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un rapado militar by Juann


Desde chico en casa el pelo no era joda. Mi viejo, tipo de palabra dura y mirada afilada, tenía una sola regla en lo capilar: *"No me importa cómo lo tengas, pero lo quiero prolijo. Como corresponde."*
Y yo cumplía. Dos veces por mes me iba a cortar el pelo con un tipo que lo dejaba justo como me gustaba, casi tocando las orejas, con la línea bien marcada, el peine al ras. A mi viejo le cerraba, y mientras él estuviera conforme, la paz reinaba.

Pero llegó el verano.
Y con él, el calor, la transpiración, y la insistencia del viejo. Empezó a usar cortes cada vez más cortitos. "Así se aguanta mejor el calor", decía, ventilándose la nuca con la mano. Hasta que un día me tiró la propuesta:
—*¿Y si vamos a pelarnos a cero como los hombres? Dale, che, es verano. Ritual de padre e hijo.*

No sé por qué, pero reaccioné mal. Muy mal.
—*¡Estás loco! ¡Dejame en paz con eso! ¡No me mandás vos!*
Se hizo un silencio espeso. Me miró fijo, no dijo nada, y se fue. Yo pensé que la había zafado.

Al día siguiente, bien temprano, me sacude en la cama.
—*Vestite que vamos a visitar a tus tíos.*

Subimos al auto. Silencio total. Pero a medida que avanzábamos, algo me olía raro... no era el camino de siempre. Hasta que paró enfrente del **Regimiento de Infantería Mecanizado 7 "Coronel Conde"**.
Fruncí el ceño.
—*¿Qué hacemos acá?*

Entró conmigo de la nuca, firme como un roble.
—*Vengo a dejar a mi hijo. Va a prestar servicio militar.*
Y sin siquiera mirarme, se fue.

Me quise ir, protesté, empujé... pero fue al pedo.
Uno de los soldados me agarró del brazo y gritó:
—*Tenemos recluta nuevo. Y parece que es de los rebeldes... bueno, entonces vamos a empezar por lo más urgente: ese pelito.*

Casi a los empujones me llevaron a la barbería.
El sargento me miró con media sonrisa torcida.
—*Normalmente usamos la máquina #2... pero por ser vos, va al ras. Y con cuchilla. Así aprendés respeto.*

Intenté escaparme, te juro. Pero el barbero me agarró fuerte del hombro, y el sargento del otro.
La máquina zumbó en el aire y ¡zas! Por el medio del cráneo. Ya estaba jugado.
Después vino la espuma, y la navaja. Sentí cada trazo contra el cuero cabelludo.

—*Así está mejor, recluta. Ahora sí, andá a buscar tu uniforme.*

Pasó una semana. Me dolían músculos que no sabía que tenía. Y la cabeza... brillante como farol de patrullero. Pero de a poco, me iba acostumbrando.

Un día el sargento me clavó los ojos y gritó:
—*¡Firme!*

Me congelé. Se acercó y me pasó la mano por la cabeza, que ya tenía un poco de sombra.
—*¿Esto te parece una buena presentación? ¡Tiene un bosque eso! Quiero ver mi reflejo en tu cuero. Desde ahora, afeitado diario. Y si se te olvida un solo día... te afeito las cejas, ¿quedó claro?*

Seis meses después...
La cabeza sigue tan pelada como el primer día. Ya no me molesta. De hecho, me gusta.
Pero cada vez que me veo en el espejo, pienso en esa tarde calurosa en casa.
Si tan solo hubiera aceptado el rapado con mi viejo. Él quería compartir algo.
Quería un momento entre padre e hijo.

Y yo, por no ceder, terminé en el Ejército.
A las buenas o a las malas...
Pero me hizo hombre.





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