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Corte de pelo a cepillo raimundiense 1 by BARBERO MILITAR


Dentro de veinte minutos se declarará el Silencio Mayor; a partir de ese instante, los seis internos deberemos permanecer callados hasta las siete de la mañana, de lo contrario, seremos severamente castigados. En caso de que necesitemos algo, por ejemplo visitar el cuarto de baño, podremos pulsar el llamador que tenemos junto a nuestra cama. Diligentemente, acudirá a atendernos el vigilante profesional que nos cuida por las noches, don Juan Miguel Zoido.

He estado charlando un rato con mis cinco compañeros de la Vigésima Promoción, los que estudian 1º de BUP conmigo en el internado de San Raimundo. Tan solo hemos hablado de un tema: el corte de pelo brutal que nos acaban de meter; cuando vemos nuestros rostros reflejados en los espejos del cuarto de baño, nos resulta difícil reconocernos. Nos sobábamos la cabeza unos a otros y bromeamos sobre nuestra nueva imagen.

Hemos estado jugando a los barberos: Roberto, José Manuel y un servidor actuábamos como si fuéramos oficiales de barbería: con una maquinilla virtual, les esquilábamos al resto de compañeros. A mí me ha tocado "rapar" a Alberto, el chico rubio de Santiago de Compostela que tiene rasgos celtas. Luego hemos cambiado los papeles y Alberto se ha convertido en un riguroso barbero que, imaginariamente, me ha pelado la cabeza al doble cero.

Hemos decidido levantar acta de lo que nos ha ocurrido este viernes, 2 de septiembre de 1977. Cristóbal, el chaval de Gecho (provincia de Vizcaya), será el escribano; es, sin duda, el que tiene la mejor caligrafía de los seis. Mis compañeros han decidido, por aclamación popular, que sea yo quien narre lo que nos ha acontecido en esta jornada tan especial. Soy consciente de que he adquirido una gran responsabilidad; posiblemente, estos escritos lleguen a formar parte del Museo Raimundiense, donde se custodian los "documentos históricos" del internado.

Este viernes, 2 de septiembre de 1977, ha sido, tanto para mis compañeros de promoción como para mí, una jornada inolvidable. No puedo parar de tocarme la cabeza y sentir como pincha mi cabello rapado. Uno de los chicos del Colegio Mayor me ha advertido que sentiré una extraña sensación cuando me acueste: al moverme en la cama, notaré como raspa el pelo al entrar en contacto con la almohada y escucharé un sonido muy peculiar. Por una parte, estoy deseando que, tras la oración nocturna, se nos ordene acostarnos. Ahora estoy más tranquilo pero ha habido momentos, a lo largo de este día tan especial, en que me encontraba excesivamente excitado.

Al igual que les pasa a los otros cinco discípulos del internado, desde tiempo inmemorial, he querido que me pelaran así. En el fondo, deseamos que nos sometan y obedecer en todo a nuestros superiores. Este viernes, la obsesión porque que me raparan, de forma contundente y despiadada, se ha hecho realidad.

Entre todos los chicos españoles que estudiábamos octavo de EGB, escogieron a los seis más obedientes y dóciles que encontraron para que formásemos parte del proyecto educativo de HERDISCAB; tengo la inmensa suerte de ser uno de ellos. El objetivo de esta fraternidad masculina es transformarnos en futuros caballeros tradicionalistas, defensores de valores eternos.

Para captarnos, se sirvieron de una institución, dependiente de la Hermandad, llamada IEPIDE (Instituto Español para la Investigación y Desarrollo del Estudio). Seleccionaron un número limitado de colegios de toda España, a excepción de Madrid; no querían que los internos tuvieran la familia viviendo en la misma ciudad. Aparentemente, solo les interesaba saber el grado de preparación que teníamos los chicos de octavo; lo que pretendían, en realidad, era investigarnos a fondo y conocer nuestra personalidad y secretos más ocultos. Con la ayuda de pruebas psicológicas y preguntas trampa, consiguieron detectar a aquellos adolescentes que teníamos una marcada tendencia a la sumisión, los que estábamos dispuestos a obedecer sin rechistar.

La mañana del lunes 18 de abril de 1977, acudió a mi antiguo colegio un caballero ovetense llamado don Bernardo González Suárez, el representante de IEPIDE. Los estudiantes de octavo tuvimos que realizar una serie de test de inteligencia y de personalidad. Después de examinar dichas pruebas, decidió que yo era el candidato ideal para ingresar en el Internado de San Raimundo.

La entrevista que mantuve en mi antiguo colegio con don Gonzalo, mi actual tutor y director del internado, me permitió conocer algunos de los secretos más importantes de HERDISCAB, la Fraternidad de Caballeros que sostiene económicamente al Internado Masculino de San Raimundo. Después de vencer algunos obstáculos, y de guardar el más absoluto secreto sobre los temas que la Hermandad consideraba materia reservada, ingresé en dicha institución. Además del internado de bachillerato y COU, el palacete de Don Raimundo alberga la sede del Colegio Mayor de Santo Tomás de Aquino para universitarios y un pequeño destacamento militar para que los miembros de la Fraternidad podamos cumplir el servicio militar siguiendo nuestras propias normas disciplinarias.

En mi caso, mi interés por los cortes de pelo rapados comenzó en enero de 1973, cuando el viejo Anselmo cerró la barbería y empecé a visitar otros establecimientos. Mi padre era un hombre muy ocupado y consideró que ya era lo suficientemente mayor para acudir solo a la peluquería.

La moda del cabello largo entre los hombres, jóvenes y niños se impuso hasta el punto de que un pelado a cepillo se convirtió en algo humillante. Las maquinillas manuales cada vez se utilizaban menos. Comencé a añorar aquella sensación tan placentera que experimentaba cada vez que el viejo Anselmo me pasaba la maquinilla desde el cogote hasta la coronilla. Paulatinamente, las maquinillas eléctricas fueron sustituyendo a las manuales. Yo deseaba, más que nada en el mundo, que algún día el barbero de turno me la metiera bien metida, hasta arriba; en el mejor de los casos, tuve que conformarme con sentir la vibración de este artefacto en la base del cuello.

Lo del corte de pelo y el uniforme obligatorio lo supe desde el primer día en que hablé con don Gonzalo. Tal vez, fue éste uno de los motivos por el que deseaba ingresar en el internado a toda costa. Además, se me garantizó que cuando acudiese a casa por vacaciones, mi pelo tendría una largura razonable. Todos los rituales disciplinarios a los que se somete a los alumnos se les ocultan a los padres; se trata de evitar que éstos se escandalicen y nos impidan formar parte de la Fraternidad.

A principios del mes de julio, los futuros alumnos de San Raimundo tuvimos que viajar a Madrid para que se nos realizara una revisión médica y psiquiátrica en profundidad. Me vino a buscar a casa mi actual tutor, Don Gonzalo Infante Daza. Viajamos a la capital de España en un elegante coche Dodge Dart de color negro. Por fin, pude conocer al resto de mis profesores, compañeros de estudios y empleados del centro. Nos alojamos en la Clínica de San Lucas, edificio anexo al palacete de Don Raimundo.

A mí me sometieron a una pequeña intervención quirúrgica: me eliminaron lo que popularmente se conoce como frenillo, una pequeña telita que se forma en el glande del pene. También, me empastaron varias muelas y me extrajeron una pieza que había sido dañada irremisiblemente por la caries; me realizaron un implante dental. Me eliminaron una verruga de un dedo y me pusieron un corrector en los pies para evitar que se me deformaran.

Ayer, jueves 1 de septiembre, mis padres y yo tuvimos que acudir a un céntrico hotel de mi ciudad, el de más categoría, para participar en lo que se llamó "el desayuno de despedida". Los tres chicos que vivíamos en el norte (Vascongadas y Navarra) viajamos a la capital de España en un microbús, último modelo, de color gris oscuro metalizado y con el escudo colegial impreso en las puertas. Compartimos aquel medio de transporte cinco personas: don Gonzalo Infante, el director del internado y mi tutor; don Saturnino Campo, conductor del vehículo y enfermero; Cristóbal Muguruza, compañero de Gecho; Roberto Bermúdez, natural de Pamplona, y un servidor.

Don Saturnino nos inyectó un relajante natural en las nalgas para que pudiéramos dormir la mayor parte del trayecto. Para ello, paramos en un descampado de las afueras y, después de correr todas las cortinas de las ventanillas, con el fin de mantener una total discreción, tuvimos que bajarnos los pantalones y calzoncillos. Los tres chicos sentimos el pinchazo de la aguja en los glúteos. Después, nos acomodamos en los asientos que teníamos asignados y dormimos plácidamente. Faltaba poco más de una hora para que llegáramos a Madrid cuando nos despertamos. Nos proporcionaron unos sándwiches, de jamón y queso, y un zumo de naranja. Este pequeño refrigerio nos sirvió de aperitivo antes de disfrutar del banquete de recepción.

El Banquete de Apertura del Nuevo Curso fue un verdadero festín gastronómico. Degustamos una tabla de ibéricos, fritos variados, langosta con mayonesa y una exquisita tarta de fresa. Posteriormente, tras una reparadora siesta, tuvimos que acudir al almacén de ropa. Allí depositamos todas nuestras pertenencias; hasta que no nos den las vacaciones de verano, no nos devolverán nuestra ropa y objetos personales.




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