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Recuerdo by santo


Hace poco leí una historia que trajo a mi memoria recuerdos de mi niñez, y quiero compartirlos.
Mi niñez coincidió con la aparición de los Genios de Liverpool, y por lo tanto los niños queríamos parecernos a Paul, a Jhon, a George o a Ringo pero las tradiciones familiares se oponían a nuestros deseos sobre todo en lo referente al corte de pelo. Para esa época el cabello en los varones se llevaba bastante corto porque era un requisito escolar más allá de que era lo que los padres querían para sus hijos. Los niños aprovechábamos los períodos de vacaciones para dejar crecer un poco más el cabello. Esta historia corresponde a uno de esos períodos. En mi barrio había dos barberías , la de Don Domingo y la de Don Campos. Por tradición paterna a mi me correspondió la de Domingo. Era un barbero de unos 70 años que regenteaba una barbería antigua con dos sillones de barbero , mientras que la de Campos era mas pequeña y sólo tenía un sillón.
Mi corte normal para esa época era la nuca con máquina N°2 y arriba algo más largo peina con un gran jopo engominado.
Unas vacaciones había dejado de concurrir a la peluquería un poco más del tiempo habitual y ya estaba recibiendo los reproches de mi padre para que me lo cortara. Yo dilataba la situación aprovechando que mi padre trabajaba todo el día y volvía a casa al anochecer, comprobando día a día que no había hecho caso a su orden. Una noche al volver del trabajo y comprobar que aún no me había cortado el cabello ordenó a mi madre que me llevara a lo de Domingo. Mi madre cumplió con lo indicado pero al llegar a la barbería noté con gusto que ya estaba cerrada. Al volver a casa mi padre se ofuscó y tomándome de un brazo me dijo que iríamos a lo de Campos. Casi arrastrandome me llevó a la barbería que para mi desazón aún estaba abierta. Entramos y había un señor atendiendose y otro en espera por lo que supuse que dada la hora , mi padre me haría volver al otro día. No fue así. Me sentó en una silla de espera y le preguntó a Campos a que hora podía volver por mí.El peluquero contestó que en una hora estaría listo, y que cómo debería ser mi corte a lo que mi padre contestó con una ironía que provocó la risa de todos y mi humillación , dijo: ¨ córtele 100 pesos de pelo ¨ ( en esa época el corte estaría en los 10 pesos).
Quedé solo en la silla a la espera de mi turno y observaba que el peluquero era de usar las máquinas más de la cuenta con lo que imaginaba lo que estaría por ocurrirme. Mi pelo tendría una longitud de sólo dos centímetros lo que ya era demasiado en ese entonces.
Cuando llegó mi turno el barbero acomodó en el centro del salón una silleta para niños y tomándome por debajo de los brazos me sentó en ella. Me colocó una gran capa blanca que me cubría por completo y casi tocaba el piso y mientras preparaba sus herramientas le dijo socarronamente al cliente anterior, que seguro sería amigo suyo, que se quedara para ver lo que era un verdadero corte de pelo. El otro rió y se acomodó en una silla mientras yo me sentía más humillado aún. Cuando comenzó su trabajo me peinó con raya al costado y tomando una de las viejas cortapelo plateadas me sujetó con su mano la cabeza hacia adelante para comenzar a pasar la máquina. Yo sentía el frío del metal en mi nuca y oía el traqueteo de la maquina subir hasta la coronilla. En tres o cuatro pasadas dejó mi nuca pelada y luego repitió en los laterales hasta que mis patillas se redujeron a uno o dos milimetros.Tanto el peluquero como el visitante parecían disfrutar la acción. En la parte superior usó tijeras de entresacar para reducir el cabello a la medida ideal para poder peinarlo. Cuando parecía que estaba terminando su tarea llegó mi padre a buscarme. Aún estaba yo en la silleta cuando mi padre, despues de saludar , me pasó la mano a contrapelo por la nuca como para verificar el corte y ante mi sorpresa le indicó al barbero que aún podía raparla un poco más. Yo quería morir. Mi padre se acomodó en una silla y el peluquero se preparó para lo peor. Le indicó a mi padre si estaba bien con máquina del doble cero a lo que él contestó que sería mejor la triple cero así de esa manera yo aprendería a hacerle caso. Don Campos me inclinó la cabeza nuevamente y empezó a pasar por mi nuca la maquinilla que devoró los pocos milimetros de pelo que quedaban. Al finalizar, me quito los pelos sueltos con un cepillo y con un espejo de mano me mostró el corte en la parte trasera. Estaba completamente rapado y podía observarse el cuero cabelludo al ras. Conforme con el corte, mi padre pagó y volvimos a casa. En el camino me dijo: si hubieras ido de Domingo seguro hubieras salido con más pelo, espero que esto sirva para que acates mis sugerencias.
Creo que en ese momento me di cuenta que tenía razón. Si bien , despues continue yendo de Domingo, nunca más tuve una rapada como la que me dió Don Campos.



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