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El peluquero de mi abuelo by metusaron


Cuando tenía 8 años mis padres se separaron. Fuimos con mi madre a vivir a casa de mis abuelos maternos y mi madre se hizo cargo de la casa.
Tuvo que salir a trabajar mientras yo quedaba al cuidado de ellos. Esta situación no duró mucho porque al año de vivir todos juntos mi abuelo enfermó .
La abuela se encargó de mí y del abuelo enfermo. Mi madre volvía casi siempre tarde de su trabajo en el hospital y la mayor parte de los días yo no la veía al regresar porque ya estaba durmiendo.
Nos veíamos durante el desayuno. Ella , luego, salía hacia el trabajo y yo a la escuela.
Mientras desayunábamos, me dejaba las instrucciones de lo que tenía que hacer y me recordaba que debía hacerle caso a la abuela, que bastante trabajo tenía atendiendo al abuelo.

Yo esperaba los fines de semana porque eran los días que podíamos estar juntos. Pero algunos sábados era preferible que no llegaran nunca. Eran esos días en los que mi madre me sentaba en el fondo y, con la tijera de costura y un peine, me recortaba el pelo. Odiaba esos cortes pero al menos me salvaba de las visitas del peluquero del abuelo cuando la abuela lo llamaba para que le viniera a cortar el pelo. Yo ya tenía 14 años y estaba en los primeros años del colegio secundario.

Me gustaba ver como pelaba al abuelo. Me hacía correr un frío por la espalda cuando el peluquero le pasaba unas máquinas antiguas que , prácticamente, le arrancaban el pelo de raíz para dejarlo rapado en la nuca y los costados como le pedía la abuela cuando le daba las instrucciones.
Yo me sentaba en un banco para ver el corte. A veces, cuando el peluquero terminaba su trabajo, me amenazaba con cortarme a mí y yo salía corriendo para la cocina. Creo que ahí nació esa atracción por todo lo que tenía que ver con peluqueros y cortes de pelo.

Según la disponibilidad de tiempo ( y de la memoria de mi madre) , mis cortes a veces se espaciaban bastante uno de otro, por lo que mi cabello seguía creciendo y yo lo disfrutaba. Me gustaba el pelo medio crecido como lo usaban la mayoría de mis amigos y compañeros de colegio, aunque en más de una oportunidad eso me trajo algunos problemas con el ingreso a clases.

Al tiempo el abuelo falleció. Fue un sacudón para la pequeña familia. Pasaron casi tres meses hasta que nos pudimos acomodar a su ausencia.
Entre tanto mi pelo seguía creciendo. Mi corte de pelo pareció pasar a un segundo plano . Pero un día , en el desayuno , mi madre reparó en mi cabeza y pasó lo que tenía que pasar. Era un viernes.

- Mañana , sin falta, te voy a cortar ese pelo. Ni recuerdo cuando fue la última vez.



Preparate.- y sentenció mi pelo.

El día siguiente me desperté con el estómago hecho una piedra. Lo que tanto odiaba estaba por pasar.
Por la tarde vi a mi madre preparar en el fondo " su peluquería". Llevó la banqueta alta que usaba y una toalla, peine y tijera a la mesita de atrás.
Me llamó y ya no tenía escapatoria.
Mientras me estiraba el pelo notó lo largo que estaba:

- Esto va a ser complicado. Está muy largo. Pasó mucho tiempo y perdió la forma del corte.- le dijo a la abuela ,que se había arrimado para ver la esquila.

Dio tres o cuatro tijeretazos casi mal dados mientras protestaba por haber dejado pasar tanto tiempo:

- No mamá, esto va a ser imposible. Está terrible.- volvió a decirle a la abuela.

Se me paró el corazón cuando la abuela dijo:

- Y bueno, dejalo así y lo llevo a lo de Vicente.-

Vicente era el peluquero que le venía a cortar el pelo al abuelo. No salía de mi asombro.
Muerto de miedo esperé la respuesta de mi madre.

- Sí mamá, mejor llevalo si no le voy a hacer un desastre.- dijo mi madre.
- Noo, al peluquero no.- me negué casi suplicando.
- Yo ya no puedo, creció mucho.- fue la respuesta.

Me invadió la angustia y me quebré. Mi madre le dio dinero a la abuela y le dijo que me lo cortara un poco más corto.
La abuela se preparó y salimos.
Caminamos tres cuadras y llegamos al local. Se veía una peluquería tradicional pero pasada en años. El ventanal dejaba ver al peluquero atendiendo a un señor y no había gente esperando.
Me metió adentro y saludó.

- Buenas tardes. Hola Vicente.-
- Hola Carmen, ¿cómo está?.-
- Acá, trayendo al nieto.-
- ¿ Qué hacés che? ¿ Te tocó peluquería hoy ? el anciano del sillón le festejó la gracia.




Nos sentamos en sillas de espera. Yo miraba al peluquero cortando el pelo y me recordaba cuando le cortaba a mi abuelo. Parecía ser el único corte que podía hacer porque lo estaba rapando igual. Me imaginé lo mismo para mí y más me angustiaba.

En 15 minutos el anciano del sillón bajó con un corte cortísimo que dejaba ver su nuca casi afeitada.
El peluquero me miró y, con la tela blanca desplegada , me llamó a la silla . Me paré casi entregado , como presagiando lo peor. Sacudiendo la tela con fuerza en el aire, me invitó a subir:

- Vamos che, arriba y a quedarse quietito .-

Recibió el pago del cliente anterior y volvió a mi espalda. Le dio vuelo a la tela blanca de algodón y me la pasó por delante para dejarme completamente cubierto. Me tapaba hasta los pies.
Me apretó la tela muy fuerte al cuello y me puso otro paño más pequeño que dobló hacia adentro del cuello de mi camisa.
Me elevó un poco del suelo con el pedal hidráulico del sillón para que ganase un poco de altura.

Con un peine blanco comenzó a estirar mi pelo en toda su longitud y se dio tiempo para dar su opinión:

- Está largo, ¿eh? ¿ Cómo lo dejamos Carmen?- preguntó.
- Córtele bastante , Vicente. Como le cortaba a mi esposo.- instruyó la abuela al peluquero, que estaba ansioso por pelarme.
- No abuela. Tan corto no.- dije .
- Bueno che. A ver si nos dejamos de escándalos.- me increpó el peluquero.

Tomó una tijera que me pareció inmensa y , levantando largos mechones del pelo de arriba, los iba cortando al nivel de los dientes del peine. Cortó una barbaridad toda la parte superior de mi cabeza. Una lluvia de pelo se amontonó sobre mis hombros y mucho más caía sobre la tela formándose una gran bola de pelo en mi regazo.

Me cortó el flequillo en ángulo, de mayor a menor desde una sien a la otra y me destapó las orejas haciendo sobre ellas grandes arcos. Las desprolijas patillas las redujo con un par de tijeretazos. Estaba disfrutando la esquila.

A través del espejo veía a la abuela con una sonrisa de oreja a oreja.




- Con razón mi hija no podía . Es increíble el pelo que tenía.- opinó la abuela.
- Cuando termine no lo van a conocer.- dijo el peluquero mientras seguía cortando impiadosamente.

Me hizo bajar un poco la cabeza y cortó el pelo que colgaba por la parte trasera. Más pelo caía , ahora al suelo, mientras el peluquero iba caminando alrededor de la silla.
Mi pelo, arriba, había quedado a menos de 2 cm.
Cuando dejó la tijera en el mueble, me cepilló toda la cabeza con un plumerito de cerdas blancas y mango de madera. Todo el pelo suelto cayó en el piso o en la tela.
Me la desabrochó , la sacudió para hacer caer todo el pelo al piso junto al pie del sillón y me volvió a envolver igual que antes.

Empezaron a aparecer algunas lágrimas al ver lo que me estaba haciendo. Cuando lo vi tomar esa misma máquina antigua con la que pelaba a mi abuelo se me heló la sangre. La hizo funcionar en el aire abriendo y cerrando su puño y el "click,click" de la maquinita me hizo recordar cuando, sentado en el fondo, disfrutaba viendo como rapaba al abuelo. Me estaba excitando mientras veía los preparativos del viejo. Así fue a mi espalda. Ya estaba a su merced.

De golpe sentí que mi cabeza bajaba bruscamente y la mano del peluquero la sujetaba con fuerza haciendo que mi barbilla se estrellara contra el pecho. Mi vista quedó fija en lo blanco de la tela que me cubría.
Un acero frío empezó a subir por mi nuca desde la línea del crecimiento del pelo hasta la coronilla arrasando con el cabello que encontraba a su paso. Una vez que la máquina llegaba a la cima de la cabeza , el peluquero descargaba el pelo arrancado que se acumulaba en el cabezal de la cortapelos sobre la tela, acrecentando mi angustia y excitación.
Subía y bajaba la herramienta en distintas franjas contiguas que iban despojándome del pelo de la nuca. Parecía no querer terminar nunca. El monótono traqueteo de la máquina aumentaba cuando pasaba cerca de mis orejas.

Sin levantar la maquinita, volcándome la cabeza hacia un lado y otro, me peló los costados dejando un rastrojo de unos 5 mm.
Ahora, con la cabeza algo levantada volvía a ver la cara complaciente de la abuela. No entendía por qué estaba haciendo esto. Mirando hacia el sillón y dirigiéndose al peluquero, dijo:

- Vicente, ¿no lo puede dejar más cortito? , que quede más prolijo así mi hija se olvida por un tiempo del pelo.- me estaban pelando como nunca y todavía pedía más. En ese momento la odié.
- Sí Carmen. Todavía no terminé. Ahora te lo emprolijo con la cero.- dijo el verdugo.




Dejó esa maquinita sobre el mueble, me dio otra cepillada y de un cajoncito sacó "algo" envuelto en un paño amarillo. Cuando abrió el paquete apareció otra maquinita más pequeña de cuchillas con púas más estrechas , pero igual de reluciente. Supe que era la tan temida #0.

- Bajame otra vez la cabecita.- me dijo, mientras él mismo me la tiró hacia abajo con brusquedad y me la apretó contra mi pecho ,con su mano sobre la cima de mi cabeza.

Me la apoyó contra la nuca y la corrió hasta donde se forma el remolino , que ya había desaparecido con la otra máquina. Me estaba pelando sobre lo que ya estaba rapado pero igual sentía el tironeo de las cuchillas contra mi cuero cabelludo, arrancando de raíz lo poco que quedaba de pelo.

Si algo faltaba era la presencia de "espectadores". Escuche el llamador de la puerta y una voz desde la entrada que preguntó si tenía mucha espera. Sin dejar de cortar, la respuesta del peluquero no me resultó indiferente:

- No Carlos, pasá . Dame 10 minutos que termino de pelar al pibe y te atiendo.-

Por el rabillo del ojo, con la cabeza gacha vi al cliente ir al sector de sillas de espera.

Cuando el peluquero consideró que ya era suficiente el trabajo con la "cero" me liberó la cabeza y dejó la herramienta sobre el mueble no sin antes pasar sus dedos , a contrapelo, por mi nuca al ras. Sentí un sentimiento de sumisión y humillación a la vez.
Mi espectador no perdió la oportunidad de dar su opinión:

- !! Qué cortecito, nene !! ¿ Todo ese pelo del piso era tuyo? !! Te pasaste Vicente!!- todos sonrieron.

El peluquero tomó un recipiente pequeño y metálico y preparó espuma para afeitar batiendo el jabón con una brocha .
Me untó todo el contorno del corte y tomó la navaja barbera a la que templó con una lonja de cuero que colgaba del sillón.

Con dos dedos sobre la sien me estiró la piel y me rasuró las patillas. Dobló mis orejas hacia abajo y emprolijó y profundizó los arcos sobre ellas. Siguió afeitando los costados, detrás de las orejas, hasta llegar a la base de la nuca. Me pasó la navaja también por la línea de crecimiento del pelo.
Sacó los restos de jabón con una toalla y me dió una buena pasada de talco y una



cepillada. Imaginé la nuca blanquecina por el talco , que es como la firma de que uno está recién peluqueado.

Me pasó las tijeras para disfumar la marca dejada por la "cero" y me hizo un peinado con raya al costado con un gel o una gomina de un olor espantoso.
El momento más cruel y humillante fue cuando me puso el espejito de mano en la espalda y con una sonrisa cargada de morbo me dijo: - Servido, jovencito, hasta el próximo mes.-

- ¿Está bien así Carmen?.- le dijo a mi abuela que, por supuesto, quedó encantada con el cortecito.

Me sacó la tela, me cepilló la cabeza rapada y , pisando el pedal del sillón, me devolvió al nivel del piso.
Bajé tocándome la nuca y solo sentía el pelo cortísimo, casi como un campo de alfileres.
La abuela pagó y volvimos a casa donde esperaba mi madre que menuda sorpresa se llevó al verme con mi nuevo corte de pelo.
En la escuela fui el centro de todas las bromas durante toda la semana.

Ya tenía nuevo peluquero. Cada mes o cada 40 días, la abuela me seguía llevando al peluquero del abuelo para terminar igual de tusado.



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