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Mi hermano es teniente de la COE by Barbero Militar


MI HERMANO ES TENIENTE DE LA COE


-¡Echo tanto de menos a mis padres! Ha pasado poco más de un mes desde que ocurrió lo del accidente de coche. Mis tíos, mis primos, mis amigos del colegio y los padres de mis amigos intentan consolarme; a toda costa quieren evitar para que me derrumbe moralmente. Los padres de Arreguí me llevaron al circo la semana pasada. Arregui es mi mejor amigo de clase, con el que más confianza tengo. Llamaron por teléfono a casa de la tía Sonia, la soltera de la familia que provisionalmente se ha hecho cargo de mí; la convencieron para que me dejase venir. Pasamos un día muy entretenido. Me encantó la textura del algodón de fresa y los churros tan ricos y crujientes que merendé. La verdad es que Pedro y Ana Mari, los padres de Arregui, no escatimaron en gastos; me agasajaron, estuvieron todo el rato dándome ánimos. Siempre me han caído muy bien pero es que lo de ahora es demasiado. Son muy buena gente, solidarios y cariñosos en extremo.

Cuando he llegado a casa, la tía me ha dicho que mi hermano Roberto se va a hacer cargo de mí. Es teniente de academia de la COE (Cuerpos de Operaciones Especiales) y ahora cobra un buen sueldo. Ha decidido asumir la responsabilidad y aceptar mi custodia. Tendré que viajar a Zaragoza donde Rober se ha comprado un piso para él solito. Sin yo saberlo, han estado moviendo los hilos para solucionarme la vida, mi nueva vida. Ya me han buscado un colegio de Salesianos, exclusivo para varones, donde deberé estudiar a partir de septiembre. La tía Sonia quería ayudarme a hacer la maleta pero he preferido hacerlo yo solo, tengo que aprender a valerme por mí mismo.

He tenido tiempo para despedirme de Arregui, sus padres y demás amigos del colegio. El hermano Alfonso ha comunicado a mis compañeros de clase que a partir del próximo curso yo ya no estaré en el colegio de los maristas. Los chavales me han escrito cartas de despedida y me han abrazado. Ante estas sinceras muestras de afecto, me he emocionado, no he podido evitar que se me saltasen las lágrimas. Mi tutor me ha obsequiado un juego de pluma estilográfica y bolígrafo, presentado en un estuche de imitación piel. Me encontraba flotando en una nube, viviendo todo aquello como si fuera un extraño sueño. Me resulta muy complicado describir con palabras mis sentimientos.

En la estación del tren, la tía Sonia se ha puesto a llorar a moco tendido, me ha abrazado, besado…
¡Qué pesada es la pobre! Ha hablado con un señor de bigote, que también va hasta Zaragoza, para que me vigile durante el viaje, por si me mareo o me pasa algo. Creo que a este buen señor no le apetece nada encargarse de un chaval de doce años. Cuando le ha pedido que por favor me guardara el billete, este caballero ha buscado una excusa; yo no soy tan tonto como para perderlo.

Al revisor le ha llamado la atención que siendo tan joven viajara solo. Yo le he entregado el billete para que me lo picara. Se ha ofrecido a ayudarme en todo lo que fuera menester. Le he explicado que mi hermano, teniente de la COE, vendría a recibirme en la estación. Cómo no tenía mucha faena, se ha sentado a mi lado y ha empezado a explicarme cosas sobre los trenes. Yo siempre soñé con un tren eléctrico, mis padres me lo habían prometido para las próximas navidades, si obtenía unas buenas calificaciones escolares. Sé, desde hace más de un año, que los Reyes Magos no existen, que son los padres los que se hacen pasar por ellos. Prefiero no pensar en estas cosas porque me pongo muy triste. Espero que como dice don Anselmo, el sacerdote con el que me confesaba en el colegio, papá y mamá velen por mí desde el cielo.

Ha sido todo un detalle por parte de Rober hacerse cargo de mí, no tenía ninguna obligación y podría haber acabado en una casa de acogida, con unos extraños a los que no conozco de nada. Siempre ha ejercido de hermano mayor. Estoy deseando conocer su nuevo piso, especialmente la habitación en la que me voy a alojar. El revisor continúa hablándome de la RENFE, de los nuevos trenes Talgo y de lo grande que es la estación zaragozana del Portillo. Le calculo unos treinta años, viste un uniforme gris y botones plateados y gorra de plato. Me llama la atención su cabello rizado y negro, bastante corto. Yo, por el contrario, lo tengo muy crecido, hace más de tres meses que no visito la peluquería. La última vez estuve con papá y me lo cortaron a tijera, no utilizaron para nada la maquinilla. Rober desde pequeño quería ser militar.

Recuerdo que cuando yo tenía ocho años en cierta ocasión vino a casa pelado, pelado. Mamá se disgustó muchísimo y medio llorando le dijo:

-Ya verás cuando venga tu padre, haces lo que te da la gana.

Papá le quitó importancia a la cosa y le pasó la mano por la cabeza, en plan de broma. Rober dijo que había habido una confusión, que el barbero no le había entendido bien y que por eso le habían pelado de esa manera. Cuando estuvimos a solas me contó la verdad:

-Si quiero ser un buen militar, tendré que parecerlo. Todavía me hubiera gustado que me raparan más, al cero hubiera sido una maravilla. No digas nada a nuestros padres o tú y yo perderemos las amistades.

Acto seguido me agarró del pelo y me dijo:

Con esta melenita pareces una nenita, cualquier día te regalan los juguetes de la señorita Pepis; un hombre de verdad, un auténtico macho se rapa como un marine, la maquinilla bien subida…

Yo siempre he sentido admiración por Rober, por ser mi hermano mayor. Me encontraba entre la espada y la pared, mis padres preferían que llevase el pelo relativamente largo, a la moda, para no desentonar en el colegio. La verdad es que ninguno de la clase se pela al estilo militar. Seguramente se burlarían de mí si llego a aparecer en clase todo rapado.

Desde la ventanilla del tren he visto a mi hermano Rober, no va de uniforme sino que viste de traje y corbata; me hubiera hecho ilusión que me hubiera recibido vestido de militar, con el uniforme caqui. Me he despedido educadamente del revisor y nos hemos estrechado la mano. Rober me ha abrazado y besado efusivamente. Los dos nos hemos emocionado, se nos han saltado las lágrimas. Me ha llamado "pequeñajo" pero con mucho cariño. Acto seguido, me ha agarrado del pelo y me ha tirado de las patillas. Ha dejado bien claro cuales son sus planes:

-Machote, con estos pelos vas de culo, cuesta abajo y sin frenos. Habrá que poner remedio al problema cuanto antes.

Nos hemos montado en su coche nuevo, un Simca Chrysler con una carrocería de color caqui. El techo, sin embargo es negro. Me he sentado en el asiento del copiloto. Tiene radiocassette y casi todas las cintas son de marchas militares y similares. Constantemente me sonríe y me guiña un ojo, como si entre los dos existiera un secreto que nadie más conociera.

La habitación que me ha asignado es amplia y luminosa. Me ha ayudado a guardar mis cosas. Ha dicho
que tengo que renovar mi vestuario porque lo en encuentra poco apropiado para un futuro adolescente. La idea me ha parecido genial, la ropa que tengo es demasiado infantil. Le he dicho a Rober que me compre unos vaqueros de marca y camisas de cuadros, alguna con el cuello mao… Se ha limitado a sonreír. De repente, he visto como le brillaban los ojos y se dibujaba en su rostro una sonrisa un tanto maliciosa. Me ha dicho que accederá a mis deseos a cambio de una cosa: tengo que cortarme el pelo en la barbería de su cuartel. No voy a poder opinar al respecto, a él le corresponde dar las instrucciones al barbero.

Me he asustado, no lo niego. Por una parte me apetece que me pelen, estéticamente convertirme en un soldado pero me da miedo la opinión de los demás.

Me he tenido que duchar después de comer. Yo he alegado que tal vez se me podía cortar la digestión, que mamá siempre lo decía. A mi hermano no le han convencido mis argumentos:

-Déjate de memeces. Como te vas a duchar con el agua caliente no se te va a cortar ni la mayonesa. Ahora mismo te quitas la ropa que traes, la voy a echar a lavar y vas al cuarto de baño, perdiendo el culo, a paso ligero… Allí te encontrarás una toalla para secarte. Ponte una muda limpia y los calcetines. Te vas a vestir con la ropa de los domingos porque es la más decente que tienes.

He obedecido sin rechistar a mi hermano; tengo la sensación de que me está tratando como a uno de sus soldados. Me he puesto un pantalón de tergal gris, un jersey de pico a juego y una camisa blanca. Lo que más me ha impactado es tener que usar una corbata negra. Rober se ha encargado de hacerme el nudo y de colocármela correctamente. Tengo que usar mocasines de tipo castellano, negros. He recibido la siguiente orden:

-Hoy te los voy a pulir yo, no tenemos tiempo que perder. Esta noche, antes de acostarte te enseñaré a limpiártelos, a dejarlos relucientes como dos espejos. También te enseñaré como hacerte la cama según el reglamento militar. Voy a hacer de ti un hombre de provecho…


Por la calle tengo que seguirle a paso ligero, a veces me quedo rezagado porque no puedo soportar el ritmo de mi hermano. Una sola mirada de él hace que me espabile y comience a desfilar.

Ya estamos dentro del cuartel. Al encontrarnos con el capitán Martínez se ha cuadrado ante él. Este señor le ha preguntado si yo era su hermano. Me ha tocado la cabeza, en plan cariñoso, pero Rober lo ha interpretado en otro sentido:

-Mi capitán, sé que es una vergüenza tener un hermano melenudo, con estas greñas parece cualquier cosa. Precisamente le traía a la barbería para solucionar el problema de una vez y para siempre.

El capitán se ha reído y le ha pedido que no se cebe demasiado conmigo:

-Nos conocemos, teniente Muñoz; eres capaz de dejar al muchacho como al Pequeño Saltamontes de Kung Fú. La parte buena es que le va a salir un pelo mucho más fuerte, no hay como un rapado al doble cero para sanear el cuero cabelludo ¡la maquinilla sin piedad1! Cuando termine el barbero con él, me gustaría ver el resultado.

Yo ya estoy preparado para lo peor: el capitán parecía un hombre sensato y aparentemente pretendía frenar a mi hermano; sin embargo, al final ha quedado claro que él también quiere que me dejen la cabeza como una bombilla.

Nada más entrar en la barbería destinada a la tropa he sentido que un escalofrío recorría mi cuerpo. Todos los soldados y reclutas se han puesto firmes en cuanto su teniente ha hecho acto de aparición. Rober se ha dirigido al barbero y le ha dado instrucciones sobre como debe pelar a los militares que se encuentran bajo su autoridad:
-La maquinilla del cero se la tienes que subir hasta arriba, hasta la coronilla y las sienes. Les quiero a todos con el cuero cabelludo bien transparente. De arriba déjaselo al uno y al dos. Al que le vea con el pelo un poquito largo, con un corte poco riguroso, le mando afeitar la cabeza. Alegaré motivos higiénicos para poder tomar esta decisión tan drástica. Esa radio la apagáis de inmediato, sólo quiero escuchar el zumbido de las maquinillas.

Observo que todos los allí presentes se han quedado pálidos, miran aterrados la masacre capilar a que están sometiendo a su compañero.

Espero pacientemente a que me toque mi turno, no me atrevo a preguntarle nada a Rober, por si se pilla un mosqueo de los suyos; en boca cerrada no entran moscas.

La cosa va muy rápida, después de un chico rubio, al que le han dejado la cabeza como si fuera una bola de oro, voy yo.

Ya estoy sentado en el sillón del barbero. Miro mi abundante cabello negro por última vez. El barbero ha hecho la pregunta del millón:

-¿Cómo le cortamos el pelo a este mozo, mi teniente?

La respuesta de mi hermano ha sido directa y lacónica, no caben interpretaciones:

-Vas a ponerle a la maquinilla Oster la cuchilla del dos ceros y se la pasas por toda la cabeza, después con la del cuatro ceros le apuras el cogote y las patillas.

Los allí presentes han puesto cara de sorpresa, yo creo que se solidarizan conmigo.

Escucho el zumbido de la esquiladora y siento la vibración en mi frente, es una sensación extremadamente placentera. Todo el cabello sale disparado, muchos mechones caen al suelo. En realidad, es mi propio pelo el que veo en el suelo porque el de los otros soldados tiene una largura milimétrica. Rober me pasa la mano a contrapelo y me obsequia con una sonrisa socarrona. En un cuarto de hora mi cabeza ha adquirido una forma perfectamente esférica. De repente, ha entrado el capitán Martínez. Todos los allí presentes, incluido mi hermano, se han puesto de pie en posición de firme.

El capitán me pasa la mano por el cuero cabelludo una y otra vez y se dirige a los allí presentes:

-Cómo observaréis el teniente Muñoz no hace excepciones ni con su propio hermano. Lo ha pelado al doble cero, mucho más de lo que exige el reglamento de la COE.

Rober está decidido a predicar con el ejemplo:

-Mi capitán, yo también me voy a rapar al dos ceros para que mis subordinados y mi propio hermano comprueben que amo la disciplina en materia capilar.

El barbero ha dejado a mi hermano exactamente igual que a mí y el capitán ha dicho que ahora parecemos gemelos.

Mi hermano se ha dirigido al colegio de los Salesianos para hablar con mi tutor. Para justificar el brutal rapado que luzco ha dicho que se me caía el pelo a mechones como consecuencia de haber perdido a mis padres. Por este motivo me lo han tenido que rapar del todo.

En general, mis compañeros son muy majos y no dan importancia a lo de mi corte de pelo. Uno de ellos me ha comentado que el hermano Ignacio les había dicho que debían tener mucha caridad cristiana conmigo porque había perdido recientemente a mis padres y estaba sufriendo una experiencia traumática.

Cada diez días Rober me lleva a la barbería y nos rapamos al doble cero.




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