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El día que me llevaron a pelar. by elrasurado
Eran finales de los ‘70 y yo tenía 13 años.
Era el único hijo varón de una familia tradicionalista. Mi madre se encargaba , obviamente, de sus tres hijos pero haciendo hincapié en la crianza de mis dos hermanas mayores de 15 y 17 años.
Yo estaba bajo la órbita de mi padre que intentaba formarme a su imagen y semejanza.
Yo era un chico estudioso y respetuoso, tanto en el ámbito familiar como fuera de casa.
Esto me había permitido ganar algunos privilegios, en especial en vestir a la moda y , como todos mis amigos y compañeros de escuela, llevar el cabello un poco crecido , !! solo un poco !!, pero al menos ya no me cortaba el pelo en la vieja peluquería del barrio sino que se me permitía hacer ajustes en un nuevo salón moderno que habían abierto cerca de la avenida.
Por supuesto esto tenía un costo: debía tener buenas notas y no meterme en líos y traer problemas a casa.
Una noche, durante la cena, mi padre me observó la cabeza y me "sugirió" que era hora de un ajuste de cabello. Por supuesto que tomé nota de su pedido. Pero los días fueron pasando y, por una cosa o por otra, yo no había cumplido con la orden.
Mi padre daba las órdenes una sola vez. Lo que estaba dicho no se repetía pero debía cumplirse.
El sábado siguiente , ya había pasado una semana del aviso, durante el desayuno , mi padre fue terminante:
— Cuando termine su desayuno se pone el abrigo que lo voy a llevar a la peluquería, ¿me oyó ? —
Se me cerró la garganta. Intenté una defensa:
— Sí. Ahora me cambio y voy.---
— No jovencito. Ahora yo lo llevo. Tuvo una semana para ir. —
Estaba perdido.
— Y agradezca que Don Carmelo está enfermo si no lo llevaba para que se lo cortara. Así que vamos a ir a otra peluquería. —
Salimos de casa y le pregunté dónde iríamos:
— Vamos a ver que tal es el peluquero de al lado de la escuela. Ayer pasé y no había tanta gente. — me dijo con una gran sonrisa.
Nunca habíamos ido allí pero era una peluquería antigua. Algún compañero de la escuela era llevado allí por su padre y siempre llegaba con el pelo muy corto. No era un buen augurio.
Llegamos y había una señora limpiando el local:
— Buen día Señora, ¿está el peluquero ? — dijo mi padre.
— Sí pasen. Ya lo llamo.--- fue la respuesta.
Nos sentamos en sillas de espera y yo recorría con mi vista todo el local que parecía haberse detenido en el tiempo.
La señora corrió una cortina y llamó:
— Don Vicente, tiene clientes. —
Una voz entrecortada desde el fondo, dijo:
— Ya voy .---
A los 5 minutos una persona mayor de unos 70 años salió de la trastienda. Tenía un delantal blanco casi hasta las rodillas. En el bolsillo superior llevaba un peine y una gran tijera de punta- Tenía gafas de marco metálico, un bigotito bien arreglado, el pelo entrecano cortado muy corto y parecía bastante hosco.
— Buen día. ¿ Se van a cortar el pelo ?--- dijo mientras descolgaba de un perchero de pie una gran tela blanca de algodón.
— Sí, mi hijo. —
Puso un suplemento de cuero rojo, igual que el sillón, sobre el asiento y me dijo, casi secamente:
— Tome asiento, joven.---
Mi padre seguía de pie junto al sillón.
A través del espejo vi como el peluquero sacudía con fuerza la tela y, dándole vuelo, me la pasó por delante dejándome todo cubierto. La ató muy ajustada por detrás y me puso otro paño menor, también blanco, en la base de la nuca.
Me dejó listo frente al espejo mientras sacaba de los cajoncitos del mueble todas las herramientas: peines, tijeras, una navaja barbera y tres máquinas manuales para cortar el pelo. Se me puso el estómago como una piedra.
Tomó el peine del bolsillo y empezó a peinarme estirando el pelo en toda su longitud.
Miró a mi padre y le preguntó:
— ¿ Cómo le cortamos el pelo al chico ? —
— Me lo va a pelar al "cero", por favor .--- dijo mi padre.
El peluquero, haciendo un gesto con la mano redondeando mi cabeza, preguntó:
— ¿ Lo pelo todo ? —
— Espalda y costados al "dos ceros". Arriba corte bastante a tijera para que pueda peinarse.---
— Muy bien. — dijo complacido el peluquero mientras de otro cajoncito sacaba una cajita de cartón que tenía la etiqueta de una cortapelos que decía GURELAN N° 00 y la dejaba sobre el mármol.
Mi padre se acomodó en una silla de espera a mi espalda para tener una visión exacta de cómo se desarrollaba el rapado. Se puso a hojear una revista.
El peluquero vino a mi espalda esgrimiendo una de las máquinas que había sacado primero. Era evidente que la N° 00 lo dejaría para el final.
Me empujó casi bruscamente la cabeza hacia abajo haciendo que mi mentón golpeara mi pecho.
Me apoyó la maquinilla en la base de la nuca y la empezó a subir hasta la coronilla dando inicio al corte.
Me pelaba a voluntad. Estaba disfrutando el rapado. Sólo se escuchaba el monótono CLICK, CLICK, CLICK, de la apertura y cierre de las palancas del cortapelos. Subía y bajaba la herramienta dibujando franjas que cubrían toda la nuca.
Yo tenía ante mis ojos sólo la tela blanca que se empezaba a cubrir con gran cantidad de mechones de pelo que caían de mi cabeza.
Comencé a llorar en silencio presagiando un final terrible. El lunes llegaría a la escuela totalmente rapado.
El peluquero , casi obsesivamente, me pasaba su herramienta por todos los ángulos de mi cabeza,
Sonó el llamador de la puerta y se escuchó:
— Buen día… Vicente, ¿ tengo mucha espera? —
— Pase Don Roberto. Termino de pelar al chico y le corto. —
Seguía su impiadosa tarea.
Ahora me pelaba los costados con la cabeza tumbada a un lado y al otro.
Podía ver ahora la masacre. Sólo se veía piel blanca con un breve rastrojo como la barba de dos días.
Dejó de cortar, me entalcó y cepilló la cabeza y me desató la tela que me cubría.
La sacudió con fuerza en el aire y la liberó de todo rastro de pelo. Mi antigua cabellera cayó al piso junto al pie del sillón.
La volvió a ajustar. El corte seguía.
Tomó la doble cero , me bajó otra vez la cabeza y, como si se quisiera asegurar de lo que venía, escuché que le dijo a mi padre:
— Caballero, ¿ entonces vamos con la "dos ceros" ?. —
Sin hacerse esperar, la respuesta fue:
— sí, por favor. —
Me peló sobre lo que estaba ya pelado mientras charlaba con el otro cliente sobre cosas del barrio.
Cada tanto, cuando yo me movía sin su autorización, me ordenaba:
— La cabeza quietita, jovencito. —
Sentía el acero de la maquinita mordisquear el cuero cabelludo. Creo que ni Don Carmelo me pelaba tanto.
El corte parecía no terminar nunca.
No veía más pelo en los costados y me imaginaba igual la parte trasera.
Dejó la máquina y a tijeretazos limpios me cortó casi todo el pelo de arriba.
Cuando creyó que era suficiente guardó peine y tijera en el bolsillito y , de pasada al mueble, me frotó con la palma de su mano , a contrapelo, mi nuca rapada al ras. Sentía la yema de sus dedos en mi cuero cabelludo desnudo.
Me dio otro cepillado y lo vi preparar en un cuenco metálico espuma de afeitar.
Con la brocha me untó esa crema en las patillas, detrás de las orejas hasta la base de la nuca y sentí el frío jabón hasta casi la mitad de la parte trasera de mi cabeza. Me iba a rasurar casi toda la nuca.
Me dejó enjabonado mirándome al espejo mientras afilaba una navaja con una tira de cuero que colgaba del brazo del sillón.
Vi la cara sonriente de mi padre mientras el peluquero se disponía a afeitarme.
El raspado de la hoja de la navaja me provocaba cierta excitación.
Me zamarreaba la cabeza de un lado a otro y en un momento giró el sillón y me dejó de frente a mi padre para afeitarme el otro costado.
Para rasurar la nuca volvió el sillón de frente al espejo y me hizo bajar la cabeza hasta el pecho.
Sentí dos dedos en la coronilla que, con fuerza, estiraban mi piel hacia arriba.
La navaja se llevó la nada de pelo que quedaba. La pasó varias veces a favor y en contra del cabello.
Al finalizar su obra me limpió con una toalla el exceso de jabón y me entalcó toda la nuca.
De un frasco con una pasta verde transparente retiró una buena cantidad con dos dedos.
La desparramó en las palmas de sus manos y me los pasó por el pelo que quedaba en la parte superior.
Me peinó con una raya lateral el pelo hacia un costado y acabó con una cepillada.
Para mostrarme su obra me puso un espejo de mano en la nuca y me mostró mi nuca afeitada. No tenía pelo hasta la media cabeza y hacia la coronilla apenas se veía un milímetro de cabello.
— ¿ Que le parece , caballero ? ¿ Lo dejamos así o lo quiere más afeitado? —
— Es un corte perfecto.--- dijo mi padre. Se ha ganado otro cliente. ¿ Cuándo vuelve?----
— Lo mejor sería cada 30 días, para mantenerlo corto.--- dijo el peluquero mientras me sacaba la tela.
El viejo que esperaba me dij, con una sonrisa cargada de malicia:
— !! Flor de cortecito le hizo Vicente, jovencito !!---
Me bajé llorando de esa silla y , mientras mi padre pagaba, salí a la calle tocándome mi nueva cabeza al ras.
Al verme mi madre no lo podía creer y mis hermanas se burlaron todo el día.
En la escuela fui el hazmerreir de mis compañeros durante días.
Nunca más , por años, volví al saloncito donde me hacían arreglos.
Hasta los 17 años, mes a mes, …. peluquería y peluquería, hasta que el viejo se jubiló.