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Cómo hacía tiempo by Rolon


Cumplíamos 30 años de casados y nuestras hijas habían organizado una pequeña reunión familiar en un saloncito del barrio para esa noche.

A la mañana, durante el desayuno, mi esposa me dijo que iba a ir a la peluquería y me pidió si la podía llevar con el auto.
Como nada me lo impedía, acepté.
En el viaje me miró y me dijo:

- ¿Vos no te vas a arreglar el pelo?.-
- No, hoy no. No voy a ir hasta el centro para cortármelo.- le dije. ( yo me cortaba siempre en una peluquería cerca de mi trabajo en la Capital ).
- Y cortátelo por acá. El esposo de mi peluquera le corta a hombres.-
- No. Quedate tranquila. Igual no lo tengo largo.-
- Pero está desprolijo. Aunque sea que te lo acomode . Atrás lo tenés muy mechudo.-
- Dejalo así , Mónica.-
- Da feo aspecto. Aunque sea hacelo por tus hijas, que te van a querer ver bien.-

Llegamos a la peluquería y sólo había una clienta.
Como vio que yo no amagué a bajar me dijo:

- No me vas a acompañar?.-
- ¿ Querés, que baje?-
- Sí.-

Entré con ella y me presentó a su peluquera, una señora algunos años mayor que yo, que tengo 54.
A mi señora la sentó en una silla negra giratoria y la cubrió con una capa de nylon azul. Había otra mujer debajo de uno de esos secadores de cabello que son como una escafandra. No se le veía ni la cabeza.
Yo me senté en una silla de espera justo detrás de un antiguo sillón de barbería , de cuero rojo.

Mi esposa de frente al espejo le preguntó a su peluquera:

- Marta, ¿ su esposo no está ?.-
- Debe estar por llegar porque tenía un cliente a domicilio que no se puede trasladar.-
- Cuando vuelva ¿ le podrá cortar el pelo a mi marido?.-
- Sí, por supuesto.-

Yo me quería morir. Parecía un niño al que su mamá llevaba a la peluquería.




- No. Está bien así señora. No se preocupe.- dije como para sacarme el compromiso de encima.

Mientras atendía a mi señora, me puse a ojear un diario de arriba de una mesita.
Ni me di cuenta cuando entró el esposo de la peluquera. Sólo me enteré cuando la mujer le dijo:

- Carmelo, el Sr. te está esperando para que le cortes.-
- No señor, no se moleste.- le dije
- Dale Carlos, sentate y que el señor te arregle ese pelo.- dijo mi mujer desde su silla.
- Tome asiento , caballero.- me dijo el peluquero mientras abría una valijita de madera que traía y apoyó en el mueble espejado.

Sería un hombre de unos sesenta y pico de años, con lentes de marco metálico, un bigote bien cuidado y el pelo entrecano cortado muy corto en la nuca.
No tuve otra salida más que sentarme en el sillón frente al espejo. Mi esposa podía ver mi nuca reflejada en su espejo.

El peluquero descolgó una chaqueta corta celeste y se la puso sobre un chaleco que tenía puesto sobre una camisa blanca. Del mismo perchero de pie descolgó una sábana blanca de algodón y la sacudió con fuerza en el aire para darle vuelo y, en un segundo, pasármela por delante y ajustarla con fuerza en la parte trasera de mi cuello.
Quedé totalmente cubierto. Sólo podía ver mis zapatos en el apoyapiés del sillón.

Mientras me alisaba el pelo con un peine, me preguntó:

- Usted dirá cómo lo quiere cortar.-

Lo miré a través del espejo y le pedí solo un ajuste.
Cuando escuchó mi señora , desde su silla le dijo al peluquero:

- Señor, por favor, atrás córtele un poco más corto porque está muy desprolijo.--

El peluquero me miró por el espejo esperando una respuesta mía.
Cuando iba a contestar, otra vez la orden:

- Carlos , ya tenés 54 años , es momento de tener un corte acorde a tu edad. Mirá el Sr. que prolijo que lo tiene.-

No sólo me hacía cortar el pelo sino que me quería pelado. Toda esa situación ya me estaba dando vergüenza.




- Señor, hágale un corte como el suyo.- dijo como dándole una orden.

El tipo , ya medio cansado, me dijo:

- Bueno señor ¿ qué hacemos?.-
- Está bien. Córtelo un poco más corto.-

Saco de la valijita, peines, dos tijeras grandes, una navaja , una brocha de tejón y tres máquinas cortapelos manuales.
De un cajón del mueble sacó una talquera con pompón y un cuenco para preparar espuma de afeitar.

Giró el sillón y me dejó de espaldas al espejo.
Escuchaba el ruido del movimiento de herramientas. De pronto , mi cabeza chocó contra mi pecho como consecuencia de un empujón, casi violento, provocado por la mano del peluquero y una maquinilla manual comenzó a subir por mi nuca hasta la coronilla arrancando el pelo de raíz a su paso.
Cuando trataba de separar mi cuero cabelludo de los terribles dientes metálicos de la cortapelos, el agarre sobre mi cabeza se hacía más fuerte , inmovilizándola totalmente:

- La cabeza quietita, por favor, y bien abajo.- me ordenaba el peluquero.

Me pasó no sé cuántas veces esa máquina por la nuca y ya la imaginaba totalmente pelada. Me dio una cepillada y el pelo cercenada cayó sobre la tela y parte en el piso , alrededor del pie del sillón.

Volvió a poner el sillón de frente al espejo y podía ver mis hombros y la tela, cubiertos de pelo. Era una masacre capilar. No sé por qué se había ensañado con mi pelo.
Me pasó su máquina por el costado izquierdo cortando mis patillas muy cortas , llevando la herramienta hasta la sien. Ahí fue cuando descubrí que la máquina que estaba usando era la "cero".

- ¿ Está usando la cuchilla "0" ?.- le pregunté, sabiendo que era así.
- Sí caballero, como pidió la señora.- me dijo sin dejar de pasar la herramienta.

Me peló arriba de las orejas haciendo grandes arcos , casi hasta la raya del peinado.
Dio toda la vuelta al sillón para pelar de la misma forma el otro costado.
Me veía irreconocible reflejado en el espejo.
Cuando a mi señora la sacaron de abajo de esa enorme cápsula del secador de pelo,



me vio de espaldas y pudo presenciar mi nuca al ras.

- ! Qué lindo corte, Carmelo ! ¿ Cuál es ?.-
- Es una americana, señora. Es muy práctico e higiénico. No necesita tanto cuidado.-
- Ves Carlos. Lo tenés que cortar siempre así. Es más para tu edad.-
- ¿ Cada cuánto se lo tengo que traer Carmelo, para mantenerlo así?-
- Ahora le termino de recortar y después una vez por mes.-

Me cortó con tijera todo el pelo de arriba hasta dejarlo bastante corto. El pelo caía en cascada sobre la tela. Mi cabeza parecía haber disminuido su tamaño.
Me dio una cepillada y una entalcada en la nuca.

Mi mujer había terminado su peinado y se sentó en una silla de espera detrás de mi. Tenía una vista perfecta de mi nuca.
El peluquero tomó otra de las maquinitas, más pequeña y de púas muy apretadas y , otra vez poniendo mi cabeza hacia abajo, me peló hasta la media nuca y rebajó aún más los costados.
Para verificar el corte sentí como me pasaba las yemas de sus dedos, a contrapelo, por la nuca rapada.

- ¿ Qué le parece Señora ?. Se lo dejé bien rapadito.-
- Sí. Está bárbaro. Ya era hora.-

Me volvió a poner polvo de talco y me cepilló la nuca y detrás de las orejas. Me peinó con un gel de olor espantoso y me hizo una severa raya lateral de los años 50.
Puso el espejo de mano por detrás y me mostró la nuca en blanco.
Hacía años, desde mi Servicio Militar, que no me pelaban tanto.
Bajé del sillón mirando todo mi pelo desparramado en el piso, pagué y salimos de esa sala de torturas.


Por la noche, en la reunión, fui el centro de las bromas de todos los parientes.
No volví a ese peluquero pero sí adopté ese corte más adecuado a mi edad, pero con otro viejo peluquero al que también le gusta más la maquinita cortapelos que el helado de chocolate.








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