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Obligado al rape. by sosita


Durante toda mi infancia hasta la primera adolescencia mi padre fue quien me llevaba , cuando él lo consideraba, a la peluquería del barrio.
Una sola vez cuando tenía 12 años pude ir solo, entonces aproveché la ocasión y le pedí al peluquero que no fuera tan corto como lo hacía habitualmente. El peluquero cumplió mi pedido, pensando que era la indicación de mi padre, y me hizo un corte a tijera sin utilizar las terribles maquinitas que me arrancaban el pelo de raíz cada vez que iba acompañado.

Sabía que al llegar a casa iba a tener un problema mayúsculo cuando mi padre viera el nuevo corte pero supuse que, al menos esa vez estando ya el corte realizado, sólo protestaría un poco y todo quedaría ahí.
Por una vez me había salvado de la clásica "americana".

Cuál fue mi sorpresa al entrar en casa. Mi padre me miró la cabeza y no dijo absolutamente nada. Pensé que ya me estaba dando la libertad de elegir mi corte de pelo. Me sentí contento. Le decía adiós a esos pelados impiadosos con que me "despachaba" el viejo Ramirez cuando me tenía en su sillón.

En el colegio sobresalía mi "corte moderno" entre tantas cabezas rapadas.

Mi cabello, como era de esperar, creció en menos tiempo que lo normal al no haber tenido un corte extremo en la última visita a la silla del peluquero.
Para evitar la orden de mi padre de mandarme a la peluquería, quise hacer buena letra y así podría tener otro "corte normal". La noche anterior le pedí dinero para ir de Ramirez al día siguiente. Me dijo que él también tenía que ir, que no me hiciera problema, que iríamos juntos.
No me dejaron tranquilo sus palabras, pero sonaban cordiales.

Al otro día, a la media mañana , me preguntó si estaba listo y salimos rumbo a la peluquería.
Ya en la puerta se veía al peluquero atendiendo a un cliente. Entramos y, tras los saludos, nos sentamos a esperar nuestro turno.
Yo no estaba para nada tranquilo con mi padre al lado. Por el contrario, mi padre transmitía una serenidad que me resultaba extraña.
En un momento inclinó su cabeza hacia mí y, por lo bajo, me dijo:


No se crea que por no haberle dicho nada la vez que vino con su nuevo corte la cosa va a seguir igual. Yo sentí que me falló como hijo y no lo olvido, así que, ahora cuando esté en la silla del peluquero y le pregunte por el corte, Ud. solito le va a pedir que le haga un corte "al rape"... me entendió? porque si no seré yo quien le dé la orden a Ramirez para que le afeite la cabeza. Ud. elija.-

Quise decir algo pero me contuve temiendo lo peor. Me había quedado helado. Mi padre había estado todo este tiempo preparando su "venganza".
Hubiera querido que el corte que le estaba haciendo el peluquero al cliente no acabara nunca pero ya le estaba quitando la capa terminando de cepillarle la cabeza .
Mientras le cobraba el servicio miró hacia nosotros y , sacudiendo la enorme tela blanca en el aire , llamó:

SIGUIENTE…

Mi padre me codeó mandándome al sillón donde el peluquero me esperaba con la sábana extendida. Casi arrastrando los pies llegué a la silla y me senté frente al espejo.
Vi al peluquero darle vuelo a la tela y pasarla por delante de mí dejándome totalmente cubierto. La apretó con fuerza por detrás y me puso un paño más pequeño en la base de la nuca.
Tomó un peine y , mientras estiraba mi cabello, me preguntó:

¿Lo cortamos como la última vez?.-

Mirando a mi padre a través del espejo, lo vi observando cuál sería mi actitud.

No. Lo quiero más cortito. Al rape.- le dije con la voz entrecortada.
!! Al rape !!?- preguntó el peluquero sorprendido.
Parece que quiere un corte bien de hombre. - dijo mi padre desde su silla, y agregó: "- Incluso me dijo que quería experimentar con las maquinillas manuales."
Va a ser un gran cambio, pero bueno.- dijo el peluquero mostrando una sonrisa en sus labios.

Seleccionando sus herramientas frente al mueble, el peluquero se preparó para la esquila. Sacó del cajoncito una maquinita manual de púas muy finas y estrechas y la hizo funcionar en el aire, delante de mis ojos, con movimientos rápidos de apertura y cierre de su mano derecha, como para tomar el ritmo, y se dirigió a mi espalda. Me empujó la cabeza hacia abajo y me dijo:

La cabecita quieta y flojita, ¿sí?.-

Sentí cuando apoyó el acero de la máquina en la base de la nuca y la fue subiendo hasta la coronilla. Siguió el contorno de mi cráneo y terminó su recorrido en el centro de la parte superior . Me había hecho una franja que casi dividía mi cabeza en dos partes.
La tela blanca se cargó de una gran cantidad de pelo. Me movía la bocha a su antojo mientras me seguía pelando sin misericordia.

Se estableció una conversación entre ambos mientras el peluquero continuaba su trabajo. Por momentos dejaba de cortar para charlar pero me mantenía con la cabeza gacha como exponiendo "su obra".
Cuando volvía a mi cabeza me seguía pelando "al cero".
Los laterales corrieron igual suerte. Al liberarme la cabeza de su agarre me vi reflejado en el espejo totalmente rapado. Sólo en el frente tenía algo de pelo y el flequillo aún largo.
Con peine y tijera lo redujo a una franja arriba de las cejas y con la maquinita del N°1 me terminó de pelar desde el miserable flequillo hasta el centro de la cabeza. Veía un corte absurdo reflejado en el espejo.

Preparó espuma en una tacita metálica y con la brocha me untó todo el contorno del corte. Templó la navaja barbera en la lonja de cuero que colgaba de un brazo del sillón y me afeitó todo el borde.
Como si aún faltara más, me dió otra pasada por la nuca con otra maquinita y me dejó la nuca casi al ras. Una buena cantidad de talco y una cepillada acabaron con el cortecito. Cuando me puso el espejito de mano en la espalda no lo podía creer. El peluquero me pasaba , morbosamente, sus dedos a contrapelo por la nuca rapada cómo disfrutando de su obra.

Me bajé del sillón sobándome la nuca y totalmente vencido.
Nunca más volví a cometer la misma falta porque hasta mis 16 años mi padre nunca faltó a uno de mis cortes de pelo en lo de Ramirez.





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