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El Sr. Campos by Héctor


La peluquería del señor Campos estaba en el camino a mi escuela. El polo barbero ya lucía sus colores hipnóticos desde temprano , cuando mi abuelo me acompañaba al colegio.
Siempre nos cruzábamos con el peluquero que estaba barriendo la vereda. Mi abuelo se paraba para saludarlo y cruzaban algunas palabras.

Yo tenía 9 años y estaba terminando la década del ´60.
Mi cabello había crecido más de la cuenta teniendo el permiso de mi madre ya que era la época en que los jóvenes habían adoptado la moda del cabello largo.

Era lógico que los mayores, como mi abuelo y los peluqueros, estuvieran en contra de la nueva moda.
Las peluquerías tradicionales veían mermar su clientela ya que la juventud se inclinaba por los nuevos salones unisex dónde conseguían cortes a la moda.
Mi madre era la encargada de recortarme un poco el pelo pero siempre dejándolo sobre las orejas y un poco por debajo del cuello de la camisa.
Mi abuelo y mi abuela, que vivían con nosotros después de la separación de mis padres, no estaban de acuerdo con mi estilo pero, en definitiva era mi madre quien decidía.

El Sr. Campos era una persona mayor, tal vez un poco mayor que mi abuelo, era el peluquero del barrio y detestaba a los jovencitos y niños con el cabello crecido.
Cuando esas mañanas en las que iba a la escuela mi abuelo se detenía a charlar con el peluquero, éste miraba mi cabeza con un dejo de desprecio y cierto grado de morbosidad. Era evidente que deseaba tenerme en su sillón, incluso a veces le hacía algún comentario irónico a mi abuelo respecto de mi cabello. Mi abuelo esquivaba la respuesta diciendo que él no podía opinar porque era mi madre quien me tenía a cargo, pero que si por él fuese , ya me hubiera hecho rapar. Esto incrementaba la esperanza del peluquero de poder meter mano ( o máquina ) en mi cabeza.

Los viajes a la escuela continuaron y en ocasiones se repetía la misma historia.
Un día mi madre, que era médica, se tuvo que ausentar de casa una semana para participar de un congreso médico en la ciudad de Córdoba, y quedé con mis abuelos.

Pasó lo que tenía que pasar.
Durante una cena mi abuela observó que mi flequillo ya me cubría los ojos y hasta me molestaba para comer. Miró a mi abuelo y le dijo:

- Por favor , Tito, mañana llevá a este chico a la peluquería y que le corten un poco ese pelo.-




A mi abuelo pareció que se le iluminaba el rostro. Le había llegado el momento que tanto esperaba. Para él, esa frase " que le corten un poco ese pelo " significaba "llevalo a que lo rapen".
Me miró y me dijo:

- Ya escuchó a la abuela, no? . Mañana a la peluquería.

Esa noche la dormí mal.
A la mañana siguiente salimos, como siempre , para la escuela pero yo sabía que no iba a ser una mañana como las de siempre.
Cuando divisé el palo tricolor ya se me hizo piedra el estómago. El peluquero barriendo la vereda ni se imaginaba que su deseo ya tenía fecha: era hoy.

Al llegar a la puerta del viejo local se repartieron saludos y con una sonrisa de oreja a oreja me abuelo dijo:

- Campos, prepare las maquinitas que a la salida del colegio se lo traigo.-

Al peluquero le brillaron los ojos mientras miraba mi cabeza. Se iba a hacer un festín.

- Lo espero con gusto.- dijo con una sonrisa maliciosa.

Toda esa mañana no me pude concentrar en el estudio. Mi atención estaba enfocada en lo que me iba a pasar en algunas horas. No me atreví ni a comentárselo a mi amigo y compañero de banco. Mi mente estaba en la peluquería.

Cuando terminó el día de clases salí de la escuela rápido y solo. No quería encontrarme con nadie. En la calle ya estaba esperándome mi abuelo, como siempre, en la esquina del kiosco.
Me tomó del hombro y, con una sonrisa que no se le borraba de la cara, me condujo a lo del Sr. Campos.
Dos cuadras nos separaban de la escuela a la peluquería, lo suficiente como para que yo no pudiera contener las primeras lágrimas.
Pensaba en qué diría mi madre cuando me viese rapado como seguramente iba a quedar en apenas una hora.

Al llegar a la puerta, a través del ventanal, se veía al peluquero ocupado con un cliente. Mi abuelo abrió y me metió adentro.
Después de los saludos , nos sentamos en unas sillas de espera. Me hizo sacar el delantal y puso mi portafolios en el piso.




- Por fin tenemos aquí al jovencito.- dijo sonriendo el peluquero mientras , maquinita en mano, seguí pelando a quien ocupaba el sillón.

Yo miraba absorto como despojaba brutalmente del cabello al anciano cliente. Parecía disfrutar de su trabajo.

- Termino con Don Raúl y atendemos al muchachito, que por lo que veo, necesita un cortecito.- continuó.

Después de 15 minutos, el cliente dejó el sillón. El peluquero cobró por el corte y sacudió con fuerza la gran tela blanca de algodón estirándola por completo en el aire dejando caer al pie de su sillón el pelo cortado del cliente.
Puso un suplemento en el asiento del sillón y, mirándome con una sonrisa morbosa , me invitó a sentarme:

- Vamos jovencito. Es su turno. -

Llegué a la silla del peluquero casi arrastrando los pies. Me subí y, tomándome de los hombros , me llevó hacia atrás para que mi espalda quedara pegada al respaldo.
Lo vi darle vuelo a la tela para pasarla por delante de mí y ajustarla con fuerza a mi espalda. También me puso un paño menor , también blanco, en la base de la nuca.
Quedé expuesto a su voluntad.

- ¿Cómo le cortamos el pelo al chico? ¿ Cortito, no?.- se jactaba el peluquero, hablando con mi abuelo.
- Ahora que no está la madre está a cargo mío. Hágale una americana, Campos.- dio las instrucciones .
- Muy bien. Ud. manda.-

Se puso a un costado del sillón y , con peine y tijera, empezó a cortarme la parte de arriba al mismo tiempo que reanudó la conversación con mi abuelo. Estaban hablando de un tercero al que nombraban como Roberto.

Levantaba con el peine grandes mechones de pelo y los cortaba al ras del peine haciendo que cayeran sobre la tela. Cortó en un tiempo que me pareció eterno. Me descubrió las orejas haciendo arcos sobre ellas. Rebajó bastante las patillas y el pelo de las sienes mientras iba moviéndose alrededor del sillón.

Empezó a rebajarme el pelo de la parte trasera empujando un poco mi cabeza hacia abajo. Otra vez cortó bastante mientras ellos seguían hablando. Parecía como que mi corte había pasado a segundo plano. El chasquido de las tijeras daba idea de la



velocidad con la que me estaba cortando todo lo que podía.

Veía bastante pelo sobre la tela e imaginaba otro tanto que caía directamente al piso. Si bien estaba usando tijeras me pareció mucho cabello pero bueno, mi abuelo le había pedido bien cortito.

Cuando le dió descanso a la tijera me desabrochó la tela, la sacó y la sacudió enviando el pelo cortado al pie del sillón. Yo tenía nuevamente la cabeza erguida cuando me volvió a capear. Me plumereó la parte trasera de la cabeza y los costados como para liberarla del pelo ya cortado. También me entalcó la nuca poniendo polvo sobre las cerdas del cepillito.

Otra vez lo escuchaba manipular sus herramientas sobre el mueble.
De pronto, y sin esperarlo, sentí sobre la cima de mi cabeza la mano del peluquero tirando mi cabeza hacia abajo hasta que mi mentón chocó con mi pecho. Me agarré fuerte de los brazos del sillón, tal vez para descargar mis nervios.
El acero de una maquinilla de mano hizo contacto con la base de mi nuca. Todo esto ocurrió en un segundo. Sentí correr la cortapelos lentamente hasta la mitad de mi cabeza. Ahí dejó de cortar y preguntó:

- ¿Voy hasta media nuca o hasta la coronilla ?.-
- Hasta arriba, Don Campos.- le contestó mi abuelo.

Me pasaba la maquinita sin darle descanso. Sólo podía imaginar lo que estaba ocurriendo. Subía y bajaba con ella arrancando mi pelo de raíz. La tela se volvió a cubrir con gran cantidad de pelo.
Me peló toda la nuca por franjas. Parecía disfrutar la esquila.
Cuando la nuca estuvo lista atacó los costados. Mi cabeza estaba un poco inclinada hacia un costado y me pasó la máquina por detrás de las orejas y cortó cortita mis patillas hasta antes de llegar a la sien. Una franja blanca rapada se veía en mis laterales. Me dobló las orejas hacia abajo y pasó la maquinilla profundizando los arcos sobre ellas.
Ya me veía totalmente rapado. Nunca había tenido el pelo tan corto. Verme así en el espejo hizo que me quebrara y las lágrimas aparecieron en mis ojos.

Dejó la máquina y, otra vez con la tijera me cortó un poco más de la parte superior de la cabeza. Supuse que iba a eliminar la línea que había dejado la #0. Cortó bastante y también un poco más de la parte de arriba con la tijera dentada. Nunca imaginé que esa tijera arrancara tanto pelo.

Me volvió a limpiar con el cepillito de madera con cerdas blancas.
Lo vi preparando en una tacita metálica espuma de afeitar y con la brocha me pasó el



jabón por todo el contorno del corte.
Afiló o templó una navaja barbera en el cuero que colgaba de un brazo del sillón y me rasuró la base de las patillas, arriba de las orejas y siguió hasta abajo contorneando toda la nuca. Para marcarme la línea inferior de la parte trasera me bajó otra vez la cabeza y me la sujetó con firmeza.
Me sacó el excedente de espuma con una toallita de mano y me dio otra entalcada.
Preguntó al abuelo cómo lo peinaba y le pidió un poco de gomina y una raya de costado. Quedaba espantoso. Parecía una foto de 1950.
Llegó el momento más temido. Puso el espejito de mano en mi nuca y me mostró el corte al mismo tiempo que le pedía la opinión al abuelo. Veía la parte trasera toda pelada hasta la zona superior donde se formaba el remolino, que por supuesto había desaparecido.

- ¿Está bien así o lo quiere más rapado?.- preguntó.
- Así está bien .- le dijo mi abuelo.

Me liberó de la tela y me siguió cepillando todo el cuello. Me pasó la palma de su mano por mi nuca rapada :

- Lo espero en un mes, jovencito.- me dijo con sorna.

Bajé del sillón, el abuelo agradeció y pagó el corte y salimos.
A mi abuela le encantó el corte.
El escándalo se armó dos días después cuando mi madre volvió del viaje, pero mi abuelo se había sacado el gusto de ver a su nieto bien rapado.








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