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Una historia. by jenrique


Mi padre enviudó , en primeras nupcias, cuando yo no había nacido pero sí mis dos "medias hermanas".
Después de pasado mucho tiempo, ya cerca de sus 50 años formó pareja con mi madre que era casi 20 años menor que él.
Cuando yo nací , mi padre tenía 51 años . Ya era grande. Todos mis amigos y compañeros de escuela tenían padres más jóvenes y podían jugar con ellos.

Mi padre, en cambio, era muy estricto conmigo y su idea, seguramente, era criarme a su imagen y semejanza.
Era tradicionalista por demás y sus órdenes eran las leyes que reinaban en mi casa. Mi madre estaba bajo su órbita y yo fui creciendo desarrollando una personalidad bastante sumisa y respetuosa para con todo el mundo.

En los primeros años de mi niñez, a comienzos de mi educación primaria, era visto por mis compañeros como un "bicho raro". Por cierto, en algunos aspectos, se me tomaba como blanco de las humoradas y chanzas de los niños de mi curso.
El centro de las bromas estaban destinadas a mi cabello.

Mi padre, como a la mayoría de los niños de 6 años, me había asignado a su peluquero como el mío propio.
Cuando yo tenía 6 años , él ya tenía 57 años y su peluquero de siempre era contemporáneo con él porque habían sido amigos de la infancia.

Recuerdo, desde siempre, salir de la peluquería con un corte "a la americana" y llorando a moco tendido pensando en la entrada a la escuela el día siguiente.
Era el hazmerreir. La mayoría tenía también el cabello corto pero no tan brutalmente arrancado. A mí sólo me dejaban un mechón en la frente como para peinarlo hacia un costado.

Hasta mis 9 o 10 años , cuando ya se me mandaba solo a visitar al Señor Bermudez, el peluquero, los cortes fueron siempre igual.
El peluquero me hacía sentar en esa humillante sillita alta de madera y esterilla y, sin mediar instrucciones, me cortaba el pelo siempre al "cero" al clásico estilo americana.. Las maquinitas del #1 y del #0 volaban por mi cabeza. En 20 minutos, los ancianos que esperaban su turno veían bajar con beneplácito de la silleta a un niño al que el peluquero había liberado de "las manos del mal" y lucía un verdadero corte de hombre, como ellos decían.

Para ese entonces la clientela del Sr. Bermudez estaba integrada , pura y exclusivamente por ancianos y gente mayor.
Los jóvenes le escapaban a ese antro dormido en el tiempo. Rara vez me cruzaba con algún niño o adolescente que era empujado a entrar a cortarse el pelo por sus abuelos, quienes le trasladaban al peluquero las órdenes de los padres.

Ya me había acostumbrado al Sr. Bermudez y no había llanto.

Cada mes, cuando mi pelo crecía apenas un centímetro y amagaba con tocar la parte superior de la oreja. llegaba la orden , casi siempre durante la cena de la noche anterior.
Mi padre sacaba a relucir toda su morbosidad y autoridad al respecto y, ante la pasividad de mi pobre madre, sentenciaba:

— Mañana , sin falta, se me va de Bermudez para que lo pele. — y no se hablaba más.

Allá por mis 14 años , como ya me estaba aproximando a mi adolescencia y la moda del cabello largo se venía imponiendo, mi padre , que ya había pasado los 65 años, consideró necesario que debíamos ir juntos a la peluquería para darle nuevas instrucciones al peluquero.

Él se hacía rapar estilo militar, cosa que mi madre odiaba, y ese día, cuando ya me hacían sentar en el gran sillón porque el culo ya no me entraba en la sillita, le dijo al peluquero:

— Bermudez, desde hoy y hasta que pase esta moda antihigiénica, para que ni se le ocurra llevar el pelo crecido el corte será "al rape". —

No ofrecí resistencia ni hice ningún comentario porque ya me daba lo mismo. Así sería siempre.

Ya había quedado instituido ese corte desde ese día.
A partir de ese momento, pero cada 40 días religiosamente, en el almanaque de la cocina me hacía marcar el próximo día de corte ni bien volvía de la visita al peluquero. Ya se me había hecho costumbre y no necesitaba que me lo recordara.

Ya estaba en la escuela secundaria y era difícil encontrar otro alumno con un rapado como el mío. Las niñas, compañeras de año me miraban con lástima.
Yo lo tenía tan incorporado el tema del corte de pelo extra corto que, a veces, ni se cumplían los 40 días y ya le estaba pidiendo plata a mi padre para ir de Bermudez.

Para el peluquero yo era un cordero fácil de manejar. Creo que disfrutaba de mis cortes.
A veces llegaba a la peluquería y había bastante clientela. Yo saludaba respetuosamente y Bermudez , al verme, me invitaba a tomar asiento en la espera rodeado de adultos que esperaban ser peluqueados:

— Hoy tiene que esperar un poco, joven. En algunos minutos lo llamo y lo pelo. — me decía, creo que morbosamente. Algunos viejos sonreían, y el peluquero también.

Cuando Bermudez cerró su peluquería para jubilarse, pensé que me había librado de años de tortura.
Yo ya tenía 17 años y me encaminaba a la mayoría de edad. Mi padre pisaba los 70 y ya había perdido algo de su actitud dominante.

Él consiguió otro peluquero de la vieja escuela, pero más joven que él. Bueno, joven me refiero a unos 60 años.
Seguía volviendo de la peluquería totalmente rapado. Para esa altura mi madre ya se atrevía a hacerle alguna broma por su cabeza esquilada como una oveja.
Nunca me insinuó que fuera con él a su nuevo peluquero.

Cuando fue el momento de una visita mía a la peluquería me di cuenta que sólo sabía de los brutales cortes de pelo del Sr. Bermudez.
Al buscar una peluquería según mi gusto por primera vez , vi que los nuevos salones estaban llenos de chiquilines de 13, 14, o 15 años. No era mi modelo a seguir.

Lo veía a mi padre ya sin esa fuerza y esa autoridad de antaño y recordaba que su rigidez de otros tiempos había sido mi educación de ese momento y en silencio se lo agradecí

Uno de esos días le dijo a mi madre:

— Clara, voy a cortarme el pelo. — mi madre sonrió.

….y antes de que saliera le dije:

— Padre, necesito cortarme el pelo pero no conseguí aún peluquero, ¿ Puedo ir con Usted ?. —

Me pareció ver una emoción en su mirada.

— Por supuesto. — me dijo.---

Al llegar, él fue primero al sillón para su habitual rapado.
Cuando dejó la silla de peluquero fue mi turno.

— Tome asiento, muchacho. — me dijo el peluquero.

Me envolvió con la antigua tela blanca y , mientras me peinaba, preguntó:

— ¿ Cómo lo cortamos ?.----

Lo miré a mi padre a través del espejo , y le contesté al peluquero:

— Al gusto de mi padre. —
— ¿ Señor ?.--- le preguntó el peluquero a mi padre que estaba en una silla de espera.
— Al rape . — dijo, y los dos reímos.

Yo tenía 19 años.








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