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Rapado, siempre rapado by Debnf


Cuando ocurrió la separación de mis padres yo era muy pequeño y no entendía por qué, de pronto sólo veía a mi padre los sábados, ni tampoco comprendía por qué ahora vivíamos con mi madre en la casa de los abuelos.

A pesar de mi corta edad me estaba dando cuenta que las cosas que antes hacía con mi padre ahora las hacía con mi abuelo mientras mi madre seguía con su trabajo de maestra de escuela.

Todavía no había cumplido los 6 años y no concurría a la escuela.. Mi vida eran los juegos y los paseos. No había casi niños de mi edad en ese barrio. Sólo uno enfrente de casa, Esteban, pero era uno o dos años mayor que yo. Él sí iba a la escuela por la mañana, así que jugábamos por la tarde , a veces en mi casa y otras en la suya.

Una tarde jugábamos en su patio y mi abuelo vino a buscarme para volver a casa. Le pedí quedarme un poco más pero me dijo que no porque iríamos a la peluquería.
Mi amigo me preguntó adonde me cortaban el pelo pero le dije que no sabía porque sería la primera vez que me llevaría mi abuelo. Esteban me dijo que su padre lo llevaba a lo del Sr. Robles.




Volvimos con el abuelo a casa y me hizo lavar las manos y la cara. Después la abuela me lavó la cabeza, como siempre , protestando porque tenía el pelo crecido.
No sé por qué el abuelo sonrió y le dijo que ese problema se terminaba hoy.
Me dejaron un rato al sol para que se secara el pelo.

Cuando salíamos, justo llegaba mi madre. Me saludó y preguntó:

- ¿ Dónde están yendo?.-
- Estoy llevando al niño a cortarle el pelo porque tu madre ya está protestando.-
- Ah, me parece bien. Traelo lindo .-

Empezamos a caminar.

- Abuelo, mi amigo se corta el pelo en lo del Sr. Robles. ¿ Nosotros también ?.-
- No. Nosotros vamos a otro lado. A lo del Sr. Corvetti, pero la próxima vamos de Robles.

Enseguida llegamos. Era cerca
El abuelo abrió y me metió adentro mientras sonaba un cascabel en la puerta.



- Hola Ángel, buenas tardes.- saludó mi abuelo.
- Buenas tardes Miguel.- respondió el peluquero sentado en el sillón.

Era una persona mayor. Parecía más viejo que mi abuelo. Tenía un delantal blanco largo como las maestras. No parecía muy simpático.

- Este es mi nieto. Necesita un cortecito.-
- Más que un cortecito necesita un buen corte.-

Mi abuelo me mandó a esperar en una silla de madera y él se fue a sentar al sillón.
El peluquero lo envolvió con una sábana blanca y lo empezó a peinar.

- ¿ Lo pelamos, no?-
- Sí, Ángel.

Agarró una herramienta del mueble, le empujó la cabeza hacia abajo y vi como , subiendo esa máquina por la nuca, le iba arrancando todo el pelo de raíz dejando la parte de atrás de la cabeza toda pelada.
También le peló por los costados, que quedaron muy cortos.




Yo empecé a tener miedo de que a mí me cortara igual. Estaba inmóvil en mi silla.
Con una tijera enorme y un peine le cortó mucho pelo de la parte de arriba.
Después le afeitó el borde del corte y le empolvó la nuca y las orejas y lo cepilló.
Cuando le sacó la tela la sacudió con fuerza en el aire mientras mi abuelo se bajaba del sillón.

El peluquero se metió en la trastienda y ,casi inmediatamente, salió con un suplemento para que yo me sentara a una altura conveniente. Lo apoyó sobre ambos brazos del sillón y le dijo a mi abuelo que me sentara.
Me levantó tomándome de por debajo de los brazos y me acomodó en lo que parecía un trono.

El peluquero giró el sillón y quedé de espaldas al espejo y de frente a mi abuelo que estaba en una de las sillas de madera.
En un segundo me pasó la tela por delante de mí y me cubrió por completo. No se veían ni mis zapatillas.
Abrochó la tela a mi cuello muy apretada. Dije que me dolía pero no se preocupó.

Con un peine me empezó a alisar el pelo crecido y le preguntó al abuelo:

- Al chico cómo le cortamos? ¿ Bien cortito, no?.-
- Sí Don Ángel, déjelo peladito. Arriba que le quede algo para que lo peinen.-

Miré al abuelo y le dije que no me pelaran, pero antes de escuchar la respuesta sentí que la mano del peluquero me agarraba la cabeza y me la llevaba con firmeza hacia abajo. Intenté soltarme de semejante presión pero más fuerte se sentía el agarre.

- Bueno. A ver si nos dejamos de escándalos y nos quedamos quietitos.- dijo el peluquero y me apoyó algo frío en la base de la nuca.

Empecé a escuchar sobre mi cabeza un click, click, click que iba subiendo por mi nuca. Solo veía caer pelo en la tela.
El peluquero dejó de cortar pero no me soltaba la cabeza:

- ¿Cortamos hasta acá o vamos hasta arriba?.- dijo, mostrándole mi nuca al abuelo.
- Hasta arriba Don Ángel.- fue la orden.

Siguió cortando hasta la coronilla. Nadie hablaba. Sólo era el click,clack de ese aparato que me estaba arrancando el pelo.
Me estaba pelando a su voluntad mientras inició una charla con mi abuelo de temas



del barrio.
Mi cabeza era manejada como se maneja a un muñeco, mientras la maquinita devoraba todo mi cabello.
Yo veía caer los mechones en la tela blanca que se iba cubriendo totalmente. A veces el peluquero dejaba de cortar separando la máquina de mi cráneo y charlaba con mi abuelo pero no dejaba de aprisionarme la cabeza contra el pecho. Me tenía dominado.
Después volvía a mi nuca y me seguía pelando. Otras veces dejaba de cortar y me pasaba la palma de su mano , a contrapelo, por mi nuca rapada.

El pelado que me estaba dando era brutal. La tela era una inmensa bola de pelo que reflejaba la esquila que me estaban haciendo. Cada tanto cepillaba mi cabeza y más pelo suelto caía en la tela.

Cuando se cansó de pasar la máquina me desabrochó la capa, la sacudió con fuerza en el aire y mi cabello acabó en el piso junto al pie del sillón. Para mi sorpresa me volvió a envolver en esa tela y se tomó el tiempo para barrer toda mi pelambre y con una palita la arrojó a un bote donde seguramente había más pelo de otras víctimas.

Con peine y tijera me cortó muy corto el pelo de la cima de mi cabeza. Una lluvia de pelo caía por delante de mis ojos. Me lo dejó apenas a 1 cm o 1cm y medio. Muy corto.

Cuando creí que la tortura había terminado lo vi tomar otra maquinita más pequeña de púas delgadas y apretadas. La hizo funcionar delante de mis ojos una vez que giró el sillón y me puso de nuevo frente al espejo.

Otra vez bajó con firmeza mi cabeza y me peló sobre lo que estaba pelado. Solo minúsculos pelitos , como alfileres, se desprendían de mi cabeza. Sentía la presión del acero de la máquina sobre mi cuero cabelludo y como arrancaba el rastrojo de raíz.
La pasó también por los laterales dejándolos casi afeitados.

Alguien entró en la peluquería y saludó desde el umbral, y al ver a mi abuelo esperando, preguntó:

- ¿Tengo mucha espera , Ángel ?.-
- No pasá. Termino de pelar al pibe y te atiendo. El señor ya está servido.- dijo.

Cuando el cliente pasó por detrás del sillón para ir hacia una silla de espera, mirando como con sorna mi cabeza, dijo:

- !! Qué cortecito Ángel, eh !!! Así se tienen que pelar todos los pibes.-




Yo me moría de vergüenza y mi abuelo y el peluquero festejaron el dicho.

Preparó en un cuenco espuma de afeitar y con una brocha me untó debajo de donde estaban mis patillas, detrás de mis orejas y todo el contorno de la nuca.
Usó un cuero que colgaba de un brazo del sillón para templar una navaja barbera, pasando su hoja de un lado a otro de la lonja.

Me ordenó que no me moviera y , estirando con dos dedos la piel de mis patillas me las rasuró muy cortas.
Doblando hacia abajo mis orejas, con los mismos dedos, me afeitó sobre ellas haciendo grandes arcos que destacaban mis orejas. Por último me rasuró todo el borde de la nuca.
Sacó el excedente de jabón con una toalla y de un frasco extrajo una gomina con dos dedos , la desparramó en las palmas de sus manos y me embadurnó el pelo de la parte superior para luego hacerme una severa raya lateral echando hacia arriba lo poco que quedaba de mi flequillo.

Me dio una buena entalcada en la nuca y detrás de las orejas, me cepilló la cabeza y le pidió la aprobación a mi abuelo mientras me ponía el espejito de mano en la nuca para que contemplara la masacre. No pude evitar el llanto.
Me sacó la tela y me bajé como pude del sillón acariciando mi cabeza pelada.

A mi madre y a mi abuela les encantó. A partir de ese momento mi abuelo se convirtió en mi verdugo oficial y , cada 40 días me sentaba otra vez en el sillón del peluquero.




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