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Rapado a los 13 by Pelado60
Estaba por empezar la escuela secundaria y mi madre me había llevado a comprar algunas cosas que faltaban del uniforme. Los negocios estaban repletos de madres y padres haciendo las compras escolares.
Después de comprar lo que me hacía falta íbamos a volver a casa cuando mi madre me miró y me dijo:
- ¿Podríamos aprovechar para ir a comer unas hamburguesas, no? ¿ Qué te parece?
Por supuesto me pareció una gran idea.
Fuimos , comimos y la pasamos bien hasta que me dijo:
- Sólo nos queda el corte de pelo así terminamos con todo. Vamos a ver si encontramos una peluquería por acá así ganamos tiempo.-
- No necesito un corte de pelo. No está crecido.-
- ¿Te parece que no? Vas a empezar la escuela y tu cabeza es un desastre. Creo que es necesario.-
- Sólo será un arreglo, ¿verdad?-
- Será algo que te quede prolijo.- me dijo mientras seguíamos caminando.
- Tengo 13 años. ¿Puedo elegir mi corte ?.-
De pronto, el hallazgo. Mi madre detectó un polo barbero que funcionaba sobre una puerta de madera y vidrio. Parecía bastante antigua. Me dio escalofrío.
- Mirá, ahí tenemos una y no hay gente.-
- Es muy vieja, mamá. Busquemos algo más moderno.-
- Dale, no podemos caminar todo el día. Vamos.-
Cruzamos la calle y llegamos a la puerta. El ventanal , sin cortinas, dejaba ver el interior. Efectivamente, se trataba de un local antiguo , casi tanto como el peluquero que descansaba en su silla a la espera de algún cliente, y ese iba a ser yo.
El vidrio dejaba leer Peluquería Romualdo - Caballeros y niños - Cortes Clásicos.
Le pedí por favor a mi madre que no me metiera en esa peluquería, pero ya estaba decidido. Abrió la puerta y me hizo entrar.
El peluquero , de más de 60 años, se puso de pie y devolvió el saludo de mi madre.
- Buen día señor. Es para un corte de pelo para mi hijo.- dijo mi madre.
- Muy bien señora, que tome asiento.- dijo el peluquero mientras ponía un suplemento en el asiento del sillón.
Mi madre me mandó a la silla del peluquero, que estaba frente al espejo , y ella se acomodó en una de las sillas de espera.
El peluquero descolgó una gran tela blanca de algodón de un perchero de pie que había en una esquina del salón.
La sacudió con fuerza en el aire , le dio vuelo y la pasó por delante de mí dejándome totalmente cubierto. Solo podía ver mis zapatillas sobre el reposapiés. Sentí cómo me apretó la tela a mi espalda y la dobló hacia adentro de mi camisa. También me puso un paño menor en la base de la nuca. Ya me tenía dominado. No había marcha atrás.
Sacó un peine del bolsillo superior de su chaquete blanca y me empezó a alisar , casi con brusquedad, el pelo en toda su longitud.
Se hizo tiempo para dar su opinión sobre el largo:
- Está larguito, ¿cómo lo cortamos?.- preguntó mirando a mi madre.
La miré a través del espejo esperando con ansiedad su respuesta.
- Cortito. Ya empiezan las clases y quiere algo que le dure. - me quise morir. Le estaba dando carta blanca al viejo para que me rapara.
- ¿ Un corte escolar ?.- sugirió el peluquero.
- ¿Cómo sería?- preguntó mi madre.
- Arriba cortito y la nuca y los costados bien peladitos.-
- Bueno , pero de arriba que le quede algo para peinar.-
- Muy bien. Una americana, entonces. Un corte muy higiénico.-
Me iba a pelar y mi madre estaba de acuerdo. No lo podía creer. Me miraba en el espejo por última vez con pelo. Me llené de angustia y los ojos se llenaron de agua.
Viendo al peluquero preparar sus herramientas me corrió un escalofrío por la columna. Hasta creo que sus movimientos eran pausados y parsimoniosos para acrecentar mi angustia.
Cuando lo vi acercarse a mí con una maquinilla manual de púas anchas y un peine supe que mi suerte estaba echada.
Me la apoyó en la base de mi despareja patilla derecha empujando mi cabeza sobre el hombro izquierdo y la fue subiendo lentamente hasta la sien dejando una franja pelada con un rastrojo de 5 o 6 milímetros.
Me dobló la oreja con dos dedos y me pelo sobre ella dejando un profundo arco . Siguió cortando todo el pelo de atrás de la oreja hasta llegar al vértice de la nuca.
Giró el sillón 180° hasta que me dejó de frente a mi madre que, despreocupada, leía una revista.
Me peló igual el costado izquierdo llevando mi cabeza hacia la derecha, moviéndola a su antojo. Se estaba haciendo un festín.
La tela ya mostraba signos de la esquila. Una masa de pelo descansaba en mi regazo.
Ver tanto pelo arrancado de raíz sobre la capa hizo que me quebrara. No podía creer lo que me estaba haciendo este peluquero.
Me pasó un plumerito por la cabeza y , de espaldas al espejo, sentí la mano del peluquero empujándome bruscamente la cabeza hacia abajo y de inmediato el calor del acero de la maquinilla lo sentí en la línea de crecimiento del pelo en la nuca.
Me la enterró debajo del pelo que caía sobre la tela y, llevando la máquina hasta la coronilla, me peló toda la nuca pasando obsesivamente la cortapelos pegada a mi cuero cabelludo. Cuando yo trataba de separar mi cabeza de la máquina, el agarre del peluquero se hacía más fuerte. Me inmovilizaba la cabeza. Me tenía dominado.
En varias franjas me peló toda la nuca. Me volvió a cepillar y me devolvió de cara al espejo. No me reconocía.
Me liberó de la tela y cuando creí que todo había terminado la sacudió en el aire para librarla del pelo cortado y me la ajustó nuevamente.
No creí que se podía cortar más hasta que vi al peluquero elegir otra maquinilla de púas muy finas. La hizo funcionar en el aire delante de mis ojos con movimientos rápidos de apertura y cierre de su puño sobre los brazos de la cortapelos.
Volvió a mi nuca y, otra vez con la cabeza gacha, me rapó toda la parte trasera. Por momentos dejaba de cortar y me pasaba la palma de su mano a contrapelo sobre la nuca pelada. Me provocaba cierta excitación a la vez que me sentía humillado al verme dominado por el peluquero.
Me terminó por rapar los costados dejándolos prácticamente afeitados. El cuero cabelludo se dejaba ver en blanco , en contaposición con el resto de la piel bronceada por el sol del verano.
Cuando vi a través del espejo que mi madre levantó la vista de la revista, el peluquero había empezado a cortarme todo el pelo de la parte superior de la cabeza a tijeretazo limpio.
Una lluvia de pelo caía sobre mis ojos ante cada abrir y cerrar de las hojas de la tijera. No había piedad.
Pareció terminar la tortura cuando el peluquero dejó la tijera sobre el mueble . Preparó espuma de afeitar en un cuenco de cerámica y, con una brocha, extendió el jabón por todo el contorno del corte y unos centímetros sobre el cuello en la nuca.
Tomó una navaja barbera y la asentó sobre un cuero que colgaba de uno de los brazos del sillón. Iba y venía dejando ver el filo de la cuchilla.
- Ahora quietito para que no te corte.- me dijo, mientras acercaba la navaja a mi patilla derecha.
Con dos dedos, a la altura de las sienes , hizo fuerza hacia arriba para estirar mi piel y rasurar las patillas hasta dejarlas bien cortas. Me afeitó sobre las orejas emprolijando los arcos hechos por las máquinas.
Siguió hacia abajo por los laterales hasta llegar a la base de la nuca donde afeitó unos centímetros por arriba de la línea del pelo.
Me quitó con una toalla el exceso de jabón, me dio una buena entalcada y un cepillado vigoroso. Mi cabeza parecía la de las viejas fotos amarillentas que colgaban de la pared sobre el espejo y mostraban cortes extremos.
Me puso un espejito de mano en la espalda para que viera mi nuca al ras. No tenía pelo. Solo púas como alfileres que raspaban cuando, morbosamente, me la acariciaba de abajo a arriba.
Dándole una vuelta completa al sillón, lentamente, le dijo a mi madre:
- ¿Conforme señora o lo prefiere más cortito ?
Mi madre aprobó el corte , entendiendo que más corto era casi imposible.
- ¿Lo peina con algún gel? preguntó.
- Sí, por favor.-
Tomo con dos dedos una buena cantidad de lo que parecía una crema verde de un frasco y la extendió en las palmas de sus manos para luego extenderla por la parte superior de mi cabeza , frotándola con fuerza.
Haciendo una raya rígida sobre mi costado izquierdo me peinó hacia el otro lado el poco cabello que me había dejado.
Me volvió a entalcar con un pompón cargado de polvo y comenzó a quitarme la capa y sacudirla haciendo volar los pelos amontonados en ella.
Bombeó con el pedal del sillón para dejarme a nivel del piso y me hizo dejar la silla:
- Servido , jovencito, lo espero en 40 días.- me dijo sonriendo.
Mi madre pagó el corte y salimos. No podía dejar de tocarme la nuca y llorar. Me habían masacrado y el lunes tenía que ir a la escuela.