquina por la fuerza, a jóvenes resignados a su suerte de ser pelados, fue cuando me ofrecí como voluntario en instituciones sin fines de lucro, como hogares de niños o centros gratuitos de tratamiento de las adicciones.
En el caso de los niños, la mayoría de las veces era simplemente hacerles un lindo corte, como mi humilde regalo para hacerlos sentir bien, en su realidad bastante triste, pero un día al llegar, me recibe muy serio el encargado del lugar y me informa que están con una epidemia de piojos, y que al ser tantos, las niñas mayores ayudaban a limpiar las cabezas de las otras niñas, y a las que no se dejaban, les habian cortado bastante el pelo, para facilitar la tarea. Para los niños la resolución era mas simple: pelarlos a todos. Los más pequeños fueron los primeros y para ellos, fue una rutina mas. Para los mas grandes, como una vez al mes les cortaba, no fue un cambio muy grande, no le dieron importancia, con la excepción de uno, que con mucha astucia se escapó de mis cortes durante meses. Tenía el cabello pasando las orejas y el flequillo casi hasta la boca. Mientras pasaba la máquina por los demás, todos en una misma habitación grande, las miradas y bromas estaban puestas en este chico y la pelada que le esperaba. El sonreia nervioso y decía que era día de salida, y que su abuela vendría por el y lo llevaría a cortarse el pelo en alguna peluquería. Cada vez que terminaba un niño y decía: el que sigue, todos lo miraban y el sonriendo decía, que pase otro, yo espero a mi abuela. Solo faltaban 2 y el destino parecía jugar en contra de esa hermosa melena lacia, pero en un momento cuando levanto la visita para llamar al siguiente, ya no estaba en el salón.
Al parecer su abuela había llegado y feliz huyó de mi máquina… hasta que el encargado entra a la habitación y me pregunta si ya había pelado a todos. Respondo que el que estaba rapando sería el último, y que no sabía dónde estaba Gabriel, que se había retirado sin cortarse hace unos minutos porque su abuela vino por él. Inmediatamente salió de la habitación y regresó con Gabriel, mirando hacia abajo y rojo de vergüenza. Su abuela que no quería gastar dinero extra en un corte de pelo, accedió a esperar hasta que finalmente le corten el cabello como corresponde.
Así que esta vez, no hubo escapatoria, el encargado se quedó allí hasta que estuvo sentado en mi silla, y para desgracia del pobre Gabriel, su abuela de espectadora me dice, pelalo bien cortito como a los demas, que está lleno de piojos.
Fue suficiente para que a la vista de todos se le escapara una lagrimita.
Mientras lo iba rapando, sus amigos bromeaban, pero también lo ayudaban a sentirse bien, y muy compañeros, lograron que sonriera y que se fuera feliz con su abuela, esta vez, bien pelado.
Debería terminar aquí, pero como ya estoy inspirado y como dije al principio que contaría historias, con la misma temática de mis trabajos voluntarios, en este caso fue en uno de los muchos centros para tratamiento de las adicciones en los que tuve el placer de contribuir.
En estos lugares mi visita mensual era esperada por muchos, que habitualmente me pedían que les corte el cabello, ya que por su tratamiento no podían salir para eso, y si yo no les cortaba, algun encargado, sin habilidades de peluquería, los esquilaria con alguna máquina, sin ningun tipo de elección. Con gusto les cortaba como ellos quisieran, nada exitante para mi, mas allá de la gratitud reconfortante de los internos.
Lo que si generaba un condimento extra, era que las normas de la institución exigían por higiene, cabello corto y hace 20 años atrás no era lo que la mayoría usaba. Era prácticamente una norma no escrita, el que entraba, a pelarse. Y ahí mi recompensa. Bien instruidos por los mas antiguos, cada vez que alguno nuevo ingresaba con una melena larga, antes de caer en las garras de un improvisado, pedian x favor al menos esperar al peluquero, favor que normalmente les concedían si mi visita no estaba muy lejana. Era un placer para mi al ingresar a estos lugares, en zona de campo, mucho espacio al aire libre y jóvenes por todos lados, con diferentes tareas, que al verme comenzaban a disparar comentarios a los nuevos: ve preparandote, hoy te toca pelarte, o hasta aquí llegó tu melena, ahí viene el peluquero a pelarte. Los mas antiguos felices y los nuevos sufriendo su destino. Siempre primero el turno de los mas peludos, entregandose a la rapada que sabían llegaría tarde o temprano y luego los habituales cortes de los demás.
He pasado muchas horas y hasta días, disfrutando además de largas charlas con muchos de ellos, hasta he trabado amistades hasta hoy con algunos. Tanto tiempo de calidad he compartido en estos lugares, se generó una relación de confianza con los internos y el personal.
Así comienza esta segunda anécdota, cuando una tarde en medio de mis peluqueadas generales, el terapeuta a cargo me comenta que en otro centro de la misma institución había un problema grave y necesitaban su presencia. Dijo que tendría que ausentarse hasta la noche, y no había ningún otro para quedarse a cargo del lugar, así que me pidió si podía ocuparme simplemente de que todo estuviera en orden hasta que regrese. No fue un asombro para mi, era habitual quedarme tiempo extra, pero nunca me imagine que podría estar a cargo de todo.
Les avisó a todos y salió para la emergencia. Ya había terminado de cortar y había sido un día poco interesante, ningún nuevo para rapar, cuando uno de los internos me informa que en la entrada había gente esperando se los atienda. Mientras voy acercándome veo un señor con su esposa posiblemente y un joven de 15 o 16 años detrás de ellos y bastante distante.
Este matrimonio tenía una cita con el terapeuta que salió de emergencia, para dejar internado a su hijo, que definitivamente no tenía mucho interés en quedarse.
Imagínense mi emoción al ver la cabellera del adolescente que atada en una colita, le llegaba a la cintura.
Les informo de la emergencia y que lamentablemente el encargado no regresaría hasta la noche, y con una sonrisa de alivio, el adolescente dice: entonces no podré quedarme, regresemos. El padre me dice: viajamos 3 horas para llegar y no se cuando pueda regresar, la situación con mi hijo es grave y me preocupa no poder a traerlo nuevamente. La entrevista para su ingreso está hecha, fue admitido, aquí tengo los documentos. Podría por favor quedar a su cargo hasta que llegue el terapeuta?
Por supuesto que accedí, aunque el joven no quería quedarse. Su mamá lo convenció de que si no estaba cómodo, un una semana vendría por el. Su padre en cambio fue más radical, te quedas o regresas caminando, estamos a mas 20 kilómetros del pueblo más cercano, y yo no pienso llevarte conmigo.
Con una breve despedida dejaron su equipaje, besos y abrazos y el teen de melena hasta la cintura quedó en la oficina de recepción para que junto al interno mas antiguo le indicaramos las normas básicas del internado. Mientras le iban recitando las reglas, levanta tímidamente su cabeza, me mira e interrumpe: yo me iré de aquí en una semana, por favor, no me corten el cabello, no me lo he cortado desde los 10 años.
Yo que estaba parado a su lado, quize tocar su cabello para ver su largo, y me quitó la mano con fuerza, como instintivamente. Estaba muy atemorizado, no por tener que quedarse, sino unica y exclusivamente por su cabellera, que al momento de su entrevista de admisión le habían advertido tendría que ser cortada.
A pesar de estar a cargo del lugar, no me atreví a forzar de ninguna manera a este nuevo interno, pero el joven que me acompañaba, le dice: este señor es nuestro peluquero, viene una vez al mes, y si no aprovechas a que el te corte esa melena, de ninguna manera permitiran que estes en la casa con todo ese pelo y mañana te va a esquilar algún encargado y te arrepentirás de no haberte cortado hoy con un profesional.
El pobre no podía ceder tan fácil su larga melena de 5 años, pero la suerte ya estaba hechada. El interno le dice una vez más: créeme, llevo un año aquí, de mañana no pasas con esos pelos. Tu decides, o el peluquero o el encargado. El pobre no podía ni hablar, solo me miró como eligiendome. La situación era un poco violenta, y no quise cargar con un problema, por lo que le dije: No es mi intención forzarte a nada, si deseas puedes esperar, yo estaré aquí por unas horas más, si me necesitas, me dices.
Estaba llorando, y mirando al piso, entonces levanta su cabeza y con las 2 manos se quita lo que sostenía su pelo, y sacude una increíble melena de mas de un metro de largo. â€" prefiero que sea usted, con lágrimas que no paraban de salir. Me conmovió y de verdad me hubiese gustado darle a elegir un corte de su agrado, pero la regla para los nuevos era la de siempre, rapada completa.
Fuimos hacia donde estaban los demás y donde tenía mis herramientas, parecía como si caminara a la horca.
Podría haber metido la máquina por la frente, o cortar grandes mechas con la tijera, pero ese era mi momento y decidí disfrutar un poco. Le puse la capa con todo su pelo adentro y luego fue todo un placer quitarlo de debajo de la capa, y luego lo peine parte por parte hasta que estaba bien prolijo. Toda su cabeza y cuerpo estaban cubiertos por esa melena castaña. Cuando encendí la máquina el chico se estremeció y muy suave levanté un mechón muy grueso y lo corté. Así hasta que la melena estaba en el piso y en su cabeza solo había unos 4 o 5 centímetros, que reduje a casi nada con la número 2. Se limpia sus lágrimas, con miedo se toca la cabeza y me dice: para dejarme esto, mejor nada, paseme la 0 x favor. Y fue así como pasó de una peluca de mas de un metro a 0, y yo viví una de las tardes más intensas de mi voluntariado.





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