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Hijo del Cuerpo 1 by BARBERO MILITAR


Esta historia le ocurrió a uno de mis compañeros de armas, con quien tuve el honor de hacer el servicio militar. El muchacho en cuestión se llamaba Salvador; era natural de Guadix, provincia de Granada, e hijo de un guardia civil.

En la época en que sucedió lo que aquí os narro, Salva tenía 16 años y su padre estaba destinado en Madrid. Al ser hijo único, vivía solo con su madre. El chico demostró sus aficiones musicales, formando parte de una banda de rock en la que tocaba la batería. Su padre era extremadamente autoritario y vivía obsesionado con la idea de que su único hijo varón debía cursar estudios universitarios. Lo que de ninguna manera le toleraba era que abandonase los estudios para ejercitar actividades lúdicas. Salva, al sentirse durante un año libre de la vigilancia paterna, aprovechó para enrolarse en Rock Guadix, así se llamaba el grupo musical, y sus calificaciones académicas comenzaron a bajar.

Pero el destino cruel le tenía preparada una desagradable sorpresa. Su madre, oriunda de la provincia de Badajoz, tuvo que acudir a cuidar a la abuela del muchacho. Para que éste no se quedase solo en casa, como hubiera sido su deseo, su padre cogió vacaciones y regresó a Guadix.

Apenas disfrutó de seis horas de libertad. Aprovechó para tumbarse en el sillón, mejor dicho despatarrarse, y poner el equipo de música a todo volumen. Con aquel ruido ensordecedor no pudo percatarse de que su padre había introducido la llave en la cerradura. No se enteró de su llegada hasta que éste abrió las puertas correderas del salón. Intentó ser cariñoso con él, se puso de pie y le besó efusivamente. Armando, este era el nombre del guardia civil, era un caballero de edad media, moreno de piel y con el pelo negro y muy corto, ojos oscuros y el característico bigote que suelen usar los miembros de la benemérita.

Las primeras horas que pasaron juntos fueron de tanteo. Armando y Salva se observaban mutuamente. El hijo le tenía un gran respeto a su padre y procuraba bailarle el agua, escuchando atentamente sus consejos. Cuando terminó de cenar Armando, y después del tradicional cafetito, pidió cuentas al chico sobre su rendimiento escolar:

-Salvador, hijo mío, quiero ver las notas. No intentes camelarme con tu verborrea; yo quiero saber cuáles son tus calificaciones.

Ante la insistencia de su padre, no le quedó más remedio a Salva que poner en conocimiento de éste sus dos suspensos en matemáticas y gimnasia. El guardia civil permaneció callado durante un par de minutos pero con la mirada taladraba al chico que se sentía muy incómodo. Prefería mil veces una monserga, incluso algún que otro grito, que aquel silencio amenazador; se barruntaba lo peor. Cuando Armando comenzó a hablar, las paredes de la sala temblaron. Un escalofrío recorrió su cuerpo, el miedo se apoderó de él:

-¡Muy bien por el señorito! Su padre trabajando como un cabrón, haciendo horas extras en un destino durísimo para ganar todo el dinero que pueda y así poder pagarle los estudios universitarios y él, mientras tanto, haciendo lo que le viene en gana, malgastando el tiempo…

Salvador se defendió lo mejor que pudo. Achacó su suspenso en las matemáticas a que el profesor no explicaba bien la asignatura. Exageró deliberadamente las cifras del fracaso escolar, asegurando que más de la mitad de la clase tenía la asignatura pendiente. Le prometió enmendarse y dedicarse todo el verano a estudiar de firme, para así obtener una buena nota en septiembre. Su padre no se conformaba con promesas, quería resultados. Y comenzó a tomar medidas drásticas:

-Lo primero de todo es buscarte un buen profesor particular. Hablaré con el cabo Mateo por si conoce a alguno que esté disponible. A ti, hijo mío, no se te puede dejar solo; necesitas mucha disciplina. Te vas a pasar todas las mañanas del mes de julio estudiando matemáticas, las horas que sean necesarias. Por las tardes, a partir de las cinco, irás a la casa cuartel y allí Mateo te meterá en cintura y te enseñará a saltar el potro. En esta vida todo tiene remedio.

Los planes que para el verano tenía Salvador se vinieron abajo como un castillo de arena azotado por la marea alta. Intentó que su padre le concediese un par de horas al día para poder ensayar con el grupo de rock. Sus palabras cayeron en saco roto y su propuesta para lo único que sirvió fue para encolerizar más a Armando:

-Yo ya me imaginaba que había algo de eso. La mierda de música esa que escuchas te está absorbiendo el seso. No sirve más que para hacerte perder el tiempo, tiempo que necesitas para estudiar. Yo voy a cortar el mal de raíz. Te prohíbo terminantemente que vuelvas a acudir a ese local del ayuntamiento, ni siquiera como visitante. Si me desobedeces me acabaré enterando y tú y yo vamos a tener un problema muy serio. ¿He hablado con claridad o es necesario que te lo repita?

Salva aceptó aquel severo rapapolvo. Sabía que había perdido la batalla y que como mucho se tendría que conformar con escuchar, cuando no estuviera su padre presente, alguno de los discos que tanto le gustaban. Pero el guardia civil todavía se guardaba la sorpresa más amarga debajo de la manga. Salvador pidió permiso a su padre para retirarse a su habitación y poder acostarse. Con acritud, Armando se despidió de su hijo:

-¡Vete a la cama de una vez!; prefiero perderte de vista. Me va a sentar mal la cena por tu culpa; ya me noto la úlcera. Márchate cuanto antes…

El joven, cabizbajo y apenado, se retiró y de repente su padre pronunció unas palabras que le dejaron paralizado junto a la puerta del salón:

-Por cierto, vas hecho un guarro. Esa camiseta que llevas, que tiene impresa al demonio, no te la vas a volver a poner nunca más; soy capaz de quemártela. Mañana te quiero ver con unos pantalones de vestir y no con esos pingos de vaqueros que usas.

Salva se defendió lo mejor que pudo:

-Papá, yo ya no tengo pantalones de vestir, sólo vaqueros y tampoco uso camisas.

El guardia civil atacó, no se mordió la lengua:

-Pues aunque tuviera que pedir la paga por adelantado, aunque me viese obligado a hipotecar el piso para comprarte ropa, lo haría. Tú desde mañana mismo vas a empezar a vestir como un hombre, no como un delincuente. Los chorizos a los que hemos detenido en Madrid iban cien veces mejor vestidos que tú. Me das mucha vergüenza hijo mío. A ti de esas fachas no se te puede presentar en sociedad y menos en el cuartel. La culpa es de tu madre que te consiente todo, que no te pone límites a nada. Por cierto con ese pelo pareces un maricón, largo y sedoso, como si tuvieras que hacer un anuncio de champú. Mañana mismo te voy a llevar a la barbería del cuartel a primera hora, que es cuando menos gente hay, y que te lo corten como a un hombre…

Aquello era demasiado. Todo el espacio de libertad, que había conquistado con esfuerzos y sudores durante un año, lo perdía en un instante. Su padre invadía su esfera de intimidad y entraba en su mundo como un elefante en una cacharrería, destrozando todo lo que encontraba a su paso. El autoritarismo hacía acto de presencia. Asustado por lo que se le venía encima, Salva imploró a su padre:

-Papá, por favor, yo llevo el pelo largo porque es moda y no molesto a nadie con ello. Todos los chicos de mi clase van así…

El guardia civil se acercó a él, le miró fijamente a los ojos y gritándole le dejó las cosas bien claras:

-Conmigo niñato no se negocia. A mí se me obedece y sin rechistar. Mientras estés bajo este techo, tendrás que aceptar mis normas. Hasta dentro de dos años no serás mayor de edad y mientras tanto sólo te queda obedecerme. Me importa un rábano que a los chicos de tu clase sus padres les dejen llevar el pelo hasta el culo. Tú mañana irás conmigo a la barbería del cuartel. Te aseguro que yo a ti te domo. Y si pones la menor resistencia, cuando lleguemos a casa, te doy tal azotaina que no te vas a poder sentar en una semana. Ya sabes que yo no amenazo en balde; lo que digo lo cumplo. Y ahora mismo te pones el pijama y te acuestas. ¡A la cama ya mismo!

Aquella noche Salva fue incapaz de conciliar el sueño. No podía dejar de pensar en la que se le venía encima. A las ocho en punto de la mañana, Armando irrumpió en el dormitorio del joven, subió la persiana y le arengó para que levantara. Le exigió que se duchase. Mientras Salva se aseaba, su padre aprovechó para enredar en su armario. Escogió para su vástago la ropa más digna que encontró en el ropero: un pantalón vaquero que no estaba desteñido, una camiseta blanca de algodón y unas zapatillas de deporte negras. Además le preparó la muda: un slip azul marino de licra y unos calcetines del mismo tono y de canalé. Aquellas eran las prendas que tenía que usar.

Salva, con gran educación, le pidió a su padre que le pasase el albornoz y una toalla porque se le habían olvidado en el armario. De nuevo tuvo que escuchar los exabruptos paternales:

-El señorito se ha pensado que su padre es un mayordomo. Sal como estés y déjate de remilgos.

Salvador, que estaba completamente desnudo, se tapaba con las manos los genitales. Anduvo a saltitos hasta llegar al armario donde se guardaban las toallas. Armando se dedicó a observarle y recriminó que éste adoptase una actitud tan pudorosa:

-Veo que sientes vergüenza de que tu padre te vea desnudo. De ser un vago es de lo que se te tendría que caer la cara a pedazos. ¡Estamos entre hombres, coño!...




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