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Con mi mujer al peluquero. by Robert
Estoy casado desde hace 30 años y nuestra única hija ya formó su familia y vive en Rosario. Una vez al mes nos vienen a visitar con mis dos nietos.
Hace un par de semanas atrás mi mujer me dijo que íbamos a ir a comprarle algo a los nietos porque se aproximaba la visita de ellos.
Ese viernes, cuando volví del trabajo, me dijo que no me cambiara que iríamos a hacer las compras necesarias pero agregó otra parada en el trayecto:
— Después de las compras vamos a la peluquería para que te arreglen el pelo, ¿ estamos ? .--- fue como una orden.
— Creo que cuando volvamos mi peluquería estará cerrada. Voy mañana. —
— Alguna vamos a encontrar por el camino. Mañana hay que hacer muchas cosas en casa. — me dijo, poniendo punto final a la conversación.
Hicimos las compras, incluso paramos en la farmacia de la avenida, y cuando salió me dijo:
— Estamos de suerte. Me dijo el señor de la farmacia que acá enfrente de esa placita hay una peluquería.
Nos dirigimos hacia allí y, efectivamente, había una de esas nuevas barberías que no me gusta. Se veían varios jovencitos esperando por su corte.
— Mabel, sabés que no me gustan estas nuevas peluquerías donde atienden jóvenes que sólo saben usar la máquina de cortar.---
— Tranquilo. No es ahí. Me dijo el señor que es enfrente de una ferretería . —
— ¿ Pero qué tipo de peluquería es , Mabel ? —
— Una peluquería de hombres , Raúl. Que va a ser. — me dijo como enojándose.
— Allá está. Al lado de ese kiosco, hay luz que sale del interior. Debe estar abierta. —
No se veía a nadie dentro y la puerta estaba con llave.
Ella, muy decidida, fue y tocó el timbre.
Salió una señora, y mi mujer preguntó :
— Buenas tardes señora. ¿ Está el peluquero? Nos envió el farmacéutico. —
— Sí, adelante. Ya se lo llamo.
Nos quedamos esperando dentro de la peluquería..
A los cinco minutos se escuchó el aviso de la mujer:
— Roberto, tenés clientes. —
Salió de otra puerta un señor de unos cincuenta y pico de años pero parecía mayor que yo.
— Buenas tardes. — saludó.
La peluquería parecía antigua. Era de muebles muy pasados de moda. El cuero rojo del sillón estaba un poco ajado.
Miré todo el ambiente que me rodeaba y había una sillita para cortarle el pelo a los niños. Tres sillas de espera de cuerina roja como el sillón. Un perchero de pie , en un rincón, con varias capas de protección y un mueble de madera oscura con cajoneras con un gran espejo sobre él.
Me miró y me invitó a sentarme.
— Tome asiento, caballero.---
Me senté de frente al espejo y veía reflejada a mi esposa sentada en una silla a mis espaldas.
El peluquero fue al perchero y tomó una capa blanca de algodón
Con la tela vino hacia mi espalda mientras la iba extendiendo en el aire, sacudiéndola con fuerza.
Las capas blancas no me gustaban porque me parecía que los peluqueros cortaban más el pelo de lo que uno les decía. Eran como un incentivo para ellos.
Se paró a mi espalda, le dio vuelo a la tela y me la pasó por delante cubriéndome por completo. La ató con fuerza por detrás y me puso un paño menor , también blanco, en la base de la nuca y lo dobló hacia adentro de la capa.
Me dejó preparado mientras él se calzaba un delantal blanco, casi hasta la rodilla, con cinturón a la cintura.
Puso en el bolsillo superior una tijera de punta enorme y con el peine comenzó a estirarme el pelo en toda su longitud.
Sobre el mueble, una talquera metálica con un pompón en su interior, un vaporizador de agua antiguo con forma de ánfora y su correspondiente bombín de goma y un portalápices con un par de tijeras , algunos peines y una navaja y un cepillito de madera con cerdas blancas completaba las herramientas.
En una esquina del espejo, un cartel hecho con computadora anunciaba: ROBERTO - CORTES MODERNOS Y CLÁSICOS. " RAPADOS A MÁQUINA "
Me miró a través del espejo y me hizo la pregunta de rigor:
— ¿ Cómo lo cortamos , caballero ? ¿Algo clásico siguiendo su estilo ? . —
Tardé segundos en contestarle pero fue tiempo suficiente para que mi mujer tomara la voz de mando desde su silla:
— Vea señor, quiero que cambie ese estilo anticuado. Quiero algo como el corte que usted lleva. Algo cortito. —
No había puesto mi atención en la cabeza del peluquero. Al ser una persona bastante alta y robusta tenía una gran cabeza con un peinado al costado, pegoteado de gel o gomina y tanto la gran nuca como los costados se notaban casi afeitados. No se veían ni siquiera rastrojos. Parecía recién hecho. Estaba brutalmente rapado.
— Señora, ¿Usted quiere un corte como el mío para su esposo?--
— Sí. Me parece muy prolijo. —
— ¿ El señor está de acuerdo ? —
— Sí . Veníamos hablando de un cambio en su corte ? — mintió mi esposa.
— Muy bien, entonces, bien cortito. —
Me quise morir. Me iba a pelar.
Me corrió un frío por la espalda cuando empezó a sacar herramientas de los cajoncitos del mueble.
Tres máquinas manuales para cortar el cabello ( imaginé la #1 , la #2 y la temida #0 ). Relucían bajo los tubos fluorescentes que iluminaban desde arriba del espejo.
Dos máquinas eléctricas , una enorme de carcasa negra y otra un poco más pequeña. A ambas les quitó los suplementos que tenían y las dejó sobre el mueble, después de enchufarlas sobre la pared, con las cuchillas al desnudo.
Me excité un poco al ver todo ese arsenal que iba a hacer estragos sobre mi cabeza para disfrute de mi mujer y , por qué no, del peluquero.
Lo vi tomar la máquina grande , accionó el interruptor y puso unas gotas de lubricante entre las cuchillas. La apagó y vino hacia mi nuca.
Me bajó casi bruscamente la cabeza contra mi pecho y me la sostuvo apretada hacia abajo.
— La cabeza bien abajo, caballero .--- me dijo, como una orden.
Encendió la máquina y me peló la nuca con unas cuantas pasadas de abajo hasta la coronilla.
Descargaba el pelo arrancado sobre la tela y en mi regazo se formó un enorme bollo de pelo.
Me pelaba sin parar. Parecía pasarme la máquina con ganas, sin tener piedad.
Cada tanto me pasaba la yema de sus dedos a contrapelo y me provocaba una gran excitación.
Me movía la cabeza a su voluntad mientras la podadora arrancaba todo el pelo.
Cuando terminó de pelarme la nuca me dio un buen entalcado y una cepillada barriendo todo el pelo de los hombros y los minúsculos pelos que quedaban en la cabeza.
Dejó la máquina en el mueble, miró a mi mujer y, exponiendo ante sus ojos mi nuca rapada al ras le dijo:
— ¿ Le parece bien así, señora ? Aún falta, ¿pero este corte era el de su agrado ? —
— Sí señor. Está bárbaro. — dijo con una sonrisa.
Enchufó la otra cortadora, que hacía un zumbido más agudo, y la lubricó.
Antes de venir a mi espalda me desabrochó la tela, la sacudió con fuerza en el aire y me la volvió a colocar apretada al cuello.
Pasó a la nuca con la otra cortadora. Otra vez con la cabeza hacia abajo me peló todo lo que ya estaba rapado. Iba y venía con la máquina. Imaginé que se trataba de una doble cero o una triple cero. Trayendo a mi mente el corte de pelo del peluquero no dudé que era la #000 .
Ya el acero del cabezal se iba entibiando con el roce con mi cuero cabelludo.
Dejó de cortar, sin soltarme la cabeza, y dijo:
— ¿Ustedes son nuevos en el barrio ? —
— No. Lo que pasa es que mi esposo se acostumbró a un peluquero que siempre le hace el mismo corte. El que usted vio cuando entramos. Ahora el otro peluquero se tomó unos días por enfermedad y aprovechamos para un cambio de estilo.
— Sí. Era un estilo un poco pasado de moda. La gente ahora se lo corta un poco más corto. Este estilo "al rape" que le estoy haciendo se usa mucho.
Volvió a la nuca y me siguió pelando con avidez.
— No conocíamos su peluquería.--- dijo mi mujer.
Pasaba su máquina sin piedad. Ya casi no caía pelo en la tela.
Sonó el timbre, se disculpó para ir a atender, dejó la máquina y me dijo:
— Mantenga la cabeza gacha, por favor. —
En esa posición obligada, le dije a mi esposa:
— Mabel, mirá como me está pelando. Es una barbaridad. —
— Acostumbrate porque a partir de hoy vas a venir acá. Mejor dicho, !! vamos a venir acá !!.
El peluquero entró al local junto con una señora de nuestra edad y un niño de unos 7 u 8 años.
— Tome asiento Carmen. Termino de pelar al señor y le pelo a su nieto , que por lo que se ve, tiene bastante porra. —
— Sí. A la madre ya le dieron el aviso en la escuela. O se lo corta cortito como todos los chicos , o no entra. —
— Ahora le vamos a arreglar esa "melenita" .--- se rió el peluquero.
Miró a mi esposa , y me habrá visto a mí que me estaban tusando como un carnero, y le dijo:
— El señor ¿ es su esposo? .---
— Sí. Lo traje para que el señor le corte el pelo.---
— Roberto. Al chico me lo rapa igual. —
— Bueno Carmen. —
Me tumbó la cabeza a un lado y al otro para pelarme los laterales. Ahora veía, de costado, como me iba dejando las orejas descubiertas y las paredes hasta las sienes totalmente blancas.
Nunca , ni de niño, me habían cortado el pelo tan corto.
La mujer seguía hablando con mi esposa:
— Yo siempre traía aquí a mi esposo y a mi hijo. Siempre los peló Roberto. Mi esposo quería venir solo pero siempre me impuse y los traía yo. Me gustaba darle las instrucciones a Roberto. Ahora es el turno de venir con mi nieto. Siempre me lo llevo de aquí bien peladito. No le gusta venir, pero a mí no me importa. No me gusta el pelo largo. —
Me veía reflejado en el espejo y, a mi edad, me sentía humillado. Me había pelado a su antojo y ahora , con peine y tijera, me estaba cortando muchísimo pelo de la parte superior.
Otra vez mechones de pelo en la capa.
Tenía el pelo de arriba apenas a un centímetro o dos.
Me había aniquilado .
Cepillada y entalcada y preparó crema de afeitar en un cuenco de latón. La revolvía con una brocha de tejón.
Tomó la navaja barbera del portalápices y , estirando una lonja de cuero que colgaba de un brazo del sillón empezó a pasarla de un lado a otro afilándola y templándola. El filo de la hoja se veía brillante y aterrador.
La dejó en el bolsillo superior de su delantal y empezó a untarme con la crema todo el contorno del corte.
Volvió a tomar la navaja y con dos dedos sobre una de mis sienes me estiró la piel hacia arriba y me bajó la navaja haciendo desaparecer lo que quedaba de patillas. Me siguió afeitando todo el borde y, al llegar a la nuca, me bajó la cabeza y me la afeitó hasta uno o dos centímetros por arriba de la línea de crecimiento del pelo.
Me sacó el excedente de jabón, me puso el espejito de mano en la nuca y me hizo ver la masacre.
— ¿Qué le parece señora ? ¿ Conforme ? Bien cortito. —
— Perfecto. Está bárbaro. —
— Arriba lo peino hacia el costado, ¿verdad? .---
— Sí, por favor. Con un poco de gomina. —
De un frasco con una pasta cristalina de un color verdoso sacó, con dos dedos, una buena cantidad y la esparció por las palmas de sus manos y la untó en el cabello de la parte superior de mi cabeza.
Me peinó con una severa raya lateral y puso punto final a su obra con un entalcado por toda la parte trasera al ras.
Me sacó la tela y, casi burlonamente, me dijo:
— Servido señor. Un buen corte al gusto de su esposa. —
Bajé del sillón mirándome angustiosamente al espejo mientras el peluquero barría mi antigua cabellera y ponía en el centro del salón la sillita alta para el pibe.
— Vamos pibe, arriba. Vamos a sacar esa porra. —
Mientras me disponía a pagar , al chico ya lo tenía envuelto en la tela blanca. Solo se veían las punteras de sus zapatillas.
— Carmen, ¿ Al rape, no? .---
— Sí Roberto. —
Nosotros nos fuimos. Era el turno del chico.