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el castigo de Domingo by jenrique


Como resultado de un comentario que hice a uno de los estupendos relatos de mi amigo Barbero Militar, resultó, a su pedido, esta historia costumbrista de mi niñez.
Como todos sabemos que BM suele sacarle"jugo a las piedras",y me ha puesto en situación de contarla, y así lo haré.

Como aclaro siempre, la historia es real, salvo algunos diálogos que, obviamente reemplazan a los reales por motivos que son perfectamente justificados por dos razones: el tiempo de la historia y mi ya vapuleada memoria.

Ojalá la disfruten. Ese es mi deseo.


Todos aquellos que siguen mis historias saben que, en mi primera niñez fue el peluquero Domingo quien se encargaba de dejarme la cabeza como una bombilla a pedido y orden de mi padre que quería ver a su único hijo varón bien peladito, según él mismo le decía al viejo peluquero: " Cortito como un hombre". Don Domingo cumplía
y me metía unos rapados a la americana que dejaban las máquinas antiguas de corte, casi humeando.
Eran los mediados de los ´60 y yo tenía entre 7 y 8 años y eran los cortes que se esperaban para los niños, forzados por las tradiciones paternas.

Los niños del barrio se repartían entre la peluquería de Domingo y la de Quiroga. En ambas, los rapados estaban a la orden del día.
Así fue hasta los 13 o 14 años cuando empezamos a librarnos de ambos peluqueros y de esos cortes a mansalva y, por esas cosas de la moda comenzaron a aparecer esas peluquerías más modernas donde sólo nos recortaban el pelo a cambio de un dineral que nuestras madres estaban dispuestas a pagar ,para no ver a sus hijos rapados como convictos. Por supuesto que la visión de los padres era otra y alguno de los pibes de la barra terminaba siendo arrastrado a los viejos sillones de cromo y cuero de las viejas peluquerías para ser tusados como corderos.

Los sábados por la tarde era el día de los partiditos de fútbol en la calle, aprovechando el escaso tránsito vehicular de la época.
El punto de encuentro era la vereda de la casa de Raúl. Allí nos juntábamos para disfrutar de la tarde del sábado.
La casa de Raúl estaba justo enfrente de la peluquería de Domingo y, mientras esperábamos a todos, desde allí teníamos una vista de lo más entretenida viendo el trabajo impiadoso de Domingo con los clientes que entraban en su local. Ancianos, gente adulta y niños de otras barriadas llevados por sus padres para que el peluquero diera rienda suelta a su sadismo.
A través del ventanal sin cortinas nos divertíamos viendo como Domingo rapaba a sus clientes. A veces jugábamos a ver quién salía más pelado de la peluquería.

Pero un día pasó lo inevitable. Durante el partido, un pelotazo hizo añicos uno de los ventanales de la peluquería. Por suerte no hubo lastimados.
Domingo salió de la peluquería que se lo llevaba el demonio. Se armó un desbande bárbaro entre los pibes tratando de correr para donde se pudiera.

El padre de Raúl, que de casualidad estaba en la puerta mirando el partido, se cruzó para calmar al peluquero.
Le habló y lo tranquilizó diciéndole que, entre los padres le iban a reponer el vidrio.
Efectivamente, al día siguiente el ventanal estaba reparado.
Los padres se encargaron de darnos una reprimenda a cada uno.
Hasta ahí pareció todo solucionado, pero ninguno de nosotros había sido castigado , ya que el vidrio lo habían terminado pagando nuestros padres.
Pero faltaba lo peor. Al padre de Emilio se le ocurrió que una buena forma de castigo era que, todos los que estábamos jugando el partido, desfiláramos por el sillón de Don Domingo para recibir un corte de pelo como cuando éramos niños.
Habló con todos los padres y todos estuvieron de acuerdo. Hablaron con el peluquero y, por supuesto vio con buenos ojos el castigo.
La "ejecución" se llevó a cabo el sábado siguiente.
Uno a uno fuimos llegando , algunos acompañados de sus padres. Cuando estuvimos todos, el peluquero preparó sus herramientas para los rapados y se respetó el orden en el que fuimos llegando.

Todos fuimos pelados al cero y sólo nos dejó un poco de pelo en la parte superior.
Don Domingo , y los padres , disfrutaron del castigo al que habíamos sido sometidos.
Cada uno de los que bajaba del sillón lo hacía acariciándose la nuca totalmente al rape y otros se quebraron al verse en el espejo con la cabeza hecha una bola pelada pensando que el lunes tendrían que presentarse frente a sus compañeros de clases.
Domingo, con una sonrisa entre los labios morbosamente iba llamando de a uno al sillón:

!! Siguiente!!!


Seguramente los pelados atroces con que nos hicieron pagar nuestras culpas fueron , previamente, acordados por los padres y el peluquero.

La humillación terminó cuando nos hicieron barrer la peluquería y juntar la enorme montaña de pelo arrancado de raíz por las implacables máquinas manuales de Don Domingo.






de mi padre que quería ver a su único hijo varón bien peladito, según él mismo le decía al viejo peluquero: " Cortito como un hombre". Don Domingo cumpl









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