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El último con pelo by Juann


El último con pelo

Todo empezó un sábado, después del gimnasio.
En el vestuario, entre toallas y olor a desodorante barato, alguien dijo:

—¿Y vos para cuándo?

No supe qué contestar.

—Dale, somos todos menos vos. Ya toca.

Me reí, incómodo.

—No sé… me acostumbré al pelo largo. Me queda bien.

—¿Y qué? ¿Eso es excusa? Justamente por eso. Para que duela.
—Para que se note.

*

Al principio pensé que era joda.
Pero a la noche, en la casa del Tomás, la cosa cambió de tono.
Había una silla en el centro del living.
Luz blanca arriba.
Y la máquina de cortar, conectada y zumbando. Esperando.

—Sentate.

—Están locos.

—No es pregunta. Es tu turno. Todos pasamos por ahí.

*

Me senté.
Nadie hablaba.
El que agarró la máquina fue el Santi.
No titubeó.

Apoyó la mano en mi nuca y bajó mi cabeza con firmeza.
La primera pasada me arrancó más que el pelo.
El ruido era brutal.
Cada mechón que caía era seguido por un silencio más denso.

—Ahí va —dijo alguien—. Al fin.

*

Cuando terminó, intenté ponerme una gorra.
Una de las que llevaba en la mochila.
Manotazo rápido: me la sacaron antes de que toque la cabeza.

—No.

—¿Qué no?

—Esto se lleva así. Al aire. Como se debe.

Me miraron todos.
No estaba en posición de discutir.

*

La cabeza me picaba.
El aire me quemaba la piel blanca.
No me había dado cuenta de lo poco que había visto esa parte de mí.

Uno se acercó. Apoyó la mano en la calva.

—Mirá eso. Casi translúcido.

—Le falta sol. Le falta todo.

—Pero está bien. Es el principio.

*

Al otro día, me pasaron espuma y navaja.
Sin preguntarme.

—Todavía se ve sombra. Eso no va.

—Vas a quedar liso. Como debe ser.

No me dejaron mirar.
Uno me sujetó la cara.
Otro pasó la cuchilla, lento, hasta que la piel quedó como vidrio.

—Ahora sí.

Me mostraron el espejo.
No me reconocí.

*

Esa noche, cuando intenté dejar que creciera, no aguanté.

Volví al baño.
Solo.

Espuma. Navaja. Toalla caliente.
Lo hice sin que nadie dijera nada.

Al día siguiente bajé con la cabeza brillante.
Ellos ya estaban ahí.
Uno me miró y asintió.

—Bien.

No hubo más palabras.
No hacían falta.

*

Y así quedó.
Una vez por semana.
Sin excusas.
Sin gorra.
Sin vuelta atrás.

Porque ahora, lo que se cae…
no se recupera.
Se asume.




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