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El abuelo y la tradición by granate


Mi padre era un caballero tradicionalista agarrado a las viejas costumbres familiares, tanto es así que, aún siendo adulto como era, todavía respondía a tradiciones que mi abuelo le hacía respetar.
Cada vez que mi abuelo venía de visita ( él vivía en otra pequeña ciudad) mi padre, invariablemente , visitaba a su peluquero para obtener su clásico corte al rape, como era la costumbre, y pasar sin problemas la "revista" de mi abuelo.

Corrían los inicios de la década del ´70 y el cabello largo en los jóvenes era casi una obligación y yo, con mis 16 años, no escapaba a la regla.
Obviamente mi abuelo siempre me miraba con malos ojos y no faltaban las discusiones.
Desde hacía un par de años había abandonado la peluquería de barrio y me ajustaba el pelo en un nuevo salón de moda que se había abierto.

El sábado de la llegada de mi abuelo, a la mañana, mi padre regresó de la peluquería con la cabeza rapada como siempre.
Mi madre siempre le jugaba la misma broma:

Ah, bueno. El "niño" se ha ido a pelar porque llega su papi .- decía, y ella y yo nos reíamos sin maldad pero con cierta malicia al verle el cuero cabelludo absolutamente en blanco.

Por la tarde llegó mi abuelo y hubo saludos y abrazos.

Vaya, vaya, Roberto, que buen corte de pelo te han hecho. Ese es el estilo de un verdadero hombre. - le dijo mi abuelo a mi padre observándole detenidamente la nuca como un control militar.
Gracias padre. Tú también te ves muy bien.- mi padre le devolvió el cumplido.
He visitado ayer a mi barbero para estar hoy presentable.- dijo el abuelo, y agregó, echando una mirada a mi cabeza: - A propósito, ¿ parece que aquí el joven no te ha acompañado?
En un rato se lo irá a recortar a su salón.- dijo mi padre.



Don Carmelo cerró su local?- preguntó.
No. De hecho hoy por la mañana me cortó a mí.-
Me gustaría acompañar al jovencito a la peluquería.-
No abuelo. Yo no voy más del viejo.- le dije con una sonrisa.
Hoy sí. Necesita un corte de hombre.-
No abuelo. No lo voy a cortar en esa peluquería pasada de moda.-
Prepárese que en 10 minutos salimos. No se habla más.-

Mi padre me miró como con compasión y me dijo:

No discutas con tu abuelo porque nunca lo convencerás. Sólo ve con él y dile al peluquero que te lo rebaje un poco.

Mi abuelo me llamó para salir.
Caminamos las tres cuadras hasta la peluquería y, ya en la puerta por el ventanal sin cortinas, se veía al viejo leyendo el diario sentado en su sillón.
Mi abuelo abrió y sonó el llamador de la puerta.

Hola Manuel, tanto tiempo. ¿Estás de visita?.- saludó el peluquero.
Hola Carmelo. ¿Cómo va todo?.-
Bien Manuel , trabajando.-
Sí. Yo de visita y mira con qué me encuentro: una nieta en lugar de un nieto.- los dos rieron mientras yo me puse rojo de vergüenza.
Ahora te lo voy a dejar hecho una pinturita.- dijo el peluquero.
Dale che, sentate y quedate quietito.- el abuelo me mandó al sillón mientras el peluquero descolgaba la gran tela blanca de algodón que estaba en el perchero de pie de un rincón.

Me senté de frente al espejo y vi volar por delante de mí la sábana que me cubrió por completo y me fue ajustada con fuerza por la espalda. Me puso un paño menor , también blanco al que dobló hacia adentro del cuello de mi camisa. Ya me tenía a su merced.
Me empezó a alisar el pelo con el peine y , antes de que yo le pidiera sólo un ajuste, el viejo Carmelo le preguntó a mi abuelo:

¿Cómo le cortamos al joven, Manuel?.- dijo.

¿Hoy le cortaste al padre, no?.-
Sí. Estuvo a la mañana.-
Bueno. Cortáselo igual.-

Casi me muero. Se me vino a la mente la cabeza rapada de mi padre.

Noooooo. Corto, no.- dije casi implorando.
Carmelo, como al padre.-
¿ Lo pelo al "cero"?.- dijo el viejo con una sonrisa morbosa.
Sí. Atrás y los costados bien peladito y arriba cortito pero con tijera y me lo peinados como a un hombre. Con raya de costado y alguna gomina para que lo mantenga en su lugar.- mi abuelo dio todas las instrucciones.

Mi abuelo fue a una silla de espera para presenciar la esquila.
Cuando vi al peluquero tomar una de las máquinas cortapelo antiguas me quebré y me vi llorando en silencio en el espejo.

Con la máquina funcionando en el aire, el peluquero me inclinó la cabeza hacia la derecha y me apoyó la cuchilla desnuda en la base de le patilla. Lentamente me la fue subiendo hasta más allá de la sien y me dejó una franja rapada , volcando sobre la tela el pelo arrancado de raíz que había acumulado el cabezal de la cortapelo. Un gran mechón cayó en la capa.

Me dobló hacia abajo la oreja como si fuera de goma y me peló arriba de ella haciendo un gran arco . Siguió cortando todo el pelo detrás de la oreja hasta pelarme todo el costado hasta la línea imaginaria del casquete de mi cabeza.

Pasó a la parte de la nuca bajando mi cabeza hasta que el mentón chocó con el pecho. Sentí cuando la cero devoraba todo mi cabello hasta la coronilla y me imaginaba distintas franjas , una junto a otra, ante cada pasada de la cortapelo. Solo veía como la tela se iba cubriendo con gran cantidad de pelo.
Cada tanto dejaba de cortar y con el cepillo de madera y cerdas blancas me daba una vigorosa cepillada para apartar el cabello cortado y aprovechaba para pasar la palma de su mano a contrapelo por mi nuca para verificar el corte.

En realidad , siempre creí que los peluqueros hacían eso como un acto morboso.

Cuando la nuca estuvo al rape y el peluquero y mi abuelo no habían dejado de charlar, giró el sillón para dejarme de espaldas al espejo y , volteando la cabeza, me peló el otro costado.
La capa amontonaba lo que parecía kilos de pelo. Volvió a dejar el sillón mirando al espejo y con peine y tijera me dejó muy corta la parte de arriba pero lo suficiente como para hacerme una rigurosa línea de costado después de embadurnarme la cabeza con una gomina pegajosa que sacó de un frasco de vidrio.

Le mostró su "obra" a mi abuelo como quien muestra un trofeo. Por supuesto que el trabajo fue aprobado.
Me entalcó la nuca y la cepilló para dar por terminada la masacre.
Me sacó la tela, la sacudió con fuerza y todo mi pelo cercenado cayó al pie del sillón.
Baje sobándome la nuca con los ojos rojos de llanto.

En casa no lo podían creer pero mi abuelo había logrado seguir con la tradición.





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