4831 Stories - Awaiting Approval:Stories 0; Comments 8.
This site is for Male Haircut Stories and Comments only.
Como una bola de billar parte 3 by Juann
El espejo me devolvía una sombra que ya no era mía.
La cabeza, pelada. La mirada, hueca. Las palabras, cada vez menos.
Pero a él no le bastaba. Nunca le bastaba.
Yo pensaba que al entregarle mi pelo, lo peor había pasado. Que eso era todo lo que quería.
Pero una noche, mientras me lavaba la cabeza en la ducha, me llamó desde la puerta con la voz grave, despacio, como quien canta una sentencia.
—Ya no alcanza con eso —dijo.
Me giré, mojado, vulnerable.
—¿Con qué?
Se acercó. Me rozó la frente con el dedo, lento, casi en una caricia.
—Las cejas —susurró—. Todavía te quedan restos de cara. Restos de antes. Eso hay que borrarlo.
Me quedé quieto. El agua seguía cayendo, caliente. Pero yo me enfrié por dentro.
—No… —intenté, pero él ya me había girado.
Me secó con una toalla gruesa. Me arrastró hasta el baño sin decir palabra.
Preparó el rastrillo, la crema, el trapo húmedo.
Yo estaba desnudo, tiritando, con la cabeza goteando. Él, vestido, erguido, sin apuro.
Apoyó el rastrillo sobre el lavabo. Me lo puso en la mano.
Después me sostuvo la nuca con fuerza, firme, dueño del momento.
—Dale. Ya sabés lo que tenés que hacer.
La frase me perforó.
No porque no supiera.
Sino porque ya no podía negarme.
Me acerqué al espejo.
Lo hice.
Primero una. Después la otra.
Sentí la piel quedar expuesta. Brillante. Vulnerable. Como si hubiera arrancado la expresión de mi rostro y solo quedara superficie lisa para que él la habitara.
Me miró de frente. Me sostuvo la cara con una sola mano, apretándome la mandíbula.
—Así está mejor. Casi perfecto.
Fue hasta el estante. Sacó un frasco pequeño. Lo abrió.
Aceite.
—Vení.
Obedecí, sin pensarlo. Como un perro bien entrenado.
Se sentó en el borde de la bañera. Me indicó con los dedos dónde ponerme: en el piso, entre sus piernas, de rodillas.
Me inclinó la cabeza hacia adelante. Destapó el aceite. Lo vertió sobre mi cráneo ya rasurado, despacio, y empezó a frotar con movimientos circulares.
—Brillante —murmuraba—. Esto es lo que quiero. Que cuando te vea, no vea un hombre.
Que vea mi reflejo.
Seguía frotando. Pulía mi piel como quien encera una bota. Y yo, abajo, mudo, con las manos apoyadas en el suelo frío.
El aceite goteaba por mis sienes. Él lo esparcía con las palmas, concentrado, casi devoto. Yo me derretía. Por dentro. Por completo.
—Miráte —me obligó a alzar la cabeza. Me sostuvo el mentón. Me puso frente al espejo.
Ahí estaba yo.
Sin cejas. Sin pelo. Sin nada.
Solo una superficie brillante. Una cara sin marco. Un cuerpo rendido.
—Así me gustás —dijo, mirándome por el reflejo—. Sin restos. Sin voluntad.
Solo forma. Solo función.
Se inclinó. Me besó justo donde antes había ceja. Después me tomó del cuello con la mano abierta. No fuerte. Solo para que no olvidara de quién era.
—Ya no necesitás identidad. Necesitás obediencia.
Y brillo.
Y yo asentí. Lento. Con la cabeza embadurnada, reluciente bajo la luz blanca del baño.
Porque ya no buscaba volver a ser yo.
Solo quería cumplir.
Ser eso que él quería mirar.
Y usar.
Y borrar.
Una y otra vez.