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una historia, un corte by euge


Eugenio llevaba un matrimonio de más de 30 años y desde hacía unos 10 años su mujer había encontrado un juego sexual que la excitaba sobremanera y que repetía mensualmente .
Ustedes se preguntarán el por qué lo repetían mensualmente si la excita tanto. El juego estaba basado en un fetiche que descubrió con el cabello, y con todo lo que tenía que ver con cortes de pelo y con el ambiente de las peluquerías masculinas.

Le gustaba que le corten el pelo muy , pero muy corto y, fundamentalmente que sea en una peluquería antigua, bien fuera de moda.
Había encontrado una , no muy lejos de su casa, que estaba atendida por un peluquero de más de 70 años bastante dominante y, ciertamente hosco.

Pero lo interesante de todo ésto es que cuando ella lo creía conveniente , era ella la que lo llevaba a la peluquería y decidía su corte de pelo.
Al principio a Eugenio le daba mucha vergüenza entrar con ella en la peluquería , pero con el tiempo se fue acostumbrando y ya ni le molesta que haya clientes esperando mientras recibe su corte.

El peluquero parece disfrutar sus cortes y, en ocasiones, suele cortarle el pelo más de lo pedido. Incluso , cuando tiene oportunidad recurre al sadismo y a la humillación frente a los eventuales clientes.

Por lo general los días de corte son los sábados por la mañana que es cuando hay más clientela.

El juego comienza con la orden a cumplir:

Ya tenés el pelo bastante largo, ¿no? .- le dice mirándole la cabeza con el pelo revuelto.
Hace sólo un mes lo corte.-
Sí, pero está largo. Recuerda que esa vez no lo cortamos tan corto porque era el cumpleaños de tu madre y no te quise llevar todo rapado a la fiesta para que no se rieran de tu corte. Así que hoy vamos a visitar a Don Carmelo sin falta. Estamos?

Salieron a la media mañana. La peluquería estaba a la vuelta de la casa y en varias oportunidades se encontraban con vecinos.
Desde afuera, con los ventanales sin cortinas , se veía el sillón ocupado y un solo cliente en espera. Entraron, saludaron y el peluquero devolvió el saludo casi de mala gana.

Buen día -.
¿Le podrá cortar el pelo a mi marido ?-
Siéntense que ya los atiendo.- dijo mientras le pasaba sin piedad la máquina a quién estaba en el sillón.

No había casi diálogo. Solo se escuchaba el traqueteo de la cortapelos al ritmo que le daba el peluquero con su apertura y cierre de su puño derecho.

El cliente del sillón ya estaba casi terminado. Le había dejado el pelo bastante corto. Le estaba afeitando los bordes para emprolijar. Con una brocha enjabonada le había embadurnado el contorno y, afilando una navaja con una lonja de cuero que colgaba de un brazo del sillón, lo rasuró.
Ya habían entrado dos clientes más que no eran conocidos y se extrañaron al ver una mujer.
Quién bajó del sillón mostraba la nuca y los costados al ras con un acabado de talco y cepillado típico de la peluquerías de los años ´50.

!! Siguiente!!.- lo llamó al sillón.

Los clientes en espera se miraron entre ellos con sorpresa al ver a la mujer acompañarlo al sillón.

Se sentó de frente al espejo, con su esposa parada al lado del sillón como para dar las instrucciones.
El peluquero sacudió con fuerza la tela en el aire y lo envolvió por completo, apretándosela por atrás, en el cuello.

Mientras le estiraba el pelo, opinó:

Está larguito, ¿eh?. ¿ Lo pelo como siempre?.-
Si. Esta vez bien rapado, acuérdese que la última vez no fue tan corto porque teníamos la fiesta.-
Muy bien. Hoy bien peladito al "cero", entonces.- dijo sonriendo.

Mientras agarraba la máquina y le bajaba la cabeza hasta que la barbilla chocó contra su pecho, alcanzó a decir:

Marta, la "cero" no . Me va a pelar mucho..-
SHHHHH…….dejá que Don Carmelo trabaje.-

Cuando intentó hablar nuevamente, ya sentió la cortapelos del #0 por el medio de la nuca, en su camino imparable hasta la coronilla.
Sentía la presión del acero de la máquina sobre su cuero cabelludo y su nuca iba quedando rapada al máximo.
El peluquero estaba disfrutando y él sólo veía caer pelo sobre la tela, que se amontonaba en su regazo.

Frotándole con la yema de dos dedos , a contrapelo, en un costado de la nuca, su mujer dijo:

Por acá lo puede pelar un poquito más, Don Carmelo. -
Ahora se lo voy a refinar con la "triple cero" que , prácticamente, lo deja afeitadito.

Los dos clientes que esperaban se tapaban la boca para disimular la risa.

Por momentos dejaba de cortar separando la máquina de su cabeza y le pasaba la palma de la mano, a contrapelo, por la nuca rapada. Disfrutaba hacerlo . Lo estaba humillando frente al resto de clientes.
Le peló los costados hasta dejarlos en blanco. La tela mostraba la cantidad de pelo que le había cortado.
Cuando le dejó levantar la cabeza para cortarle arriba, pudo ver, a través del espejo la cara sonriente de mi mujer.
Su cabeza estaba irreconocible.
Con peine y tijera le dejó muy corto el pelo de arriba. Levantaba largos mechones con el peine y los cortaba casi a nivel del cuero cabelludo.

Le desabrochó la tela y la sacudió en el aire, haciendo que todo el pelo cortado cayera al piso junto al pie del sillón.

De un cajoncito del mueble, el peluquero, tomó una cajita de cartón y sacó una maquinita más pequeña de púas muy finas que formaban una cuchilla casi compacta. Imaginó la "triple cero".
La probó en el aire y fue a su espalda.

La cabecita bien abajo.- le dijo, como si fuera un chico.
Antes de que Eugenio pudiera cumplir la orden, le apoyó la mano izquierda en la cima de la cabeza y se la sujetó hacia abajo con firmeza.
Le peló la nuca y los costados al #000. Estaba casi afeitado.
Lo entalcó y cepilló y preguntó si lo peinaba con raya al costado con algún gel.
Bajó del sillón y se acarició la nuca. No encontró pelo. Su mujer también lo acarició y por la noche, hubo juego.








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