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Presentación en sociedad. by Héctor
Era mi presentación ante los padres de mi novia y quería dejar una buena imagen.
Salí a comprar algo de ropa. Una camisa y un pantalón no le venían mal a mi vestuario.
Después de realizar las compras volvía al departamento satisfecho con mi nueva ropa.
Casi sin quererlo mi rostro se reflejó en el espejo retrovisor de mi automóvil y me pareció que mi cabello no se veía bien. Intenté acomodarlo con la mano pero estaba un poco incontrolable. Pensé un momento y decidí ir a mi peluquero habitual, claro que no había reservado turno y , tal vez, no tuviera un lugar para mí. Esperaba que sí.
Al llegar vi desde afuera bastante gente. Me pareció que no iba a tener suerte, no obstante, abrí la puerta y desde el umbral saludé y le pregunté a Ricardo, el peluquero, si tenía algún turno libre. La respuesta fue la esperada : " Ni uno ", me dijo mientras le cortaba a quien estaba en la silla.
Volví al auto y me quedé unos minutos sentado al volante mirando mi pelo en el espejo. No se veía para nada bien. Arranqué decidido a buscar otra peluquería.
Dos saloncitos presentaban varias personas en espera.
Se estaba haciendo tarde y seguía dando vueltas. En un momento, a la salida de un semáforo, vi un polo barbero funcionando. Tuve suerte al poder estacionar justo en la puerta lo que me permitió echar un vistazo.
Era una peluquería tradicional de los años 60 o 70. Un solo sillón con un cliente y un peluquero que parecía de unos 50 años.
No tenía muchas opciones. Bajé del auto y sin pensar , giré la manija de la puerta.
Saludé y me acomodé en una silla de espera.
Ahí tomé real conciencia de donde estaba. Típico olor a las viejas peluquerías. Sentí una inesperada excitación al ver lo que tenía ante mis ojos. El peluquero parecía mayor de 50 años. En realidad daba la edad de jubilación.
Lucía una chaqueta corta de un blanco ya gastado, gafas con marco metálico , un bigote fino y bien arreglado y el cabello cortado al rape por la espalda.
El cliente era un jovencito de 14 o 15 años. Estaba de frente al espejo , envuelto en una gran tela blanca de algodón, con la cabeza volcada hacia adelante y sostenida con firmeza por la mano izquierda del peluquero apoyada en la cima.
La mano derecha del peluquero accionaba una antigua máquina manual para cortar el pelo y le estaba rapando la nuca sin piedad.
Me provocó tal excitación esa escena que tuve que tapar con disimulo mi entrepierna para esconder el bulto en mi pantalón.
No podía quitar mi vista del sillón donde se estaba llevando a cabo la esquila.
El peluquero tenía el control absoluto de la situación. Movía la cabeza del muchacho a su antojo buscando distintos ángulos para seguir con el rapado. Parecía estar disfrutando del corte.
Me dio la sensación , por como iba quedando la nuca, que la maquinita era la cero porque el pelo le quedaba muy muy corto ante cada pasada de la herramienta.
Por un momento sentí deseos de salir de allí con cualquier excusa , sobre todo al ver la tarifa de los cortes impresa en un papel pegado en un rincón del espejo. Sólo decía:
CORTE AMERICANA Y MEDIA AMERICANA ......$ 800
CORTE AL RAPE........$ 600
AFEITADA............$ 500
PELO Y BARBA........$ 1000
Me imaginé que eran los únicos cortes que se ofrecían, pero me dije que no podía ser. Debía poder hacer un corte regular.
Después de pelarlo a su antojo , le afeitó el contorno del corte, le hizo un peinado con raya lateral del año 50, lo entalcó y cepilló dejando la nuca con un tono blanquecino por el talco , típica de una reciente peluqueada. Bajó de la silla mirándose la nueva cabeza desde todos los ángulos posibles para ver la masacre.
Mientras el peluquero sacudía con fuerza la tela en el aire para liberarla del pelo recién cortado, y el muchacho le abonaba el servicio, me hizo una seña con la cabeza indicándome el sillón:
- Su turno.- me dijo secamente.
Caminé lentamente los dos metros que me separaban de la silla de torturas, me subí al apoyapiés y me deje caer sobre el asiento de cuero rojo.
Vi, a través del espejo, como le daba vuelo a la tela blanca y de inmediato la vi cubriéndome por completo y la sentí apretada al cuello cuando la cerró con un ganchito metálico por detrás.
Comenzó a peinarme para ordenar un poco el pelo y llegó la típica pregunta:
- ¿Cómo lo dejamos?¿ cortito,no? - su voz se escuchaba firme , como si hubiera expresado una afirmación y no una pregunta.
- Lo uso corto , pero no rapado. Algo regular, a tijera.- le dije como para ponerle un freno a su ímpetu.
Me miró a través del espejo y me señaló la tarifa que estaba en el papel , pegado sobre la esquina del vidrio.
- Sólo lo que dice la tarifa. Puede elegir.- me quedé sin voz cuando lo escuche decirme lo que yo había pensado minutos antes.
Tendría que haberme levantado y salido de la tienda, pero ya capeado me pareció tarde.
- El menos corto.- le dije , resignado.
- Media americana.- me contestó mientras tomaba del mueble una tijera de punta y un peine.
Comenzó a rebajarme el largo de los mechones de la parte superior de mi cabeza.
Más que rebajarlos los estaba cortando bastante cortos a puro tijeretazo. Una lluvia de pelo caía sobre la tela y se apilaba en mi regazo. Cortó en un tiempo que me pareció infinito, girando alrededor del sillón para cortarme toda la circunferencia de la cabeza. Me destapó las orejas y despobló mis patillas.
Hizo arcos con la tijera por sobre las orejas las que quedaron expuestas como hacía tiempo no las veía.
Me hizo bajar un poco la cabeza y cortó el pelo de la nuca a la altura de la media cabeza superior, por la zona del remolino.
Cuando le dio descanso a la tijera me dio una vigorosa cepillada para liberar los pelos sueltos que quedaban en mi cabeza.
Una enorme bola de cabello había en la capa y sobre mis hombros.
Saco el ganchito de atrás, me quitó la capa y la volvió a sacudir para luego volver a cubrirme.
Cuando lo vi tomar una de las maquinillas cortapelos le dije que no lo quería tan rapado como el muchacho anterior. Me miró con gesto adusto y me preguntó que número de cuchilla quería que usase. Lo noté bastante molesto, y le dije que usara la que no rapara mucho. Cambió de maquinilla y, mostrándomela, me dijo:
- ¿Quiere la #2 ? Ésta le deja 6 mm de pelo.-
- Bueno , esa.- le dije no muy convencido.
Me apoyó su mano izquierda en la cima de mi cabeza y me la bajó bruscamente apretando mi barbilla contra mi pecho .
Me empezó a correr la máquina por la nuca hasta la media cabeza. Ejercía tanta presión con el acero sobre mi cuero cabelludo que me hacía sentir incómodo y me obligaba a tratar de separar mi cráneo de la máquina, pero en esos momentos era cuando su agarre se hacía más fuerte y, para más sufrimiento, sentía los mordiscos de la cuchilla arrancando mi pelo casi de raíz.
Me peló también los costados y agrandó los arcos sobre las orejas y se llevó mis patillas en su camino hasta las sienes.
Estaba irreconocible. No me gustaba para nada el corte. Le pedí que me mostrara la parte trasera y me puso , de mala gana, el espejito por detrás. Estaba horrible. Media
cabeza con un rastrojo de 6mm que parecía un corte sin terminar y la otra mitad de la cabeza con el pelo a 2cm más o menos.
Le hice saber que eso no era lo que yo quería. Me dijo que yo le había pedido la #2 y que la media americana, para que quede prolija, iba con la máquina N° 0.
Le dije que me parecía un corte muy antiguo.
- La juventud hoy día se corta a lo militar o a la americana, si quiere se lo termino así. Si quiere un poco de pelo arriba para peinarse le hago una americana, pero le aviso que va al "cero" en la espalda.-
Antes de tener el corte que me había hecho , preferí algo más "moderno" aunque fuera más corto. Le pedí la americana.
No sé si porque se puso de malhumor o porque el corte era así, descolgó de un gancho de la pared una máquina eléctrica de cuchillas desnudas y fue a mi nuca. Me bajó la cabeza casi con violencia y me empezó a rapar como con bronca toda la nuca, sacudiendo mi cabeza de un lado a otro.
Mientras me pasaba la máquina se escuchó el llamador de la puerta y alguien saludó al peluquero:
- Hola Pedro, ¿ tengo mucha espera ?- preguntó la visitante.
Alcé la mirada para ver por el rabillo del ojo y una señora con un niño se acomodaban en las sillas de espera.
- No Elisa , pase. Termino de pelar al señor y le atiendo al chico.-
Me morí de humillación cuando escuché la respuesta del peluquero. Ahora tenía una espectadora de lujo.
Me siguió pelando casi obsesivamente. No sé las veces que la máquina recorrió mi nuca hasta pasar a los costados y seguir con la esquila.
Tenía que escuchar la charla entre el peluquero y la señora en la que hablaban sobre mi corte de pelo, por momentos en tono burlón. Ahora eran dos los que disfrutaban.
- Quiero un corte así para mi nieto. Mi nuera lo quiere peladito.-
Con la cabeza más erguida podía ver en el espejo el corte drástico que me había dado. Los costados estaban casi afeitados. Sólo un rastrojo de apenas 1mm salía de mi cuero cabelludo. Las patillas ya eran un recuerdo y los arcos arriba de las orejas eran terribles. Detrás de las orejas, hasta llegar a la base de la nuca , estaba rapado al
máximo. Sólo en la parte superior quedaba algo de pelo para poder peinarlo.
Así y todo dio otra pasada con las tijeras para disimular la línea dejada por la #0.
Mientras se preparaba para afeitarme los márgenes del corte pensaba que , desde niño no recibía un rapado semejante. Mi novia no lo iba a poder creer y mis dos futuros cuñados se iban a hacer una panzada de risa.
Me afeitó y me peinó con una raya al costado usando un gel horrible y pegajoso.
Me dio una entalcada y cepillada y me puso el espejito de mano en la espalda para que viera su obra. Estaba absolutamente rapado. El cuero cabelludo mostraba un blanco total .
Me sacó la tela, la sacudió en el aire y echó por tierra mi antigua cabellera.
Mientras me preparaba para pagar mi corte, el nieto de la señora ya estaba en el sillón y el peluquero lo estaba capeando.
Descolgué mi saco del perchero y escuché cuando el peluquero preguntaba por el corte:
- ¿ Peladito entonces , Elisa?
- Sí Pedro, bien cortito como al señor.
Me hubiera gustado quedarme para ver la pelada del pibe pero tenía que prepararme para ir de mi novia.
Cuando llegué esa noche a la casa y salió a recibirme ella, abrió los ojos como dos platos. No entendía que había pasado con mi pelo, pero le gustó y no paraba de acariciarme la nuca rapada.
Por supuesto que mis cuñados se rieron toda la noche pero a mi futuro suegro le di una buena impresión.