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De vuelta al barrio by jenrique
El sábado volví a mi ciudad a visitar a mi madre como lo hago todas las semanas.
Llegué a la terminal de autobuses y caminé las tres cuadras que me separaban de casa.
Vaya a saber porque motivo recorrí con la vista mi antiguo barrio. Mucho no ha cambiado, incluso en la ultima cuadra vi mi vieja peluqueria de niño y jovencito : la peluqueria de Don Campos.
Los recuerdos vinieron a mi mente y me trajeron a la memoria cómo odiaba cuando mi padre me llevaba a cortar el pelo.
La fachada estaba igual aunque algo deteriorada. El pequeño ventanal que dejaba ver el interior y la puerta de madera con vidrio superior donde se leía , con letras rojas ya borrosas, PELUQUERIA - CABALLEROS Y NIÑOS, estaban faltos de pintura.
Imaginé los años que tendría el peluquero y le calculé mas de 60.
Invariablemente en mis visitas forzadas, me rapaba sin piedad ante la mirada complaciente de mi viejo.
Llegué a la casa de mi madre y disfrutamos algunas horas charlando de todo un poco.
Cuando me estaba marchando ella me miró y me dijo :
- Hijo, por qué dejas crecer tanto tu cabello ? No te queda bien para los casi 40 años que tienes.-
- Si, tienes razón, ya me lo cortaré un poco. A propósito, le dije, ¿Sabes que recién pasé por lo de Don Campos y nunca me había fijado que aún sigue abierta.
- Sí- me respondió. - Ya está mayor pero sigue atendiendo. Tu abuelo sigue yendo allí a cortarse. Deberías volver
- No madre, ya está pasada de moda. Ya tengo otro peluquero.
- Es una lástima- me dijo. - Me gustaba el corte que te hacía cuando te llevaba tu difunto padre. Recuerdo que siempre volvías llorando con el pelo cortito como le gustaba a tu padre.
- Yo odiaba esos cortes, mamá. Creo que no podría volver ahora.
- Bueno hijo, tu decides. Pero quizás quieras darme una alegría en algún momento.
Nos despedimos y me encaminé a la terminal.
Me quedé pensando en sus dichos mientras caminaba.
Pasé por la puerta del local y el peluquero estaba en la puerta de la tienda. Siempre con su largo delantal hasta las rodillas, dejando asomar un peine y una tijera de punta en el bolsillito superior de su chaqueta.
Por supuesto que no me reconoció.
Segui hacia la terminal pensando en las palabras de mi madre: " Tal vez me quieras dar una alegría ".
Decidí que, el siguiente fin de semana volveria a sentarme en el viejo sillón de Don Campos. En definitiva sería solo pelo lo que podia perder y si eso servía para contentar a mi madre, bien valía la pena.
Volví el sábado siguiente. Desde la esquina vi al peluquero despidiendo a un cliente. Cuando estuve frente a él vi que no había espera, y se me ocurrió la pregunta mas tonta :
- ¿ Está libre para un corte de pelo ?
- Por supuesto, joven, adelante.- y me invitó a pasar. - Siempre es bueno arreglarse el cabello.- agregó.
- Si.- le dije algo nervioso. - Ya lo tengo crecido y, como no hay clientes, aprovecharé.-
El local estaba igual. El viejo sillón de cuerina roja y apoyabrazos de cerámica blanca se reflejaba en el espejo sobre el mueble.
Algunas sillas para la espera y, en un rincón el perchero de pie que sostenía la gran tela de algodón, y en el otro rincón, debajo de la ventana, la sillita de madera para niños en la que tantas veces me atendió de niño.
Nada habia cambiado. Era como un viaje al pasado.
Don Campos ya andaria por los 70 años.Ahora lucia gafas y había perdido bastante cabello y el poco que le quedaba estaba cortado al rape.
Me indicó tomar asiento mientras descolgaba del perchero la sábana blanca.
Yo estaba de frente al espejo y veía a mi espalda como el peluquero la sacudia con fuerza y le daba vuelo para pasarmela por delante de mí cubriendome por completo. La ajustó con firmeza en la base de la nuca , sujetandola con un broche metálico y me colocó un paño menor doblado hacia adentro contra el cuello de mi camisa.
Yo ya me sentía dominado mirando mi reflejo con la cabeza fuera de ese manto blanco, a merced del peluquero.
Me pidio un segundo mientras barria todo el pelo del cliente anterior que se encontraba al pie del sillón.
En ese tiempo mi mirada se posó sobre el mueble y vi las viejas máquinas mecánicas de corte escalonadas segun el nivel de las cuchillas. Un escalofrio me corrió por la espalda. Eran las viejas herramientas que usaba desde siempre.
Me empezó a alisar el pelo con el peine del bolsillito y me dijo :
- Joven, ya no hago cortes de estilo, sólo cortes tradicionales, Ud dirá.-
- Está bien. Estoy buscando algo corto, sobre todo atrás. ¿ puede ser una media americana ?- Le dije casi resignado.
- Está seguro? eso es muy corto. ¿ Cuánto hace que no se corta el pelo así? Será un gran cambio.- dijo.
- Sí. Hagalo corto.- le dije como si estuviera seguro.
- Muy bien, Ud manda.-
Lo vi tomar del mueble una de las maquinillas que me pareció la #1.
Me inclinó la cabeza a un costado y me peló todo ese lateral.
Bajandome la cabeza me pasó la maquina hasta la mitad de la nuca y luego, girando el sillon me peló el otro lateral.
Antes de cortar la parte superior , volvió a ponerme frente al espejo y puso en mi espalda el espejito de mano.
No me gustó lo que veia. Era un corte muy antiguo.
Pensé en un momento en mi madre y supe que tenia que ser mas drástico.
- Perdón que le cambie el corte. Podria ser una americana ? le dije, ahora sí seguro de lo que quería.
El peluquero, aun con la #1 en la mano, me miró a través del espejo, y sorprendido, me dijo :
- ¿Americana?. Eso será toda la nuca rapada. ¿ está seguro ?
- Sí. Así a media nuca no me gusta.-
- como ud quiera, pero no hay vuelta atrás. eh ? - me dijo como dandome una chance para que lo pensara. - Es el mejor corte para un caballero. - dijo.
-Sí. Peleme hasta arriba , pero arriba déjeme algo como para peinarme. No me lo rape , pero que quede corto.-
Tranquilo. Llevo años haciendo ese corte.-
De uno de los cajoncitos sacó una maquinita más pequeña de púas muy estrechas. Supe que era la CERO que me pasaba de niño. Le ajustó el tornillo superior y la hizo funcionar en vacío casi delante de mis ojos.
Fue a mi espalda y, otra vez con la barbilla tocando mi pecho, me apoyó el frio acero de la maquinilla en la base de mi nuca pelada al #1.
Mientras me la subia hasta la coronilla me explicaba:
- La americana va con la #0, que es la que le estoy pasando ahora. Le va a quedar la parte trasera a 1 milímetro apenas, que es el corte más higiénico.
Yo sufria sintiendo la presión que ejercía sobre mi cuero cabelludo y recordaba mis antiguos rapados de niño, y sabía que hoy no iba a ser distinto.
Me rapó toda la nuca con las mismas ganas que cuando era chico.
Volvio con la #0 a los laterales y se esfumaron mis patillas hasta las sienes y aparecieron arcos sobre las orejas.
Con lo que odiaba las entalcadas, me volvio a empolvar y pasar el viejo cepillito de madera.
Con una tijera recta me rebajó todo el pelo de arriba hasta dejarlo bastante corto.
En la tela blanca descansaba todo el pelo arrancado de raíz.
Desabrocho la capa, la sacudio en el aire y toda la pelambre cayó al pie del sillón.
Era una barbaridad todo lo que me había cortado. Me veia en el espejo y no podia creerlo.
Me envolvio otra vez con la tela y preparó en un cuenco metálico un poco de jabón y, con una brocha me recorrió todo el borde del corte.
Templó la navaja barbera, antiquísima, con el mango nacarado en una lonja de cuero que colgaba de uno de los apoyabrasos de la silla de barbero, y me rasuró todo el contorno. Mi cabeza presentaba ahora un aspecto prolijo y ridiculo a la vez.
Con la doble cero me perfiló la base de la nuca.
Me sentía totalmente rapado.
De un frasco con una crema azul sacó, con dos dedos, una buena cantidad que desparramó en las palmas de sus manos y me untó el pelo que quedaba en la parte superior. Me hizo una raya al costado y me peinó tipo años '50.
Antes de liberarme de la tela me puso el maldito espejito de mano para que observara el corte trasero. Estaba absolutamente pelado. Aprobé el corte.
- Servido, caballero. Espero haya quedado conforme.- me dijo mientras me sacaba la capa.
Bajé del sillón mirandome al espejo , girando la cabeza hacia un lado y otro. Me di cuenta cuánto tiempo hacia que no recibía un corte semejante. Pero pensé en mi madre y mucho no me importó la rapada.
Le pagué por su trabajo al tiempo que el peluquero amontonaba en un rincón todo el pelo que habia perdido.
Cuando estaba saliendo de la peluqueria, un comentario del peluquero me dejó perplejo:
- Lamento la pérdida de tu padre.Saluda a tu madre de mi parte.-
Fui a visitar a mi madre y , al verme, demostró mucha alegría, incluso dejó escapar algunas lágrimas, tal vez , recordando a mi padre, mientras me acariciaba la nuca.
Me senti complacido.
Volveré a lo de Don Campos si mi madre me lo pide y como un pequeño homenaje a mi viejo.