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Señor Pertuzzi by Hector






Hoy , domingo 20 de agosto, aquí en Argentina se celebre el día de la Niñez. Es un día de muchos festejos en el que los niños , por lo general , reciben regalos.
Yo tuve muchos de estos días felices. En casa se solía reunir toda la familia y se pasaba un día a pura fiesta. Padres, hermanos , abuelos, tíos y primos disfrutábamos de ese domingo.

Sólo puedo encontrar a lo largo de mi vida una mancha relacionada con esa festividad.
Yo tenía 12 años. Era agosto de 1968. Ese viernes por la noche mi padre, que era muy estricto en la mayoría de las cosas que tenían que ver con mi crianza y formación , me miró a través de sus lentes y consideró que mi cabello había llegado al límite por él permitido:

- Mañana, sin falta, va a la peluquería a cortarse esa "melena".-

Para mi padre "melena" significaba el pelo apenas subiendo a mis orejas, el flequillo un poco largo y por detrás tocando el cuello de mi camisa. Eso era suficiente como para dictarle sentencia a mi pelo.

Don Alfredo, mi peluquero desde siempre , se había jubilado y ya no atendía. Pensé en las otras opciones que tenía mi padre reservadas para mí. Había una sola posibilidad: la peluquería del señor Pertuzzi, el "Tano" como se lo conocía en el barrio.
Mi padre era cliente de este local porque el hijo del peluquero era su amigo de la infancia. El Tano tendría casi 70 años. A la vista de como volvía mi padre a casa después de su visita al peluquero, podríamos decir que el señor Pertuzzi era un "carnicero". Recuerdo que mi madre se mofaba de los brutales rapados que traía mi padre y lo tildaba de " carnero esquilado".

Yo nunca había entrado a esa peluquería. Una vez había acompañado a un amigo del barrio al que su padre mandaba a este peluquero pero recuerdo que no entré. Lo esperé en la vereda mirando, a través del ventanal, como le arrancaba de raíz el cabello dejándolo totalmente rapado. Fue una escena que me provocó lástima por mi amigo.

Ahora, sin tener la confirmación oficial de mi padre, yo estaba a punto de correr igual suerte.
Pensaba en que se haría añicos mi intención de dejar crecer un poco el pelo como era la moda de esos años y , además, en la fiesta del domingo aparecería esquilado frente a mis primos y primas. Una humillación.
La orden estaba al caer:

- Como Don Alfredo cerró su local, le pedí a Don Pertuzzi que lo atendiera y aceptó de



buen grado.- dijo mi padre , seriamente, pero como con un tono cargado de morbosidad. Como si disfrutara al verme rapado por su propio peluquero.
Ya tenía turno asegurado. Lo único que me alentaba era que iba a ir solo y tal vez pudiera frenar al viejo en su avidez por raparme.

El sábado fui bien temprano para pasar cuanto antes el mal trago y para no encontrarme con ningún amigo del barrio.
Tenía que caminar tres cuadras. Al doblar la última esquina vi el polo barbero apagado. Había llegado demasiado temprano. Me quedé en la puerta frente a la cortina metálica donde se leía PELUQUERÍA esperando que abriera.
A los 5 minutos vi venir por la esquina al peluquero caminando lentamente.
Cuando lo tuve al lado me miró sonriendo y me preguntó si me había caído de la cama. Sólo fingí una sonrisa.
El viejo entró por una puerta lateral y en menos de 10 minutos la cortina ya estaba chirriando mientras subía y descubría el frente de la tienda. Se encendió el caramelo tricolor y abrió la puerta de madera y vidrio repartido.
Me invitó a tomar asiento en el sillón poniendo un suplemento de cuero para que estuviera más alto.
Descolgó de un perchero de pie la fantasmal tela blanca de algodón y, ya en mi espalda, la sacudió en el aire para darle vuelo y pasarla por delante de mí ajustándola con un broche metálico con fuerza a mi cuello. Me puso un paño más pequeño , también blanco en la base de la nuca doblándolo hacia adentro de mi camisa. Ya me tenía bajo su dominio.

Me dejó capeado frente al espejo mientras se calzaba , con total parsimonia, su bata blanca con cierre lateral y luego sacaba de los cajoncitos del mueble de madera oscura sus herramientas: peines, tijeras, una navaja barbera y las terribles máquinas cortapelos que brillaban a la luz del tubo fluorescente que iluminaba desde arriba del espejo.

Con un peine blanco comenzó a estirarme el pelo respetando mi raya lateral del peinado.
Como vi que no me hacía la clásica pregunta de cómo lo iba a cortar, me adelanté y le dije:

- No muy corto. Que no se vea la piel.-
- Tranquilo jovencito, su padre ya dejó las indicaciones y creo que no tendrá objeciones , ¿verdad? . Su padre es el que ordena y yo cumplo.-

Supe que era el fin. Saldría de allí más pelado que cuando iba de Don Alfredo.




Empezó con peine y tijera a cortarme todo el pelo de arriba, lo poco que cubría mis orejas y me hizo bajar la cabeza para cortarme el pelo de la nuca. Me liquidó el flequillo con dos tijeretazos cortándolo de sien a sien y de menor a mayor para después poder hacer la raya del peinado hacia un costado.
La tela mostraba los signos de la esquila.
Con una cepillada despejó los hombros haciendo que los mechones cayeran en la capa. En el espejo mi cabeza se veía más pequeña y sabía que aún faltaba lo peor.

Lo vi manipular las maquinitas sobre el mueble y tomar la de púas más anchas. Fue a mi espalda y, otra vez con la cabeza empujada con firmeza hasta que la barbilla hizo contacto con el pecho, apoyó el acero en la base de la nuca. Con movimientos lentos de apertura y cierre de su puño derecho la fue llevando hacia arriba presionando la máquina contra mi cuero cabelludo hasta llegar a la coronilla. Me imaginé una franja rapada en el medio de mi nuca.

Con otras cuantas pasadas, una tira junto a otra, me rasuró toda la nuca. Me estaba pelando a su antojo. En ese momento desconocía los números de las maquinillas y no sabía a que nivel había cortado. Cuando en un momento me pasó sus dedos por la nuca me di cuenta que estaba muy corto pero aún sentía un rastrojo de algunos milímetros.

Para pelarme los costados tumbó mi cabeza a uno y otro lado sobre cada uno de los hombros. Me eliminó mis pequeñas patillas llevando la herramienta hasta las sienes.
Me dobló con dos dedos las orejas y me rapó sobre ellas haciendo grandes arcos que ya empezaban a mostrar el cuero de mi cráneo. Me cortó toda la parte del costado que termina juntándose con la nuca. Ahora podía ver el pelo a 5 mm más o menos.
Estaba todo pelado. No pude evitar que se juntara agua en mis ojos. Me imaginaba el lunes en la escuela y mañana en la fiesta familiar.

Pero aún el viejo no estaba conforme y tomó la máquina de púas finas y estrechas. Esa la conocía y sabía que era la #0 , la que más pelaba. Me quedé boquiabierto. No pude hablar para decirle que parara porque ya tenía la cabeza gacha y la máquina corriendo por donde ya estaba todo rapado.
Me peló la nuca y los costados al cero. Me dejó el pelo a 1mm.

Cuando le dio descanso a la cortapelos me rebajó un poco más la parte superior disfumando la línea que había dejado la 0.
Preparó espuma de afeitar y me enjabonó todo el contorno del corte. Con la navaja barbera me rasuró toda la zona después de asentar la cuchilla con un cuero que colgaba de un brazo del sillón.
Me sacó el excedente de jabón con el paño menor que tenía en la nuca y me dio una



cepillada y entalcada en toda la parte trasera.
De un frasco de vidrio sacó , con dos dedos, una crema verde de un olor espantoso. Lo desparramó en las palmas de sus manos y me embadurnó la parte de arriba de la cabeza, único lugar donde tenía algo de pelo.

Me peinó hacia un costado con una raya estricta y me puso el espejito de mano en la espalda

- Servido joven. Su padre puede estar tranquilo.- dijo , dejando ver una sonrisa sarcástica.

Me sacó la tela , la sacudió en el aire y me bajé del sillón tocándome la nuca pelada.
Pagué y me fui con ganas de llorar.

En mi casa, mi padre encantado . El domingo en familia y el lunes con los compañeros fui el hazmerreir.
Ese corte me marcó tanto la vida que aún hoy lo recuerdo. Por supuesto hasta los 16 años fue igual.



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