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El verano que me transformó by ElSeba


Ese verano vino bravo, de esos en los que te pegoteás apenas salís de la ducha. Cada vez que me miraba al espejo, el pelo aplastado en la frente me daba calor de solo verlo. Y en la calle, veía tipos con la cabeza pelada, frescos como una lechuga. La idea me empezó a rondar hasta que, un día, me harté y pensé: "¿Y si me rapo?"

El problema era que ni máquina para cortar el pelo tenía; apenas una de esas para la barba, que usaba de vez en cuando. Pero estaba decidido. Me encerré en el baño, me quedé en boxers, prendí la maquinita y me la pasé por el medio de la cabeza. Cuando vi el primer mechón caer, sentí una mezcla de nervios y entusiasmo, como cuando te tirás a la pileta sin pensar. Me daba ese cosquilleo en la cabeza y, con cada pasada, el aire me pegaba en el cuero cabelludo. Me miré en el espejo al final, con todo el piso lleno de pelo, y apenas me reconocí.

Lo que vi me dejó medio pasmado. El tipo que me devolvía la mirada tenía una pinta distinta, más marcada, como si de repente mis hombros y mis facciones resaltaran más. Y al pasarme la mano por la cabeza rapada, esa frescura era un viaje. Solté una risa y me dije: "¡Esto es otra cosa, papá!"

Ahí nomás empecé a notar que algo había cambiado. No sé si me sentía más seguro o más yo, pero había algo en esa cabeza rapada que me llenaba de confianza. Me sentía… más macho, como si no hubiera nada que esconder. Hasta me empezó a gustar salir más suelto, con esas musculosas que son abiertas en los costados y que dejan ver un poco de torso, pantalones muy cortos y ojotas. Antes ni me fijaba en eso, pero ahora quería mostrarme como soy, andar sin vueltas, dejar de ser la persona conservadora que era. Y la gente me miraba, claro, pero lejos de incomodarme, me hacía sentir bien, como si estuviera en mi mejor versión.

Con el tiempo, el pelo empezó a crecer otra vez, pero ya no quería volver atrás. Decidí probar con la navaja: mojé la cabeza, le pasé la espuma, y la primera afeitada fue un antes y un después. Sentir el aire directamente en la piel era otro nivel. Me veía al espejo, y me convencía más de que ese era yo.

Así, afeitarme se volvió parte de la rutina aún en invierno. Cada mañana, al pasarme la mano por la cabeza pelada, me daba ese toque de frescura y me recordaba que este look, más que para el calor, era para mí, para sentirme auténtico y empoderado. No sé si soy el mismo de antes, pero sí sé que ahora soy más libre.



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