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El dia que me hicieron pelar by Juann
Hace años que tengo un amigo que siempre anda con la cabeza brillando. Se afeita al ras, desde que lo conozco. Dice que es por comodidad, pero para mí, lo hace porque le gusta.
Una tarde estábamos viendo un partido en la casa de un amigo, todos del mismo bando, menos él.Bancaba al equipo contrario solo para joder,en un momento, tiró:
—¿Y si apostamos algo de verdad? El que pierde se juega la cabellera.
Todos nos miramos. No parecía tan grave. Nuestro equipo venía invicto hacía rato, y la confianza nos sobraba. Él, con su pelada ya asegurada, tiró la condición:
—Si gano, les elijo el corte por dos meses. Si pierdo, me afeitan las cejas.
Nos tentó. Era ridículo y gracioso. Nadie pensaba perder. Aceptamos todos entre risas, sin pensar que estábamos cavando nuestras propias tumbas.
El partido fue un subibaja de emociones. Íbamos ganando 2-1. Después 2-2. Llegaron los penales. La tensión era de película. Y sí, como si fuera un castigo del universo, perdimos.
Ni bien se cobró el último penal, el pelado se paró con una sonrisa que no le entraba en la cara.
—Bueno, chicos, a pagar.
No hubo tiempo para lamentos. En menos de veinte minutos ya estábamos en una barbería del barrio, una de esas que parece sacada de un cuartel.
Apenas entramos, el barbero—un tipo grandote, con cara de ex sargento—nos miró con sorna y dijo:
—¿Qué hacen estas nenas con melena en una peluquería de hombres?
Mi amigo, feliz, le contestó:
—Vinieron a hacerse hombres. Perdieron una apuesta. Yo elijo los cortes.
Y así empezó el desfile de la humillación.
El primero fue el Gonza, que tenía el pelo largo, bien cuidado, con esas ondas naturales que daban envidia. Mi amigo le pidió un "tapaplana" al ras, con el medio afeitado como si fuera pista de aterrizaje. Gonza no aguantó. Apenas el barbero encendió la máquina, se le llenaron los ojos de lágrimas. Terminó como un cactus podado, acariciándose la cabeza pelada en silencio.
Después le tocó al Nico. Él ya lo tenía corto, así que el impacto fue menor. Le hicieron la #1 arriba y cero a los costados. Se miró en el espejo, hizo una mueca y dijo:
—En dos semanas estoy igual que antes.
Y bajó de la silla como si nada.
Yo, mientras tanto, me hacía el boludo. Me acercaba disimuladamente a la puerta, con el corazón a mil. Cuando vi que nadie miraba, salí corriendo. Literal. Zafé. O eso pensé.
Volví a casa caminando como un campeón. Ya me imaginaba contándole a todos cómo me escapé del corte. Pero cuando llegué a la puerta… ahí estaban. Mis amigos. Los traidores.
—¿Qué pasó, loco? ¿Te creés vivo? Las apuestas se pagan.
Me agarraron entre cuatro y me llevaron arrastrando de nuevo a la barbería como si fuera un secuestro.
El barbero nos recibió sin sorpresa.
—¿Otra vez vos? —me dijo—. ¿No sabés que huir no evita el destino?
Me sentaron a la fuerza. Mi amigo, con tono ceremonioso, anunció:
—A este lo pelás entero. Sin peine, directo al cuero. Y después, lo afeitás a contrapelo. Si se mueve o llora, le volás las cejas.
Yo estaba paralizado. Jamás me había cortado el pelo más de lo necesario. Siempre fui de los que cuidan el look. Pero esa máquina no perdonaba. Me la pasaron por el medio de la cabeza y empecé a ver caer mechones. Sentí el cuero cabelludo por primera vez en mi vida. Después vino la espuma, y cinco pasadas más. Quedé más liso que bola de billar.
Para rematar, el barbero me untó un aceite que me dejó la cabeza brillosa como faro. Todos vinieron a tocarme la pelada.
Pero lo peor no fue el corte. Fue lo que vino después.
Mi amigo me miró con una sonrisa de villano y dijo:
—Ya que sos una nena que no cumple apuestas, el castigo es doble. Ellos aguantan dos meses. Vos, un año. Si no venís por las buenas, vamos por vos.
Ya pasaron cuatro meses. Cada semana me toca la sesión de tortura capilar. Ya ni discuto. En la calle me dicen "el Pelón". Algunos me piden tocar la cabeza para la suerte. Otros me hacen memes.
Y yo… yo solo quiero volver a tener pelo.