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Afeitado por primera vez by Jessie HO


Desde que tengo memoria, me han cautivado los chicos con la cabeza rapada. Hay algo magnético en la forma en que la luz se refleja sobre un cuero cabelludo recién afeitado, en cómo las líneas del cráneo se revelan con una precisión casi escultórica. A pesar de que mi rostro no es lo más adecuados para este estilo, la tentación de sentir la máquina deslizándose sobre mi cabeza ha sido siempre más fuerte que cualquier consideración estética.

Mi primera experiencia con la máquina fue durante la universidad, cuando los buzzcut empezaron a invadir el campus como una epidemia de minimalismo capilar. Después de semanas observando cómo mis compañeros iban cayendo uno a uno ante las cuchillas, decidí dar el paso. Se había llegado el día, me dirijo a una barbería local, entré y entré una charla vaga el barbero me preguntó que cómo quería el corte. -dije un buzzcut 4 arriba y cero en los lados, esto inspirado en algunas imágenes de modelos que vi. El zumbido de la máquina en la barbería enviaba escalofríos por mi espalda mientras el barbero ajustaba la número 4 para la parte superior. Cada pasada de la máquina liberaba mechones de cabello que caían sobre la capa negra. El contraste del cero en los lados produjo un hormigueo cuando el metal frío tocó la piel detrás de mis orejas. Sin embargo, al mirarme al espejo, sentí una punzada de decepción: no era lo suficientemente corto como había pensando. Así comenzó un vaivén entre mi yo convencional de cabello medio largo y mi alter ego de buzzcut.

El verdadero punto de inflexión llegó casi un año después, en medio de un verano implacable. Mi cabello de 7 centímetros se había convertido en una tortura bajo el sol ardiente. Así que me dirijo de nuevo a la barbería de mi barrio, entre y no había gente, así que me senté directamente y me pusieron la capa. Estaba listo para solucionar mi problema de calor. Y después de responder como quería mi corte el sonido de la número 2 cortando sobre mi cabeza fue como música: cada pasada revelaba una nueva versión de mí mismo, más fresca, más atrevida. La sensación del aire sobre el pelo ultracorto era electrizante, como si miles de pequeños sensores en mi cuero cabelludo despertaran por primera vez. Me miré al espejo y pasé mi mano por toda la cabeza y la sensación fue increíble, me puse de pie y salí disfrutando de mi nuevo corte.

Pero fue tres semanas después cuando tomé la decisión que cambiaría mi relación con mi imagen para siempre. En el baño de casa, con una máquina Wahl en la mano, mi corazón latía como un tambor. El momento de quitar el peine de la máquina fue como estar al borde de un precipicio. La primera pasada desde la frente hacia atrás fue un punto sin retorno: el sonido cambió a un zumbido más profundo cuando la cuchilla encontró el pelo grueso, y de repente, ahí estaba - una franja de piel pálida que nunca había visto la luz del sol. Cada pasada posterior era más fácil que la anterior, como si mi verdadero yo emergiera de debajo de años de convencionalidad.

La parte trasera requirió la ayuda de mi hermano, sus manos más seguras guiando la máquina sobre las curvas de mi nuca mientras yo contenía la respiración. Cuando termine me mire al espejeo y solo pensaba que era momento de dar el gran paso, la descicion ya estaba tomada saque un rastrillo. El momento de la espuma de afeitar fue casi ceremonial: la sensación fría y cremosa cubriendo mi cabeza era como prepararme para un ritual ancestral. El primer roce del rastrillo contra mi cuero cabelludo envió una corriente eléctrica por mi columna. Cada pasada revelaba más piel, más sensaciones nuevas, hasta que finalmente, después de varios minutos de concentración intensa, mi reflejo me devolvió una imagen que nunca olvidaré: mi cabeza completamente lisa, brillante bajo la luz del baño, como una obra de arte minimalista.

La primera salida al mundo exterior fue una explosión sensorial. El sol de verano besaba mi cuero cabelludo expuesto con una intensidad que nunca había experimentado, cada brisa era una caricia amplificada mil veces. La gorra se convirtió en mi escudo contra el sol inclemente, pero en los espacios cerrados, especialmente en el metro, me la quitaba con un orgullo secreto. Me fascinaba captar los reflejos de mi cabeza brillante en las ventanas del vagón, y notar las miradas furtivas de los pasajeros, algunas de curiosidad, otras de admiración.

Así fue la primera vez que afeité mi cabeza pero no la última, hoy en día llevo tres años, atrapado en un trabajo corporativo que exige una imagen más conservadora, todavía siento el llamado de la máquina y el rastrillo. Cada mañana, mientras me peino el cabello "apropiadamente", mis dedos recuerdan la sensación de deslizarse sobre un cuero cabelludo perfectamente liso. Es como un secreto que guardo bajo este exterior formal: la memoria de esa libertad, de esa transformación total, y la promesa silenciosa de que algún día, cuando el momento sea adecuado, volveré a sentir el zumbido liberador de la máquina sobre mi cabeza.



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