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Más que un corte by doble cero
— Ricardo. Te acordás que hoy a la noche es la reunión por los 85 años de mi papá , ¿no? .---
— Sí Mabel. ¿ Hay que ir a comprar algo ? .---
— No. Habíamos hablado en la semana de que te ibas a cortar ese pelo, ¿ te acordás ? —
— Ah, sí. Recortámelo un poquito vos, como siempre. —-
— No Ricardo. Lo dejaste crecer mucho y ya perdió la forma. Yo no lo puedo arreglar. Andá que te lo corten bien y después sí, yo te lo puedo ir manteniendo. —
No sé cuánto hacía que no iba a una peluquería. Creo que desde que se había jubilado Don Antonio.
— Uh, Mabel, ¿ dónde querés que vaya ? ¿ Cuánto hace que no visito a un peluquero? Ni conozco una peluquería. —
— A la vuelta de la iglesia tenés una. Vas y que te lo corte bien. —
La Iglesia estaba a 5 cuadras de casa. Me puse el abrigo y cuando estaba saliendo, me dijo:
— Que te lo corte bien, así después te lo voy manteniendo yo. —
Me fui pensando qué quería decir con " " Que te lo corte bien ".
Al viejo Don Antonio yo no tenía necesidad de decirle cómo lo quería, ¿ y ahora? A los 56 años con un nuevo peluquero, de vuelta a empezar.
Doblé en la esquina de la iglesia y , ahí nomás, a dos veredas estaba el polo barbero tricolor funcionando. Era una peluquería tradicional de los años 50 o 60.
Dos ventanales sin cortinas dejaban ver el interior. En uno de ellos se leía PELUQUERÍA PERTUZZI - CABALLEROS Y NIÑOS - CORTES CLÁSICOS.
La puerta de madera con vidrio repartido entre las vidrieras.
Se veía al peluquero, mayor que Don Antonio, cortándole el pelo en la sillita de madera alta a un pibe de 8 o 9 años. Una señora controlaba el corte desde una silla de espera.
Mucho no me convenció ni el lugar ni el peluquero, pero no tenía otra cosa.
Entré y me recibió un llamador en la puerta. El peluquero y la mujer giraron la vista hacia la entrada.
— Buen día. — saludé.
— Buen día. Tome asiento. Ya termino con el chico y lo atiendo.---
— Sí, gracias. —
El pibe ya estaba bien rapado. Mucho pelo había alrededor de la sillita.
El peluquero dejó sobre el mármol del mueble la máquina que estaba usando y le dio al chico una buena cepillada y le entalcó la nuca y las orejas.
— ¿Está bien así, señora, o lo quiere más cortito.? — le preguntó a la señora, mostrándole la nuca del chico al ras.
— Está bien así, Don Carmelo. Suficiente , por ahora.—
Le sacó la capa y el pibe casi se tiró de la silla tocándose la cabeza y a punto de llorar.
El peluquero corrió hacia un rincón la sillita y, mientras la mujer se aprestaba a abonar el corte, me miró y me dijo:
— Puede colgar su abrigo y tomar asiento. — El tono que usó fue medio seco.
Hice lo que me dijo y me acomodé en el sillón de frente al espejo.
La mujer pagó y se fue con el pibe lloriqueando.
El viejo, que andaría por los 70 años, sacudió la tela blanca de algodón con fuerza en el aire, le dio vuelo y me la pasó por delante cubriéndome por completo. Sentí cuando me ató, muy apretada, la capa en la espalda pero no dije nada. Me puso el paño menor color celeste en la base de la nuca.
En ningún momento hubo una charla hasta que, mientras me peinaba, preguntó por mi corte.
— ¿ Cómo lo cortamos ? ¿ Cortito ?. — dijo.
Me acordé de los dichos de mi mujer y, casi sin pensar, le contesté:
— Un buen corte. De arriba no me lo deje muy corto. —
— ¿ De atrás, corto ? —
— Sí . De atrás, sí. —
— ¿ Con máquina ? —
— Sí. Más o menos. —
Me sorprendió cuando giró el sillón , le dio varias pisadas al pedal hidráulico para separarme del piso y me dejó de espaldas al espejo.
Lo escuchaba manipular sus herramientas pero no podía ver nada.
En un momento se paró a mi lado derecho y con peine y tijera me empezó a cortar la gran cantidad de pelo que tenía sobre la oreja y detrás de ella. Me dibujó un gran arco que dejaba ver la piel. Cortó el pelo hasta el casquete de la cabeza.
La tela comenzó a cubrirse de grandes mechones, muchos de los cuales rodaban al suelo.
No existía diálogo. Me pareció que estaba cortando más de la cuenta.
Fue detrás de mí describiendo una trayectoria circular alrededor del sillón mientras iba cortando.
Me empujó la cabeza hacia abajo y cortó durante unos cuántos minutos el pelo de mi nuca. Sentía la tijera casi en mi coronilla.
Intenté decir algo:
— ¿ No está quedando muy corto ?. —
— Es lo que me pidió, ¿no?. —
— Sí.- le dije con un hilo de voz. Fue como un reto. Me dio vergüenza.
Pasó al otro costado y me lo cortó de la misma manera..
Solo sentía como arrancaba el pelo sin piedad. El schick, schick, schick, de las tijeras parecía no tener fin. Abría y cerraba las hojas de la tijera a una velocidad impropia de su edad.
Después de un rato se silenció el tijereteo y un plumerito pasó por mi nuca y detrás de mis orejas.
Volvió a la cima de mi cabeza con otra tijera que, por la forma en la que la movía me pareció que era una tijera de entresacar.
Lo confirmé cuando, al pasar por la zona delantera de mi cabeza y mi flequillo el pelo que caía en la tela era muchísimo.
Empecé a intranquilizarme.
Lo escuché volver al mármol del mueble y sentí cómo me bajó, casi con violencia, la cabeza contra mi pecho. Me dio la orden, por primera vez, de mantener la cabeza gacha. Escuché el llamador de la puerta y la voz de alguien que saludó desde el umbral:
— Buen día Carmelo. —
— Hola Victorio, buen día. — respondió el peluquero mientras movía sus herramientas.
— ¿Tengo que esperar mucho para cortarme ? .---
— No. Pase. Termino de pelar al caballero y es su turno. —
Se me heló la sangre. No había dudas. Ahora me iba a pelar con la máquina. Se me mezclaron los sentimientos de terror y una gran dosis de excitación. Me iba a pasar la máquina.
Con la cabeza mirando el piso ajedrezado vi pasar al cliente a una silla de espera.
Estaba esperando el peor momento del corte.
Sentí su mano apoyada en la cima de mi cabeza, apretándola hacia abajo, y de inmediato, escuché el accionar de un interruptor y el sonido grave del motor de una máquina eléctrica.
Me la apoyó en la base de la nuca y la llevó hasta la coronilla.
Ya no había vuelta atrás. De nada servía protestar ni decirle por qué me cortaba tan arriba.
Subía y bajaba la máquina mientras hablaba con su cliente de una reunión que habría esa noche en el club local.
Me movía la cabeza a su antojo mientras me rapaba. Tuve la sensación que la máquina tenía las cuchillas desnudas porque iba sintiendo en mi cuero cabelludo como el acero del cabezal se iba entibiando.
Me peló todo lo que quiso. Por momentos dejaba de cortar para gesticular al hablar pero con la otra mano no me soltaba la cabeza.
En un momento giró el sillón y me puso de frente al espejo. Mucho no pude ver el corte porque enseguida me bajó otra vez la cabeza.
Siguió con la charla y con mi rapada.
— Hoy vino Antonio a pelarse. — dijo el peluquero.
— Hace mucho que no lo veo. — contestó el otro.
— Estuvo embromado de las piernas, por eso no venía. Tenía una porra bárbara. Hoy a la noche me dijo que iba al club.----
Me seguía cortando sin descanso. Ahora me dejaba bien cortitos los costados.
Podía ver mi cabeza casi totalmente pelada. Lo que me había dejado arriba era ridículo. Todo muy corto.
Me dio una cepillada y una entalcada y para acrecentar mi estupor lo vi tomar de un cajoncito una maquinilla cortapelos manual con las cuchillas de púas finas y muy estrechas.
La hizo funcionar en el aire y volvió a mi nuca.
Otra vez la cabeza gacha y la máquina cortapelos arrancando el poco rastrojo que quedaba.
Repitió en los costados. Me veía el cuero cabelludo en blanco.
Me había pelado como nunca. Por como me había dejado el cuero cabelludo en los costados, me había pasado la doble cero.Creo que debía remontarme a mi niñez para recordar un rapado tan brutal.
Me dio otro cepillado y entalcado y preparó en un cuenco metálico jabón de afeitar.
Con una brocha me untó todo el contorno del corte.
Tomó una navaja barbera y, mientras charlaba con el otro cliente, la templaba y la afilaba sobre una lonja de cuero que colgaba de un brazo del sillón.
Me rasuró toda la línea del corte.
Sacó con una toalla el exceso de espuma y me volvió a empolvar la nuca y las orejas.
Me puso el espejito de mano en la espalda para que viera su obra sobre la nuca.
Estaba todo rapado.
— ¿ Qué le parece caballero ?. Cortito. Bien prolijito.. —
— Muy bien. Gracias. — no me quedó alternativa que aceptar lo que estaba viendo.
Me retiró la tela, me dio una cepillada y me liberó de la tortura.
Cuando llegué a casa y mi mujer me vio, le dio un ataque de risa:
— ¿ Qué te hicieron ? ¿ Te quedaste dormido en el sillón ? Por dos o tres meses estás listo. Me imagino que vas a volver. — se reía, mientras me sobaba el cráneo.
Fui el hazmerreír esa noche en la reunión.