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[Real] La promesa by Julian


Llevo años con el pelo largo, jurando no volver a cortármelo demasiado. Pero mi fetiche nunca se apaga: cuanto más odio la idea de quedar pelado, más me excita imaginarlo.

Ahora estoy en una situación particular: por fin hay una oferta seria para vender la casa en México, después de tres años. Quiero que se concrete, pero el estrés me consume. Y descubrí algo: si meto mi fetiche en la ecuación, el peso se aligera. Si hago una promesa radical, siento que todo cobra otro sabor.

Así que decidí ofrecer lo que más me duele y me pone a la vez: mi cabello. Si la venta se cierra este mes, me voy a entregar de nuevo a la silla, a la máquina, al corte que tanto deseo y tanto temo.

El ritual

El plan es sencillo pero cruel. Primero llamo a una barbería de barrio, de esas con barberos viejos que no se andan con modernidades. Me hago pasar por don Anselmo, un patrón que acaba de contratar chofer:

"Mire maestro, necesito que me le baje el ego al muchacho. Se llama Andrés, parece más patrón que chofer: pelo largo, fresón, bien arregladito. Quiero que me lo mande pelar como Dios manda, un casquete corto, de los recios."

El barbero acepta encantado: casquete corto, máquina a los lados, nuca limpia, arriba corto y parejo.

Al día siguiente llego yo, pero ya no soy Anselmo: ahora soy Andrés. Me siento en la silla y el barbero me suelta la sentencia:

"Le vamos a hacer un casquete corto, joven."

El corazón me late a mil. Pongo cara de espanto, finjo protestar:

"¡No, maestro! Eso es demasiado. Yo solo quería un despunte."

El barbero firme: "Las órdenes del patrón son las órdenes."

Saco el teléfono y llamo a don Anselmo. Con voz nerviosa digo:
— "Don Anselmo, estoy aquí, pero el barbero me quiere cortar demasiado. ¿No se puede algo más leve?"

La respuesta es seca:
— "Mira, Andrés, si quieres el trabajo obedeces. Quiero que dejes de chillar y le digas, en voz alta, lo que yo ordeno."

Yo cedo:
— "Está bien, don Anselmo, no se preocupe, yo le digo."

Me vuelvo hacia el barbero, tragando saliva, y le paso el recado como si fuera un verdugo leyendo mi condena:

"Dice don Anselmo que me haga un casquete corto… que me quite las patillas por completo, y que me deje la nuca cuadrada, subiendo dos dedos la línea."

El barbero asiente: "Así será."

Anselmo, aún en la línea, remata:
— "Muy bien. Y cuando terminen, me mandas una foto pa’ ver que quedó como debe ser."

Yo, resignado, contesto bajito:
— "Sí, don Anselmo…"

El barbero enciende la máquina, la apoya en mi sien, y escucho el zumbido subir sin piedad. Cada pasada es un golpe de realidad: el pelo cae, la piel aparece, y con cada mechón perdido siento esa mezcla brutal de humillación, excitación y entrega. Estoy atrapado, obligado, marcado… exactamente como siempre lo soñé.

La promesa

Si la casa se vende este mes, no habrá escapatoria: cumpliré este ritual hasta el final. Llamaré como Anselmo, me sentaré como Andrés, daré la orden en voz alta y saldré de la barbería con el casquete corto que tanto odio… y tanto deseo.

Será mi ofrenda y mi castigo. Y en esa contradicción está justamente el placer.



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