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Creo que así empezó by PedroM


Cuando pienso en el origen de mi atracción por todo lo que tenga que ver con cortes de pelo, peluquerías y peluqueros, inevitablemente mi memoria me remonta a mis 10 años allá por 1968.

Fue el año de la separación de mis padres después de una agitada relación matrimonial que había explotado unos años antes.
Quedamos con mi madre en una situación comprometida, económicamente hablando.
Mi madre debió salir a trabajar fuera de casa y , gracias a mi abuelo, que se había quedado viudo hacía ya cinco años, tuvimos un hogar donde poder vivir.

Yo estaba por la mitad de mi escuela primaria en un nuevo colegio.
Me había adaptado bastante bien teniendo en cuenta los problemas que había vivido en medio de un controvertido divorcio.

Por la mañana mi abuelo me acompañaba a la escuela y al final del horario escolar yo volvía solo porque mi abuelo tenía que atender la peluquería que había en el frente de la casa.

Él hacía años que era peluquero y ya era más que conocido en la zona..

Cuando yo llegaba del colegio me encargaba de calentar la comida que mi madre nos había preparado la noche anterior. Yo preparaba la mesa y esperaba que el abuelo terminara con el turno mañana de su trabajo y almorzábamos.

Se preocupaba por saber cómo iban mis estudios y siempre me recalcaba la necesidad de estudiar y prepararse para cuando fuera grande.

No voy a negar que , cada tanto, se fijaba en mi cabeza y sentenciaba mi cabellera , siempre con el mismo comentario:

— Jovencito, hoy tiene peluquería así que a la noche , antes de cenar, lo voy a pelar. Ya lo sabe. —

Odiaba, como todos los niños y jóvenes de la época, que me cortaran el pelo pero yo tenía al barbero en mi casa así que no podía escaparme..

Cuando mi abuelo abría el local a la tarde , yo tenía una mesita en un rincón y allí hacía mi tarea mientras de reojo miraba como mi abuelo echaba mano a la cabellera de algún cliente.
Me encantaba mirar cómo manejaba las tijeras y las maquinillas. Por lo general su clientela, en esa época de jóvenes de pelo largo y pantalones acampanados, era puramente de gente adulta y muy mayor, aunque a veces he visto entrar niños y jovencitos llorando a moco tendido de la mano de sus padres tradicionalistas que , obviamente, rechazaban la nueva moda.

Reconozco que eran los cortes que más disfrutaba y creo que mi abuelo también.


A veces , los domingos que mi abuelo iba al club de jubilados, yo entraba a la peluquería y me sentaba en el gran sillón frente al espejo a estudiar mi lección.
El hecho de verme allí me provocaba un frío que me recorría la columna.
Otras veces me ponía su chaqueta, que me quedaba enorme, sacaba del primer cajoncito del mueble una de las maquinillas para cortar el pelo y parado detrás del respaldo del sillón imaginaba que tenía un cliente y moviendo la máquina en el aire simulaba estar rapándolo contra su voluntad.

Los lunes eran muy aburridos porque la peluquería estaba cerrada y mi abuelo estaba en casa, sin embargo había conseguido su permiso para limpiar sus herramientas y lubricar las tijeras y las máquinas.

A medida que iba creciendo, entrando en la adolescencia, notaba que lo que de niño era un frío que me circulaba por la columna como un cosquilleo, ahora se había transformado en una turbulencia en la sangre que me provocaba una excitación que se reflejaba en la entrepierna, y a veces era incontrolable.

Aún los días en los que no tenía tareas escolares llevaba un libro a mi mesita simulando estudiar , cuando en realidad iba para satisfacer mi morbo.

Descubrí que, no sólo era el corte de pelo lo que me agitaba internamente, sino que había momentos previos al corte , y otros posteriores, que me excitaban sobremanera:

Cuando el cliente ocupaba el sillón y veía a mi abuelo sacudir la clásica tela blanca de algodón , darle vuelo para pasarla por delante de él y someterlo apretando con fuerza la tela por detrás, era un momento tan sublime como aquel en el que empujaba , casi bruscamente , la cabeza del cliente hacia abajo, hasta que el mentón se estrellara contra el pecho, previo a dar inicio al recorrido de la máquina cortapelo por la nuca y acabar con el cabello de la parte trasera desde el cuello hasta la coronilla.

Al final del corte , con la nuca ya rapada, el entalcado era excitante. Una nuca blanquecina era sinónimo de una cabeza recién peluqueada.

Pero hubo un día que ,antes de cerrar la tienda, yo estaba estudiando en mi mesa y él estaba en su sillón mirando el periódico cuando de pronto la puerta se abrió casi con fuerza desmedida. Un compañero de mi aula, con quién no me daba habitualmente , ingresó con su padre a quién se notaba bastante acalorado :

— Buenas noches , Don Carmelo, ¿ Hay tiempo para un corte? — dijo el hombre.
— Sí, por supuesto. Creo adivinar que el corte es para el joven. —
— Sí . —
— Al sillón, joven, por favor. — lo invité a subir mientras tomaba la tela que estaba sobre el respaldo del sillón.


Desde la mesa de estudio me preparaba para disfrutar el corte más excitante del día. Cuando él entró en la tienda, o no me vio o no me quiso saludar. Poco me importó.

El abuelo lo dejó de frente al espejo.
Lo envolvió con la tela blanca de algodón y le puso otro paño menor de color celeste en la base de la nuca.
Mientras lo peinaba , estirando el pelo en toda su longitud , hizo la pregunta clásica:

— ¿ Cómo le cortamos el pelo al chico ? . — dijo mirando al padre.
— Me lo va a pelar al "cero" hasta la media nuca. Le corta todo el pelo de arriba de las orejas, le pela las patillas y le corta ,bien corto, ese flequillo. —

Me di cuenta que mi abuelo también iba a disfrutar el corte porque tomó la "cero" del mármol del mueble y la hizo funcionar delante de los ojos del pibe. Fue a la parte trasera y le bajó la cabeza casi bruscamente hasta que el mentón pegó contra el pecho.

La sangre me empezó a correr a 100 km por hora. Lo vi a Carlitos totalmente entregado a mi abuelo y no parecía ese matoncito que se paseaba por el patio del colegio molestando a los más chicos.

Le empezó a subir de a poco la cero hasta la media nuca. Una franja al lado de otra. Pasó dos o tres veces por la misma franja para asegurarse de que quedaba bien cortito.
Le peló media cabeza y dobló, sin levantar la herramienta, para raparle el costado.
Ahora tenía la cabeza tumbada hacia un costado y la "cero" le arrancó todo el pelo de atrás de las orejas, la patilla desapareció cuando la maquinilla subió hasta la sien y el pelo que cubría las orejas dejó lugar a un arco de piel blanca a 2 centímetros sobre ella.

La tela ya mostraba una bola de pelo.
La excitación me había ganado. Mi entrepierna estaba dura . Había perdido la concentración en el estudio.
Era un disfrute.

Mi abuelo giró el sillón y lo dejó de frente a su padre y de costado a mi línea de visión.
Otra vez la cabeza tumbada y la pelada del otro costado.

Cepillada y entalcado .
Con la cabeza erguida sin querer mirar a su padre , y mucho menos donde estaba yo, con peine y tijera el abuelo se hizo un festín con todo el pelo desde lo pelado de la nuca hasta la coronilla.
La velocidad de la tijera dejó toda la parte superior de la nuca apenas a 1 centímetro de largura.

La cima de la cabeza también sufrió los ataques de la tijera. Y el "glorioso" flequillo que lucía cayó ,desplomado, sobre la tela.

Otra vez de cara al espejo, con la maquinita del #00 le refinó toda la media cabeza pelada, dejándola casi afeitada.

Mi abuelo me vio sonreir ante el espectáculo que tenía frente a mis ojos.

Le hizo un peinado a la gomina con raya al costado. Le puso el espejito de mano en la nuca , que ni quiso ver, entonces mi abuelo le pidió la aprobación al padre:


— ¿ Conforme Señor? ¿ O prefiere más cortito? . —
— No Don Carmelo, está perfecto. Espero que le sirva de lección y que respete mis órdenes mientras viva en mi casa. —

Carlitos sabía la que le esperaba al otro día en el colegio. El "guerrero" había sido vencido por un viejo peluquero.

Cuando se fueron, el abuelo cerró la peluquería, me miró , y me dijo:

— Ya disfrutó bastante, ¿no?, ahora va Ud al sillón antes de que venga su madre. — y me esperó junto al sillón con la tela extendida y un gesto sonriente en su rostro. Al abuelo le encantaba cortarme el pelo porque sabía que a mí no me gustaba. Para él era un corte forzado, y como tal , tendría que ser drástico.

Cuando me vio acercarme al sillón con el bulto en la entrepierna, se rió:

— Parece que lo disfrutó, ¿verdad?. Ahora vamos a ver que pasa. —

Cuando me senté frente al espejo a de inmediato me vi cubierto por la tela blanca, descubrí el goce que sentí al saber que me iban a pelar , no interesaba si el peluquero era mi abuelo o cualquier otro peluquero que me dominara durante todo el corte.

Sin preguntar nada, y con mi cabeza hundida contra mi pecho me peló cumpliendo su voluntad y yo sentí que eso era lo que había querido siempre pero por el "qué dirán" ,nunca me había atrevido a llevar adelante. Ahora me iban a pelar como cuando tenía 6 años y como lo hace mi actual peluquero de la vieja escuela.
! Gracias abuelo, te voy a extrañar siempre !





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