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Nuevo peluquero by George


Cuando mis padres se separaron yo tenía 8 años y era hijo único. La separación no fue en buenos términos, tanto es así que a mi padre sólo lo vi algunas veces más y luego desapareció de nuestras vidas. Con el tiempo me enteré que se había radicado en Brasil.
Mi madre debió salir a trabajar para poder mantenernos. Ella era maestra y , al principio, le costó conseguir una escuela donde trabajar.
Yo estaba terminando mi tercer grado de escuela primaria.

Cuando tuvieron que hacer el reparto de bienes gananciales hubo que vender la casa en la que vivíamos y a mi madre no le quedó otra alternativa que buscar una casa en alquiler.
Fue una época difícil para ella y también para mí porque había perdido la referencia paterna.
De a poco nos fuimos acomodando pero siempre sabiendo que era un tiempo duro el que debíamos transitar.
Gran parte del dinero que ella ganaba debía destinarse a la renta y llegó un momento en que la situación se le iba de las manos.

Mis abuelos maternos vivían en un pueblo de la provincia que, si bien era un pueblo grande, muy lejos estaba de ser una gran ciudad.
Una noche, mientras cenábamos los dos, me contó que el abuelo le había propuesto ir a vivir con ellos. A mí me gustó la idea , claro que la cosa no era tan fácil porque ella tenía que solicitar un traslado en su trabajo a la escuela del pueblo y conseguir una vacante para mí, para que pudiera iniciar al año siguiente mi cuarto grado en la nueva escuela.
El abuelo hizo gestiones para que se acelerara todo y en menos de un mes ya estábamos organizando la mudanza. No había tantas cosas para llevar pero siempre una mudanza no deja de ser un trastorno.
Mi abuelo viajó para colaborar y fue de mucha ayuda.
Un par de días antes de la Navidad ya estábamos viviendo en el pueblo.

Los primeros días para mí fueron una aventura. Todo era nuevo.
La casa era cómoda para los cuatro. Yo tenía mi propio cuarto que, aunque era pequeño, era mi mundo.
Al no haber muchos niños de mi edad, pasaba el día recorriendo el pueblo. Había una plaza con juegos que yo disfrutaba mucho.
El abuelo me había contado que no muy lejos había un riacho donde se podía ir a pescar ranas y peces pequeños y que los fines de semana iríamos a pasar la tarde.

Yo encontraba en mi abuelo la figura paterna perdida. Lo disfrutaba mucho. Como estaba jubilado tenía bastante tiempo libre que compartíamos. Por lo general íbamos hasta el pueblo y le hacíamos las compras a la abuela , También lo ayudaba a realizar arreglos en la casa, o bien, cuidando el jardín y la pequeña huerta que tenía en el fondo.

Así iban transcurriendo los días de un verano bastante caluroso.
Una mañana, después del desayuno, mi madre partió a su trabajo. Él leía el periódico en la cabecera de la mesa mientras la abuela preparaba la lista de las necesidades que había que comprar en el pueblo. Les comenté que me había hecho amigo de un chico que vivía a dos cuadras de casa y que, posiblemente, cuando iniciaran las clases, sería compañero en el colegio. Les pedí permiso para ir por la tarde al río a pescar y no pusieron reparos.
Esa mañana fuimos al pueblo e hicimos todas las compras. Yo estaba entusiasmado con la tarde de pesca que tendría con mi nuevo amigo.
Almorzamos y a las tres de la tarde,con mi cañita en mano, me fui a encontrar con él en su casa como habíamos quedado.
Menuda sorpresa me llevé cuando salió a recibirme. Le habían cortado el pelo cortísimo. Se le traslucía el cuero cabelludo en la nuca, las orejas estaban absolutamente expuestas y su flequillo estaba cortado casi en la línea de crecimiento del cabello. Sus patillas habían desaparecido y una franja blanca se extendía hasta las sienes.
Habrá notado mi cara de sorpresa porque me miró y , casi resignado, me dijo: - Me cortaron el pelo.-
Me dió mucha lástima su expresión y, en ese mismo instante, se vino a mi mente algo que no había tenido en cuenta desde mi llegada: mis futuros cortes de pelo. Me ganaron los nervios. En algún momento tendría que visitar a un "nuevo" peluquero.
Se hizo un breve silencio entre nosotros y, sin poder quitar mi vista de su cabeza rapada, le dije que le quedaba bien. Los dos sabíamos que era un cumplido.
Le pregunté por qué se lo cortaba tan corto y me contestó que su padre era quien decidía y que , además, las dos peluquerías del pueblo eran antiguas y atendidas por peluqueros mayores. Los cortes eran obligadamente cortos.
Con la descripción que me hizo me empecé a preocupar. En ese momento tenía mi pelo bastante crecido y , en realidad, odiaba las peluquerías y a los peluqueros.

El verano se iba terminando y cada vez estaba más cerca el inicio de las clases, pero no era eso lo que me preocupaba. Seguía dando vueltas en mi cabeza el casi inminente corte de cabello que me esperaba y tenía muy presente la imagen de la cabeza de mi amigo. No sabía cuál de los dos peluqueros me tocaría. Seguro sería el mismo que le cortaba a mi abuelo, que llevaba el pelo muy corto.

Un día fuimos al pueblo para la compra de mis útiles escolares. Mi madre había hecho la lista y dejó para el sábado todo lo que era indumentaria para poder ir ella.

Fuimos con el abuelo a la librería y en el camino lo ví : un viejo polo de barbería, pero funcionando, indicaba la presencia de una peluquería. Se me congeló la sangre.
En la puerta, fumando, se veía al peluquero. Una persona mayor, tal vez de la edad de mi abuelo o más, luciendo un delantal blanco abotonado hasta casi las rodillas. Verdaderamente daba miedo.
Al pasar por la puerta mi abuelo se detuvo a saludarlo y , como era lógico, aprovechó para presentarme:


Buen día , Antonio.- saludó mi abuelo.
Que tal Carlos.- fue la inmediata devolución del saludo.
Todo bien. Este es mi nieto Jorgito. Mi hija se vino a vivir con nosotros...vos entenderás.-
Sí, claro. Vos sabés que en el pueblo las noticias corren rápido.- dijo el peluquero, y agregó : - Cómo te va, che ? ¿ te gusta el pueblo?-
Sí.- le contesté temerosamente.
Tenés que venir a cortarte el pelo, eh? , mirá que largo lo tenés...no te van a dejar entrar a la escuela.- dijo , entre graciosamente y amenazante.
Sí Antonio , en estos días te lo traigo. Tengo que consultarlo con la madre.- le dijo mi abuelo.
Bueno , dale. Lo voy a estar esperando con gusto.- contestó el peluquero , que parecía ansioso por tenerme en su silla.


Sin proponérmelo había conocido a "mi" nuevo peluquero y la primera impresión no podía haber sido peor.
Hicimos las compras en la librería y volvimos a casa.

Esa noche, en la cena, mi abuelo le comentó a mi madre el encuentro que habíamos tenido:

Alicia, hoy cuando fuimos al pueblo por los útiles pasamos por la puerta de la peluquería y Don Antonio me hizo ver que este chico ya tiene el pelo muy crecido.- dijo mirándome la cabeza despeinada.
Sí papá. El sábado, cuando vayamos por el calzado y el delantal, lo llevo. En casa se lo recortaba yo, pero ya está muy largo.- dijo mi madre.

Había llegado mi hora.
El fin de semana llegó demasiado rápido como todo lo que uno no quiere que pase.

A la mañana del sábado ya estábamos listos para salir. Mi madre le pidió a mi abuelo si nos podía acompañar y de paso le indicaba dónde estaba la peluquería.
Se hicieron las compras que faltaban y mi abuelo nos marcó el camino.
Después de caminar unas cuadras pude divisar el palo tricolor encendido. La inquietud me ganó la partida.
Ya en la puerta, a través del ventanal, se veía al peluquero trabajando sobre un cliente. Mi abuelo abrió la puerta y nos recibió el tintinear de un llamador. Saludó y le presentó a mi madre al peluquero. A mí me echó una sonrisa con un comentario que pretendió ser una gracia:

Hola che, ¿ te tocó peluquería hoy ?- todos sonrieron.

Nos sentamos a esperar. Parecía que el corte del caballero en el sillón estaba finalizando. Usaba unas antiguas máquinas de cortar que yo no había visto nunca. El pelo estaba más que corto y me recordaba la cabeza de mi amigo. Me puse tenso porque me imaginaba que era el único tipo de corte que sabía dar a sus clientes.

En apenas 10 minutos ya le estaba quitando la gran tela blanca que lo cubría y le cepillaba la cabeza.
El sillón quedó libre. Sacudió con firmeza la tela y el cabello cortado cayó al pie del sillón.


Vamos pibe.- me dijo, mientras ponía en el centro del local, de frente al espejo, una sillita alta de madera. - El sillón le va a quedar grande.- le dijo a mi abuelo..

Él me ayudó a subir a la silla y quedé a merced de ese " verdugo".
Me envolvió con esa inmensa sábana que me cubrió totalmente y preguntó:

Bueno, ¿cómo lo cortamos ? - y sin esperar instrucciones , agregó: - ¿ cortito, no?. -


Mi madre, desde su silla, pidió un corte bien corto para que durara , porque ya empezaban las clases. Mi abuelo agregó:

Antonio, cortale como a mí. Dejale la nuca peladita.-
Muy bien….algo escolar.- dijo el peluquero

Cuando fue al mueble lo vi tomar una de las máquinas con las que le había cortado al señor anterior y me imaginé lo peor.
Me inclinó la cabeza hacia un costado sosteniéndola en la parte superior y apoyando la cuchilla de la cortadora en la base de mi desprolija patilla, llevándola con movimientos lentos, la subió más arriba de la sien dejando una franja de rastrojos de un par de milímetros. El pelo que cargó el cabezal de la herramienta lo volcó sobre la tela y rodó a mi regazo. Lo mismo hizo con el pelo que me cortó detrás de la oreja hasta la línea del casquete de mi cabeza, doblándola como si fuera de goma, y haciendo un gran arco sobre ella. La parte inferior de la oreja hasta el vértice de la nuca me lo peló hasta la cima de la cabeza. Me pasó un cepillo de madera de cerdas blancas y arrasó con minúsculos pelos cortados. Me liberó la cabeza.
Al ver el costado tan corto y todo el pelo que descansaba en la tela no pude contener el llanto.
Pasó al otro costado y repitió el mismo corte.

Con los costados ya reducidos, me apoyó la mano en la cima de mi cabeza y la empujó hacia adelante , al tiempo que me decía que la bajara bien y que la dejara "quietita". Mi perilla ya estaba contra el pecho sintiendo la firmeza de su agarre.
Me peló toda la nuca hasta la coronilla. El pelo arrancado de raíz caía sobre la tela. Subía y bajaba la máquina no sé cuántas veces. La presión que ejercía con la herramienta era tal que parecía que quería llegar al hueso.
Cuando terminó la "tortura" me liberó la cabeza y dejó la cortapelos sobre el mueble.

Por el espejo veía la cara de satisfacción de mi abuelo como esperando que el espectáculo continuara.

Con peine y tijera me cortó la parte de arriba y grandes mechones acababan en la tela y en el piso.

Me lo dejó bastante corto. Me miraba en el espejo y no lo podía creer.

Me quitó la tela y la sacudió con fuerza en el aire haciendo que el pelo cayera a los pies de la silla.
Me volvió a envolver con ella como para continuar con la masacre.

Vi a mi madre hablando en voz baja con mi abuelo y, de inmediato, llegó su comentario:


Antonio, ¿ podés cortarle un poquito más de atrás ? . Arriba dejáselo así.-
Le pasé la #1. ¿ querés que atrás lo deje al cero ?. dijo el peluquero.
Sí. La madre lo quiere un poquito más cortito.-

Yo no entendía lo de los números pero imaginé que me iba a pelar aún más.
De un cajoncito del mueble sacó otra maquinita más pequeña y, haciéndola funcionar en el aire, se dirigió a mi espalda.
Otra vez con la cabeza hacia abajo comenzó a raparme aún más toda la nuca. En un momento dejó de cortar y preguntó:

Así está bien, mamá ? - dijo dejándole ver mi parte trasera.
Sí, está bien. - aprobó mi madre.

Siguió pasando la máquina hasta la corona. Me iba manejando la cabeza como si fuera un muñeco.
En el silencio del local sólo se escuchaba el click, click de la herramienta en mis oídos cuando atacó mi costado izquierdo volteando mi cabeza hacia el otro lado.
Me iba a dejar el pelo como a mi amigo, totalmente rasurado.
Me peló el otro costado de la misma forma.

Con la tijera disfumó la raya que había dejado la máquina del cero. Me dejó absolutamente pelado salvo por un poco de pelo que me dejó en la parte superior.

Preparó en una taza de cerámica un poco de espuma batiéndola con una brocha. Me enjabonó todo el contorno de mi cabeza pelada. Templó una navaja barbera en el cuero que colgaba de uno de los apoyabrazos del sillón y me afeitó el borde del corte para emprolijar mi cabeza.
Sacó el excedente de jabón con una toalla, me entalcó la nuca y los costados y me cepilló quitándome el polvo con los molestos milimétricos pelillos luego de la brutal peluqueada.
Me colocó el espejito de mano en la espalda y me quería morir. Estaba totalmente pelado.
Mi madre y mi abuelo estaban más que satisfechos con el corte.

Me quitó la tela y sentí ,sobre la nuca, la palma de la mano del peluquero que la recorría a contrapelo hasta la cima de la cabeza.
Bajé de la silla y mientras mi madre pagaba por el corte, me acaricié la nuca y la sentí totalmente desnuda.

Salimos de la peluquería y, lleno de angustia, le pregunté a mi madre por qué me había hecho pelar tanto. Tocándome la cabeza me dijo que me quedaba bien y que ella ya no podía recortarme el pelo y que todos los meses iba a volver con el abuelo en busca de un corte igual.

La sorpresa que se llevó mi amigo al verme hizo que se compadeciera de mí diciéndome que ahora estábamos igual y que no me preocupara porque el pelo iba a crecer…..claro que, cuando eso pasara, otra vez estaría sentado en la sillita del "verdugo".





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