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El hogar-escuela by Pelado60
Ese sábado de julio de 1969 fue uno de los días más tristes. Yo tenía 13 años y mi hermana, 15.
Vivíamos con nuestros padres en un pueblo de la provincia de Buenos Aires que el poco crecimiento que tenía giraba alrededor del trabajo en el campo y de la llegada del tren con noticias ya viejas.
De a poco, el pueblo se iba quedando sin jóvenes que emigraban en busca de un mejor futuro. Estaba envejeciendo de a poco y estaba prácticamente , al borde de la desolación.
Sólo faltaba el "tiro" de gracia y éste no tardó en llegar. Fue cerrada la estación del ferrocarril. Los comentarios pueblerinos decían que ya no era redituable que el tren llegara a Lavalleja.
La situación laboral empeoró y ya, no solo los jóvenes se marchaban.
Mi padre y mi madre quedaron sin trabajo y la situación se hizo insostenible.
Con todo el dolor del alma , mis padres rescataron lo que se pudo y cancelaron el alquiler de la casita que habitábamos.
Con lo justo , y unos pocos pesos ahorrados, llegó el momento de la despedida.
Aprovechando que unos vecinos , propietarios de un destartalado camioncito también se marchaban , todos nos embarcamos en esa aventura incierta de terminar en el siguiente pueblo que, en comparación, era una "gran ciudad".
Allí habría de iniciarse una nueva vida para la familia.
Rápidamente había que buscar un lugar para instalarnos y, afortunadamente, los ahorros alcanzaron para el alquiler de una pequeña casa un poco apartada del casco de la ciudad.
Mi madre consiguió trabajo como maestra en el único colegio primario que había, pero debía cubrir ambos turnos: mañana y tarde y volvía a casa a la nochecita.
Mi padre consiguió un trabajo como sereno en una pequeña fábrica de ladrillos , aunque allí estuvo poco tiempo hasta que consiguió un trabajo de chofer de camiones que lo obligaba a estar más fuera de casa que adentro.
Mi hermana y yo estábamos en la escuela secundaria, pero como en el pueblo no había , la solución era viajar hasta la próxima ciudad cosa que resultaba prácticamente imposible.
Quisimos colaborar con la economía de la casa consiguiendo algún trabajo menor pero mis padres se negaron porque consideraban que teníamos que terminar la
escuela.
Alguien le comentó a mi madre que en el centro del pueblo existía un hogar- escuela donde los jóvenes podían recibir educación y permanecer en el hogar de lunes a viernes para volver a sus hogares los fines de semana. Podía ser una solución hasta que la vida familiar se acomodase.
Mis padres hicieron las averiguaciones y consideraron que, de momento, era lo mejor para nosotros.
Cumplimos con todos los requisitos y un buen día nos acompañaron al hogar. Allí nos enteramos que , además del estudio, allí aprenderíamos un oficio: las niñas, costura y los varones , carpintería.
Dos directores, un hombre y una mujer que era la regenta, nos dieron la bienvenida y allí quedamos.
Se nos leyeron las normas que había que respetar en el hogar y resultaron bastante estrictas.
Nos separaron. Mi hermana fue con su regenta y yo con mi director.
Era una persona de unos 50 años , de gesto adusto pero parecía amable. Me acompañó a la zona de dormitorios donde me señaló mi cama y mi armario y me hizo guardar el pequeño bolso que llevaba con algo de ropa. En el dormitorio había como 20 camas pero estaba vacío de niños. Todos estaban en clases.
Me condujo por un pasillo entre las aulas hasta una habitación que tenía un cartelito indicador donde se leía SASTRERÍA.
Me probaron y entregaron un delantal celeste de mi talla y me notificaron que no podía moverme dentro del hogar sin el delantal. Sólo podía quitármelo en el taller de carpintería.
Me mostraron otro salón marcado como BIBLIOTECA, donde podíamos obtener los libros necesarios para las clases, y frente a él otra sala con el cartel de LIBRERÍA, donde me entregaron una bolsa plástica con algunos cuadernos y lápices y lapiceras.
Me mostraron el inmenso salón comedor donde se desayunaba a las 07:00 hs , se almorzaba a las 13:00 hs y se cenaba a las 20:00 hs para ya a las 22:00 hs estar en los dormitorios. Me enteré que había 4 dormitorios más, iguales al que me habían mostrado.
Cuando terminó la recorrida pensé que me llevaría a mi aula de clases para presentarme a mis nuevos compañeros. Caminamos por otro pasillo donde localicé los baños para el alumnado y, al final del pasillo una última habitación.
Al llegar a la puerta se me heló la sangre. Un cartelito sobre uno de los marcos
indicaba PELUQUERÍA DE NIÑOS. Quedé sin palabras. Cuando reaccioné le pregunté a mi tutor :
- ¿Me van a cortar el pelo?.-
Por supuesto la respuesta fue:
- Sí. Es una cuestión de higiene, alumno.- me dijo, mientras abría la puerta.
Era una pequeña pieza azulejada en blanco con el piso ajedrezado , un antiguo sillón de peluquero, pero en perfecto estado, de cromo y cuero rojo con brazos de cerámica blanca, un perchero de pared y sobre la pared de frente al sillón un gran espejo sobre un mueble de fórmica oscura. A la espalda de la silla del barbero un banco largo de madera que servía para esperar el turno del corte.
Aún no había visto a ningún alumno con lo que desconocía el estilo del corte pero al ver sentado en el sillón a un peluquero de unos 60 años leyendo una revista, me imaginé lo peor.
Cuando nos vio entrar se puso de pie, le devolvió el saludo al director:
- Buen día Américo.- dijo el director.
- Buen día Señor.- devolvió el peluquero mientras le echaba una mirada de desagrado a mi cabeza peluda.
- Un nuevo alumno, Ud ya sabe...- dijo.
- Por supuesto.- dijo el peluquero , y agregó: - Tome asiento jovencito.-
Caminé hacia el sillón como si fuera al cadalso. Puse los pies en el apoyapies del sillón y tomé asiento de frente al espejo.
El peluquero me tomó de los hombros y me tiro hacia el respaldo. El director se había acomodado en el banco de espera para observar el espectáculo que se le iba a ofrecer.
El viejo tomó una gran tela blanca de algodón, la sacudió con fuerza y la pasó por delante de mí para dejarme totalmente cubierto. La ajustó tan fuerte por detrás que pareció cortarme la respiración. Me puso un paño en la base de la nuca y lo dobló hacia adentro.
Cuando vi todas las herramientas sobre el mueble me corrió un frío por la espalda que me provocó un temblor en el cuerpo.
De pronto me vi ganando altura cuando el peluquero bombeaba el sillón con el pedal hidráulico. Cuando se detuvo, tomó un peine del bolsillo superior de su chaqueta y comenzó a estirar mi pelo en toda su longitud.
- ¿ Algo especial para el joven?.- le preguntó al director.
- Nada que salga de lo normal, Américo.-
Aún no sabía nada de lo que me iba a hacer este peluquero, pero cuando me peinaba mostrando una sonrisa burlona en sus labios, supe que me iba a hacer un corte drástico y que lo iba a disfrutar.
Con una gran tijera de punta y el peine me fue cortando todo el pelo de los costados tumbándome la cabeza a un lado y otro.
Hizo lo propio en la cima de la cabeza dejándome el pelo muy corto. Una lluvia de pelo caía sobre mis ojos antes de llegar , en grandes mechones, sobre la tela blanca.
Me bajó la cabeza y me cortó todo el pelo de la nuca. Cortaba y cortaba como con saña. Como si le quisiera demostrar al director que cumplía su trabajo a la perfección.
Después de empolvarme la nuca me dio una cepillada vigorosa para despojarme de los pelos rebeldes que no habían caído en la capa.
Me desabrochó la tela y me quedé esperando que bajara el sillón pensando que la tortura había terminado. Cuando amagué descender me sujetó por los hombros y me dijo:
- Aún no terminó el corte, jovencito. Quietito en la silla.- mientras me anudaba nuevamente la tela al cuello.
Lo vi tomar una maquinilla manual de púas muy estrechas y con movimientos de su puño derecho accionó los brazos de la cortapelos en el aire para agarrar el ritmo del corte. Fue a mi espalda , me bajó la cabeza con brusquedad hasta que mi mentón se estrelló contra mi pecho y me llevó la máquina desde la base de la nuca hasta la coronilla para dejar un rastrojo de apenas 1 mm.
Me pasaba su cortapelo casi obsesivamente , una y otra vez , por la nuca. Por momentos sentía el tironeo cuando las cuchillas arrancaban el pelo de raíz. Iba y venía, de abajo hacia arriba y nuevamente abajo, y parecía no querer terminar nunca.
Procedió a rapar ambos costados. Ahí pude ver en el espejo la masacre que estaba haciendo.
En un momento dejó de cortar y , con mi cabeza hacia abajo, la expuso a la consideración del director:
- Señor, así quedará por la espalda. ¿ Le parece bien o lo prefiere más corto?.- dijo el verdugo.
- Está bien así Américo. Tenga en cuenta que es el primer corte. Ya habrá oportunidad
para algo más ajustado.- contestó el director.
Me había casi afeitado la cabeza y todavía querían más.
Preparó espuma de afeitar y con una brocha me enjabonó el contorno del rapado que me había dado. Afiló una navaja barbera y me rasuró los bordes.
Cortó con tijera un poco más el pelo de arriba para que no desentonara con el pelado de la nuca y los costados.
Completó su trabajo con un cepillado con talco y un peinado con una estricta raya lateral usando una gomina de olor espantoso.
Pisó el pedal del sillón y me depositó a nivel del piso.
Bajé acariciándome la nuca rapada. Ni el viejo peluquero de mi pueblo me había rapado tanto.
El director me hizo darle las gracias al verdugo y salimos, sin antes apuntarme para un nuevo corte en veinte días.
El director me acompañó hasta mi salón de clases y me presentó al profesor que estaba dando su clase de Historia.
Todos los que serían mis compañeros lucían el mismo corte de pelo, algunos ya lo tenían un poco crecido. El director hizo una pasada por los bancos y señaló a cinco alumnos , los que debieron ponerse de pie:
- Jovencitos. Después de finalizar la clase con el Sr. Profesor tienen cita con el peluquero. Volveré a verlos después del corte.- sentenció a esas cinco cabezas.
El viernes , después de finalizadas las clases de ese día, llegó el momento de volver a casa por el fin de semana.
Mis padres nos habían ido a buscar. Tanto ellos como mi hermana , a la que no había vuelto a ver desde el ingreso, se sorprendieron por mi nueva "apariencia". Mi madre casi llorando me acariciaba la nuca , pero mi padre estaba muy contento de recibir a su hijo como siempre lo quería ver: con la cabeza rapada.