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Por fin me pele by juann
Hacía un montón que no me rapaba. Siempre me quedaban las ganas, pero entre los comentarios de la gente y que a mi círculo no le cabía mucho, lo venía pateando. Pero la idea estaba ahí, dando vueltas cada tanto. Y no era solo raparme: quería ir a una barbería, sentarme y pedir que me dejen pelado. Sin vueltas.
Encima venía tiñéndome el pelo desde hacía como seis meses. Me gustaba jugar con eso, pero un día, por una mezcla mal hecha, me quedó un azul espantoso. En cuanto me vi, pensé: "Ya está, esta es la oportunidad perfecta".
Y esta vez no quería hacerlo en casa, frente al espejo, con la maquinita. Quería que sea diferente. Tenía esa fantasía desde hace tiempo: llegar de traje y corbata a una barbería, pedir la cero con toda la seguridad del mundo y salir de ahí pelado como soldado.
La noche anterior no pegué un ojo. Estaba manija. Me levanté, me puse el traje sin decir nada, y salí para la facultad. En casa me miraban raro: "¿Por qué tan elegante?" Pero yo no soltaba nada. Fui a clase como si nada, pero por dentro ya sabía que ese iba a ser el día.
Salí y empecé a caminar sin rumbo, hasta que a unas cuadras encontré una barbería que me llamó la atención. Era vieja, con un cartel que decía "Cortes militares para caballeros". Tenía pinta seria, sobria, casi intimidante. Entré.
Adentro, un barbero de unos treinta y pico, con el pelo bien corto, me miró de arriba abajo.
—¿Qué te hacemos? —me preguntó.
—Pasame la cero y después afeitame —le dije, directo.
Se rió un poco y me dijo:
—Menos mal que lo pediste vos. Con ese azul, no te iba a dejar salir así igual.
Me senté en la silla. Me ajustó la capa con ganas, fuerte, como si estuviera arrancando una ceremonia. Ya ahí empecé a sentir una mezcla rara de nervios y entusiasmo. El traje, el lugar, la situación... me tenía a mil.
Prende la máquina, la apoya en el medio de la cabeza y sin aviso me la pasa de una. Sentí el ruido, el calor del motor, el peso del pelo cayendo. Se frena, me muestra la raya pelada en el espejo y me dice:
—El pelo largo y teñido no es para vos. Sos más hombre de lo que pensás, pero tenés que empezar a actuar como tal.
Y siguió. Pasada tras pasada, me iba dejando sin un solo mechón. Me sentía expuesto, sí, pero también como si me estuviera sacando de encima un montón de cosas. Cuando terminó con la máquina, me puso espuma en la cabeza y me afeitó con la navaja. Preciso. Lento. Concentrado.
Yo ya pensaba que había terminado, pero no. Fue directo a la barba y me la sacó también. Sin preguntarme nada. Después me pasó un aceite que olía increíble y me masajeó la cabeza. Sentí que me estaba borrando y rearmando al mismo tiempo.
Me sacó la capa, me miré en el espejo. Calvo. Brillante. Me veía más grande, más serio. Me costó un poco aceptar lo que veía, pero también me gustó. Sentí que había hecho algo que necesitaba.
—¿Cuánto es? —le pregunté.
—Esta va por la casa —me dijo, con una sonrisa—. Pero si volvés con el pelo largo, te saco también las cejas.
Cuando llegué a casa, todos se quedaron mudos. Nadie entendía nada. Algunos se reían, otros me tocaban la cabeza como si fuera una novedad. Al día siguiente, intenté ponerme una gorra, pero mi viejo me la sacó sin vueltas:
—No te escondas. Si te pelaste, bancátela como un hombre.
Y lo hice. Me mantuve pelado casi un año. Afeitadas semanales, sin falta. Con el tiempo, todos se acostumbraron. Yo también. Pero ese día quedó marcado. Porque no fue solo un cambio de look. Fue otra cosa. Algo más profundo. Algo que necesitaba hacer hacía rato.